¿Qué significará el tiempo sin relojes?

lunes, 31 de diciembre de 2012

31



Chica del reloj de arena,
no me gusta terminar un año sin pararme a pensar qué lo ha hecho especial, cuáles han sido los momentos buenos y qué quiero conservar. Por eso, quiero darte las gracias -una vez más-. Porque tú, aunque no lo creas, me haces sentir especial. Me haces sentir bien cuando lo único que quiero es arañar la pared y arrancarme la cabeza; haces que quiera llegar lejos solamente porque alguien -tú- confía en que yo, un desastre andante, lo consiga. Haces que sonría -o que me ría a carcajadas- en los momentos más absurdos, más emocionalmente estúpidos. Y, por encima de todo, eres la única persona en la que me veo capaz de confiar en todos los sentidos.
Te lo he dicho muchas veces: eres especial. A simple vista ya pareces genial. Pero, ¿qué voy a decirte? Cuando se empieza a profundizar en ti, a quitar las capas y capas que tienes -¿una cebolla, tú?-, aparece la parte realmente especial, ésa que no quiero llegar a perder nunca. Cuando quito una capa, encuentro algo. Y así, si voy quitando tus capas -¿escudos?- y accedo a partes de ti que no conozco, me sorprendo cada vez más. Eres increíble. No voy a parar hasta que te lo creas, y me da igual. Hay miles de cosas por las que eres especial para mí, por las que eres mi mejor amiga y lo serás siempre. Tú; la única persona a la que ni siquiera tengo que ponerle nombre, porque es obvio que te escribo a ti y sé que lo sabes. Tú; la única persona que me entiende cuando le digo que no sé qué coño me pasa. Tú; la única persona de la Tierra con la que puedo entenderme solamente echando una mirada tonta.
En fin, tú, que quiero hacer muchas cosas contigo este año o el que sea, y cosas pendientes nos sobran. Hay muchos días en la vida y podemos hacer buenos un puñado de ellos o la inmensa mayoría, y si consigues soportarme un par de años más, haremos lo que nos dé la gana. Bristol anda cerca.
Gracias por hacerme un poquito más feliz.
Te quiere,

      la de las estrellas de papel.

two peas in a pod.



sábado, 29 de diciembre de 2012

95 wanna be your sunshine


Si me miras, me vuelvo transparente. Me vuelvo algo borroso y poco común, poquito a poco, cuando me disparas con los ojos. Me cruzo con tu mirada brillante y, dentro de mí, algo se enciende; mis manos van volviéndose negruzcas y la oscuridad me sube por los brazos como fuego líquido. El asfalto debajo de mí, que parece una mala imitación del espacio, se va volviendo visible a través de mis extremidades. Los rayos de sol que antes me abrazaban y me rodeaban van pasando a través de mí como si hubieran estado haciendo cola y yo, pequeña e impotente, me limito a mover los dedos. Me veo a mí misma fundiéndome con el escenario; te miro, desesperada. Apartas la mirada siguiendo un patrón: me miras un segundo, me liberas otro. Tus ojos se convierten en un metrónomo de dolor, de presión, de peligro. Giras la cabeza y me miras intensamente, volcando en mí todo lo que llevas dentro. Me tiras los neones de tus ojos, que son como lanzas que me atraviesan como la mismísima luz que me rodea. No soy más que una sombra bajo tu mirada asesina. No soy más que una silueta, algo que se desdibuja sobre los apagados colores de la ciudad en invierno; sólo soy un puñado de nada.
Corro. Me alejo de ti. Corro tan deprisa que, por un momento, creo que floto sobre la acera porque no siento mis pies tocar el suelo. Deprisa, me alejo del carbón de tu mirada; del miedo a perderme, a dejar de ser yo para tender a gris.

sábado, 22 de diciembre de 2012

42


Tienes dos opciones:
  1. Sobrevivir.
  2. Vivir, en el pleno sentido de la palabra: agarrando tu propia felicidad con los puños apretados, con el alma oscureciéndose por las esquinas, con los ojos brillantes, con el aire revolviéndote el pelo los días de viento, enamorándote poquito a poco de todo y de ti. Es como montarte en una montaña rusa; con subidas y bajadas. Pero, como es tu vida y eres tú quien la maneja, ¿por qué no disfrutar de la bajada, aunque te duela la garganta de tanto gritar?


viernes, 21 de diciembre de 2012

jueves, 20 de diciembre de 2012

*




Odio ese nudo en la garganta.









