¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 27 de julio de 2014

conmigo




-Yo no sé coser. No tengo ni idea. A veces oigo a la gente hablar de puntadas, de tipos de hilo, de nudos y cosas así, y no sé, me mareo un poco. No me gusta coser, y cuando agarro la aguja siempre tengo miedo a que me cree un hueco en las yemas de los dedos. Porque la aguja no es de piel; es de metal, y además de un metal duro y frío. Y es como si fuese a deslizarse por mis dedos, como si fuese a derrapar por mis huellas dactilares, y así no hay quien cosa, no hay quien arregle ni un mínimo agujero... Y me doy cuenta a veces de que en realidad ese miedo no es nada. Sólo es una excusa. Quiero decir, que te dé miedo una grieta en la piel es una gilipollez. Pero en realidad también es una gilipollez como una casa no saber coser. Porque coser es fácil, y es básico, y dentro de algunos años me hará mucha falta, y yo no voy a saber ni siquiera arreglar un calcetín o subir un vuelto, ¿y entonces qué? Es más fácil no querer coser que no saber hacerlo. Y sin embargo, pues, joder, me da lo mismo. Me da lo mismo, porque a mí no me atraen las agujas ni los hilos, no me atrae arreglar lo roto, sólo el instante de romperlo. Y todos me dicen, eh, Aida, qué pasa, las mujeres tienen dedos buenos para coser, ¿sabes?... ¿Qué coño es eso? Soy una mujer, pero eso no significa nada. Tengo los dedos largos, y tengo pestañas de tía, y en el núcleo de mi centro se halla la llama, la chispa femenina, y no sé tener la cabeza quieta, y sí, sí, sí, yo también lloro mucho cuando tengo la regla, el otro día se me cayó un huevo al suelo de la cocina y me rompí en gotitas saladas, y yo también disfruto del rimmel negro que me mancha los dedos como la tinta de una pluma cada vez que lloro y moqueo, también disfruto de ello, porque sé que estoy sintiendo. Yo también abro la boca cuando me pinto las pestañas. Tengo dedos de mujer, y con ellos hago muchas cosas. Pero coser, ¿por qué? ¿Por qué tengo que saber coser, por qué tengo que disfrutar del frufrú de la tela, del frenazo al clavar la aguja entre los hilos y apuñalar, apuñalar las vestiduras?... No lo entiendo. A veces me cuesta captar las cosas, ya lo sé. Soy un poco corta de eso que vive detrás del flequillo. Sin embargo, sé cuándo me están diciendo una gilipollez. ¿Qué significa, venga, qué cojones es ser mujer? No hay nada. No hay nada que defina lo que somos, sólo una biología obtusa, y a veces ella tampoco acierta. No hay nada que me obligue a ser quien soy, y tampoco a ser quien no soy o ésa que debo ser. Y puedo asegurarte, te lo digo en serio, que yo no tengo dedos buenos para coser. ¿Los ves? Míralos. No significan nada. Lo único que importa es lo que hago con ellos. Por sí solos no són más que huesos, carne y piel. Y si yo no sé coser, entonces mis dedos no sirven para eso. Por mucho que sea mujer, hombre o lo que sea. Todo eso, todo lo que nos dicen, todo es cultura. Todo es una construcción social, la creación de unos papeles que a veces constriñen y joden. Me gusta ser mujer, y es quizás mi única naturaleza, la única forma en la que este ser raro y con manías que soy yo se desarrolle, y sin embargo no me siento orgullosa de serlo porque nacer mujer en realidad no es nada. No hay nada que pueda hacer un hombre que una mujer no pueda hacer, o sentir, y viceversa. Todo depende de lo que lleves dentro. De quien seas. De querer coser o no, no de tener buenos dedos. Y por cierto, que sepas que la tía que debo ser, esa imbécil, me cae como una patada en el culo.

