¿Qué significará el tiempo sin relojes?

lunes, 27 de diciembre de 2010

No cabemos en la caja


Te entierras sin pensar
en el barro de mi alma,
y queriendo sin querer
mientras despunta el alba
con la sonrisa a cuestas
y las mejillas rojas,
te deslizas en el aire por mí,
y dices que me regalas
tus estrellas y tu calma.


Calma, que me llenó de paz.
Que dolía, asfixiante.
Sólo somos pájaros
sin alas, caídos.
Sólo sabemos ser fríos
con una intensidad
amarga, cortante.
Pero no me importó,
nunca lo hizo; y ése,
ése fue el error.


Entonces se abrió
el vórtice azulado
y caímos; tú caíste,
yo caí; siempre así...
Y el azul se volvió gris
porque no cabemos
ni cabremos en la caja.


viernes, 24 de diciembre de 2010

Lluvia.

Llovía. No sólo en las calles, que estaban llenas de paraguas y charcos, de deseos y huellas borradas por el agua... también llovía dentro de mí, dentro de mi cabeza. Apoyé la cabeza en la cristalera del balcón y acudieron las lágrimas. Más agua. Más lluvia.

¿Qué estaba -estoy- haciendo? Cerré los ojos con fuerza y sentí que debía gritar. ¿Dónde me había perdido y qué coño estaba haciendo allí?

Antes, era parte del momento. Antes, podía sonreír sin intentarlo. Antes, no lloraba, antes no llovía tan fuerte...




Ahora me quedo aquí, esperándole, siempre...

Juliette.

miércoles, 22 de diciembre de 2010


Te quiero.
Sólo eso.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Es tan fácil decir adiós, pero tan difícil hacerte a la idea...

Estimado Damien:
Ante todo, quiero puntualizar que si este asunto no te importa lo más mínimo, puedes dedicarte a hacer papiroflexia con esta carta en vez de leerla.
Nos merecemos más que esto, Damien. Somos sol y luna, día y noche, no podemos vivir en el mismo plano, nos anulamos... Siempre terminará pasando algo y volveremos a separarnos, volveremos a creer que nos odiamos y nos buscaremos... y nos encontraremos. Yo te diré ''creía que me habías olvidado'', y tú dirás ''yo sabía que tú no lo habías hecho''. Entonces, porque donde hubo fuego siempre quedan cenizas, volveremos a sentir un anuncio de lo que puede volver a pasar, de lo que podemos volver a sentir.
Y tendré (tendremos) miedo. Y no podremos querernos, porque nunca hemos podido... o sí hemos podido, pero mínimamente. ¿Entiendes? Debemos decirnos adiós definitivamente. No un adiós a medias, no un hasta pronto... debemos decirnos hasta nunca. O más bien hasta siempre... Por eso te escribo.
Por eso, debemos separarnos. Para idealizarnos y querernos pensándonos, para dejarnos huella pero no cicatriz, para no podernos hacer daño sino sonreír cuando nos recordemos. Porque no me voy a olvidar de ti, y te pido, aunque sé que no hace falta, que me recuerdes. Quiero formar parte de tu vida aunque no de tus días. Sé que parezco egoísta pero, Damien, siempre lo he sido. Esta situación en la que nos hemos visto estos últimos dos años, es horrible. No me gusta. Porque el otro día cuando me llamaste, cuando me dijiste que estabas en el portal y yo no quise bajar, sentí algo que creía olvidado desde hace tiempo. Y me duele, joder.
Tengo que darte las gracias por enseñarme a querer de esa manera, por enseñarme también que del amor al odio hay un paso y que también se puede retroceder...
Adiós, Damien. Suerte en todo.
Recuerda: Idealicémonos, querámonos como se quiere a alguien que ha muerto.
Y ahora vendría un te quiero, pero no quiero admitir nada.
Sofía.


(Sigue en www.asesinandocorazones.blogspot.com)

jueves, 16 de diciembre de 2010

Heart project.

Es que no comenzó así. Quiero decir, por mi parte comenzó así, por la suya comenzó ese día catorce de mi abatimiento. O tal vez el primero. Empezamos a jugar a querer y ser querido y terminamos jugando a herir y cubrirse. ¡Qué mes aquél! Bailamos al compás del tiempo y bebimos mar... soñamos de la mano o eso pareció. Tal vez me mienta el subconsciente y nada fue así. Quién sabe. Parecía que el mundo se descolgaría de su hilo invisible y caeríamos. Me pareció que la tierra ya no me sostenía del mismo modo si no estaba para ayudarla. ¡Qué triste! Se llama dependencia, cariño, se llama quererte, se llama tropezar. Tropezando nos volvemos de hierro... o de papel cebolla.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Mentiras, son tan dulces...

