¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 29 de mayo de 2016

ut

Por qué soñé contigo anoche. No tenías nada que ver conmigo (con esta yo que nació ayer y murió anoche, que no es la que se formó con los primeros rayos del sol y con el desayuno. Me puse tan triste cuando leí aquel pasaje de Pessoa, me sentí tan sola y tan breve), pero apareciste como un relámpago y después te convertiste en el pasadizo central del sueño. Llevábamos tiempo sin vernos. Sin vernos con nuestros ojillos entrecerrados y nuestras bocas mudas. La tuya no. Tienes tantos años más que yo, tienes tanta vida sobre ti y eres, qué eres. Bebes vino. Bebías vino, había una conversación que llenaba la estancia pero tú hablabas conmigo, y me preguntabas sobre los demás. Sobre el amor. Querida utópica, no me comprenderás jamás. Ni a mí ni el fuego que subía por mi esófago. Ni a mí ni las palabras que no te dije, que no me dejaste decirte en el fondo roto de mi cabeza. Porque te he mirado a los ojos tantas veces, y he guardado tantas veces silencio al toparme con el hueco de tu pupila. Contigo. Sputnik my love.

¿Por qué escribo esto? ¿No basta con soñarte y revolverme en la cama y sentir una chispa inexplicable entre los muslos? Llevo años viéndote en sueños. Como si no fueras la persona a la que he mirado caminar y caerse por la calle, como si fueras de verdad la mujer de pelo negro que se me aparece en las noches más ruidosas. Escribo esto, utópica, porque anulas todo lo demás. Me dejas plantada, quieta como una roca. Me vuelves inmóvil (ya no soy, ya no soy porque no me muevo, y no me muevo porque no soy nada). Por qué tuviste que volver a mi cabeza cuando acababa de leer Las ruinas circulares de Borges (un cuento sobre alguien que se dedica a soñar a un hombre, que se encierra en un templo para crear un hombre en el sueño, y empieza con el corazón hasta que con los meses logra modelar el cuerpo). Por qué tuve que leer Las ruinas circulares de Borges. Por qué labios rojos y un vestido negro.
Mírame. Yo no existo.
 

domingo, 8 de mayo de 2016

sin título

Yo ya te conocía antes de ti, aunque no lo admitas. Ya te había respirado, y una tarde en que me echaron el tarot medio en broma (tengo amigos tan irreverentes, comprendes) apareciste: vas a pasar una época oscura y vas a tener un amor a medias. Sé que nunca te lo he contado y que te va a extrañar ese silencio dentro de mi ruido existencial. Lo sé. Pero cómo iba a decirte que habías aparecido entre la oscuridad de mi cuarto, que te habías colado por las rendijas de una ventana casi descuartizada y me habías cogido por las piernas, por la cintura, casi sin tocarme. A medias, rozándome con la mitad de la mano. No te lo vas a creer: dicen que esa baraja está maldita. Mis amigos la compraron en una tienda de segunda mano. Siempre me han dado cierto reparo las cosas compradas en tiendas de segunda mano (menos los libros, ya sabes), pero aquellas cartas, pero esos dibujos. Dalí. Cuando se desplegó la mía ya sabía que decía la verdad: oscuridad, mitades. Pensé en ti, te lo juro. Pensé en ti aunque no supiera que eras tú, pero de pronto una habitación oscura y un cuerpo delgado, un pelo largo sobre la playa de una cama hecha. Sábanas blancas. Te escondías entre tus manos y saltabas hacia mí como un pájaro. Lo supe: la clave.

Tú eres la clave, la contraseña que hace funcionar todo esto, la mancha que me explica y me rehace. Desde tus ojos me miro, tópico insoportable de las cosas a medias. Aunque pienses que soy quizá más alegre o que me duele menos el cuello. Ya te conocía, muchachita. Estabas dentro de mí y me esperabas (mis tripas un tarot, mi sangre el filo de la baraja). Porque yo. Porque tú. Te lo cuento: yo estoy del lado de las cosas que no funcionan, del terco lado de las cosas que no sirven para nada, solo para pensar y respirar y mirar a lo lejos. Estoy del lado de las habitaciones vacías. De una soledad tan crispada, comprendes, tan crispada como cualquier otra cosa que tampoco sepa nombrar. Y a veces no me comprendo. Toda la vida sin poder comprenderme. Toda la vida peleándome conmigo por las mañanas, como si me peinara, como si alisara un cabello rebelde (también lo tengo) para que parezca normal. Todas las podridas mañanas mirándome y diciéndome adáptate, destrózate, cállate. Y las cartas: algo a medias. Tú, de pronto, un rayo. Porque no puedo tenerte del todo, ni he podido ni podré nunca, y no hablo de tenerte como algo material (claro que no), sino de alcanzarte, comprenderte, poder esbozar un pueril mapa de tu ciudad en ruinas. Claro que lo sé. Tengo a mis propios Díaz Grey y Elena Sala bailando en una Santa María reinventada, los tengo y son diferentes y los dos tienen curvas parecidas. Hacen lo que yo no puedo. A medias. Oscura. ¿Estaba maldito el tarot, están malditas todas las barajas, yo estoy maldita? ¿Yo me estoy pudriendo? ¿Me escuchas? ¿Entiendes que ya te conocía, que te he conocido siempre, que me dejaría arrastrar por ti hasta el mismísimo fondo de todo?

