¿Qué significará el tiempo sin relojes?

jueves, 29 de julio de 2010

Demasiada fe en que había llegado el día. (M&H6)

Estaba embarazada.
Había comprado un predictor ayer en la farmacia, y decidí usarlo cuando Matt se fue.
Volví a mirar el predictor, esperando que antes lo hubiera visto mal. No. Sin duda era positivo.
Un par de lágrimas me recorrían las mejillas.
Noté como cada vez iba entrando menos aire en mis pulmones, y empecé a temblar. Ansiedad.
Cada vez me faltaba más aire, y comencé a sudar.
No podía estar embarazada. No iba a cargar con el peso de tener un hijo. No iba a abortar. No podía hacer nada. No podía matar al que sería mi futuro hijo y seguir viva. Me sentiría culpable, siempre.
Cerré los ojos y me tumbé boca abajo en el suelo, concentrándome en respirar. No conseguía pensar nada coherente.
En este momento, era como si todo el universo hubiera aumentado de tamaño. Todo, menos yo. Me sentía pequeña, demasiado pequeña.
Pensé en la muerte, de pronto. Era una idea atractiva. Siempre me lo pareció, claro. Esperaba algo que me hiciera reaccionar. Algo que me hiciera desearlo. Y ese algo, era estar embarazada. Podía no parecer un problema. Podía parecer maravilloso, para algunas personas. A otras no les parecería algo bueno, pero lo afrontarían. Saldrían adelante y lo afrontarían. Pero yo no iba a hacer eso. Las personas que lo hacían, que lo afrontaban, eran más fuertes que yo. Mucho más fuertes.
Levanté un poco la cabeza. Tenía nauseas y seguía sin aire.
Encima de la mesa, había un cuchillo.
Y yo tenía demasiadas ganas de morir.
Y demasiada fe en que había llegado el día.

...

Salía del trabajo, un poco más tarde de lo normal. Malditas horas extra. Estaba deseando llegar a casa y abrazar a Helena.
Empezó a sonar el móvil. Miré la pantalla y me sorprendí al ver que era Caroline, una de las mejores amigas de Helena.
-¡Hola, Caroline! Si llamas para localizar a Helena, ella no está conmigo.
-No te llamo para localizarla. Necesito que vengas.
La voz de Caroline sonaba tensa y ronca, como si hubiera llorado.
-¿A dónde quieres que vaya? ¿Pasa algo?
Silencio. Por lo menos medio minuto.
-Sí, pasa algo. Ven a tu casa. Te espero en el portal. Ven rápido e intenta no hablar con nadie.
Colgó el teléfono.
¿Qué habría pasado?
Decidí ir rápido y sin pensar. Seguro que si me lo preguntaba, pensaría en lo peor. Seguro que no era nada. Helena y Caroline se habrían peleado, sería eso. Caroline me llamaría para arreglarlo, sí.
Diez minutos más tarde estaba frente al portal y vi a Caroline apollada contra la pared. Me extrañó su cara. Tenía los ojos rojos y aguados, y miraba al suelo. También me percaté de que estaba temblando.
-¿Qué pasa, Caroline?
Me miró a los ojos. Abrió la boca, como para hablar, pero comenzó a llorar, poniéndose las manos en la cara.
-Caroline, ¿tan grave es?
-Sí ¡sí! ¿Crees que yo lloraría por algo sin importancia, Matthew? Matthew, hazme el favor entrar y sentarte en un escalón.
Eso hice.
-Cuéntame, por Dios.
Empezaba a temer que le hubiera pasado algo a Helena. Si no fuera así, Helena estaría ahí con Caroline. O estaríamos en mi casa.
-He decidido decírtelo antes de llamar a la policía. No hables. No me interrumpas. He decidido contártelo antes porque no quería que te enteraras por terceras personas, Matthew -suspiró-.
-¿Helena está bien?
-He dicho que no me interrumpas. Matthew, no está bien. -Rompió a llorar.
Le había pasado algo a Helena. A mi Helena.
-¿Qué le ha pasado? -Utilicé toda mi fuerza en decir esas palabras.
-Helena está muerta -susurró-. Yo... entré en el piso, con mi llave, con la llave que ella me dio... y la encontré... así. Se ha suicidado, Matthew. Se ha cortado las venas...
Al principio pensé que era una broma. Esperé que lo fuera. Pero cuando Caroline cerró los ojos y suspiró, supe que era verdad.
Todo se desvaneció. Fue como si toda mi vida acabara en ese preciso momento. Como si toda mi vida hubiera sido en vano.
Me levanté del escalón y subí corriendo las escaleras. No pensé, simplemente actué. Caroline me cogió de la camiseta, pero conseguí soltarme.
Helena no podía haber muerto. Helena, no. No podía haberse suicidado. No podía haberme dejado solo en este mundo de locos. No podía. Helena no me haría eso. Nunca. Helena me quería. Yo lo sabía.
Abrí la puerta. Caroline no la había cerrado con llave.
Y lo que vi fue como un balazo. Me tiré de rodillas y grité. Grité tan alto que me dolió.
Frente a mí estaba el cadáver de Helena, encima de un charco de de sangre. A su lado había un cuchillo lleno de ésta.
-Helena, ¡Helena! Helena, porfavor... -Me acerqué a ella y le puse la mano en la mejilla- Helena no. Vuelve. Te lo ruego. Helena, si vuelves te juro que no te volveré a dejar sola. Te lo juro. Llegaré antes a casa, y pasaremos todo el tiempo que quieras juntos... Despierta porfavor, Helena -mi voz se oía entrecortada por el llanto-. Helena, te quiero. Eres lo único que tengo -agaché la cabeza y puse ver como mis lágrimas caían una a una al suelo- de verdad. Sé que no es suficiente. Sé que no te gusta tu vida, cariño... pero haré que tu vida sea la más perfecta del mundo. ¡Vuelve, porfavor! No me dejes solo. No puedo vivir en un mundo en el que tú no estés, ¿me entiendes, Hel? Es imposible. El mundo sería para mí un desconocido. Nunca podré volver a ser yo. Te necesito. Necesito que vuelvas, ¡Helena, porfavor! -La cogí de la mano y me manché los dedos de sangre.- Helena, no voy a poder seguir viviendo sin tu electricidad. Sin tu sonrisa cansada. Sin que me despiertes por la mañana poniéndome la mano en el pecho. Sin esperar que me digas algo bonito, sin reprimirte. Sin tu obsesión con la vainilla. Sin oirte cantar mientras te duchas. Sin que me digas que soy lo único que hace tu vida soportable. Sin que uses mi ropa para dormir y te enfades si digo algo. Sin que me dejes notas por todas partes. Sin verte dormir. Sin que me cuentes lo que sueñas cada noche. Sin echarte de menos y saber que te veré al volver a casa. Sin tus planes de última hora. Sin ti...
Volví a gritar. No podía dejar de llorar. Helena estaba muerta. Estaba muerta frente a mí. Llena de sangre.
-¡¿Pero por qué me haces esto?! -No sé a quién se lo decía. Si a Helena, si a mí mismo, o si a Dios.
Al lado de Helena, vi un papel blanco perfectamente doblado y un objeto que no supe bien qué era. Me acerqué y cogí ambas cosas.
Era un predictor. Positivo. Helena estaba... embarazada. ¿Se había matado por ello? Suspiré.
Abrí el papel, y lo manché de sangre y de lágrimas.
''Te quiero, M.'' Estaba escrito con letra temblorosa y en color verde.
Terminé de romperme por dentro.
No habían explicaciones. Solamente tres palabras, y una letra.
Miré el cuerpo de Helena y me tumbé a su lado, manchándome de sangre.
-Ya lo sabía, Hel... Ya lo sabía...