(Te quise)

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Historias de una noche sin estrellas.


Delante de mí, parece una sombra y parece escurrirse. Sólo veo su silueta, que se recorta imperfectamente sobre la ventana abierta. Le veo apoyado y el resto me lo imagino: mira la calle con cansancio y la luz de las farolas se refleja en sus ojos negros. Me acerco despacio, temiendo por un momento que sólo sea una sombra y nada más; él no se mueve, aunque sé que oye mis pasos sobre el parqué. Le pongo una mano en la espalda y el movimiento es casi imperceptible. Me quedo ahí, parada y tratando de no hacer ruido al respirar.
Se gira deprisa y, antes de darme cuenta, me cruzo con su mirada oscura, negra como la noche.
-Tengo que llevarte al campo -dice-. Me parece increíble que nunca hayas ido; eres el prototipo de chica de ciudad, ¿sabes? -sonríe-. Te llevaré al campo y nos sentaremos en el suelo cuando comience a hacerse de noche. Cuando veas las estrellas, Zhanna, se meterán dentro de ti y te enamorarás de ellas.
Le sonrío y me sonríe. Vuelvo a fijarme en sus ojos y me imagino estrellas dentro de ese cielo nocturno -tal y como yo lo conozco- que tiene en la mirada. ¿Qué pasaría si decidiera meterme dentro de ellos y nadar? Podría decidirlo ahora, mientras le miro de frente y me tiemblan las piernas. Podría entrar sin llamar y hacerme dueña de todas sus historias, de sus virtudes y defectos, de su mente. Escaparía de la penumbra de una habitación que me parece infinita y entraría en la oscuridad profunda, donde todo y nada se unen para crear una realidad nueva. 
En lugar de hacerme pequeña y entrar, cierro los ojos y me pierdo en el silencio bajo el enigma de su mirada. Al fin y al cabo, siempre me han gustado los acertijos.

martes, 18 de diciembre de 2012


Algún día.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Reconstruirse.


Con las manos frías como el hielo, cogió lo que quedaba y lo miró con curiosidad. No parecía ser suyo, ni siquiera parecía ser lo que fue tiempo atrás. Era, y sería durante mucho tiempo, como una mala imitación de lo que seguía dando vueltas en su cabeza; pero era lo único que tenía. Y era mejor que nada. Lo miró con los ojos entrecerrados (aquélla, aunque no te lo creas, era su mejor mirada y para ella era como soltar copos de nieve por las pupilas) y por costumbre intentó trazar un plan B, un plan C y, por si se terciaba, un plan D. Con sola una salida viable, falló y se dio cuenta. Vio una mota de color en uno de los extremos y dentro de ella, como por contagio, comenzó a crecer el color verde de la esperanza.
Comenzó con esa pieza. La colocó en su sitio y, cuando lo hizo, no sintió absolutamente nada. Naturalmente se decepcionó, pero sintiendo que no podía ser cierto y dejándose claro que dejarlo no era el plan A, agarró otra pieza y la colocó. Algo dentro de ella -algo pequeño, por el momento- se revolvió y se dio la vuelta. Cogió otra pieza, una redonda y la puso en su sitio. La misma sensación. Así hizo con más y más piezas, con más y más partes desgastadas. Pensó varias veces que alguna de las piezas no iba a encajar por el desgaste y, también, porque no reconocía ninguna como suya. Pero todas encajaban, todas le hacían sentir aquello y cada vez con más intensidad. Llegó a oír como encajaban, como se fundían con lo que eran por naturaleza y se volvían una; una que ya existía, pero que no estaba completa, que no era ni siquiera la mitad de lo que algún día fue. 
Reconstruyéndose desde los cimientos, algo se le escapó. Ella no lo vio, pero salió de su cuerpo como un cohete y se evaporó despacio.
Cuando terminó y sonreía por primera vez en mucho tiempo, se miró al espejo. Tenía los mismos ojos cansados, las mismas ojeras; su cabello seguía teniendo el mismo rubio oscuro que ella siempre calificaba de castaño; su nariz, con las mismas pecas, tenía la misma forma; tenía, aún, la cicatriz en medio del labio inferior, ayudándole siempre a recordar que ir en bicicleta sin manos era una estupidez; medía lo mismo; su ropa era exactamente la misma, naturalmente; sus manos seguían enrojecidas por el frío. Pero había algo. Estuvo un rato examinándose profundamente. En su rostro -que seguía igual de pálido que antes- había una luz nueva que no iluminaba nada, sólo brillaba por capricho. Pero, aunque no iluminaba, estaba ahí y constituía algo nuevo, distinto. Era lo que había estado buscando y nunca se había atrevido a encontrar. Era, por lo menos en aquel momento, lo más parecido a ella -esa versión pasada de ella misma, que era la adecuada- que veía desde hacía mucho tiempo. Y aunque no parecía del todo real y en vez de ser parte de ella el nuevo estado en el que se veía parecía coexistir con su falso yo, había triunfado. Aquélla era la semilla, el comienzo, el retroceso; era el final de la guerra consigo misma. Se había vuelto a hacer y esta vez se había hecho bien. Era como volver a nacer, sólo que con los errores ya cometidos, un futuro más brillante e, increíblemente, la conciencia totalmente limpia.



