¿Qué significará el tiempo sin relojes?

jueves, 31 de mayo de 2012

Las historias más bonitas son esas imposibles de ilustrar, que se quedan alojadas en un rincón de la cabeza, repitiéndose una y otra vez.




viernes, 25 de mayo de 2012

Relojes.


  1. Corrientes de agua.
  2. Tierra firme.
  3. Cristales de sal.
  4. Papel cebolla.
  5. Vapor de agua.
  6. Pupilas dilatadas.
  7. Vitamina D.
  8. Color limón.
  9. Las 24 horas.
  10. Las 4 de la mañana.
  11. El momento final. Llegamos.
  12. Cubitos de hielo.


El día 1 que tendió a 16 y termino girando el seis.
El tono castaño de su pelo, los ojos color miel, ese lunar, el olor a café quemado y la euforia mañanera. Las pulsaciones aceleradas, la sudadera negra, las críticas destructivas, las zapatillas hasta el tobillo. Los dedos torcidos, los dientes rectos, los remedios caseros, miel a montones. Los celos tontos, la rutina, aquel gesto sacado de una película, el bronceado irremediable, las quejas que duraban días enteros. Sus canciones con rima asonante, los paseos a solas, eclipse. El corazón de papel que no se arruga, las medidas de emergencia, los videojuegos, los proyectos de futuro que siempre se olvidan. Las promesas, un vestido blanco, una pulsera de cuero, lo que crees. Amargura constante, los labios carnosos, los ojos rasgados, acorta y extiende. El doble y la mitad, moratones, inestabilidad que tiene ciclos lógicos, gritos guturales. Ése es él.

...todo lo que te gustaría tener pero no tienes.
Lástima.

martes, 22 de mayo de 2012

78

No sé.
Vuelven a clavarse en mi piel, ejercen una presión inhumana. El dolor hace presencia poco a poco, parece que grita que ya ha llegado a su destino. Por todos los medios intento que salgan y se alejen de mí otra vez como muchas antes, pero siguen ahí.
Esta vez no van a marcharse.
Algo me lo dice. Un susurro al que le sobran decibelios, desde el fondo de mi cabeza.
Me torturarán hasta que no tenga fuerzas para continuar y desista. Quieren que haga algo al respecto, pero... ¿qué?
Esas respuestas que nunca aparecen cuando las pides.
Ya me lo han arrancado y han ocupado su lugar. Han conseguido que me ahogue en un vaso de agua.
(De Kas Limón...)
No vamos a volver a ser libres si las espinas de tus rosas siguen metiéndose dentro de mí cada vez que consigo que alguna ceda. Te lo advierto. No volveremos a encontrar pétalos nunca más.


viernes, 18 de mayo de 2012

Te has dejado las llaves puestas.


