¿Qué significará el tiempo sin relojes?

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Cambios de estación o algo así.



¿Qué es lo que pasa cuando se encuentran un gris y un verde?
Gris, que siempre se había sentido frío e inútil, siente como algo se va deslizando por las partes más cálidas e su alma. Se derrite.
Verde, que siempre se había sentido cálido y especial, siente como algo le va arañando las partes más frías de su alma. Se congela.
Y así todo se da la vuelta, se equilibra de nuevo. Gris se vuelve verde y se olvida de todo, dejan de gustarle las noches de lluvia y se enamora de la primavera; Verde, a la vez, se vuelve gris y lo amargo llega a él como un manguerazo. Cuando Verde -el nuevo- encuentre de nuevo a alguien gris volverá a lo mismo, y viceversa. Así, todo va rotando y las personas que estos encuentren no significarán sólo placer y diversión; les llenarán de su esencia muy deprisa y en un abrir y cerrar de ojos habrán cambiado de color y, con eso, de vida.

martes, 27 de noviembre de 2012

Recuerdos nulos



-Te reto a que me quieras -soltó él, regalándome una de sus sonrisas pícaras, en la estación de tren.
Seguramente le parecí una loca cuando empecé a reírme. Al fin y al cabo, en la vieja estación nadie se reía nunca; estaba pintada del gris más oscuro, y no me refiero a sus paredes, sino a su atmósfera. Era un lugar de tránsito, donde los viajes terminaban o comenzaban. Y parecía que la primera opción eclipsaba a la segunda y la euforia de viajar quedaba disminuida por la presión de verte rodeado de personas que fruncían el ceño y niños que lloraban por el ruido de los trenes que se acercaban o se marchaban. Yo misma me había visto presa de ese efecto (llamémoslo efecto empatía), parándome a pensar al ir a coger el tren en las horas que tendría que esperar para llegar a mi destino; en el aburrido traqueteo del tren sobre los raíles, que no iban a dejarme dormir y en que el cosquilleo de mi estómago no era de alegría, sino de nervios (mentira). Y ahí estaba, riéndome a carcajadas con un vagabundo a metro y medio de mí, dos señoras vestidas de azulón detrás, un tren que llegaba y él mirándome, enarcando una ceja.
-Te reto a que me dejes hacerlo -contesté, después de soltar toda mi controversia interna en aquella sucesión absurda de carcajadas.
Me miró desconcertado; no me entendía y aquélla no era la primera vez que sucedía, aunque, y a riesgo de parecer de nuevo una lunática, me gustaba esa mirada.
¿Cómo me retaba a que le quisiera, si cada vez que le veía para mí se apagaba el mundo y sólo quedaba la pequeña -y cálida- luz que él emitía? ¿Cómo me retaba a que le quisiera, si siempre fue mi as de corazones y yo siempre fui su invierno? ¿Cómo me retaba a que le quisiera, sonriéndome de aquella manera tan pura y cruel? ¿Cómo me retaba a que le quisiera si cada vez que intentaba hacérselo saber se cerraba, creaba una muralla a su alrededor y yo me derretía como un cubito de hielo en pleno agosto?
Nunca le expliqué aquella respuesta, me limité a apoyar mi cabeza en su hombro y sigo preguntándome cómo se lo tomó. Sólo sé -sabemos- que acababa de llegar nuestro tren y subimos por los pelos, "gracias" a las señoras de azul. El otro tren lo perdimos.

viernes, 23 de noviembre de 2012

307



Arráncame la nostalgia,
Derríteme el rencor,
Róbame el hastío,
Rómpeme los esquemas; que la noche pierde encanto sin estrellas que mirar y las estrellas pierden encanto sin nadie que quiera alcanzarlas.

Y con esto fin, principio y vuelvo a estar en medio.

¿Miedo? Daño.
¿Valiente? Te caes.
¿Nada? Todo.
¿Rompes? Creas.
¿Creas? Rompes.
¿Arriba? Abajo.
¿Bien? Vacío.