viernes, 14 de diciembre de 2012

Todo esconde algo.


Veo su mente a través del cuaderno. En la primera página, dibujadas con trazos tan finos que casi no puedo verlos, hay unas manos. Los dedos están estirados, relajados; son finos y largos, como dedos de pianista. En la segunda hay una taza de café humeante que me trae recuerdos. En la tercera, ojos verdes que miran de manera curiosa; uno de ellos está entrecerrado y me la imagino a ella, con la misma mirada inquieta y ese mismo verde intenso que se te mete dentro y nunca te abandona. En la siguiente, un árbol sin hojas parece saludarme y yo, tan simple, sólo veo invierno, sólo pienso en el frío y las luces de Navidad. En la quinta página, contra todo pronóstico, hallo palabras y algo dentro de mí se agita.

Nunca he encontrado un mundo entre el vacío de un folio en blanco. Nunca, te lo aseguro, voy a encontrarlo, porque allí donde nada existe y nada vive, yo no tengo cabida. No soy de esas personas que se frotan las manos y respiran hondo antes de agarrar fuerte el lápiz y apretarlo contra el papel y, en un abrir y cerrar de ojos, crean arte y crean armonía. Yo -y todo lo que tengo- soy un conjunto de esquemas que se repiten, flotan y abruman, y el conjunto no es ni grande ni pequeño. Sólo soy humana y tengo alma. Puedo cerrar los ojos y retraerme, nadar dentro de mí y encontrar algo, una cosa pequeña, que me haga sentir algo, algo grande. Cuando lo encuentro y lo agarro con fuerza, si no se me escapa puedo trazar líneas -siempre líneas con sentido, que coincidan y que parezcan desde el principio lo que van a llegar a ser, porque, como ya he dicho, no soy de esas que crean de la nada- y dibujarlo. Siento, siento de todo y los sentimientos se me escapan a borbotones por la punta de los dedos. Sangro dibujos. Supuro líneas, círculos, formas. Cuando miro mis trazos me veo a mí misma y nada más, y puedo ser tanto un gato como una silla. Me transformo, muto, cambio de forma y el lápiz es mi medio, mi máquina. Soy todo esto y soy una; soy hasta las hojas vacías. Soy humana, tengo alma y está aquí dentro, llena de borrones y trazos. Porque no encuentro un mundo entre el vacío de una hoja en blanco, pero puedo quedarme dentro.

Entonces, cuando volteo la página y me encuentro conmigo, con mi cara, tal y como ella me ve, se me escapa el alma por la boca.

martes, 11 de diciembre de 2012

43


Quiero que el suelo tiemble y, de repente, comenzar a caer en picado y sin remedio. Quiero caer y sentirme un Alicia sin vestido azul, precipitándome en un agujero que me parece infinito y pensar, como ella, que tal vez me dirija al mismísimo núcleo de la Tierra. Cuando esté cayendo, quiero cerrar los ojos y que el aire me corte los labios; quiero sentirme cada vez más cerca del final, más y más cerca, pero que éste tarde en llegar y, así, sentir que estoy volando. Quiero quedarme en silencio mientras caigo, no escuchar absolutamente nada y disfrutar de la ausencia de ruido; quiero aferrarme a la sensación y marearme, sentir como aquello me envuelve y dejarme llevar por el momento y por lo que llevo dentro. Quiero que el control se me escurra entre los dedos y no suspirar mientras caigo, mientras viajo hacia dentro; quiero que todo cambie entonces, entender lo que nunca me creí capaz de entender -entenderme- y convertirme en una versión distinta de mí misma, sin añadir nada, solamente eliminando. Y cuando esto ocurra y sienta que voy a terminar de caer, quiero despertarme, sonreír y acariciar el presente.

