Te llevo siempre en esa canción,
y cuando te necesito, con una voz ajena te hago viajar de nuevo al interior de mi cabeza.
Las mejores historias son las que hablan de lo que no cuentan, ésas que tienen otras letras impresas en los márgenes y entre los huecos de los renglones. Las mejores historias son las que dejan rendijas, grietas pequeñas por las que descubrir qué es lo que se mueve dentro de todo.
Conozco personas capaces de deshacerse de los golpes al momento. La vida les jode y ellos, ¿qué hacen? Lanzan una sonrisa, así, de ésas con flash, y siguen con lo de siempre. Y lo peor de todo no es eso, no. Lo peor es que, aunque borren las patadas y putadas, aprenden de ellas. Aprenden y resetean, o resetean y aprenden.
Yo no soy así. Me caigo, me caigo y me caigo y el dolor de la caída se me queda para siempre grabado en el hipotálamo; pero, aunque el recuerdo del arañazo se repita y se repita, vuelvo a dar un traspiés. Y, cómo no, me caigo. Llevo aprendiendo a no caerme desde el 95; más de 17 años de curso intensivo y todavía no llego al cinco.
Díganme la receta o me pongo ahora mismo a romperle las manillas al reloj. Tal vez así, sin tictac, no tenga tiempo de volver a rasparme las rodillas.
un segundo y ya no hay nada
sólo si no es sola.
Estaba ciega.
Mi inconsciente, actuando por sí solo y librándose de las cadenas que mi paupérrima parte racional podría haberle impuesto, me había cosido al interior de las pupilas un trozo de la tela más barata del mercado. Al ser barata, era mala; al ser mala, la luz entraba en mí por sus eternas irregularidades que nadie se esforzaría nunca en arreglar. Y así era: se colaban en mis ojos, en mi cuerpo, en mi alma, en mi cascarón, rayos de luz juguetones que distorsionaban aquello que podría haberme hecho darme cuenta que ya no veía nada. Se convirtió en disfraz; el disfraz, en certeza; la certeza, en ilusión; la ilusión, en esperanza. Y así, ciega y creyéndome autosuficiente, tropecé.
Muy ciega.
"Hago lo que quiero y así quiero todo lo que hago", decía.
Qué ciega.
"¿Y qué haces ahora, qué quieres hacer?", contestabas.
"Verte", mentía.
Estaba ciega y presumía.
¿Qué era lo peor de la ceguera?
La luz.