¿Qué significará el tiempo sin relojes?

lunes, 28 de marzo de 2011

Bianca.

Esa era Bianca: ojos negros, melena oscura, tez blanquecina -paradójicamente daba razón a su nombre-.
Salía siempre de noche y se sentaba al borde del muelle, con los pies colgando. Cerraba los ojos y ahí se quedaba; si se le caía un zapato no se movía. Una vez conté -asomado a mi ventana, desde donde la veía cada noche- cuántos zapatos había perdido en ese muelle y, cuando dejé de hacerlo iba por los ocho. Pero cada día llevaba unos zapatos nuevos, un vestido nuevo.
No temía que me viera en ese pasivo espionaje nocturno. Ella no estaba ahí, en el muelle, frente a mi ventana, estaba viajando. Viajaba por todos los rincones del mundo, visitaba París, Italia, Egipto, en un abrir y cerrar de ojos. Cumplía sueños ahí sentada, dentro de su burbuja. Al menos, la imaginación era suficiente para esperar la verdadera oportunidad. Supongo...

miércoles, 23 de marzo de 2011


Desaparece de mi vida...

Como si nunca hubieras aparecido, como si nunca me hubieras hecho vibrar, como si nunca... como si nunca te hubiera querido, como si nunca se me hubiera caído el teléfono y no me hubiera inmutado porque justo antes de colgar me habías dicho que me querías y yo pensaba qué debía hacer después de eso. Como si nunca se hubieran cruzado nuestros caminos aquel día, cuando te conté mi intento fallido de cazar un mosquito... Ah, como si nunca me hubieras mandado esos mensajes y yo los releyera entre clase y clase sin que nadie se diera cuenta.

Sí, tienes que irte, pero esta vez no vuelvas... No es sano mi amor/odio hacia ti.


sábado, 12 de marzo de 2011

Cu, cu, cu.



-Eres diferente -dices, y obviamente te creo.
Coges tus zapatos y sales al salón cojeando, fundiéndote con el escenario. Ahora puedo decir que estoy frente a una desconchada pared azul, una cómoda beige con figurillas de metal, el marco de la puerta y un pobre chico cojo con el pelo negro.
Claro, me has otorgado el honor de ser diferente y puedo hacer cosas que no comprendería nadie.
Corro hasta el salón y salto sobre ti, haciendo que la muleta caiga al suelo con nosotros dos.
Te miro y veo ojos negros y una nariz sorprendentemente tuya. Sonrío. Tú no.
-¿Tienes miedo a las alturas? -digo en un susurro sin que la sonrisa se desvanezca. Te quedas mirándome, debajo, con los ojos ligeramente entornados y las aletas de la nariz abiertas. Me veo reflejada en tus ojos (no sé si en el iris o en la pupila, ya que en tus ojos no se distingue la una de la otra y ya puedo esperármelo todo).
-No...
-Tenemos plan para esta tarde. Espero que no me hayas mentido. -me pongo en pie, dándote tregua. Me apoyo en el marco de la ventana de mi pequeña cocina americana y observo como una pequeña mariquita anda por él - En serio, espero que no lo hayas hecho nunca -ofrezco mi dedo a la mariquita, pero no sube, lo cambio de sitio varias veces y el bichillo no cede. Increíble: una mariquita me estaba recordando a mí misma.- porque me enfadaría y...
Me giro, abandonando a la mariquita, y te veo tendido en el suelo, con la mirada perdida y las mejillas rojas, una leve sonrisa se pintaba en tu rostro (pero muy, muy leve) y tamborileas con los dedos.
-¿Podrías -dices, con la sonrisa creciendo y reflejándose en tus ojos- ayudarme a levantarme?
-Claro...
Había olvidado que eras cojo.
Agarro tu mano y, agachada, te paso el brazo por mis hombros. Terminas sentado y se para el mundo al tiempo que se oye la campanilla del reloj antiguo de la pared.
Y a las tres en punto, así sentado, me robas un beso y yo entiendo que con eso quieres decir que no me vaya nunca. ¿Para ayudarte a levantarte del suelo? No. Para tirarte, estrujarte, mirarte, abrazarte, gritarte, sonreírte, quererte, hablarte, alegrarte, odiarte, cuidarte, para que me cuides, me estrujes, me mires, me abraces, me grites, me sonrías, me quieras, me hables, me odies, me alegres, sin mediar palabra, en el suelo de la cocina...


miércoles, 9 de marzo de 2011

Tan, tan difícil. Cierras cada capítulo de mi vida.






Me senté sin ganas en el suelo, apoyando la espalda en un muro que parecía caerse a trozos. Después de andar tres horas bajo este horrible cielo sin estrellas decidí descansar un rato y fumarme un pitillo (la segunda idea la deseché y me sentí orgulloso de mi fuerza de voluntad). Frente a mí se movía todo el mundo, había en las calles ese movimiento que hay en navidad. Pasaba gente llena de bolsas, señoras en tropa y madres cargando a sus hijos medio dormidos. Sonaban villancicos, tan estresantes como siempre, y yo me preguntaba por qué habían puesto esos altavoces en las farolas si nadie les hacía caso, cuando mi mirada se posó sobre una figura que llamó mi atención. Estaba de espaldas, y el pelo castaño le caía por las espalda, formando perfectas ondas. No era alta ni bajita, al menos en comparación con la gente que estaba a su alrededor, y llevaba una camiseta azul. Una vez conocí a alguien con ese pelo castaño. Sonreí al recordarlo, aunque realmente me dolía el alma. Me puse en pie y decidí andar hacia ella. Cuando -no sin esfuerzo, ya que la gente empujaba- estuve a su lado, miré de reojo y... sentí que se paraba el mundo, o me paraba yo, dejó de importarme el escenario y comenzó a importarme uno de los actores secundarios, o tal vez principales de la obra de mi vida. Me paré en seco, sin darme cuenta, y la miré durante un par de segundos. Tenía el corazón a mil. Entonces me miró, tan indiferente, con esos ojos azules suyos que parecían encerrar todo el dolor del mundo. Me sentí perdido; no en su mirada, no en ella. En el mundo. De repente sentí que todo el dolor que había en esos ojos era para mí, porque nunca sería capaz de quitárselo de ahí. Sentí lágrimas, y me di cuenta de que había comenzado a andar y había salido de la plaza.
Volví a sentarme, esta vez en un banco y lloré como se supone que no debe llorar un hombre en público. Es tan difícil olvidar.

viernes, 4 de marzo de 2011

Como siempre.

Como siempre. Llegas, y sin llamar entras a mi corazón, yo me vuelvo frágil por tenerte ahí dentro y sonrío como una tonta. Como siempre. Pienso que todo va a ir bien esta vez, y claro, que no saldré mal. Como siempre. Pero, como siempre, vuelves a hacer lo mismo. Monotonía en estado puro; tú y yo lo somos, estamos anclados en este bucle infinito, y si te soy sincera, me estoy cansando de dar vueltas. Como siempre.

Si logras explicarme qué tiene de productivo todo esto, qué tiene de bueno, si logras darme una sola razón, cambiaré mi desición y seguiremos con este juego. No vale que me digas que me quieres y yo me lo crea... Como siempre.