Hélène: ¿qué te pasa? Tú eres las habitaciones vacías y el susurro, las pieles y las gotas, las islas y las aceras. Niña triste, broken beauty, vieja amiga. La diferencia es que yo estoy así de rota, me han roto y tengo una cicatriz que me puebla y un cortar por aquí, pero tú naciste rota, tú eras disfuncional desde el vientre y tu primer llanto fue una declaración de intenciones. El mío no lo sé, aunque es cierto que soy de gelatina hasta la médula y tiemblo con cualquier cosa. Mi ciudad, eres el pasadizo secreto de mi ciudad, el recoveco que me encuentro casualmente y que me lleva hasta el centro, hasta los sofás descascarillados en el corazón de mi ciudad. Y a través de ti me he sentado y he fumado y he leído los libros que solo se imprimieron para esas estanterías. A través de ti, clave de mis costillas, he encontrado el hueco vacío en el que dormir o esperar o masturbarme sin que nadie me mire, sin que nadie me juzgue. Pero allí estoy sola, a veces estás conmigo y es solo un engaño, en realidad tus ojos miran hacia otras paredes y cuando te enseño las heridas no las estás viendo. Una época oscura, comprendes, porque allí no hay lámparas, porque no las he llevado, porque tú no traes luz. Es tarea mía encontrar cómo prender las bombillas. Es mi papel, soy yo, tú eres el pasadizo pero la ciudad es mía, reino sobre ella como una gallina sobre sus plumas, me hundo en ella como las gotas en el agua. Hélène, eres sumamente Hélène.

Ya te conocía antes de que fueras una desconocida. Antes de que existieras para mí. Antes de esas preguntas, para qué sirve el Arte, cuál es la utilidad del Arte. La clave de todo, ¿sabes?, la clave de ti y de mí. Servimos para lo mismo. Para abrir canales. Para saltar precipicios. Para romper ideas. El problema, supongo, es que yo soy infinitamente buena para ti y puedo salvarte, y tú eres para mí como la invitación a un pozo en el que puedo ahogarme, en el que deseo ahogarme, en el que jamás debería ahogarme. Puedes acabar conmigo, lo sé. Y por muchas cosas, muchísimas cosas, me he destruido a mí misma para volver a hacerme, para arrancarme las cosas superficiales y encontrar mi centro, encontrarme, dejar de decirme cállate y suplicarme que hable, que chille, que muerda, que cante lo peor que se me ocurra y que pinte los muros con sangre porque estoy obligada a vivir, y a andar, y a menstruar, y a ser cosas que otros me adjudiquen o que yo misma me obligue a ser. No me obligo, escucha: desde esta habitación me he convencido de que no hay vías malas, de que es justo escupir toda la ansiedad y respirar tranquila, de que no tengo la culpa de nada y la vida, verás, la vida es solo una baraja, amigos irreverentes, la muerte que se aproxima como una tormenta. Tú estás tan triste, tú haces tanta justicia a esa imagen de la habitación a oscuras y solo una voz, estar tumbadas, mirar el techo, hacer el amor sin ceremonia y destruirnos despacio, Hélène.

Y verás, broken beauty: tu cuerpo delgado me llega como lo que yo nunca seré, como una invitación a mí misma desde lo ajeno. Lo ajeno que a la vez me atrae indiscriminadamente, cruelmente, que dice tanto de mí como las antenas de los edificios de mi ciudad. No eres mi ciudad, pero eres los carteles que recorren los muros y la lluvia que cae de vez en cuando, siempre bajo el aviso de unas nubes horrorosas, oscuras, a medias. Si tuviera que decirte algo sería que las cosas que nos gustan también nos definen, y que a ti te gustaban mis nudos, mis problemas emocionales y mis calles llenas, pero siempre he sido demasiado buena para ti como para que puedas quererme. Sí, Hélène, te he bautizado así porque puedo permitirme el lujo de sentirme como Juan, como Nicole, como Celia, de temerte y a la vez querer acercarme a ti hasta estar dentro de tu espacio. De temerte, tenerte pánico porque puedes hacer que me hunda, que me cierre, que me derrumbe. No ibas unida, comprende, a la etapa oscura que me vaticinaba un tarot maldito, pero sí que formabas parte de ella y eras quizás el campo determinante, lo que me hacía falta para dejar de atarme y de deberles cosas a los demás, para dejar de obligarme a no ser lo que soy. Y ya te conocía, claro que te conocía, Elena Sala, Díaz Grey, todas las cosas, el borde de un ojo, los párpados cerrados, un cuerpo, humedades, la prohibición de decirte lo que eras después de un orgasmo porque entonces, porque quizá, pero yo nunca te mentí, ni siquiera entonces, ni siquiera cuando no sabía.