Caída libre



Me libero de todo y me vacío poquito a poco, me quedo sin recuerdos y empiezo de nuevo.



...y así es como vuelvo a ponerme a disposición de todos los errores que ya cometí.



Soy la noche y te envuelvo,
soy la mañana y te muerdo,
fluyo a destiempo

lunes, 10 de diciembre de 2012

255






En cualquier lugar,
en cualquier momento.










Las palabras vuelan a mi alrededor y, no sé por qué, hoy duelen.

Otras doce cosas.



  1. Dulce como la vainilla
  2. Verde azulado
  3. Sueños que terminan
  4. Nebulosas
  5. Áspero
  6. Rítmico
  7. Luz cegadora
  8. Rojo, muy rojo
  9. Gíralo
  10. Pártelo
  11. Volteretas
  12. Yo, rota y desordenada, que me arreglo y me vuelvo de hierro para la ocasión.

domingo, 9 de diciembre de 2012

La ciudad.



Una niña llora en un banco del parque sin saber por qué; un hombre compra el periódico y se pregunta, sin querer, si será el último que compre; un perro ladra bajo el balcón de Evelyn, que se atusa el pelo con gracia mientras intenta cantar algo por lo bajo; una mujer muerde una tostada quemada, mirando con recelo a su gato; un chico corre por la 55, como si le persiguiera el gigante con las piernas más largas del mundo; Margarite Evans se mira los zapatos, sentada en el muro de la azotea, sintiendo como se le escapa el humo de su último cigarrillo;  una chica de ojos azules como el lapislázuli ríe a carcajadas y se cae de la butaca; un chico escribe una carta al amor de su vida; otro, trata de aniquilar el hilo que cree que une a las personas que tienen un vínculo especial; tres amigos planean una escapada a Francia; Antonio cuelga el teléfono, furioso; un niño pelea con su hermana por el último helado, aún con solamente diez grados de temperatura y una madre enfurecida; un gato salta de un muro y cae de pie; una pareja se besa por primera vez en el parque; trece personas bailan la misma canción, bajo el mismo techo y sienten de igual manera como el vello de los brazos se les pone de punta; Amelia se golpea el dedo meñique del pie con la pata de la mesa; un chico mira el techo desde su cama, divagando; una mujer mira la tele; una niña se ata los cordones de los zapatos; un chico se muerde los nudillos; una anciana da de comer a sus periquitos; a una chica se le escapa todo el aire del cuerpo en un suspiro; a otra, el corazón le late deprisa cuando recoge el correo y ve un sobre azul; un hombre se ata el nudo de la corbata que ha elegido su mujer; un niño muerde una galleta; una paloma vuela sobre la ciudad; alguien sale del mar y se encuentra con la playa vacía; un jarrón se rompe y un chico se quema los dedos con la taza de café. La ciudad gris trata de avanzar, pero el instante se vuelve eterno. El tiempo se congela y, sin haber terminado, vuelve a comenzar. Sus 224.215 habitantes no saldrán jamás de lo que son. Así, la ciudad y el tiempo se vuelven dos cárceles que coexisten en la realidad de personas convencionales. No volverá a nevar, tampoco llegará la primavera. Sin cambios, sin destino, el mar grisáceo que es la ciudad parece cobrar vida y tragarse los sueños, la esperanza. Se vuelve un monstruo y, dando sacudidas, anuncia que ha llegado el fin.
Fin; una palabra corta, sin rostro ni color. Un instante pequeño, un error.