miércoles, 28 de julio de 2010

Materia de los sueños.

Me gustaba ver como el sol se iba y dejaba paso a la luna. Varias veces me había hecho calificar a todas las personas importantes de mi vida como sol, o como luna. Y otras veces, menos, muchas menos, intentaba calificarme a mí misma. Supongo que si tuviera que elegir entre ser sol o luna -luz u oscuridad, pesimismo u optimismo- cogería un pedazo del sol y un pedazo de la luna, y los pegaría con celo para fabricarme a mí misma.
También la luna -no, la noche- me suele hacer reflexionar sobre sueños. Si los sueños estuvieran hechos de alguna clase de materia, tus sueños serían de color azul envolvente, y los míos de un azul verdoso -o de un verde azulado, tal vez-.
Creo que si el universo estuviera tejido de la supuesta materia de los sueños, existiría un astro intermedio, ni sol ni luna, para las personas como nosotros. Pero también me gusta pensar que eso es demasiado rebuscado, puede que demasiado obvio. Punto intermedio, ¿no es mejor imaginárselo?
Creo, que la materia de la que están hechos mis sueños está más lejos de lo adecuado.

domingo, 25 de julio de 2010

She's so high.

Lo peor no es romperse por dentro. Lo peor es no saber qué hacer cuando te sientes tan vacía que suenas a hueco.
Necesito que se vayan las mariposas...
Necesito gritar.
Necesito dejar de caer en tu apatía.
Necesito que SEPAS que el silencio aquí duele.

sábado, 24 de julio de 2010

V

De verde a rojo, vuelve a ser azul y regresa a rojo de nuevo.
As de corazones y cristales triangulares.
Metamorfosis, jardín, obligación, desastre, monotonía, recuerdos. Simples palabras, no tan simples acepciones.
Ventanas cerradas, puertas entreabiertas.
Canciones grises y nubes llenas de acordes.
Árboles de plástico y personas de madera.
Fresas azules y vainilla morada.
Carmín y humo.
Vidas del color del cielo.

