¿Qué significará el tiempo sin relojes?

lunes, 27 de diciembre de 2010

No cabemos en la caja


Te entierras sin pensar
en el barro de mi alma,
y queriendo sin querer
mientras despunta el alba
con la sonrisa a cuestas
y las mejillas rojas,
te deslizas en el aire por mí,
y dices que me regalas
tus estrellas y tu calma.


Calma, que me llenó de paz.
Que dolía, asfixiante.
Sólo somos pájaros
sin alas, caídos.
Sólo sabemos ser fríos
con una intensidad
amarga, cortante.
Pero no me importó,
nunca lo hizo; y ése,
ése fue el error.


Entonces se abrió
el vórtice azulado
y caímos; tú caíste,
yo caí; siempre así...
Y el azul se volvió gris
porque no cabemos
ni cabremos en la caja.


viernes, 24 de diciembre de 2010

Lluvia.

Llovía. No sólo en las calles, que estaban llenas de paraguas y charcos, de deseos y huellas borradas por el agua... también llovía dentro de mí, dentro de mi cabeza. Apoyé la cabeza en la cristalera del balcón y acudieron las lágrimas. Más agua. Más lluvia.

¿Qué estaba -estoy- haciendo? Cerré los ojos con fuerza y sentí que debía gritar. ¿Dónde me había perdido y qué coño estaba haciendo allí?

Antes, era parte del momento. Antes, podía sonreír sin intentarlo. Antes, no lloraba, antes no llovía tan fuerte...




Ahora me quedo aquí, esperándole, siempre...

Juliette.

miércoles, 22 de diciembre de 2010


Te quiero.
Sólo eso.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Es tan fácil decir adiós, pero tan difícil hacerte a la idea...

Estimado Damien:
Ante todo, quiero puntualizar que si este asunto no te importa lo más mínimo, puedes dedicarte a hacer papiroflexia con esta carta en vez de leerla.
Nos merecemos más que esto, Damien. Somos sol y luna, día y noche, no podemos vivir en el mismo plano, nos anulamos... Siempre terminará pasando algo y volveremos a separarnos, volveremos a creer que nos odiamos y nos buscaremos... y nos encontraremos. Yo te diré ''creía que me habías olvidado'', y tú dirás ''yo sabía que tú no lo habías hecho''. Entonces, porque donde hubo fuego siempre quedan cenizas, volveremos a sentir un anuncio de lo que puede volver a pasar, de lo que podemos volver a sentir.
Y tendré (tendremos) miedo. Y no podremos querernos, porque nunca hemos podido... o sí hemos podido, pero mínimamente. ¿Entiendes? Debemos decirnos adiós definitivamente. No un adiós a medias, no un hasta pronto... debemos decirnos hasta nunca. O más bien hasta siempre... Por eso te escribo.
Por eso, debemos separarnos. Para idealizarnos y querernos pensándonos, para dejarnos huella pero no cicatriz, para no podernos hacer daño sino sonreír cuando nos recordemos. Porque no me voy a olvidar de ti, y te pido, aunque sé que no hace falta, que me recuerdes. Quiero formar parte de tu vida aunque no de tus días. Sé que parezco egoísta pero, Damien, siempre lo he sido. Esta situación en la que nos hemos visto estos últimos dos años, es horrible. No me gusta. Porque el otro día cuando me llamaste, cuando me dijiste que estabas en el portal y yo no quise bajar, sentí algo que creía olvidado desde hace tiempo. Y me duele, joder.
Tengo que darte las gracias por enseñarme a querer de esa manera, por enseñarme también que del amor al odio hay un paso y que también se puede retroceder...
Adiós, Damien. Suerte en todo.
Recuerda: Idealicémonos, querámonos como se quiere a alguien que ha muerto.
Y ahora vendría un te quiero, pero no quiero admitir nada.
Sofía.


(Sigue en www.asesinandocorazones.blogspot.com)

jueves, 16 de diciembre de 2010

Heart project.

Es que no comenzó así. Quiero decir, por mi parte comenzó así, por la suya comenzó ese día catorce de mi abatimiento. O tal vez el primero. Empezamos a jugar a querer y ser querido y terminamos jugando a herir y cubrirse. ¡Qué mes aquél! Bailamos al compás del tiempo y bebimos mar... soñamos de la mano o eso pareció. Tal vez me mienta el subconsciente y nada fue así. Quién sabe. Parecía que el mundo se descolgaría de su hilo invisible y caeríamos. Me pareció que la tierra ya no me sostenía del mismo modo si no estaba para ayudarla. ¡Qué triste! Se llama dependencia, cariño, se llama quererte, se llama tropezar. Tropezando nos volvemos de hierro... o de papel cebolla.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Mentiras, son tan dulces...