No me gustan los ojos marrones, odio los pingüinos, me gustan los domingos por la noche y las siete y media de la mañana, no te echo de menos...

Faltan catorce.

lunes, 13 de diciembre de 2010

... et Lemoine.

-Buenas tardes, señora Lemoine. ¿Está su hija en casa?
La madre de Alicia me miró como si hubiera visto a un fantasma. Había envejecido veinte años en cuatro y parecía más sola que nunca. Alicia me comunicó en una de sus cartas que sus padres estaban en proceso de divorcio.
-Alicia no vive aquí. -se me quedó mirando dubitativa, como si masticara dudas- ¿Eres Allan?
-Sí. Llegué a París hoy y quería... bueno... saludar a Alicia. ¿Podría decirme dónde vive ahora, porfavor?
-Espera un momento.
Entró a la casa y emparejó la puerta. Observé el jardín: Ya no habían columpios ni barbacoa, y prácticamente tampoco habían flores. No parecía ni siquiera un eco del jardín en el que pasé horas tumbado, mirando el cielo. El césped estaba seco en algunas zonas y una montaña de escombros saludaba desde una esquina. Pensé que el jardín había envejecido de la misma forma que la dueña de la casa, veinte años en cuatro.
-Toma. Espero que tengas suerte con ella, chico. Últimamente está más difícil que nunca.
Tomé el papel y le di las gracias. Me disponía a voltearme cuando puso su mano sobre mi hombro.
-Sé que te ha echado de menos.
-Gracias de nuevo, señora Lemoine. Ha sido un placer volver a verla.
Andé por las calles que tanto conocía, con ganas de convertirme en un Spiderman viajero y ascender por las paredes de los gastados edificios. Aún recordaba con una intensidad de cuento como jugaba con las llaves al recorrer estas calles, como hablaba por teléfono o como, simplemente, andaba. Pasé por la vieja heladería y me detuve a, prácticamente, saludar al anciano helado gigante que hacía de portero. Di un rodeo para no pasar por casa y, maleta en mano, llegué al Boulevard Sébastopol. Saqué el pequeño papel que la madre de Alicia me había dado y me adentré en uno de los edificios. El portal olía a amoníaco y a muerte. Subí hasta el segundo piso y me deleité leyendo la placa de la puerta: ''2º F. Alicia Lemoine.'' Toqué la puerta con los nudillos y no se oyó nada. Solté la maleta, que hizo más ruido del que esperaba. Esperé hasta que se oyó el ruido de varios cerrojos. Tres. La puerta se abrió y la mayor de mis sonrisas acudió a mi rostro. Pero se desvaneció de repente. No era ella quien abría la puerta. Era un hombre de unos veinticinco años. Tenía el pelo oscuro, los ojos verdes, sarcásticos, barba de tres días. En ese momento se me antojó el rostro del mismísimo diablo.
-Disculpe... -carraspeé- ¿la señorita Alicia?
-Ha salido. ¿Eres amigo suyo?
Sonreí sarcásticamente, respondiendo a su mirada.
-Sí. Me llamo Allan. Allan Bonnet. ¿Y tú eres...? -Estiré mi nombre deseoso de que me reconociera. De que Alicia le hubiera hablado de mí y se le borrara la sonrisa.
-Yo me llamo Louis. Soy el compañero de piso de Alicia.
-¿Y por qué no está tu nombre en la placa?
-Oh, hemos encargado otra. Acabo de mudarme.
-¿Sabes a dónde ha ido, Louis? -Dejé pasar el hecho de que ese hombre de ojos verdes viviera con ella, y, siendo totalmente optimista, imaginé que sólo era eso, su compañero de piso.
-No lo sé... nunca dice a dónde va cuando está así.
-¿Qué quieres decir con así?
-Pues... estaba triste, ya sabes. Mencionó algo sobre que echaba de menos a alguien que quería mucho y que presentía algo. Pero fue después de estar viendo fotos de... -puso cara de haber recordado algo, puso ojos de miope y adiviné que debía usar gafas- ¿Tú te llamas Allan, has dicho? ¿Allan Bonnet?
Hice un gesto afirmativo con la cabeza y Louis abrió mucho los ojos.
-¿Acabas de... volver de Dublín?
-Sí...
-Oh, mon dieu. Ve a buscarla... No te entretengo más. No sé dónde está, pero tú debes saber a dónde va en estos momentos. Al fin y al cabo -sonrió- la conoces mucho mejor que yo. Suerte.
Cerró la puerta antes de que tuviera tiempo de darme la vuelta. Comenzó a sonar algo de Love Of Lesbian, un grupo español que solía escuchar antes de marcharme.
Debería sentirme aturdido y comenzar a buscar a Alicia en todos los rincones, pero yo ya sabía donde estaba. Había ido al callejón... estaba seguro. Y tan seguro. Ella me dijo que iba a volver sólo en dos casos: Si yo volvía o si se enamoraba. Creería que no lo había cumplido por ir por otras razones, pero lo que ella no sabía es que había cumplido la primera condición. Y que tenía una cita con el destino.
Bajé corriendo las escaleras y no cesé el ritmo hasta salir del bulevar. El callejón quedaba bastante cerca y adiviné que era mejor estirar el momento. Estaba realmente nervioso. Sentía mariposas en el estómago; todo un enjambre de ellas. Entré al viejo edificio abandonado y salté el hueco -en el que iría un ventanal, supongo- que daba a la entrada del callejón. Me destuve antes de doblar la esquina y me di cuenta de que me había olvidado la maleta en algún sitio. Tanto daba. Oí un suspiro y... lo reconocí al instante. El callejón era una especie de mirador olvidado. Era un espacio entre dos edificios, que quedaba alto, y al final había una caída bastante grande. Desde ahí podías ver la ciudad, observarla, imaginar qué estaba pasando. Y, sentada al final, con los pies colgando, estaba ella. Se había cortado el pelo y ahora lo llevaba un poco por debajo de los hombros. Seguía tan perfectamente negro como siempre, tan perfectamente suyo. Llevaba un jersey gris y unos vaqueros oscuros, por lo que podía verse.
Andé lentamente todo el callejón para que no me oyera... Me sentí con casi diecinueve años y los versos al hombro... me sentí perdido como solía estar, en los ojos más azules que he visto nunca. Miré la pared y sonreí. Seguía allí. ''I will follow you forever''.
Me senté, despacito, a su lado. Miré a mi izquierda y vi a una Alicia sorprendida. Pestañeaba mucho y tenía los ojos muy abiertos. Tenía el flequillo como siempre. Los ojos, como siempre. Los labios... como siempre. El rostro, en fin, como siempre. Miré hacia delante y moví los pies.
-No ha cambiado nada... -susurré.
De pronto, Alicia me abrazó, como si acabara de reaccionar. Correspondí el abrazo y noté lágrimas en mi hombro.
-¿Qué pasa, Alicia? ¿No te alegra que haya vuelto? -Mi voz sonó como un suspiro, como una noche de tormenta.
-No seas idiota... yo... oh Dios, Allan, espero que seas tú de verdad, que no me esté volviendo loca... ¿Por qué no me llamaste? Podría... podría haberme puesto otra cosa, y... te habría preparado algo de comer y te habría invitado a casa...
-Entonces... ¿me has echado de menos, de verdad?
-Con cada célula de mi cuerpo, Allan... -me abrazó más fuerte. No pude evitar llorar yo también. Lloramos durante un rato, como idiotas. Como dos idiotas llorando de felicidad por estar juntos de nuevo, por encontrar su hogar de nuevo en los brazos del otro.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Podéis elegir: O vivir perdiéndote ocasionalmente en el pasado o terminar por no recordar quién eres, terminar anclado en planificaciones.