El principio de todo. Diciembre de 2002.

Era invierno, en el 2002.
Yo esperaba a mi amiga Patricia en uno de los parques de mi cuidad.
Llevaba una carpeta gris, llena con mis dibujos (iba a regalarle algunos a Patt).
Hacía muchísimo frío. Habían restos de nieve a los lados de la carretera, aún. Yo llevaba un abrigo azul oscuro y el pelo recogido en una coleta. Tenía dieciséis años y ni la más remota idea de a quién conocería ese día, de la forma más extraña.
Empezó a soplar viento y mi amiga no llegaba. Llevaría esperando por lo menos veinte minutos. Busqué mi móvil en los bolsillos. Entonces, recordé que lo había metido dentro de una de las fundas de la carpeta. Cuando fui a sacar el teléfono, uno de los dibujos salió volando. Era uno de mis favoritos.
Salí corriendo tras la hoja, hasta que la perdí de vista.
-¡Mierda!
Volvía hacia el banco, con la cabeza gacha, cuando sentí una mano en mi hombro. Me giré rápido (no me gustaba el contacto físico con desconocidos).
-¿Esto es tuyo?
Era un chico un poco más alto que yo. Debía tener más o menos mi edad. Lo que me llamó la atención de él fueron sus grandes ojos negros. Tenía los ojos negros y la luna guardada en uno de ellos.
-Eh, sí. Gracias. Se me había ido volando y lo había perdido de vista.
-Es muy bonito. -Miró el dibujo detenidamente antes de dármelo. -Yo también dibujo, pero nunca he sabido dibujar flores, ¿sabes?
-Vaya. Gracias otra vez por recogerme el dibujo, tengo que irme.
-Eh, espera. ¿Estás esperando a alguien? Te he visto sentada en aquel banco, un poco nerviosa. ¿Una cita o algo así?
No entendía por qué este desconocido se preocupaba por mi vida personal.
-No, no. Estoy esperando a una amiga, pero parece que no llega. Tal vez no vaya a venir. Creo que me iré a casa, he esperado demasiado.
-Bueno, a mí no me han plantado, pero también voy solo. ¿Te acompaño a casa?
-¿Por qué tanto interés en mí? -No pude evitar preguntar, además, no me importaba demasiado ser maleducada.
-Porque me gusta conocer gente, supongo -rió-. Además, no todos los días conozco a una chica que dibuje así de bien. ¿Sabes que dicen que los trazos pueden llegar a mostrar el alma de una persona, de alguna forma? -Me miró a los ojos. -Creo que tienes un alma muy bonita.
¿Qué? Eso había sonado a loco. A muy loco. Pero me fié del chico del pelo alborotado y los ojos negros.
-Bueno, acompáñame, pues.
-¿Cómo te llamas?
-Helena, ¿y tú?
-Matthew.

...

Era invierno, en el 2002.
Caminaba por el parque, solo. Me había levantado con una sensación de grandeza abrumadora. Sentía que hoy pasaría algo.
Miré hacia mi derecha y me sorprendí. Ahí estaba ella. Llevaba unos días observándola.
Había venido el lunes, el martes y el miércoles a dibujar. Se sentaba en cualquier banco, sacaba un lápiz y un papel, y dibujaba. A veces pasaba disimuladamente y miraba de reojo que estaba dibujando.
Y hoy, viernes, también estaba quí, con la carpeta gris. Pero no estaba dibujando. Por su cara, estaba esperando a alguien que no llegaba.
Llevaba su bonito pelo rubio recogido en una coleta. Tenía la cara adornada con pecas y los ojos azules. Era muy bonita.
Empezó a rebuscar en la carpeta, cuando un dibujo salió volando. Salí corriendo tras el dibujo -no dudé en hacerlo, y me alegro de ello- hasta que lo alcancé.
Era un dibujo muy bonito. Una mano sosteniendo una flor. Puede parecer realmente simple, pero estaba tan bien hecho que se me pusieron los pelos de punta. Yo nunca supe dibujar flores.
Me giré para buscar a la chica rubia. Estaba regresando al banco, con la cabeza gacha. Seguramente perdiera el dibujo de vista y se resignara.
Me acerqué por detrás y le toqué el hombro.
-¿Esto es tuyo?
Se giró, como enfadada. Tardó unos segundos en contestar.
-Eh, sí, gracias. Se me había ido volando y lo había perdido de vista.
-Es muy bonito. Yo también dibujo, pero nunca he sabido dibujar flores, ¿sabes?
-Vaya. Gracias otra vez por recogerme el dibujo, tengo que irme.
¡No! Había logrado hablar con ella, ¿y se iba?
-Eh, espera. ¿Estás esperando a alguien? Te he visto sentada en ese banco, un poco nerviosa. ¿Una cita o algo así?
-No, no. Estoy esperando a una amiga, pero parece que no llega. Tal vez no vaya a venir. Creo que me iré a casa, he esperado demasiado.
Creo que le molestó un poco que me interesara por ella. A mí también me extrañaba, pero lo hacía.
-Bueno, a mí no me han plantado, pero voy solo. ¿Te acompaño a casa?
Enarcó una ceja.
-¿Por qué tanto interés en mí?
¿Qué le diría ahora? ¿Que llevaba días observándola y quería conocerla? Parecería un loco. Aunque, por mis actos, tal vez lo estuviera. O tal vez solo fuera un chico de diecisiete años que se fijaba demasiado en los demás.
-Porque me gusta conocer gente, supongo -reí-. Además, no todos los días conozco a una chica que dibuje así de bien. ¿Sabes que dicen que los trazos muestran el alma de las personas, de alguna forma? -Sí, me lo acababa de inventar- Creo que tienes un alma muy bonita.
Ahora sí que parecía un loco. Y por la cara que puso, lo pensaba.
-Bueno, acompáñame, pues.
-¿Cómo te llamas?
-Helena, ¿y tú?
-Matthew.

