¿Qué significará el tiempo sin relojes?

martes, 29 de junio de 2010

Pequeños detalles. Vidas enormes.

Y pensar que antes no me fijaba. Nunca me paré a mirar los pequeños detalles que la vida nos brinda día a día. Podría hacer una lista con esas maravillas ahora mismo. Pero, eso sería demasiado rebuscado.
Son simples. No te das cuenta hasta que los estás viviendo, y te comienza a embriagar una sensación realmente acogedora. Te sientes bien. Y por un momento, lo notas, como si no existiera nada más en el mundo (o en tu mundo, como prefieras).

Dicen que la vida es soportable gracias a ellos. Dicen que merece la pena vivir por esa sensación. Pero, yo no creo eso. Gracias a ellos recordamos que la vida es soportable. Que esa sensación de vivir de puntillas se prolongará todo lo que tú desees.
¿Sabes cuáles son mis detalles favoritos? Escribir y que tenga un sentido distinto para mí que para los demás. Hablar en ese idioma desconocido que es el amor. Que un olor te transporte a un mundo que tenías olvidado.
Y sobre todo, la historia que puede contarte una fotografía si tienes un poco de imaginación.
Aquí tienes una pequeña historia para tu soñador libro vacío:


sábado, 26 de junio de 2010

Sus ojos soñadores y negros. (M&H 2)

Helena dio un portazo al salir por la puerta, llevándose mi vida con ella. No pude evitar llorar. Había intentado hacerme el duro, lo había intentado con todas mis fuerzas. Pero, por la forma en la que ella vaciló antes de echarse a andar, creo que había oído mis intranquilos sollozos. Helena. Hel. Recuerdo que nunca le gustó que la llamara así. Le recordaba a infierno, decía. ¿Infierno? Infierno el que viviré sin ella. Ya no solíamos hablar, no solíamos estar juntos. Pero lo más bonito del día seguía siendo llegar y ver su perfecto cabello rubio y sus pecas, sus ojos soñadores y negros, y sus labios y su nariz. Verla a ella. Ver su fallido intento por colocar ambientadores de vainilla por todas partes, y su cara de decepción al descubrir que ni de lejos olían a vainilla. La quería muchísimo... aunque no se lo demostrara. Seguía teniendo esa foto suya en la mesa de la oficina. Esa foto en la que salía sentada en medio de un campo de flores, sonriendo, dejando ver el pequeño espacio que había entre sus dientes.
-¿Qué coño hago aquí parado?
Abrí la puerta y salí corriendo. Hacía frío, pero no me importaba el hecho de no haber cogido el abrigo. Quería recuperar a Helena. No podía dejarla ir. Y ella tampoco quería irse. O al menos, no lo querría cuando pensara un poco en todo. Esto es un bache. Sí, uno de esos baches.
Corría como nunca antes. Me estaba empezando a asficciar. Soy asmático. Pero también me daba igual eso.
De pronto, vi una figura a lo lejos. Mi corazón empezó a latir más fuerte (creía que no era posible). Era Helena, estaba seguro. Comencé a correr MÁS RÁPIDO. Sentía que no podía más, pero lo hice. Ella caminaba despacio, eso me ayudó a alcanzarla antes. Cuando estuve cerca de ella, estiré el brazo y la cogí por el hombro.
-¡Helena! ¡Hel, no me dejes! Te prometo que compraremos la casa con las cristaleras más bonitas que puedas imaginarte. Nos pasaremos la vida juntos, como querías. Contaremos las estrellas cada noche. Sí, las contaremos desde el bosque. Te juro que nunca más te descuidaré, cariño. Nos querremos tanto como antes. O más. Los sábados por la noche, iremos a dar paseos por la ciudad. Sé que te gustan las luces de neón, Helena. Si quieres, ahora mismo iremos a dar un paseo. Es sábado. Helena, podemos tener esa vida que queríamos. De verdad que no he cambiado. Solamente me he descuidado, nos he descuidado. Te abrazaré como a ti te gusta cuando nos vayamos a dormir. Te volveré a regalar todos y cada uno de mis latidos. Haré cualquier cosa. No me dejes, no me dejes...
Me estuve guardando las lágrimas durante todo el tiempo que había pasado desde que la vi. Pero ahora, no pude contenerlo. Comencé a llorar.
Helena se me quedó mirando, pero era una mirada diferente. Era como si algo dentro de su ser hubiera cambiado. Bueno, no cambiado. Vuelto a ser como antes. Esa mirada era la misma que me dedicaba cuando nos tumbábamos en el jardín de la casa de mis padres, cuando éramos adolescentes.
Me abrazó, y noté la humedad de sus lágrimas en mi hombro.
-Oh, Matt. ¡Matt!
No pudo decir más. Pero yo sabía que no iba a irse. Me quería. Todo volvía a ser como antes. El bache se fue, para no volver.
Y nos quedamos así, abrazados, hasta que no pude calcular el tiempo, y la noche se hizo cerrada...