Momentos absurdos


Un remolino de folios y yo en medio. Mi propia letra, minuciosamente (des)ordenada, haciéndome correr. Alguien que corre y alza las manos, se agacha y, sin dejarme espacio, recoge los aburridos apuntes que surgieron de momentos más aburridos aún. Una bocanada de aire se me escapa, me abandona y vuela por ahí. Mis dedos tocan el suelo frío y me estremezco; suelo tener las manos calientes y el mínimo contacto con algo frío para mí es una tortura. Agarro un folio medio vacío, escrito con letra roja -así, como la sangre- y paso del rojo al verde cuando me encuentro con las esmeraldas de sus ojos. Sonrío por dentro y asiento por fuera, con los nervios a flor de piel. Despacio, me da las hojas que consiguió recuperar y me roza una mano; las tiene calientes como el café recién hecho. Suelto algo como "gracias" y sale disparado lejos de mí, como el aire que se escapa y el tiempo que se escurre. Y así es como el momento más absurdo se vuelve especial.

jueves, 22 de noviembre de 2012

12



Decías que te gustaba mi sonrisa. Tal vez por eso te la llevaste.

Noche vacía


Si hubiera cogido un pincel mágico y me hubiera dedicado a pintar la ciudad a mi antojo, la noche no sería tan mía como lo es ahora. Las calles están vacías, húmedas, oscuras. La única mota de color parecen mis manos sobre el marco de la ventana.
Hace un año andaste -o desandaste- el largo camino que tengo delante, con tu paraguas rojo y tu barba de tres días. Es curioso, también llovía. Me doy cuenta de repente y le doy la vuelta a todo; la noche deja de ser mía porque, si lo fuera, no estaría intentando recrear mentalmente tus pasos. Suelto todas sus horas y todas sus gotas de lluvia y vuelan a la deriva, alejándose de mí pero a la vez quedándose cerca para que no pueda huir. Y así me convierto en prisionera de la noche más perfecta del año. Comienzo a sentir como corre a mi lado y me empuja -tal vez al vacío, tal vez hacia dentro- con fuerza y violencia. Su velocidad me asusta y grito como una niña pequeña que cree que el coco vendrá a por ella. Y tal vez sea algo así, el miedo a la oscuridad, a los monstruos, a lo desconocido y, no sé por qué, a la soledad más profunda. Y a mí misma. Me he convertido en el coco. Nunca pensé que fuera a ocurrirme, pero me tengo miedo. Tengo miedo a hacerme daño equivocándome y a perderme. ¿No sería horrible no ser capaz de encontrarte a ti misma, no saber dónde estás ni a dónde vas, ni tener un plan? El descontrol es hermoso, pero significa estar expuesta, en peligro.
El frío comienza a entrar por la ventana, como si la noche volviera a cargar contra mí. Me veo a mí misma cerrándola y me veo ajena, como si no fuera yo. Pienso que me he perdido e intento gritar de nuevo, pero lo único que sale de mi garganta es un chirrido agudo y desesperado que tantas veces he oído y, aún teniendo que avergonzarme porque ni siquiera sé gritar, me relajo.
Aquí estoy de nuevo, con las ventanas cerradas y todas las luces encendidas, huyendo de la noche, de la lluvia, del camino y, si cabe, del coco.

martes, 20 de noviembre de 2012


Ya no sé qué hacer cuando tengo ganas de ti.

PD: Soy estúpida y no me cansaré de decirlo. Soy una egoísta. Y, después de todo, mientras yo pienso en ti tú piensas en ella y así todo se complica. Odio pensar que lo que algún día fue mío -tú- ya no lo es; no lo valoré y aunque no me arrepienta de nada, sigo siendo estúpida. No quiero mirar más al vacío y preguntarme qué sería de mí, qué sería de nosotros.
Voy pasando de odiarte a odiarme, cada día un poco más. ¿Sabes? me asusta lo que pasará al final, cuando llegue al límite y me pierda.
Sé feliz, vive con ganas, rompe los esquemas...

sábado, 17 de noviembre de 2012

Sólo yo.






