¿Qué significará el tiempo sin relojes?

lunes, 29 de abril de 2013

de ánimo caliente




Por una vez la quemazón no es un reflejo de las palabras amontonadas en el filo del hidrostato muscular. El líquido baja por el esófago y se reúne triunfante con el interior de su anatomía. El vacío, al recibir el chocolate caliente a una temperatura digna de la roca derretida, entra en ebullición. Borbotea y se mueve y se extiende y quema; y tal vez al fijarnos podríamos adivinar el vapor de vacío que asciende libertario hasta dar con la salida y abandonar el cuerpo. Ya tuvo el gusto de abusar del crepitar del fuego entre los huesos. Nadie, ni el más brillante experto en la materia, podría atisbar en su rostro de corte romano ni un solo indicio del vacío que le hierve dentro del tronco. El cuerpo se calienta, el vapor que no sale permanece, la vida pasa entre sorbos de chocolate caliente con el que las penas esperan ahogarse; pero siempre hierve algo y le baja por la garganta algún salvavidas que no es más que el eco de una idea que en realidad nadie pensó. Y como el cuerpo arde y el tiempo se consume hasta volverse ceniza, se vacía las costillas con paciencia. Alimenta el fuego. Sube la temperatura. Y la ebullición sigue y sigue, ablandándole la carne desde dentro, quemando, arrasando. Nuestra tetera humana abandona por un instante el verano mental y clava la mirada en el reloj de pared. Son las seis y trece de la mañana y las manillas quietas de un reloj que podría ser una ventana al mundo le obligan a asegurar que ya llegó al punto de odiar por amar demasiado.



miércoles, 24 de abril de 2013

más allá de mí



Me dan igual las excusas. Me parecen una pérdida de tiempo, una bonita forma de engañar y engañarnos, de poner máscaras que a veces arden por sí solas. Y no me importa no ponerlas porque a veces soy incapaz de pensarlas; a veces soy sincera por pura desgana, por inutilidad. 
Cometo errores. Muchos. Los cometo a montones y la mayoría de las veces no soy consciente de que estoy actuando mal hasta que la situación me explota en la cara (porque los errores son burbujas y las burbujas siempre, pero siempre explotan). Y a veces me gusta pensar que puedo lanzar los errores a la estratosfera y dejarlos para siempre allí, mirándome desde arriba, en un eterno ángulo cenital tras el cual no puedan hacerme daño ni hundirse en mí como dagas envenenadas. No tengo ni idea de cómo hacerlo. No sé alejarme de nadie ni de nada porque, qué quieres que te diga, a veces la distancia que puedo poner entre mi persona y lo ajeno a ella puede significar un distanciamiento con esta loca que tengo dentro y a la que tengo que soportar cada día. Cada día, cada semana, cada mes, cada año; no caduco pero sí tengo marcado el consumo preferente. Y lo peor de todo es que no me canso del zigzag de mis pensamientos tontos dentro de esta cabecita mía que está hueca y no se llena.
No soy capaz de pensar con normalidad si no es a rastras. Tengo que agarrarme por las muñecas y lanzarme con fuerza hacia el camino que creo bueno y lógico. Tengo que volverme dos personas en una, comprimidas, existiendo de la mano pero arañándose las piernas, y lo hago casi sin querer. Y es que no puedo concebir una vida llevada únicamente por la parte que hoy teclea; la parte que no sabe pensar si no es por escrito, que no se entiende si no se lee. Lo sé. Tal vez esto sea un problema. Tal vez esto pueda llevarme a la tonta paradoja de que cualquiera que me lea (y que soporte leerme) llegue a conocerme tanto como yo lo hago. Porque al fin y al cabo no soy más que un personaje ajeno a mí, alguien que me ve desde fuera, que mira con un telescopio pequeñito a través de mi ventana. Me espío a mí misma y así intento saber quién, qué, cómo y por qué soy. Y a veces lo consigo.



 Tres ideas tontas. Estúpidas. Hoy mi cabeza me abandonó, ignorando mis gritos, mis peticiones, y agarró un jetpack para salir propulsada hacia las nubes y quedarse ahí a dormir. Por eso no sé pensar. 
No sé pensar, pero de nuevo me importa una mierda.