miércoles, 23 de julio de 2014

yo



Yo no quiero aceptar las reglas del mundo, no quiero andar al compás del tiempo de los relojes y de las hojas de los calendarios. No quiero, me niego, no quiero revolverme el pelo con un viento que no es mío, que no me pega donde quiero. No quiero que el mundo me moldee, no quiero nada, nada, que yo no decida.
No hay consenso. No hay vida entre mis manos. No importa nada. Me rompo sin querer, y a la vez queriendo, y dibujo con los trozos de mi cuerpo un par de frases sin contorno, porque tampoco quiero, joder, aceptar las reglas de la morfología, de la sintaxis, de la gramática.
 ¿Por qué tenemos que vivir agarrando lo que viene de fuera, tomando entre las yemas de los dedos un par de condiciones laxas que nosotros no hemos decidido? ¿Por qué los actos de los demás tienen que recaer en las tiras de mi piel, en el rugir de mis tripas?... No quiero, no quiero, no quiero.
Que sólo me duela lo que yo araño. Que sólo me joda lo que yo elijo. Que sólo me reviente yo, yo, yo.

sábado, 12 de julio de 2014



Todo sucede deprisa.
En la calle, las gotas de lluvia derrapan por el aire, y tap, tap, tap. Caen sobre la multitud de latas desparramadas por el pavimento, latas vacías y cubos abiertos, envases que brotan en el ojo como si pudieran sofocar la gotera, evitar que la calle se llene de agua y se cree un pequeño río artificial. Y la lluvia sólo es eso, una gotera, un pequeño agujero en el cielo que se abre y deja pasar la riada, una tormenta que quizá suceda en el mismísimo espacio. La lluvia sólo es una gotera.
Pero todo, todo sucede deprisa.
Estoy sentada en el sofá, y apoyo los pies en la mesa de centro del comedor. Me miro las uñas, que están pintadas de negro. Y en realidad, la pedicura es una cosa muy absurda. Porque puedes hacértela mal, al trancazo, y nadie se dará cuenta. Los pies siempre están lejos, en las antípodas del cuerpo. Y quizá, si falla un trazo, no lo vea nadie. Mientras pienso esto, todo sucede.
¿Qué sucede?
Todo. 