viernes, 25 de junio de 2010

Aquí no huele a vainilla. (M&H 1)

-Voy a huír, Matthew.
Matthew me miró, perplejo. Nunca creí que llegáramos a tener una conversación así. Matthew y yo nos habíamos querido como nadie se quiso jamás. Solíamos bromear con que teníamos el record del mundo en querernos. Jurábamos, también, que nuestra vida siempre sería perfecta. Viviríamos en una casa con cristaleras que dejaran ver el bosque. Nuestra casa estaría llena de fotos. Retratos de la vida que habíamos pasado juntos. Todo olería a esa fragancia a vainilla que me encanta. Y a felicidad. Sí, eso pensábamos. Creíamos que tendríamos toda la felicidad del mundo, sin buscarla, siquiera. Pero terminamos viviendo en un piso de paredes blancas y sucias. A lo único que olía ese piso, era a tortura. También solíamos creer que pasaríamos los días juntos, abrazados, bebiendo batidos de vainilla tan dulces como la vida que compartíamos. Pero, él y yo sólo nos veíamos antes y después de irnos a dormir. Los días que no trabajaba, me iba a dar un paseo, que se prolongaba todo el día. No quería ver más de lo debido como mi burbuja había explotado, y mis cristaleras se habían vuelto paredes blancas con gotelé.
-Creía que huír era de cobardes. -Matt se sentó, como agotado, en una de las sillas blancas de la cocina.
-¿Sabes lo que es de cobarde, Matthew? Mi vida. No aguanto más. Tengo 24 años y vivo como una mujer de 50 deprimida. No quiero vivir así. Esta no es la vida que pensé que tendríamos. ¿Sabes todo lo que arriesgué al fugarme contigo siendo apenas mayor de edad? Y, ¿para qué? ¿Para que la única conversación que tengamos en un día, sea sobre cómo quieres el bistec? Oh no, Matthew. Te has equivocado de mujer.
-Haz lo que quieras, Helena.
No. A mí no me iba a engañar. Le había roto por dentro desde el principio de esta breve conversación. Él solamente intentaba disimularlo, y eso me hacía querer huír aún más. El Matthew que yo conocía, mi Matthew, no me dejaría ir. Éste no es más que una imitación barata de ese chico que me prometía cada milímetro del universo. Una imitación que intenta quedar bien. Que cree que no seré capaz de marcharme. Es decepcionante. Acababa de dejar al amor de mi vida, y ni siquiera me replicaba. Ni siquiera me hablaba.
-Ya volveré a por mis cosas.
Me marché, dando un portazo. Pude oírle sollozar a través de la puerta. Pasar la noche con las luces de neón como única compañía, y con las cicatrices de mi corazón doliendo como si fueran recientes, me parecía mejor que quedarme con la imitación barata de Matt.
De pronto, un olor a vainilla llamó mi atención... Sí, me gustará mi nueva vida. Nueva... suena bien.

miércoles, 23 de junio de 2010

Tu olor a adivinanza.

Hay veces que, simplemente, me dan ganas de desaparecer. Así, sin más. Sin dejar ningún rastro. Sin despedirme. Sin esa sensación de dejar cosas atrás.
Pero entonces, apareces tú, con tu paraguas y tu olor a adivinanza.
Recordándome que me dejo la felicidad bajo la cama, disfrazada de polvo y botones para que me cueste encontrarla.

sábado, 19 de junio de 2010

Me contaría más cosas sobre mí de las que yo sé.