(Y me despido hoy así,
con una de estas palabras feas que no sé por qué digo tanto.
Me despido de ti, que me lees, que me soportas, que me conoces,
y lo hago casi sin querer.
Y hoy te hablo directamente a ti
que te pasas por aquí
a ver qué te cuenta esta desequilibrada que se contradice por lo menos una vez cada dos segundos
y cambia de opinión igual que de color de uñas.
Lo sé.
A veces puedo ser irritante.
Puedo deprimir.
Puedo cansar.
Porque no sé pensar.
Y cuando no pienso, soy como un tren descarrilado.
Así que gracias por soportarme, por estar, por conocerme, por no marcharte aunque te ametralle con mis historias tontas
 y mis palabras feas fuera de contexto.
Buenas noches.)
Reina del Drama.




PD: Se busca cabeza perdida. Recompensa a negociar.

lunes, 22 de abril de 2013

casinoexistes



Vamos a omitir que no conoces estos diecisiete míos que me hacen querer parar el tiempo y guardármelo entre las zanjas de la mano. 
Vamos a omitir ese mundo estratosférico de fuego líquido y sonrisas no tan limpias al que viajamos aquel día en el que empezaban mis dieciséis. Vamos a omitir que esos mismos dieciséis fueron los que terminaron alejándome de ti y se convirtieron en un año de mierda que quería aparentar estar pintado de flores. 
Vamos a omitir que cumplieras la veintena mientras me reprochabas que no iba a acordarme (cuando lo cierto es que aún recuerdo la fecha y lo he hecho siempre). 
Vamos a omitir aquellos quince míos de quererte en un susurro y no saber no recordarte al pensar en mí misma. 
Vamos a omitir mis catorce de tenerte sólo un poco y perderte sin que tú me perdieras, de que aparecieras de vez en cuando y me agarraras con anzuelos las comisuras de los labios para hacerme sonreír. 
Vamos a omitir mis trece de casinoexistes, de rebuscar entre mis cajones por si te encontraba de repente aunque, qué quieres que te diga, no sabía qué buscaba (mis trece de aquella conversación nada importante que los dos recordábamos al llegar los quince). 
Vamos a omitir mis doce de conocerte sin querer y reírme por lo bajo de tus chistes, del chico mayor, de no saber a qué me enfrentaba.
Vamos a omitir que siempre estuvimos presentes pero que no lo sabíamos. 
Vamos a omitir que tal vez el destino (si es que existe) quisiera darnos una lección de ésas con las que en teoría deberíamos aprender algo. 
Vamos a omitirlo todo porque ya no importa, porque el tiempo borró con una goma áspera todo lo que significaron las llamas frías de una adolescencia que todavía no ha terminado. 
Vamos a omitirlo porque no queda más remedio.
Pero no puedo omitir que hoy me acordé de ti al abrir cierto libro y encontrarme un pétalo seco de rosa que no sé cómo se coló de nuevo en mi vida. No puedo omitir que la primavera me jode un poquito cuando te paseas por mi cabeza con las manos en los bolsillos y colorines en los ojos. No puedo pero quiero, y la impotencia de no quererte pero recordar lo que era hacerlo (una puta montaña rusa) me trae una sensación que nunca entenderé.
Vamos a omitir que hace calor. Centrémonos en el frío de aquel diciembre que lo rompió todo. Tal vez así me dé por volver a reírme de todo y de mí. 

domingo, 21 de abril de 2013

que nuestra historia se deslice semana a semana, bajando por mis manos y recorriendo tu espalda de hielo y horas rotas





conocerte un lunes
sin morder los martes,
siempre riéndonos el miércoles
(a quemarropa)
y querernos un poco el jueves,
y estirar un "adiós" de viernes
para creer el sábado que te he olvidado
y el domingo morderme las uñas
sabiendo que el lunes
todo volverá a empezar.








sábado, 20 de abril de 2013

23


¿De qué manera medir mi vida, el pequeño tren que corre y a veces se para porque no tiene ganas de seguir? ¿De qué manera  seguir adelante, sin mirar nunca hacia atrás pero sin proyectar mi mirada hacia un futuro tal vez inmediato en el que ya no estés a mi lado? ¿De qué manera conservarte?