viernes, 11 de julio de 2014

diálogos conmigo


-Y quizás mi problema sea, no sé, que tengo demasiado claro quien soy. Que sé con demasiada certeza qué es lo que me forma, cuáles son mis valores, cuáles son los raíles de mi locomotora. Y la certeza se vuelve roma con el tiempo, porque a veces tengo delante de mí una oportunidad, un buen plan, ¿sabes?, y lo mando a la mierda. Porque yo sé quien soy. Y no me da la gana de que venga alguien a decirme cuáles son mis vértebras. Tengo toda la vida por delante, ya lo sé, no me mires con esa cara. Que no me mires así, coño. Tengo toda la vida por delante, y algún día aprenderé a no ser tan soberbia, y seré capaz de aprender que lo que me corre por las venas sólo es sangre, que lo que me permite hablar sólo es saliva, no algo íntegramente mío... Pero es que yo creo en la igualdad. Y dentro de esa igualdad sólo cabe un mundo en el que todos, absolutamente todos seamos diferentes. Un mundo en el que cada uno sepa quien es, en el que cada uno pueda argumentar las cosas o las mierdas que le forman con concisión. Yo soy igual que tú, y sin embargo, tú y yo somos distintos, porque no vivimos dentro del mismo cuerpo, ni bajo la cúpula del mismo cerebro, ni hemos vivido igual. Que todos seamos iguales requiere que entendamos que tenemos valores diferentes, formas distintas de ver la vida, de tocar el mundo, de saborear el dulce, ácido o amargo de la existencia. Pero yo, no sé, creo que lo tengo demasiado claro, que me he formado una imagen de mí demasiado pronto. Y este mundo, que está vacío y podrido, nunca va a entender eso. Porque nunca entiende nada. Porque no somos iguales, porque la igualdad no es nada, sólo un vicio que tenemos algunos. Y la diferencia, entonces, tampoco existe. ¿Me das un poco de café?... Gracias. Mira. Tú tomas el café fuerte, y yo siempre pido un cortado flojito. Y el problema está en que yo sé que me gustan los cortados flojos y ya está, a la mierda los cortados duros, fuertes, concisos, de café y una manchita de leche. A tomar por el culo. ¿Tú cedes? ¿Tú puedes tomar el café flojo aunque te guste arrugar la nariz en el primer sorbo? Igual sí, yo qué sé, te he visto tomar cafés de todo tipo sin quejarte, sin decirle al camarero que es un gilipollas, o sin dejar que se te vea en la cara que estás lanzando tacos cerebrales... Pero yo tengo demasiado claro quien soy. Demasiado. Y si pruebo cosas nuevas es sólo porque sé que me gusta probarlas. Y en realidad soy muy joven, ¿no? Demasiado, también. En fin, tampoco tengo ni puta idea de por qué tengo que contarte esto ahora, pero con todo eso de que hoy haga fresco, de que la luna esté grande, yo qué sé. Supongo que, a la vez, te estoy explicando que tengo muy claro quien eres tú, quienes son todos. Y por eso me jode tanto, tantísimo que la gente a la que quiero se traicione. Me jode que hagan cosas que ellos mismos, lo que son y su arquitectura no merezcan. Me revienta. Tengo demasiada fe, ésa es la cosa, demasiada fe en los demás, demasiada fe en mí, que a veces me resulto tan inaccesible como todos los que no comparten tripas conmigo, pero me falta fe en el mundo. En este globo inservible con los polos achatados. Y me da por pensar a veces, no sé, así, a bocajarro, que no nos merecemos esta mierda de sitio. Que nosotros sí somos dignos, pero que no vamos a poder hacer nada, que vamos a seguir estancados, ahogándonos en nuestros propios fluidos, porque esto no va a marchar nunca. Porque hay demasiada división, demasiada intransigencia. Porque el mundo también tiene demasiado claro quien es. Y lo hemos ido formando a lo largo de una Historia que no ha sido sino una sucesión de peleas. Y, como se suele decir de coña, hemos creado un monstruo. Un ser que es diferente a nosotros, que difiere de nuestro concepto de vida, y que nos pega, y nos pega, y nos pega, y nos domina, y está siempre por encima de nosotros, de nuestros valores, de eso que somos, de eso de lo que estamos tan seguros. Un ser al que nadie puede arrebatarle nada, porque el orden ya está creado y hay demasiado cemento, demasiado hierro, demasiada burocracia. Y los que están con el sistema son aquéllos que tienen el poder, mira tú qué risa. Son ésos que nos miran en ángulo cenital, como siempre, y, como decía aquel texto, se frotan las manos. Ay, no sé... Nosotros podemos ser lo que nos dé la gana. Ahora y siempre. Podemos llevar dentro lo que queramos, del mismo modo en que podemos mover los dedos, hacer como si bailaran. Y dentro de nosotros podemos cargar estrellas, y chispas, y fuego líquido. Pero ¿y el sistema? ¿Qué pasa con él? ¿Por qué no se mueve, por qué no avanza, por qué no levanta las piernas y se echa a correr de una puta vez? ¿No somos nosotros, el sistema? ¿No se compone de un montón de personas, de un montón de cuerpos con fe, convicciones, con el problema de tener demasiado claro lo que son? No. No, no y no. La estructura es un bicho. Un bicho de mierda. Y nosotros le echamos de comer, y le damos el café como le gusta, siempre como le apetece. Le gusta fuerte, ¿sabes? Duro. El mundo es un poco sádico. Lo hemos hecho así. Porque a él lo hemos hecho nosotros, y romperlo nos haría tambalearnos, nos haría sudar, y escurrirnos como gotas, gotitas... Y sin embargo, ¿no crees que merece la pena? ¿No crees que vale la pena desajustarnos un rato, marearnos y girar como trompos, sólo un poco, para poder ser libres, para poder ser siempre iguales, iguales y distintos, y dejar de echarle de comer al bicho, o de tolerar que otros lo hagan? Yo creo que sí... Pero no sé, joder, no sé cómo hacerlo. Tengo demasiado claro lo que soy, y lo que somos, y ése es mi problema. Y ahora, sólo porque sé que quiero torturarme, me voy a pedir un café como ése. Pero sin leche condensada. Nunca cederé a la leche condensada.

lunes, 7 de julio de 2014


No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. Sí...