Juliette se tumbó en la cama, agotada. Estaba con los dichosos exámenes finales. Estaba realmente estresada, sus días eran un no parar. Porque a los exámenes se le sumaba el hecho de que su madre estuviera de viaje, y ella tuviera que hacer todas las tareas de la casa, incluyendo cuidar de su hermano (que no comprendía por qué no se cuidaba él solito).
Cerró los ojos y se acomodó como pudo en esa cama en la que nunca consiguió conciliar rápidamente el sueño. Cuando los volvió a abrir, podía ver su estantería repleta de libros, que estaba perfectamente encajada en la pared contraria a la cama. También había una muñeca de porcelana en la estantería. Se la regaló su tía (su EXCÉNTRICA tía) por uno de sus cumpleaños, de niña. Cuando abrió el paquete, le dio bastante miedo. Parecía que la muñeca te seguía con sus desconcertantes ojos azules, realmente parecidos a los de Juliette. ''Vaya -pensó- esa muñeca lleva tanto tiempo ahí, que si hablara, me contaría más cosas sobre mí de las que yo sé.'' Se levantó de la cama y cogió la muñeca. Bastantes pensamientos la inundaron, de pronto. Pensó lo fácil que debía de ser la vida de una muñeca. Simplemente, ves lo que pasa. Siempre en la misma postura. Siempre con la misma expresión. Y siempre, desde el mismo lugar. Esa muñeca no tendría la sensación de marearse al sentir que la tierra gira. No tendría la sensación de ahogarse en un lugar lejano a casa.
Juliette se sorprendió deseando ser una muñeca. Sí, deseaba ver el mundo como lo veía ese pequeño cuerpo de porcelana, por esos ojos de un azul envolvente, como sus propios ojos. Una perspectiva distinta a toda su vida, pensó.
Se revolvió el pelo y volvió a recostarse en la cama, esta vez con la mano sobre los ojos. ''Ver el mundo como una muñeca -se rió por dentro- que tontería''.

miércoles, 16 de junio de 2010

La soberbia te acabará matando.

Verás como tus palabras te van a quemar. Serán como metal ardiendo. Te dejarán una marca en la piel. Así los demás podrán saber como eres antes de entablar una conversación contigo, chica. Imposible. Desesperante. Caprichosa. Y sobre todo, egocéntrica. MUY egocéntrica.

La soberbia te acabará matando, y no creo que nadie se escandalice por ello.

martes, 15 de junio de 2010

Alicia, ¿qué tal si me vuelves a sonreír? - James.

-¿Qué piensas mientras intentas dormir? -Ahí estaba una de sus preguntas curiosas que me embriagaban sin motivo alguno.
-No te agradaría saberlo. -Sonreí y miré hacia el horizonte, distraídamente. Creo que el hecho de dejar de mirarla causó el efecto que yo buscaba.
-Está bien. Si no me lo dices, me pongo a gritar aquí mismo.
-Dices las cosas tan seria, que terminaré creyéndolas. Bueno, suelo pensar en... el mundo, en los detalles... supongo.
-¿Por qué no me iba a agradar eso? -Una nota de decepción se leía en su pálido rostro.
-¿Qué definición tienes tú sobre el mundo?
-La misma que todos, ¿no? -Se mordió el labio. Por su expresión, estaba buscando las palabras adecuadas. -El mundo es donde vivimos, y eso. Nada más. Es el conjunto de cosas que forman nuestro entorno.
-Bien. ¿Y sobre los detalles?
-¿Los detalles? Bueno, las pequeñas cosas que acompañan al mundo. Pero claro, son tan pequeñas que no pueden hacerle sombra. Podemos vivir sin ellos, o eso creemos.
Silencio, de pronto. Pero no por silencio, fue incómodo. Realmente fue agradable. Ella me miraba, esperando una respuesta. Y yo, nada más lejos de estar pensativo, la miraba también. En sus ojos había una chispa de excitación, de curiosidad. De pronto, como si yo lo hubiera pedido, suspiró. Fue tan leve el suspiro que salió por sus rosados labios, que si no hubiera estado mirándola así, no me habría dado cuenta. Sus labios... hoy no me había fijado en ellos.
Era extraño, parecía que este instante de silencio era eterno, pero maravilloso. A nuestro lado, los árboles no se movían. De hecho, no había viento. La gente parecía haberse esfumado para dejarnos a solas. Decidí hablar, terminando con esta sensación que me ponía los pelos de punta.
-No creo que los detalles sean pequeñas cosas. Bueno, aparentan serlo. Para mí son cosas realmente importantes, y enormes. Encender la tele y ver siempre lo mismo, abrir el armarito de la cocina y ver la cafetera en su sitio, coger el teléfono y oír esa voz conocida, que tanto significa para ti. Sí, esos detalles me hacen recordar que el mundo sigue en su sitio. Que el desorden que poco a poco se aloja en mi cabeza, sólo está ahí. En mi cabeza. Y es una sensación muy agradable, ¿sabes? -Miré al cielo distraídamente. Las palabras salían de mí como si de una fuente se tratara. -Una de las más agradables.
Me miró y sonrió. Creo que mis palabras le agradaban, me escuchaba atentamente.
-Y el mundo... bueno, cada persona tiene una definición distinta para él. Cada persona tiene un mundo distinto. Tu mundo pueden ser detalles un poco más exagerados. Tu mundo puede ser un objetivo. O una persona. Pero, acertaste en algo. Los detalles nunca podrán hacer sombra al mundo de alguien. -Vacilé un momento, y seguí hablando, aunque ahora el leve tic que solía darme en la mano, salió de su escondite. -La sensación de que el mundo siga ahí, por muy embriagadora que sea, nunca podrá compararse con la sensación que tengo al ver que me buscas con la mirada, o que me sonríes. Porque tú, tú eres mi mundo. Eres esa persona que hace que todo esté en su sitio, o que se desordene, sin más.
-Piérdete en tu propio mundo, pues. -Susurró antes de besarme. Y antes de que las mariposas comenzaran a rebolotear como locas en mi estómago. Antes de poder tocar el cielo con la punta de los dedos.

domingo, 13 de junio de 2010

Locura.