No hay salida. No hay luz al final del túnel. No hay señales. No hay ovillo, ni siquiera hay Minotauro. Sólo yo y mi laberinto, mis piernas temblorosas y el miedo a la soledad.
No hay compasión. No hay unidad. No hay futuro. Y lo entiendo simplemente porque no tengo ganas ni tiempo de cuestionarlo. Sólo yo y rosas secas que conservan sus espinas. Hace tiempo que dejó de haber estrellas y se me encogió la esperanza.
No hay orgullo. No hay calor. No hay camino. No hay nada. Sólo yo, que ya he dejado de correr y me limito a existir sin nada que me sostenga y se convierta en el centro de mi Luna.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

*


Que echarte de menos es lo peor.

martes, 13 de noviembre de 2012

Ajá.


Ya me he resignado. No me entiendo. Por ahora, mi advertencia para mí misma es comenzar a hablar con un "¿sabes una cosa?" y ya después, a ver qué viene...

lunes, 12 de noviembre de 2012

9449


Y ahí estaba otra vez la indecisión de 9, su peor enemiga. Apareció cuando anochecía. Un par de gatos viejos empezaron a maullar debajo de su ventana y ella, sentada en la cama, no hacía nada. Y de verdad que no. Parecía una muñeca a la que se le había gastado la pila; había estado todo el día activa, corriendo de aquí para allá (huyendo del frío. Las mantas no funcionaban por ahí) y, de repente, se había quedado quieta. La energía se le escapó por los oídos. 9 se clavó las uñas en el muslo cuando, de repente, la indecisión entro en ella y sus pensamientos se volvieron negros como la noche. La sintió, áspera y pesada. 
Claro, 9 estaba acostumbrada a saber qué hacer, a seguir sus propias normas. Cuando -cada cierto tiempo- aquello ocurría, se sentía como una mierda. No quería rendirse sin luchar, pero era difícil cuando su enemigo era, precisamente, una parte de sí misma.
No quería seguir llevando la sonrisa triste a rastras. Aquello era cosa del pasado y, sin duda, así debía quedarse. Pero, ¿cómo renunciar a la mentira más dulce del mundo?
9 andó hacia la ventana y la noche le congeló el ánimo. Hacía tanto frío que se preguntó cómo los gatos podían estar ahí de pie. Un hombre paseaba un carro de la compra lleno de cartones sucios que ennegrecían. Tenía un chándal fluorescente y, por su expresión, estaba terriblemente contento. Tal vez sólo se pueda ser feliz estando como una cabra, pensó 9. Cuando creyó que había resuelto el misterio de la felicidad, se encontró con un enorme '4' rojo pintado en la fachada del edificio de en frente. Se le desencajó el alma.

sábado, 10 de noviembre de 2012

*



¿Qué quiero?
Fácil: descontrol.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Difícil


Sé que no tenías más razones para estar presente en mi vida que las que yo me inventaba; que, antes, hace mucho, creías que yo era una de esas chicas dulces que preparan magdalenas y siempre cogen el teléfono a la primera; que eres diferente que el resto del mundo y que éramos unos adictos a nosotros. Pero ni yo soy dulce ni tú eres un santo. Y nada me importaba hasta que, hace menos de cinco minutos, vi ese estúpido detalle que ni siquiera creíste que yo vería y me di cuenta que sigues siendo el mismo, que sólo te has cambiado la máscara. En cambio yo hace ya tiempo que reformé el interior, pero me dejé la máscara de siempre puesta, por seguridad.