No me gustan los ojos marrones, odio los pingüinos, me gustan los domingos por la noche y las siete y media de la mañana, no te echo de menos...

Faltan catorce.

lunes, 13 de diciembre de 2010

... et Lemoine.

-Buenas tardes, señora Lemoine. ¿Está su hija en casa?
La madre de Alicia me miró como si hubiera visto a un fantasma. Había envejecido veinte años en cuatro y parecía más sola que nunca. Alicia me comunicó en una de sus cartas que sus padres estaban en proceso de divorcio.
-Alicia no vive aquí. -se me quedó mirando dubitativa, como si masticara dudas- ¿Eres Allan?
-Sí. Llegué a París hoy y quería... bueno... saludar a Alicia. ¿Podría decirme dónde vive ahora, porfavor?
-Espera un momento.
Entró a la casa y emparejó la puerta. Observé el jardín: Ya no habían columpios ni barbacoa, y prácticamente tampoco habían flores. No parecía ni siquiera un eco del jardín en el que pasé horas tumbado, mirando el cielo. El césped estaba seco en algunas zonas y una montaña de escombros saludaba desde una esquina. Pensé que el jardín había envejecido de la misma forma que la dueña de la casa, veinte años en cuatro.
-Toma. Espero que tengas suerte con ella, chico. Últimamente está más difícil que nunca.
Tomé el papel y le di las gracias. Me disponía a voltearme cuando puso su mano sobre mi hombro.
-Sé que te ha echado de menos.
-Gracias de nuevo, señora Lemoine. Ha sido un placer volver a verla.
Andé por las calles que tanto conocía, con ganas de convertirme en un Spiderman viajero y ascender por las paredes de los gastados edificios. Aún recordaba con una intensidad de cuento como jugaba con las llaves al recorrer estas calles, como hablaba por teléfono o como, simplemente, andaba. Pasé por la vieja heladería y me detuve a, prácticamente, saludar al anciano helado gigante que hacía de portero. Di un rodeo para no pasar por casa y, maleta en mano, llegué al Boulevard Sébastopol. Saqué el pequeño papel que la madre de Alicia me había dado y me adentré en uno de los edificios. El portal olía a amoníaco y a muerte. Subí hasta el segundo piso y me deleité leyendo la placa de la puerta: ''2º F. Alicia Lemoine.'' Toqué la puerta con los nudillos y no se oyó nada. Solté la maleta, que hizo más ruido del que esperaba. Esperé hasta que se oyó el ruido de varios cerrojos. Tres. La puerta se abrió y la mayor de mis sonrisas acudió a mi rostro. Pero se desvaneció de repente. No era ella quien abría la puerta. Era un hombre de unos veinticinco años. Tenía el pelo oscuro, los ojos verdes, sarcásticos, barba de tres días. En ese momento se me antojó el rostro del mismísimo diablo.
-Disculpe... -carraspeé- ¿la señorita Alicia?
-Ha salido. ¿Eres amigo suyo?
Sonreí sarcásticamente, respondiendo a su mirada.
-Sí. Me llamo Allan. Allan Bonnet. ¿Y tú eres...? -Estiré mi nombre deseoso de que me reconociera. De que Alicia le hubiera hablado de mí y se le borrara la sonrisa.
-Yo me llamo Louis. Soy el compañero de piso de Alicia.
-¿Y por qué no está tu nombre en la placa?
-Oh, hemos encargado otra. Acabo de mudarme.
-¿Sabes a dónde ha ido, Louis? -Dejé pasar el hecho de que ese hombre de ojos verdes viviera con ella, y, siendo totalmente optimista, imaginé que sólo era eso, su compañero de piso.
-No lo sé... nunca dice a dónde va cuando está así.
-¿Qué quieres decir con así?
-Pues... estaba triste, ya sabes. Mencionó algo sobre que echaba de menos a alguien que quería mucho y que presentía algo. Pero fue después de estar viendo fotos de... -puso cara de haber recordado algo, puso ojos de miope y adiviné que debía usar gafas- ¿Tú te llamas Allan, has dicho? ¿Allan Bonnet?
Hice un gesto afirmativo con la cabeza y Louis abrió mucho los ojos.
-¿Acabas de... volver de Dublín?
-Sí...
-Oh, mon dieu. Ve a buscarla... No te entretengo más. No sé dónde está, pero tú debes saber a dónde va en estos momentos. Al fin y al cabo -sonrió- la conoces mucho mejor que yo. Suerte.
Cerró la puerta antes de que tuviera tiempo de darme la vuelta. Comenzó a sonar algo de Love Of Lesbian, un grupo español que solía escuchar antes de marcharme.
Debería sentirme aturdido y comenzar a buscar a Alicia en todos los rincones, pero yo ya sabía donde estaba. Había ido al callejón... estaba seguro. Y tan seguro. Ella me dijo que iba a volver sólo en dos casos: Si yo volvía o si se enamoraba. Creería que no lo había cumplido por ir por otras razones, pero lo que ella no sabía es que había cumplido la primera condición. Y que tenía una cita con el destino.
Bajé corriendo las escaleras y no cesé el ritmo hasta salir del bulevar. El callejón quedaba bastante cerca y adiviné que era mejor estirar el momento. Estaba realmente nervioso. Sentía mariposas en el estómago; todo un enjambre de ellas. Entré al viejo edificio abandonado y salté el hueco -en el que iría un ventanal, supongo- que daba a la entrada del callejón. Me destuve antes de doblar la esquina y me di cuenta de que me había olvidado la maleta en algún sitio. Tanto daba. Oí un suspiro y... lo reconocí al instante. El callejón era una especie de mirador olvidado. Era un espacio entre dos edificios, que quedaba alto, y al final había una caída bastante grande. Desde ahí podías ver la ciudad, observarla, imaginar qué estaba pasando. Y, sentada al final, con los pies colgando, estaba ella. Se había cortado el pelo y ahora lo llevaba un poco por debajo de los hombros. Seguía tan perfectamente negro como siempre, tan perfectamente suyo. Llevaba un jersey gris y unos vaqueros oscuros, por lo que podía verse.
Andé lentamente todo el callejón para que no me oyera... Me sentí con casi diecinueve años y los versos al hombro... me sentí perdido como solía estar, en los ojos más azules que he visto nunca. Miré la pared y sonreí. Seguía allí. ''I will follow you forever''.
Me senté, despacito, a su lado. Miré a mi izquierda y vi a una Alicia sorprendida. Pestañeaba mucho y tenía los ojos muy abiertos. Tenía el flequillo como siempre. Los ojos, como siempre. Los labios... como siempre. El rostro, en fin, como siempre. Miré hacia delante y moví los pies.
-No ha cambiado nada... -susurré.
De pronto, Alicia me abrazó, como si acabara de reaccionar. Correspondí el abrazo y noté lágrimas en mi hombro.
-¿Qué pasa, Alicia? ¿No te alegra que haya vuelto? -Mi voz sonó como un suspiro, como una noche de tormenta.
-No seas idiota... yo... oh Dios, Allan, espero que seas tú de verdad, que no me esté volviendo loca... ¿Por qué no me llamaste? Podría... podría haberme puesto otra cosa, y... te habría preparado algo de comer y te habría invitado a casa...
-Entonces... ¿me has echado de menos, de verdad?
-Con cada célula de mi cuerpo, Allan... -me abrazó más fuerte. No pude evitar llorar yo también. Lloramos durante un rato, como idiotas. Como dos idiotas llorando de felicidad por estar juntos de nuevo, por encontrar su hogar de nuevo en los brazos del otro.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Podéis elegir: O vivir perdiéndote ocasionalmente en el pasado o terminar por no recordar quién eres, terminar anclado en planificaciones.