Apareces y desapareces como te viene en gana. Me susurras al oído, terminando con la poca cordura que le queda a esta pequeña soñadora. Es tan desesperante, que ponerme a gritar es lo mínimo que me gustaría hacer ahora. Mi corazón no es un bar del que sales y entras. No hagas que lo parezca. No. No puedo soportarlo más. Voy a gritar. Voy a explotar.

¡Sí! Eso es lo que debo hacer. Explotar cerca de ti, para que experimentes el dolor en tu propio cuerpo. Me volveré de cristal y explotaré, para que te claves cada uno de mis pedacitos. Y te estremecerás de dolor. Gritarás que estaba loca y no me importará. Ya no seré más que cristales, sangre y recuerdos. Dejaré de llevarte a cuestas. De desear que te desvanezcas. Dejaré de soñar que te congelas y te quedas siempre así.
Y tú, tú dejarás de amargarme mi ya amarga existencia. Porque te vas a morir del dolor que te producirán mis cristales. Porque tampoco existiré yo.

Tal vez todo eso funcionaría si no fueras más que mis miedos supuestamente encerrados.

viernes, 11 de junio de 2010

Tienes una forma de mirar que, sinceramente, me pone la piel de gallina.

No se me ocurre un plan mejor que perderme en tu mirada.

jueves, 10 de junio de 2010

Ahí se marchaba mi corazón dentro de tu bolsillo.

Entonces, apareciste, cuando más lo necesitaba. Sin darte cuenta, sin más, comenzaste a juntar uno a uno los pedazos de mi corazón. Te convertiste en mi aliciente. En mi oxígeno. Hacías que mi corazón cambiara de ritmo cada vez que, sin pensarlo, paseabas una de tus manos por alguno de mis rizos. Y me cambiaste.

Te quise tanto que lo mantuve en secreto, sellado para siempre detrás del pequeño lunar de mi labio inferior.

Conseguiste convertirte en todo, de pronto. En una sola semana, me tenías a diez metros del suelo. Fue un poco duro, no me agradaba la situación.

Pero lo peor, sin duda alguna, fue la despedida. ''Prométeme que no dejarás que te pisoteen'', susurraste antes de aquel último abrazo. ''Lo prometo'' salió la frase atropelladamente por mis -en ese momento tristes- labios, pues estaba intentando no llorar. Aunque, si hubiera llorado, no me arrepentiría de ello. Tú llorabas, o estabas a punto de hacerlo. Cuando vi esa pequeña y brillante lágrima deslizarse por tu mejilla, me pregunté como se atrevía siquiera a salir de esos ojos que lucían el color marrón como si de diamante se tratara. Me besaste la mejilla, y te giraste lentamente sobre los talones.

Y ahí se quedó tu recuerdo. Tú andabas hacia el autobús, y yo estaba parada en la acera, incapaz de moverme. ¿Cómo era posible, que en tan poco tiempo, hubieras logrado desgarrarme un trozo del corazón con tu marcha?
Y cuando vi que te alejaste, las prometidas y reservadas lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. Ahí se marchaba mi corazón dentro de tu bolsillo.

miércoles, 2 de junio de 2010

¿Miedo?

Estoy contenta, porque presiento que se van a cumplir mis espectativas. Porque avanzo bien y con paso firme. Porque todos, absolutamente todos mis miedos se han ido para no volver. Ahora estoy segura de ello.

Y por si vuelve el miedo, tengo palos y piedras preparados para echarlo de aquí. El único miedo que ahora aceptaría, es ese que me persigue, de no poder dormir sin decir te quiero antes. Ah, y el miedo a mi pequeño corazoncito. Ese no se quita con palos y piedras.

El miedo estará atormentando a otra persona. Como mis mariposas, que atormentan otro estómago ahora.

Gracias. Creo que ahora puedo alcanzar el cielo con una de mis manos.

Dos palabras y una coma.


Dos palabras y una coma, que marcaron la diferencia. Dos palabras y una coma, con las que pasaste de mi admiración más absoluta a mi indiferencia más aplastante.
Y no me apetece escribir más en tu nombre, eso significaría que no te ahogas en mi olvido.