¿Qué significará el tiempo sin relojes?

martes, 3 de febrero de 2015

hojas, líneas



Todos los días veo en la ciudad folios con la misma forma, la misma posición, que andan hacia la panadería. Hojas solas y divididas, pero unidas por el regustillo que llega al ojo. Alguien las calza con un golpe contra la tabla de la mesa. Todos los días las filas de hojas pasan por mi lado y cantan canciones populares, bailan con la mirada, construyen una hoguera de tiempo y de costumbre que tuesta mi piel por los bordes. No existe el fuego, y sin embargo el miedo me hace flojear, tropezar, torcer los pies porque mi cuerpo es de chicle y es espeso, turbio, un pliegue accidental en la corteza. Todos los días los veo alineados. Y soledad, soledad.
No están solos. La estrucutura del montón de hojas y la muralla de una funda plástica les dan la opción de ser un todo. El contenedor, plástico blando, les come. Pero no es natural. Nada tragó nunca con tanta belleza. Es como cuando arrancas una hoja del tocho y la ves sola y te preguntas, después, en qué parte va. Y buscas el número impreso en el pie, identificación absoluta, lugar en el mundo. No están solos, y yo los miro andar en manada, siempre con las manos en los bolsillos y un incoherente vapor de tristeza que exhudan las narices, los labios curvados en comisura. No están tristes. Van a por el pan. Y al llegar a casa, lo guardan en la panera. Y al día siguiente vuelvo a verles en fila como indios o soldados o estrellas de una constelación que tiene mil formas.
Pero yo. Pero yo. Yo no sé alinear los folios sobre la mesa con un golpe y dictar orden. Se me enredan. Descolocan mi paciencia. Nunca compro pan. La gravedad no me ha dejado caer todavía por ese pozo. Soy esquina y soy página sin número. Soledad. Soy saliente. Me siento saliente. Dibujo que crea su forma en la casualidad, mano que no termina el boceto y lo deja. Y nunca lo encuentra. Y me vienen a decir de qué color es la tristeza. Me vienen a decir a mí. Todos los días me agazapo en el filo de una calle cualquiera. Y les veo ir a por el pan. Todas las mañanas. Estoy fuera de la fila, sola, sola, sola. Quiero imitarles, mimetizarme, ordenarme en el matojo de hojas, darme golpes en la base contra el tablero para poder recolocarme; y hablo y sonrío y beso, beso para ordenar. Pero yo no sé alinear. Y respiro sola.