miércoles, 21 de julio de 2010

Última noche.

Era una noche de verano, de estas que ponen el vello de punta.
Era la última noche de Allan en París antes de irse a Dublín.
Me había escapado de casa para despedirme de él. Y no me arrepiento de haberlo hecho, aunque me cayeron un par de meses de castigo.
Nos pasamos la noche charlando y con los ojos llenos de lágrimas.
No podía creerme lo que pasaría la mañana siguiente. Allan cogería un avión y se iría. Después, nos olvidaríamos el uno del otro, y...
-Sabes que no te voy a olvidar, ¿verdad?
¿Me había leído la mente?
Le abracé. Ya debía de ser muy tarde. Deseaba que nuestro callejón desplegara su magia y estirara la noche...
-¿Seguirás viniendo al callejón?
-El único motivo por el que volvería sin ti sería por necesitar aclarar mis ideas. Por enamorarme. Sí, sólo pienso volver al callejón por dos motivos: Que vuelvas, o que me enamore.
-Alicia, es hora de irme... el avión sale a las ocho. Son las cuatro y mis padres estarán trinando.
Todo se detuvo. Sabía que este momento iba a llegar, obviamente... pero no esperaba que fuera tan pronto. Comencé a llorar, mojándole el hombro.
-¡No llores! Porfavor. No quiero llevarme ese recuerdo... no quiero verte llorar.
-¿Cómo no voy a llorar? -Levanté la cabeza de su hombro, y al parecer le afectó esa imagen.
-Alicia, te prometo que nunca me olvidaré de ti. Estaremos en contacto. Escríbeme cuando te veas en una situación extrema. Llámame si lo necesitas. Y recuérdame cuando puedas.
-Te quiero...
-Y yo a ti, pequeña, ya lo sabes.
Pasaron varios segundos hasta que yo pude contestar. Seguía llorando. Y él tenía los ojos aguados.
-Te prometo que cuando vuelvas tomaremos granizada de café y vendremos al callejón. Te abrazaré cuando tenga frío y tú me darás tu abrigo. Jugarás con mi pelo y yo me reiré de la cara de embelesado que pones cuando canto bajito. Meteré notas debajo de tu puerta. Iré a tu casa sin avisar y te gritaré desde la calle para que me abras la puerta. Te quitaré los cascos del iPod para que se oiga alto la música que estés oyendo. Te cogeré de la mano sin que te des cuenta. Veremos Alicia En El País de Las Maravillas. Tomaremos helado en la heladería de la esquina, esa que tiene un cuadro que siempre miras. Me agarraré de ti cuando bajemos unas escaleras, para no caerme. Nos tumbaremos en el césped de mi jardín e imaginaremos las formas de las nubes. Me acariciarás la espalda para que me den escalofríos. Es lo que hacemos todos los días. Y nunca me ha parecido tan especial
-Si pudiera quedarme te regalaría mis días para hacer esas cosas...
-¿Todos?
-Y cada uno.
-Que te vaya bien en Dublín...
Dije esas palabras con una resignación increíble. Me hicieron aceptar que se iba.
-Ali... me irá bien si tú me lo deseas.
No sé cómo ni por qué, cerré los ojos, suspiré, y terminamos a dos dedos de distancia. Y sentía como respiraba. Le besé, o me besó, no lo sé exactamente.
Pero ese beso me hizo sentir demasiadas emociones a la vez. Sentí -predije- que mi vida estaría realmente vacía sin Allan. Sentí que si viviera siempre en sus brazos, nunca tendría miedo. Sentí que estábamos hechos el uno para el otro, y que lo habíamos descubierto apenas cuatro horas antes de su marcha. Sentí que mi vida me había empujado a ese lugar. A ese momento.
El beso fue lento y me aceleró el pulso.
Esta escena era exáctamente lo que nunca imaginé. Allan y yo así. Allan apunto de marcharse. Y si eliminamos lo de que se iba, era la escena más bonita que podía haber imaginado.
Y en ese momento me di cuenta de demasiadas cosas. Cosas que ahora mismo no puedo recordar, ya que volverían a salir a la luz.
No sé cuánto duró ese beso, pero incluso si hubiera durado cien años, hubiera sido poco para los dos.
Después, nos quedamos mirándonos a los ojos, sin más, un rato. En sus ojos podía ver miedo endulzado con una pizca de... ¿amor?
-Me tengo que ir ya... -Susurró.
-Llévate esto. -Me quité el collar que llevaba puesto. Era una chapa de botella. Siempre llevaba ese collar, era algo así como mi amuleto.
-Ten tú esto. -Allan siempre llevaba un anillo de plata con una inscripción: ''Sueños rojos y de color café.'' Él solía decir que eso hacía referencia al amor. Cierta vez me dijo que se lo regalaría a alguien realmente especial en su vida. A alguien que quisiera de una forma distinta. Y al recordar esto, me sentí bien.
Me dio el anillo, me miró con los ojos aguados, se dio la vuelta y comenzó a andar. No me pareció mal que no dijera nada más. Con esa mirada me lo dijo todo.
-¡Allan, te quiero! -Grité cuando ya estaba a cuatro o cinco metros de mí. Se giró y pude ver que lloraba.
Ese instante me dolió tanto que se me quedó grabado en la memoria. No dije nada, él tampoco. Siguió andando con las manos en los bolsillos.
Me quedé ahí sentada, sola. Con los labios rojos aún. Con el anillo con la inscripción más extraña que había visto.