-Recuerdo un día en especial. Ella llevaba una camiseta color mostaza y unos vaqueros gastados. Se había recogido el pelo con un lápiz... esas cosas de mujeres, ya sabes. La miré y me miró y pensé que mis ojos eran los más afortunados en ese preciso instante; esa era la visión más bonita que podría estar viendo. Dijo algo sobre Neruda que no escuché y sonreí por inercia. Idiota de mí. Émi me preguntó, entonces, si creía en el destino. En medio de una biblioteca, recogiendo los bolígrafos y guardando los apuntes, esa no es la pregunta más adecuada. Pero Émi era así: impredecible. Le dije que creía en algo parecido... -algo parecido, algo completamente ridíclo; una especie de energía que dicta las desiciones importantes, como cambiar de país o con quién te casarás-. Ella me contó que el destino la había separado de sus padres con ocho años debido a una enfermedad que terminó con la vida de su madre, y después al suicidio de su padre. Por eso ella no quería creer en el destino. ''Puede traerte cosas buenas, Émi. Repasa los momentos que te han parecido agradables, de tu vida. Cosa del destino.''. Al final, por cosas de éste, me vine a España sin haberle confesado a Émi lo que realmente me hacía sentir, ¿entiendes? Dejé muchas cosas en París, pero eso es otro asunto. Ése fue el peor error de mi vida, porque realmente yo sabía que ella no sentía nada por mí en ese sentido, pero no importa. Ella tenía que haberlo sabido.
-¿Sigues pensando en Émi?
-Buenas noches, Damián.


martes, 30 de noviembre de 2010

Por qué, porqué. Por qué no.