-Recuerdo un día en especial. Ella llevaba una camiseta color mostaza y unos vaqueros gastados. Se había recogido el pelo con un lápiz... esas cosas de mujeres, ya sabes. La miré y me miró y pensé que mis ojos eran los más afortunados en ese preciso instante; esa era la visión más bonita que podría estar viendo. Dijo algo sobre Neruda que no escuché y sonreí por inercia. Idiota de mí. Émi me preguntó, entonces, si creía en el destino. En medio de una biblioteca, recogiendo los bolígrafos y guardando los apuntes, esa no es la pregunta más adecuada. Pero Émi era así: impredecible. Le dije que creía en algo parecido... -algo parecido, algo completamente ridíclo; una especie de energía que dicta las desiciones importantes, como cambiar de país o con quién te casarás-. Ella me contó que el destino la había separado de sus padres con ocho años debido a una enfermedad que terminó con la vida de su madre, y después al suicidio de su padre. Por eso ella no quería creer en el destino. ''Puede traerte cosas buenas, Émi. Repasa los momentos que te han parecido agradables, de tu vida. Cosa del destino.''. Al final, por cosas de éste, me vine a España sin haberle confesado a Émi lo que realmente me hacía sentir, ¿entiendes? Dejé muchas cosas en París, pero eso es otro asunto. Ése fue el peor error de mi vida, porque realmente yo sabía que ella no sentía nada por mí en ese sentido, pero no importa. Ella tenía que haberlo sabido.
-¿Sigues pensando en Émi?
-Buenas noches, Damián.