¡Buenas noches, mundo!

Últimamente me voy a dormir demasiado tarde. Tal vez me dé miedo encontrarme conmigo misma mientras doy vueltas en la cama. Tal vez, sólo tal vez, quiera estirar las horas y no lo consiga. O puede que simplemente haga demasiado calor.
Pero, de lo que estoy segura, es de que así mis sueños son más extraños (aún).
Soñé que te regalaba solamente diez segundos de mi vida y que las ventanas me saludaban.

Me voy a mi pequeña fábrica de sueños. A la que últimamente acudo tarde.
¡Buenas noches, mundo! Espero que sigas ahí cuando despierte. Y no me hagas soñar cosas que no estén cuando lo haga.

Miércoles 21. Tal vez sea un buen día.

J u l i e t t e.


Aceptó que se había equivocado.

Que sus ojos eran más tristes de lo que pensaba, y que nunca sería, ni siquiera, un error. Ni siquiera eso.

No pudo evitarlo. Una lágrima solitaria acudió a sus ojos.

No. No te dijeron que sería fácil.

Juliette, al menos ahora sabes que es peor intentar caer de pie.

Al menos ahora sabes qué es.

viernes, 16 de julio de 2010

Dublín-París. Allan-Alicia.

Allan, estoy desesperada. Siento que estoy al borde de un precipicio, y que podré caerme en cualquier momento.
Te dije que te escribiría en una situación extrema. Te lo prometí. Y aquí estoy, apretando fuerte en lápiz contra el papel y juntando fuerzas para no ponerme a temblar.
Necesito gritar. Con todas mis fuerzas y tan alto que me oigas allá en Dublín. Creo que haré eso después de escribir esta carta.
Allan, solías decir que la vida no es fácil. Que en cada esquina te esperaba una sorpresa, buena o mala. También solías decir que todo pasa por algo. Creo que eso es lo que más me he repetido desde tu marcha. E intento sacar fuerzas de tus palabras, ¿sabes?
No sabes cuánto te necesito ahora... necesito que me abraces y me digas que todo está bien. Volver a sentirme fuerte y útil entre tus brazos. Pero sé que, por mucho que desee eso, sigues en Irlanda.
Y después de todo, Allan, sigo teniendo sueños rojos y de color café. ¿Sabes a qué me refiero, verdad?
Siento que floto y caigo al vacío. Que las estrellas se han apagado y la luna se ha ido de vacaciones. Siento usar una frase hecha, sé que no te agradan, pero me siento como un pez fuera del agua. O tal vez en la pecera equivocada.
Hoy, he ido al callejón. ¿Lo recuerdas? Solíamos ir al callejón cuando teníamos que aclararnos las ideas. Estaba igual que siempre. Seguía ahí nuestra pintada -y promesa-. Por un momento pensé que podía oler la granizada de café. El callejón sigue teniendo ese efecto de verlo todo un poco más fácil. Pero al llegar, no pude evitar llorar. ¿Tienes idea de lo vacío que se ve sin ti sentado en el suelo? ¿Tienes idea de lo silencioso que se oye sin tu voz? Ojalá que no puedas imaginártelo.
Allan, ¿recuerdas que la última vez que fuimos al callejón, te dije cuál sería el único motivo por el que volvería sin ti? Si lo recuerdas, creo que no hace falta explicarte nada más. Pero por si tu memoria no llega a tanto, por si ese momento fue más especial para mí que para ti, te diré el motivo por el que te escribo.
Me he enamorado, Allan.
Me he enamorado y es una sensación tan desesperante que siento que me va a explotar el pecho.
PD: Te extraño.
Alicia Lemoine.