Sístole
Fue la primera vez, y la más puta...
Diástole
Yo no quería nada, pero esa vez fue tan puta...
Sístole
Tenía los labios hinchados, y la cabeza roma,
Diástole
y las yemas de los dedos llenas de huellas en forma de nube,
Sístole
y yo no quería nada, pero qué puta.
Diástole
Me agarró los vueltos,
Sístole
se me soltaron las costuras,
Diástole
la aorta se me rompió.
Sístole
Y tan puta, joder.
Diástole
Después, el corazón me fue despacio,
Sístole
arritmia psicosomática. 

domingo, 6 de julio de 2014

de preguntas



 A veces me hago preguntas, y antes de terminarlas, antes de cerrar la interrogación, ya sé lo que me voy a responder. Pero a mí, desde siempre, se me dan mejor las preguntas que las respuestas. Y en realidad qué importa, si una respuesta jamás va a influir en la cadencia del ritmo, en la bajada de las cuerdas vocales cuando la lengua pregunta. Qué más da, si a mí me gusta sentir cómo me derrapan los fonemas por la boca mientras me cuestiono todo, mientras ignoro que ya tengo las respuestas dentro de mi coco, y que si están ahí y no hacen nada, hacerlas salir no va a significar una mierda. Y qué, si a mí me gustan las palabras, y mi vida tiene más que ver con las preguntas que con las respuestas. Qué me importa, si en algún momento alguien puede escucharme y aspirar la cadencia de la interrogación con el caracol del oído, y puede que me dé una contestación distinta a la que yo, desde las esquinas de mi cráneo, diseño. Y ésa es, de alguna manera, la gracia. Que puede llegar alguien, cualquiera, y aportarme algo más, algo que se salga de lo que yo sé. Porque en mi cabeza cabe poco, y puedo procesar muy poquito. Y tal vez, no sé, tal vez pueda agarrar con imperdibles lo que los demás me dan. Y quizás por eso, sólo por eso mi vida tenga más que ver con las preguntas. Mi vida y también yo. Porque soy humana. Y quizás mis ojos, más allá de la miopía y el astigmatismo, tengan una arquitectura perfecta. Tal vez mi nariz aspire como es debido, y mi lengua sea perfecta, y yo sea un ser humano como los demás, y mi cuerpo funcione así, como la máquina mejor construida por la naturaleza. Pero yo, mi alma, lo que soy, lo que somos todos, está torcido. Y ahí, justo ahí, está lo bueno.
Y no sé, ¿seguirás leyéndome?...

agua I

Y si yo fuera una gota de lluvia, entonces me aferraría con fuerza al algodón, y crecería agarrada, y me volvería cada vez mayor, y pasaría los años con las uñas clavadas al filo de las nubes. Si yo fuera una gota jamás dejaría que me obligaran a desparramarme sobre un prado en el que no quisiera terminar mis días. Aunque supiera que después me evaporaría, que subiría sin remedio y gracias al calor. Clavaría las uñas y los dientes, y los dedos y los pies, y me volvería parte de la nube, porque nunca, nunca, nunca nadie podría separarme de lo que quiero, de lo que pido, de lo que merezco. Y gritaría, y me oirían desde el suelo, incluso allí donde no quiero llover, donde no quiero que me lleven. Y quizás, no sé, quizás me deformaría, y me importaría poco, porque yo no tendría la culpa de que la gravedad hiciese con mi cuerpo lo que le diera la gana. Mi cuerpo sin contorno sería el símbolo de mi terquedad, de mi victoria silenciosa, de lo que se dejaría leer en los cardenales que me crecerían debajo de las uñas, gracias a la fuerza de mi cuerpo evitando caer, caer, caer siempre hacia abajo... Seguiría ahí. Y sería libre, porque estaría gritando que no quiero, que no me da la gana, y en esa falta de querer estaría mi resistencia. Si yo fuera una gota y quisieran hacerme llover sobre los muertos, nadie sacaría de mí ni un puto asentimiento, ni una sonrisa, ni una mínima, ínfima condescendencia... Yo no dejaría que me echaran del cielo. Porque si lo hiciera me caería, y tendría que aguantar el aire cortándome los cachetes, y me dolería la punta de tanta gravedad, de tanta inercia. ¿Y para qué quiero yo dolor, si puedo complacerme a mí misma mientras grito y grito y grito, o mientras se alza el ruido de mi silencio embravecido, de mi rebeldía muda?... ¿Para qué quiero dolor, si yo puedo más que él, si soy más fuerte que la pereza o la angustia o las ganas de que todo termine? ¿Para qué quiero que me duela, si puedo hacer que el único dolor que desgarre mi piel y mi alma sea el dolor con sentido, ése que me apriete las yemas de los dedos?