El sol se cuela entre los árboles e ilumina el perfil derecho de su rostro, dejándole pequeños círculos irregulares de luz como pecas gigantes. Su boca se curva en una ligera sonrisa que me cuesta distinguir. La cosa es que, aunque la sonrisa es leve, es contagiosa y sonrío yo con él como si las comisuras de nuestros labios estuvieran unidas por hilos invisibles y me estuviera tirando. Recuerdo las palabras que le dediqué hace cosa de un año: “Eres un animal en peligro de extinción”. Así es. A nadie de mi especie se le refleja así el rojo de mi camiseta en los ojos, que son tan negros como el petróleo. Nadie de mi especie es capaz de comerse un bote entero de ramen picante en un minuto (cronometrado). Nadie de mi especie sería capaz nunca de hacerme reír hasta caerme de la silla y romper toda la vajilla como hizo él una vez. Nadie de mi especie puede argumentar como si estuviera rezando el padre nuestro treinta razones por las que se ha puesto una camiseta azul un sábado. No creo que nadie de mi especie se sepa todas las canciones de su MP4 (son quinientas, por Dios) sin excepción, por mucho que las haya oído o que le gusten. Nadie de mi especie sería capaz de irme a buscar a las doce de la noche y hacerme salir de la ventana para colarse conmigo en la piscina pública, habiéndola llenado antes de pelotas hinchables, porque le dije que me encantaría bañare de noche entre burbujas que no se rompan. Sólo él, mi pequeño Puma.
Gira la cabeza y las pecas de sol iluminan su coronilla por un segundo antes de que se ponga en pie y eche a correr. Sus pies suben y bajan y suben, y bajan, y suben y bajan en una danza magnética que me hace volver a pensar que estamos unidos por alguna clase de hilo invisible. ¿El famoso hilo plateado de los meñiques o las cuerdas de un títere? Pruebo a mover mis dedos, luego las muñecas y finalmente me muevo entera como si convulsionara. Él ya se ha parado y está totalmente quieto. Miro mis propias muñecas buscando indicios de alguna cicatriz o algún pedazo de hilo visible. Las registro pero no hay nada, absolutamente nada y me siento aliviada, no es mi Puma quien me controla, no caeré al vacío si él corta los hilos que nos unen y nos han unido siempre, títere y titiritero.
—¡Ven! —me grita desde donde está. Parece un muñeco.
Y entonces me levanto y corro hacia él y comprendo que los hilos que nos unen en una relación simbiótica y no parasitaria o manipuladora no están cosidos a mi piel ni atados a mis dedos meñiques o a la comisura de mis labios. Son las palabras. Están en el fondo de la garganta o tal vez más adentro, tal vez residan en el mismísimo núcleo de mi alma.

domingo, 6 de mayo de 2012

¿Expectativas?


—Realmente crees que todo está bien —dice, atónito, mirándome sin pestañear y tal vez revolviéndose por dentro.
—No lo sé —suspiro—, no lo sé.
Se ríe a carcajadas. Deja el sonido repitiéndose en mi cabeza unos segundos. Segundos en los que pienso que su risa sonará para siempre en mi mente y no me dejará dormir nunca más, como el tictac de un reloj, que no debería alterar a nadie ni sentirse pero lo hace.
—¿Qué pasa contigo? —pregunto y me incorporo.
—No, esa es una pregunta que debería salir de mi boca y no de la tuya. ¿Qué pasa contigo? —parece un niño pequeño que quiere tener la última palabra. En realidad, siempre quiere tenerla, aunque no sea considerado un niño— ¿Por qué estás aquí?
Me sorprendo ante su pregunta. Parece que se está volviendo loco, chiflado, lunático.
—Tú me has llamado.
—Quiero decir —se pone un dedo en la frente— aquí. En mi cabeza. Siempre. Es desesperante. De verdad que quiero librarme de ti, sacarte de mi vida. Pero cuando lo consigo, o al menos lo creo, apareces de nuevo en mi cabeza.
—¿Y qué quieres que te diga?
Suspira como si se fuera a vaciar por dentro. No digo que no me habría gustado fuera como un globo y saliera volando rápidamente hasta vaciarse. Desaparecería casi por completo.
—Nada. No tienes nada que decirme.
No tengo nada que decirle, pero sí mil cosas que demostrarle. Y como sigo siendo tan tonta e inoportuna decido comenzar por lo último de la lista simplemente para ver cómo sus ojos se cierran y aprieta los puños con fuerza para no pegarle a cualquier objeto duro que le haga daño en los nudillos:
—Nunca he tenido nada que decirte. Sólo me estaba...
—...entreteniendo —continúa mi frase y, efectivamente, cierra los ojos, aunque tiene las manos ocultas bajo los muslos y no puedo vérselas. Pero no me siento victoriosa. Me siento mal. Me siento sucia. Me siento como tantas veces pensé que él debía sentirse— ¿Y ya está? ¿Eso soy para ti? ¿Un juguete?
—Sí, supongo —trato de arreglarlo con ese "supongo", pero su expresión no cambia.
—Que te den.
Se pone en pie y anda hacia la puerta. Su reloj de muñeca sigue ahí, encima de la manta. Y siento que también sigue aquí la esencia que abandonó al tratar de vaciarse con un suspiro.
Cuando sale por la puerta, me doy cuenta de que tiene las manos relajadas.