...


¡Alicia! Cuando vi que había recibido una carta tuya, me puse tan contento que tuve que saltar. Pero en cuanto leí el motivo, me preocupé muchísimo. Eso que me cuentas me ha descolocado. No el hecho de que te hayas enamorado, eso es perfectamente normal, y lo sabes. Lo que me descoloca es que te sientas así. Que tu maravillosa sonrisa se esté borrando. ¿Sabes lo que me gustaba esa sonrisa, querida Alicia? Ni te lo imaginas.
Gracias por recordar el escribirme en una situación extrema.
Pero, ¿qué te voy a decir que no te haya dicho antes, pequeña? Incluso el amor más doloroso -y veo que el tuyo te duele muchísimo- tiene su parte bonita. Solamente tendrás que buscarla, Ali. ¿Me prometes que lo harás, verdad? ¿Me prometes que no te derrumbarás, y seguirás con esa sonrisa en la cara?
Alicia, ¿sabes? en realidad me alegra que te hayas enamorado. No por tu sufrimiento, claro. Sino porque haya una persona tan maravillosa en este planeta como para merecerse tu amor.
Que sepas, pequeña, que sí que recuerdo lo que me dijiste del callejón. Recuerdo cosas sobre nosotros que seguramente tú no recuerdes. ¿Por qué? Porque lo especial permanece, con la misma intensidad que se vive. Recuerdo tantas tardes sentados en el suelo del callejón... en algunas tú llorabas. Y yo hacía lo que siempre solía hacer, abrazarte y decirte que todo iba a ir bien. Sí, Alicia, porque haré eso siempre que tú lo necesites. Decirte que todo irá bien. Porque sabes que irá bien, pero sólo necesitas que yo te lo recuerde.
No estés triste, ¿vale? Grita si lo necesitas.
Alicia, cierra los ojos e imagínate que estoy ahí... diciéndote que nada es fácil pero que todo se arreglará. Yo lo hago.
Y ve Alicia En El País de Las Maravillas. Eso te animaba. Solías imaginarte que eras tú la que vivía todas esas aventuras, ¿recuerdas? Y añadías un personaje, a ''un tal Allan'' (al que siempre invitabas a helado de yogur).
Pequeña, por muy difícil que lo veas todo, piensa que en tres o cuatro años, si puedo, estaré contigo allá en París. Es lo que más deseo.
Te quiero más que a nada. Recuérdalo siempre.
Allan Bonnett.

jueves, 15 de julio de 2010

She said goodbye too many times before.

-Lléname la maleta de despedidas y estrellas caídas y tal vez pueda irme sin sentir que me dejo algo.
-¿Y los sueños?
-¿No vienes tú conmigo?

Mañana de domingo. (M&H 4)

Me desperté. Era domingo, así que ni Hel ni yo teníamos que ir a trabajar. Todo el día para nosotros solos.
Ahí estaba Helena, dormida. Su pelo rubio estaba esparcido desordenadamente por la almohada. Así, dormida, parecía feliz, aunque no lo fuera. ¿Qué estaría soñando?
Otra vez mirándola como tonto. Me reí. A veces me perdía en ella. Era tan complica, tan melancólica... Y la cosa más bonita que nunca había visto. Sí, ese rostro lleno de pecas era precioso.
Me levanté de la cama, tratando de no despertarla.
Comencé a preparar mi leche con Cola-cao y su café cargado con azúcar de vainilla. Cogí las tazas, y un plato con galletas de canela, puse todo en una bandeja, y lo llevé con cuidado a nuestra habitación.
-Señorita, despierte... -Susurré, mientras le acariciaba el brazo.
Abrió los ojos con un gesto lento y cálido.
-He hecho el desayuno, mira. Esta vez he recordado echar azúcar de vainilla a tu café, como a ti te gusta.
Se sentó en la cama, también lentamente. Tenía el pelo revuelto y los ojos un poco cerrados, por el sueño. Preciosa, como siempre...
-No hacía falta... de veras. Pero gracias, cariño.
Le sonreí. ¿Cariño? creo que era la segunda o la tercera vez que oía a Helena decir eso.
-Sólo ha sido un poco de café y unas galletas. Por cierto, Hel, ¿qué quieres hacer hoy?
Dio un gran sorbo al café antes de contestar.
-Cualquier cosa.
-¿No quieres hacer nada en especial? Recuerdo que tenías ganas de que te enseñara a montar en bici. Y hace un día de esos bonitos.
-Sabes que me caeré, ¡idiota! -Se rió. Vaya, creo que la felicidad que mostraba al estar dormida no era falsa. Hoy tenía un buen día. Me iba a gusta este domingo.
-Cogeremos el coche y nos perderemos, ¿qué te parece? seguiré las direcciones que me pidas.
-Y al final, no sabremos cómo volver a casa.
-Pero será bonito no saberlo.
-Como todo contigo.
-¿Qué has dicho? -Ella no acostumbraba a decir esas cosas, me sorprendió su comentario. Me iba a gustar MUCHÍSIMO este domingo.
Se quedó pensativa antes de contestar. Con sus ojos azules mirando a mis ojos negros. Con su pelo rubio haciendo competencia a mi pelo castaño. Con sus pecas compitiendo con mi perilla. Y ahí estaban el pesimismo y el optimismo personificados, sentados en una cama de matrimonio. Con el pesimismo pensando qué contestar, y el optimismo conmoviéndose con la alegría que mostraba hoy el pesimismo.
-Que me beses.