Why do I love you?


Nunca me había parado a preguntarme por qué pasan las cosas. Porque nunca me di cuenta de las cosas que han pasado, nunca me paré a pensar que realmente soy afortunada; nunca me he dado cuenta de que he amado y me han amado y eso es lo más importante. Supongo que todo pasa porque tiene que pasar. Cada desición, cada conversación... todo da paso a algo. Soy de esas personas que creen en el destino... una de esas personas que piensan ''¡eh! no hay mal que por bien no venga''.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Varias docenas de veces.

Una calle llena de gente. Rebosante. Solía ser silenciosa hasta que llegaron las tiendas. Ahora ni siquiera las abejas guardan silencio. Se cuentan a puñados de gigante las señoras que desfilan por aquí con sus exagerados contoneos. Nadie se siente, pero todos se miran. De arriba a abajo, como si intentaran demostrar algo. ¿No lo entienden? Todos son iguales. Quiero decir, siguen el mismo patrón.
Mientras me perdía en mi torpe análisis de la calle, alguien se sentó a mi lado. Pude percibir un vago olor a perfume de mujer. Me giré descaradamente (aunque en ese momento no creí que fuera de esa manera) y vi a una chica de cabello ligeramente claro y largo y ojos marrones. Miró hacia mí y sonrió, tal vez por educación. No le devolví la sonrisa. Me quedé ahí, tan descarado y torpe como siempre, analizándola.
Descubrí que ya la había visto varias docenas de veces. La había visto llorar, reír, la había visto caer y volar. La había visto varias docenas de veces, varias docenas de noches, en sueños. Era la chica del vestido azul, la chica con la que soñaba en mis noches de selectiva soledad. La amiga de las ratas sentaba en un par de tablones llamados banco, a mi lado. Siempre a mi lado.
En lo que dura un pestañeo abrí los ojos y me tapé la cara con las sábanas. Me di cuenta, un rato después, de que tenía la cara mojada. Me pregunto por qué lloraba. ¿Lloraría por el dolor de cabeza? ¿Por la vida que se me iba entre humo e infelicidad? ¿O porque tal vez, sólo tal vez, me estaba enamorando de alguien que sólo existía en mi cabeza?

domingo, 21 de noviembre de 2010

Bonnet.

Allan salió del aeropuerto con una sonrisa que parecía pintada en su cara. Ni siquiera se molestó en ponerse el abrigo, estaba demasiado ocupado como para tener frío. Por fin respiraba de nuevo el aire de su ciudad. Por fin vivía en el mismo marco en el que había nacido. Corrió arrastrando las dos maletas, que eran más de la mitad de altas que él. Subió al taxi y no dio la dirección de su casa. Estaba deseando llegar y abrazar a su madre por primera vez en cuatro años, pero había algo que deseaba aún más. Dar una sorpresa. Quería ver a alguien, quería comprobar que estos cuatro años de distancia y penumbra no había dejado rastro en su rostro. Que sus ojos seguían brillando con la misma intensidad.
Ni siquiera podía pestañear. Estaba en París, ¡en París! Su estancia en Dublín ahora no era más que un recuerdo. Las noches de nostalgia, las cartas y la sensación de vacío ahora no eran más que recuerdos no muy felices. Irlanda quedaba ya lejos.
Bajó del taxi y sintió que rozaba el cielo, ahí estaba la casa del color de éste. Subió los tres escalones hasta la puerta lentamente, como si quisiera estirar este momento. En realidad, se sentía nervioso. Tras cuatro años volvería a verle la cara... Se tocó la perilla y sonrió, ya frente la puerta. Bajó un poco y agarró el collar que, colgado de su cuello, destacaba sobre su camiseta oscura. Una chapa de botella.
Estiró la mano y tocó el timbre de Alicia. Por fin estaba en casa.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Cristales de sal

Somos frágiles. No lo creía, ni lo creías, pero es cierto. Nuestro refugio, los suspiros del otro. Sus palabras; los días en los que ni tú ni yo nos poníamos de acuerdo y terminábamos mintiendo para que lo pareciera. