Fastuosa
conexión a Internet. En una mañana, he visitado todas las pestañas. Tres,
cinco, nueve: todas las pestañas. Internet es un ojo que siempre está cerrado. Es
un cíclope que duerme en la calle; cíclope sin techo, pues no hay nadie que
regule dónde roncan estos monstruos ni dónde alojan sus ventosidades. Fastuosa
conexión: nadie me regula, me tomo una foto mientras hago la comida; no
necesito comer si visito el ojo y si adivino en el ojo cerrado la montaña
enferma del cristalino.
Estoy
enferma. Tengo ojeras, cosas amarillas. Moriré por cosas amarillas. Internet se
introduce en mi cabeza y veo puntos y colchones y medallas que me pongo en las
orejas; de entre todas las cosas, escojo una mano que se abre sobre un rostro y
eclipsa al sol, a la luna, el olor de la ciudad. La ciudad huele a mi cocina.
Mi cocina huele a la ciudad. A Internet: cocino las pestañas, calibro el caos y
me siento sola.
Hola.
¿Estás?
Eres
la legaña de un ojo que siempre está cerrado. Rasco por aburrimiento. Me
engancho: al final, te busco todas las mañanas.
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