martes, 13 de julio de 2010

Cajas y cajas de recuerdos y basura.

Cajas y cajas de recuerdos y basura. Y yo, tan simple y melancólica como siempre, buscando algo salvable. ''Vaya, ¿qué es eso?'' En una de las cajas, en la más pequeña, había algo rectangular y azul, con letras en la portada, que aparentaban no decir nada. ''Una libreta...''. Cogí la libreta azul, llena de polvo. Según recordé, la había usado hace... ¿dos años?. La abrí cuidadosamente (porque estaba un poco rota) por la última página.
Garabatos. Esos típicos garabatos que haces, sin pensar, mientras hablas con alguien y tienes un lápiz en la mano. Dibujos. Y un nombre, escrito con una letra que parecía aún más de niña. Vaya, pero cuántas veces se repetía. ''Qué ingenua que era antes'', dije, esbozando una sonrisa.
Una libreta con su nombre escrito... una tontería que me acababa de alegrar el día. Recuerdo la sensación de estar flotando. Y mi máscara de felicidad absurda, que a él le gustaba. Aunque, ahora no comprendía para nada todo eso. ¿Amor? No. No era posible con tanta agua en medio.


Irracional. Aéreo. Distancia. Profundidad.
Maquiavélico. Corazón. Largo. Tiempo.

Nunca llegarás a entender qué hay realmente en mis sueños, en mi alma, y en mi cabeza.

domingo, 11 de julio de 2010

Lo suficiente para haberte echado de menos. (M&H 3)

Estaba sentada en el bordillo del balcón. Una posición aparentemente suicida. Pero lo único que ella buscaba era sentir el aire en la cara. Sentirse viva. Cerró los ojos, y respiró fuerte. Se sentía realmente bien. Casi había desaparecido esa presión constante que sentía... y esa tristeza que a veces le ahogaba. Era una persona poco conformista. Tuviera lo que tuviera, siempre querría más... y eso le había hecho perder muchas cosas. Suspiró.
Comenzaba a entrar la noche. En unos minutos, llegaría él. Algo así como su marido, pensó riendo para si misma. No se habían casado porque ella no creía en la institución del matrimonio. Rompía las parejas. Y la unión que ellos dos tenían, no era una de las más fuertes...
¿Que si no se querían? Claro que sí. Ella le quería tanto que le llegaba a doler. Pero eran demasiado distintos
Él era tierno, ella fría. Él era optimista, muy optimista; ella lo veía todo gris. Él tenía esperanzas, ella no. Y así una lista de cosas en las que ella salía desfavorecida, pensó. ¿Era malo ver el mundo como realmente es...? Porque, eso era lo que ella hacía. Su novio no estaba de acuerdo con eso. Él creía que el mundo era perfecto. Que nadie podía hacerle daño. Era tan inocente... eso hacía que ella le quisiera cada día más.
Estaba en una situación realmente suicida, recordó. ¿Qué pasaría si se caía? ¿Y si se tiraba? ¿Cambiaría en algo las cosas el hecho de que fuera un suicidio? Sí, solía debatirse si debía morir ya o no. No porque fuera infeliz, claro. Porque creía que la vida no tenía sentido. Porque el frío de su persona ya la estaba congelando hasta el punto de buscar el calor donde fuera. Incluso en la mismísima muerte. ''¿Qué pasaría?'' se repitió. Sabía que solamente su pareja la echaría de menos. Tal vez alguna amiga. Pero no su familia: había huído a los dieciocho con el chico que quería entonces, y que quiere ahora. No sabía nada de ellos, pero le alegraba. Le gustaba poder moverse por el mundo con las mínimas cadenas posibles. Y poder plantearse morir con las mínimas cadenas posibles, también.
-¡Helena! ¿Qué haces ahí colgada?
Vaya, había llegado. Estaba tan enfrascada en sus pensamientos, que no había oído la puerta. Giró la cabeza, como pudo.
-Dime, ¿qué estás haciendo? ¿O qué pensabas hacer?
Se preocupaba tanto por ella... Le conmovía. Nunca tuvo esa sensación de que nadie le quería. Bueno, al menos no desde que le conoció. En su adolescencia se sentía sola. Demasiado sola para poder soportarlo. Pero, aunque Helena parezca una suicidida nata, nunca atentó contra su vida, ni siquiera en la adolescencia. Esperaba el momento, simplemente. Y siempre, había una cosa que se lo impedía. Él. Matthew. Matt. SU Matt.
-¡Helena, reacciona! -Le puso la palma de la mano en la mejilla.- Pero, ¡estás helada! ¿Cuánto tiempo llevas aquí, cariño?
-Lo suficiente.
-¿Para qué? -Barajó varias respuestas. ¿Le iba a decir que lo suficiente para haberse planteado, otra vez, terminar con su vida? ¿Que llevaba lo suficiente para percatarse, una vez más, de que él era muchísimo mejor persona que ella? ¿Lo suficiente para comenzar a tiritar de frío?
Le miró a los ojos. A sus perfectos ojos negros.
-Para haberte echado de menos. -Le dijo prácticamente en un susurro.
Matthew le abrazó. Sintió, una vez más, la calidez de sus brazos. De su ser. Y se dejó embriagar por su olor. Si de verdad pudiera elegir un momento para morir (porque ella sabía que moriría de forma natural, no por suicidio), sería cualquiera en sus brazos.