¿De qué manera vivir? 

miércoles, 17 de abril de 2013

normal



Quizá mañana encuentre adrenalina escondida entre los azulejos, agazapada, acechándome, esperando el momento de saltar y morderme. Quizá mañana, sólo mañana y ojalá mañana...



¿Por qué mañana?
No lo sé. ¿Por qué no? ¿Por qué no pronto? ¿Por qué no mañana?
Ah. Ya.
Hoy no sé pensar, así que no sabré si pensármelo. 


Quizá mañana encuentre razones para volver a mirar tus pecas. Quizá estén entre las sábanas.


¡Hoy no sé pensar
y me importa una mierda!

miércoles, 10 de abril de 2013

y ya no sé



Que quién soy, dices. Que en quién me he convertido.
No soy nada. Soy un trozo de materia fría que no sabe ser estable, que rompe con todo, que no sabe estar callada, que no te dejará pasar delante. Soy un poquito de nada dentro de una taza manchada de café, y no me importa porque sé lo que soy y sé por qué. Sé a dónde voy, a dónde quiero ir. Sé en todo momento dónde estoy. Y saberlo es lo único que pido; sólo eso y poder levantarme cada día y decirme a mí misma que no tengo nada que esconderme, que soy quien soy y no quien debo ser. Porque no creo en nada que no mueva lo que llevo dentro. No creo que nada que no sea de verdad. Tal vez (y sólo tal vez) me equivoque. Sé que siempre me llamo idiota. Sé que siempre digo que no me entiendo, que no sé nadar dentro de mí. Pero nada de eso quiere decir que no sepa que soy quien quiero ser, quien soy por dentro.
Así que si tú, precisamente tú, me preguntas quién soy te contestaré con un silencio espeso (de ésos que odias). Y lo haré porque a veces también soy silencio. No esperes más de mí. Al fin y al cabo, no soy ni seré nunca quien debo ser (quien tú quieres que sea).
Gracias por darme lecciones que antes no entendía. Y discúlpame por no abrirte la puerta de mi cabeza. Perdí la llave.

martes, 9 de abril de 2013

decisiones de tarde y café con leche


Ya no estás.
Y no sé si exponerte educada y dignamente que me importa una mierda tu ausencia o hacerme la buena para que me eches de menos y decidas volver.
Ya no estás.
Y me importa una mierda, cariño mío.
Así de rápido decido.












Quiéreme ahora.
Sólo ahora.
Después ya no,
que no me gustan tus pupilas dilatadas..