¿vas a poder vivir sin él,
cristal opaco y elástico
con armadura de papel
que dice ser de plástico?




viernes, 7 de diciembre de 2012

Mil maneras de imaginarlo


Grité con fuerza, hasta que pareció que se me iba a desgarrar la garganta. Grité preguntándole dónde estaba, si se había ido, por qué no podía encontrarle; grité pidiéndole que saliera de donde estuviera escondido, advirtiéndole que no tenía gracia, que me estaba enfadando; grité diciéndole que no me importaba, que estaba mejor sola, que no iba a echarle de menos. Y, finalmente, grité sin palabras, tratando de arañar lo que crecía dentro de mí. Me desplomé en el sofá, harta de verme de pie. Cuando apoyé la mano derecha sentí algo frío y regular: una foto. Había una maldita foto de un árbol en el sofá. El árbol tenía una enorme corona de hojas anaranjadas que parecían fuera de lugar sobre aquel cielo de un gris azulado totalmente neutro; a los pies del árbol había una chica sentada, mirándose los pies. Aquella chica era yo. Giré la foto esperando justo lo que encontré: caligrafía regular. Contra todo pronóstico, también había una mancha de café que rompía con la armonía de todo aquello, del color azul de las letras, de la firma bien hecha y de mí misma hecha trizas.
Antes de darme tiempo a meterme en la cabeza cualquiera de esas palabras, me puse en pie y tiré la foto a la basura. Y no grité. Guardé el silencio más absoluto, me puse el abrigo y, cuando cerré la puerta, di un portazo.

Paseo por tu línea de la vida.


Avanzo por las líneas de su mano y cada milímetro me cuenta una historia nueva. Camino por ellas, deseando perderme y quedarme para siempre a vivir en el laberinto de sus manos frías, sin saber cómo salir. Sería la vida más bonita del mundo, una versión  suave de mi propia vida, como una canción en acústico. Pero no me pierdo; conozco el camino y conocerlo se convierte ahora en una desgracia, en una decepción. Sé dónde estoy y sé cuál es la siguiente línea, sé cuándo me acerco a sus dedos y sé por dónde ir para no toparme con su lunar. Me paro un instante y, sin saber por qué, pienso en el cielo. Me imagino que esta mano sobre la que camino totalmente descalza de repente se alza y acaricia el cielo; me imagino a mí, todavía sobre ella, poniéndole de puntillas y uniéndome a esa deseada caricia. El viento me acariciaría las mejillas y la palma de su mano se volvería aún más fría. Lo dejo todo de lado en el momento en el que cierra el puño y, para mí, se vuelve de noche. Me regala, así, un momento de calor, de soledad; me regala oscuridad entre la que enredarme y soñar.
Vivir toda la vida caminando por las líneas de su mano, entrando en calor cada vez que la cierre.



miércoles, 5 de diciembre de 2012


Ahí va la gran pregunta: ¿quién soy?





















La chica color limón.

martes, 4 de diciembre de 2012

42




¿Cómo voy a describir tus ojos de gato? Cada vez que me miras siento que el suelo tiembla y me meto de repente en el caleidoscopio de mi cabeza, donde tus ojos se repiten una y otra vez, para torturarme.


Noches de verano



-¿Sabes? Las cosas a las que no puedes poner nombre, son las mejores.

domingo, 2 de diciembre de 2012

*




Soy la maldita Reina del Drama.

*


Ahora que te he perdido,
 me doy cuenta de lo que gané.

55



Le molestaba que él no fuera capaz de decirle quién era ella misma; que no fuera capaz, o que sólo lo fuera a medias, de romper la barrera de su mente para entrar y bucear y contarle todo lo que había visto en su eterno viaje a sus antípodas. Le molestaba y le dolía tanto que la rabia crecía dentro de ella. Quería destruir todo lo que les unía, llenar el agujero que aquello dejaría en su pequeño y oscuro corazón y seguir, caminar, correr y vivir.
Se volvió una guerra sin ganas de terminar y él, inacabado, hizo acto de presencia en su cabeza. Colocó explosivos y cuando empezaron a sucederse las explosiones, ella no gritó. Se quedó muy quieta, sin darse cuenta de que, a simple vista, él había solucionado todo lo que había puesto en peligro la falsa -pero dulce- estabilidad que habían conseguido. Pero, como estaban en guerra y ella no perdonaba ofensas ni vacilaciones, tampoco sonrió. Aquello se extendió hasta los límites de lo imposible, siempre sin llegar a comenzar, y su historia se volvió parte del vaivén, del devenir irracional que lo llenaba todo.
En el punto más alto, en el principio del -supuesto- fin, ella se dio cuenta: tampoco sabía quién era, no era capaz de traspasar su propia barrera. Pero, cómo no, era demasiado tarde.