Y una vez más, Helena se aferró a la vida, y a los brazos de Matt...

Pedacitos de mí.

En mi mundo se puede oler paz, a la vez que tensión, con un toque de dulzura. Es un perfume curioso. Es un perfume que no huele.
Y, ¿qué puedes ver? Todo, a la vez que poco. A simple vista, puede que veas sólo letras que anuncian que estoy viva, y flechas con carteles que señalan los lugares más recónditos de mi alma. Pero si miras bien, o con un simple catalejo, puedes llegar a ver incluso cosas que creí perdidas desde hace tiempo. Estrellas, pegadas cuidadosamente a un papel azul. Libros en blanco. Hojas y hojas con letras de canciones. Trozos de espejo. Cajas de madera llenas de recuerdos materializados. Fresales cubiertos de cristal. Tazas vacías. Libros manchados de alegría. Miles, millones de nombres grabados perfectamente en el árbol más alto que jamás podrás ver. Flores azules. Y, todos esos pedazos de mí, convertidos en algo físico.
Y, ¿qué se oye? Música. Las canciones de mi vida. Y todas las conversaciones que, por un motivo u otro, mereció la pena recordar siempre.

miércoles, 7 de julio de 2010

Verano.

Verano. Ese olor a granizado de limón y a ventanas abiertas. Verano. La razón de algunos esfuerzos. El período de tiempo que esperamos durante todo el año. Que esperamos, pero -como casi todo lo que se hace esperar- al final te sabe a poco. Tal vez por esa irreflenable sensación de echar de menos las cosas de las que querías librarte. O tal vez por echar de menos algo mucho más importante: personas. Personas que hacen un poco más cortas tus horas. Quizás alguna que las hace largas. U otras que, simplemente, te colocan en un punto intermedio, en el que lo que duren tus horas es lo menos que importa.
Es tan paradójico desearlo; querer que llegue septiembre, cuando llega el verano y después anhelar que vuelvan junio, julio y agosto.

viernes, 2 de julio de 2010

Febrero 2009.

Amanece fuera. Fuera, porque en mi corazón no hay amanecer que valga. Mi corazón está tan vacío, tan insultantemente vacío, que si le dieras golpecitos sonaría a hueco. No duele. Pero no es acogedor. Si tuviera que comprar la sensación con algo, sólo me atrevería a compararla con impotencia. Porque también la siento. Me siento impotente por haberte perdido, de pronto. Por no saber como reaccionar en ese momento. Porque ahora estoy sola y no te retuve. Aún está grabada tu sonrisa en las yemas de mis dedos y te siento... te siento demasiado. Es todo demasiado reciente. Hace sólo un par de horas que pasé a ser un personaje secundario en la obra de tu vida. Me lo habías advertido. Y no te creí. Me dijiste que dolía, y yo pensé que algo tan hermoso nunca podría convertirse en dolor.
Se ha hecho de día, pero lo sigo viendo todo tan oscuro... y se me olvidó dónde está el interruptor de la luz.