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Un minuto más. Ése es el estúpido margen que me doy, como si esperar fuera a solucionar algo. Me sudan las manos, cómo no. Tal vez todo cambie a partir de aquí y no tenga que volver a dar pasos en falso, puede que mi vida se convierta en algo dulce y no en algo defectuoso y agrio. Aún sabiendo que es un buen cambio, el miedo me rasga la valentía por el centro. Cuando te acostumbras a algo, aunque sea lo peor y duela y no avances, ¿cómo no va a darte miedo cambiar, salir de lo que conoces y deshacerte de un momento de tu vida? La maldita costumbre marca mi vida. 
Cierro los ojos con fuerza e intento respirar. Voy a cruzar la línea. ¿Voy a cruzar la línea?
Mi vida pasa por mi mente, deprisa y con malas intenciones, como -según he oído siempre, y ahora no me veo capaz de cuestionar nada que no sea a mí misma y mi modo de vivir- ocurre cuando crees que vas a morir. No hago caso de nada de eso. No quiero recordar -otro de esos vicios, eh- porque es lo peor que podría hacer ahora. Por un momento creo que puedo caer y perderme porque le veo. Pero no es mi mente, no soy yo, es que he abierto los ojos y le sigo teniendo delante. Está encorvado sobre la mesa, escribiendo algo con un bolígrafo verde.
Decidida, con la energía fluyendo por todo mi cuerpo, abro la boca para hablar. Y rompo a llorar. Porque sé que no soy capaz de dar el paso, estar sola y averiguar qué sería de mi vida sin el veneno más dulce del mundo.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

79



Aquellas noches y el azul de su núcleo.
Aquellos días y el verde de sus ventanas.
Aquellas tardes y el negro de mi alma.



He llegado a preguntarme si merecieron la pena pero, ¿qué importa?

martes, 6 de noviembre de 2012

La más extraña de las medicinas.


El odio sólo existe más allá del amor, pero no hay amor más allá del odio. Es así: somos totalmente libres de dar el fatídico paso, pero es imposible retroceder. No es que esté prohibido y puedas saltarte la norma, ni es que hacerlo pueda implicar un dolor que te tumbe. Simplemente es imposible, como si algo te agarrara por el cuello y te impidiera andar hacia atrás. El odio es algo que te magnetiza y te hace depender de él, es algo pasional y maldito y sí, te hace avanzar y despegarte de lo que te llenaba de melancolía, pero si no ves tu avance, si no lo sientes, ¿de qué sirve estar cada vez más lejos de lo que un día amaste y te hizo daño si no puedes optar a sentirte mejor y, cómo no, a recuperarlo? No te voy a mentir, no es bonito. Pero, ¿sabes qué? Tal vez llegue un día, uno como otro cualquiera, en el que te pares a pensar y te des cuenta que esa llama viva que tenías en el pecho se ha apagado y que, con ella, se fue todo rastro de lo que podías haber llegado a sentir si no hubiera estado ahí. Y no será ni bueno ni malo, simplemente será mejor. 

jueves, 1 de noviembre de 2012

Quién sabe, ¿no? Sé que sólo lo sé yo.


  1. ¿Existen los errores?
  2. Pedacitos de nada
  3. Dinámico
  4. Naranja
  5. Luces de neón
  6. Hojas de eucalipto
  7. Estático
  8. Hielo
  9. Copas vacías
  10. Te da y te quita
  11. Agua que cae y no hace ruido
  12. Trozos de algo inestable y frío.

Cuando cambia y es igual.


Y de repente, todo cambia, como si el mundo se diera la vuelta. Todo empieza a fundirse y después se separa y, aunque la apariencia sea la misma, sé que todo es diferente. Lo oscuro se vuelve claro y viceversa y, por un instante tan corto como una batida de pestañas, pienso que sólo ocurre la mitad y que gano yo. Pero -nunca sabré por qué- lo oscuro vale, aunque sea sólo la mitad. Así, mi vida en negativo va cobrando sentido y se asienta todo de nuevo, engañándome, zarandeándome y enganchándome de nuevo a lo que siempre tuve que ignorar. Y me quedo yo colgada, atrapada como siempre y nunca a la vez en los alambres de lo que me rompe las ideas en pedacitos, me vuelvo otra vez de papel cebolla y, deseando convertirme en hierro, espero.