sábado, 6 de abril de 2013

círculos concéntricos y poco más


"Olvídalo. La vida no son círculos concéntricos."
No puedo evitar reírme cuando sus palabras resuenan en mi cabeza. Me río como una loca, sola en el sofá con una revista abierta sobre las piernas y la mente cerrada sobre los hombros. Le recuerdo. Su imagen aparece poquito a poco, haciéndose esperar y yo no me impaciento. Primero son sus ojos, negros como el cielo que me espera en el balcón; luego aparece su rostro al completo y vuelvo a reírme. Soy así de simple. Ya sé cuántas pestañas tiene y no tengo por qué seguir contándolas. No me importa recordarle a medias mientras le cuento a mi amigo envuelto en cristal lo que pasó. 
-Fue todo una mierda -le susurro, rascando su etiqueta con la uña del dedo índice. 
Miro el reloj. Son las doce en punto. Ni un minuto más ni uno menos. Le hago una peineta, harta de preguntarle por qué conspira con el mundo para romperme los días y atraer mi mirada justo cuando son las en punto y puede darme por pensar que he perdido otra hora sin hacer nada. Observo la botella. No sé cuándo la compré, pero estoy segura de que lo hice en esa tienda tan fea que está a dos calles. Pensar que viene de ahí me pone el vello de punta, y no precisamente de la emoción. Me imagino al dependiente colocándola en la estantería, preguntándose si la compraría un ejecutivo importante o una mujer con tacones. Premio: una idiota en chanclas; una idiota sin corazón. Supongo que malgastar una bonita noche de primavera sentada en el sofá, botella en mano -o en boca, según el momento-, recordando estupideces es no tener corazón. Por lo menos sé que hacer daño a las personas que quieres es no tenerlo. ¿Y a quién voy a querer más que a mí misma? 
Vuelvo a reírme porque la ocasión lo merece y su imagen no me deja. La tengo tatuada en el cerebro. He intentado arrancarla miles de veces y sólo he conseguido abrirme heridas y rasgar mis cicatrices. Bebo otro sorbo y ya la garganta no me pica; tal vez la tenga quemada de guardarme las palabras. Trago y a la vez intento doblarme, volverme el mínimo y perderme entre la oscuridad de mi propio cabello. Y no lo consigo. Últimamente soy un conjunto de despropósitos pegados con superglue 
-Fue una mierda, y mi hermana siempre me decía que toda la mierda es pasajera. Entonces, ¿por qué yo no avanzo? 
Miro la botella. Me doy cuenta de que estoy esperando su respuesta. Me doy cuenta de que ya la tengo yo, dentro de mí. Y me da igual. Me da igual porque sé que responderme no va a servir de nada; si ya tengo la respuesta y me aporta más bien poco, ¿para qué sacarla a la luz? ¿Para qué darme más motivos para hacerme un ovillo en el sillón y morderme los labios entre tanto autoengaño? Me he convertido en esto. En sábados por la noche en pijama, en botellas que se vacían a la velocidad del tren, en pañuelos manchados de rimmel. Me he convertido en otra persona, en aquélla que siempre odié. Y a fuerza de haberme convertido en ella me doy cuenta que nunca tuve que odiarla; a fuerza de ser alguien que no soy me doy cuenta que ser yo era difícil. Y puede que me dé pereza volver a vivir de la misma forma. Puede que me deje ganar. Al fin y al cabo, mi vida la manejo yo. Me miro las muñecas en busca de algo parecido a un hilo. Y no encuentro nada. Lo que yo decía: no tengo mi un pelo de marioneta.  
La vida no son círculos concéntricos... ¿Cuántas veces habré intentado entender cuál fue el desvarío que le llevó a escupir esas palabras? Ni siquiera fui yo quien se las arrancó. Simplemente las soltó como si llevase muchísimo tiempo guardándoselas debajo de la lengua, y yo le miré con los ojos entrecerrados, esperando disculpas o explicaciones. Pero no las hubo. No hubo nada, sólo su sonrisa de niño malo y la mía de medio lado que se esforzaba en disimular lo que realmente me hizo gracia. ¿La vida no son círculos concéntricos? ¿Nada influye en lo que ocurre? ¿Los episodios vividos van aparte, puedes dejarlos de lado o guardarlos en cualquier cajón para seguir viviendo? En fin. 
No se puede bucear en unos ojos que el recuerdo te regala. No se puede leer una mente que está dentro de la tuya. Así que asumo que se me acabó el tiempo de hacerlo. Se escurrió por mi piel y cayó al suelo como gotas de sangre. Y el tiempo que ya no está me hace pensar en las gafas de buceo emocional que nunca llegué a ponerme. Nunca llegué a satisfacer mi curiosidad y meterme dentro de la mente más profunda de nuestros dos centímetros habituales de distancia. Y no lo hice porque creía que nunca me faltaría tiempo para hacerlo; no lo hice porque pensaba que era preferible descifrar el acertijo poco a poco. Me quedé así, cosiéndome a él, arañando nuestros lazos y pegándome al vacío. Se movió algo dentro de mí. Estoy segura. 
Clavo la mirada en la botella. Llena se veía más bonita. No tenía dibujados estigmas de culpa. La lanzo contra la pared con tanta fuerza que me asusto, y una lluvia de cristales acuna las nebulosas de mis ojos. Oigo como caen al suelo pero no lo escucho; solamente escucho mis propios pensamientos, que en estéreo se repiten con el ímpetu de una tormenta de las que suspenden conciertos. Ojalá pudiera quitarme estos auriculares internos y dejar de oírme un rato, ya que parece que no soy capaz de callarme.    
Me pongo de pie y, joder, me clavo un cristal. No me duele tanto porque ya soy inmune a cualquier tipo de dolor; soy como una armadura viviente que, sin nadie dentro, camina por sí sola; soy algo que está roto y ya no puede volver a romperse, a consumirse, porque no puede ir a peor. O tal vez sólo esté un poquito borracha. Quién sabe. Y es que la vida son círculos concéntricos y yo estoy encerrada en uno. 


viernes, 5 de abril de 2013






¿Expresar lo que sientes
o sentir lo que expresas?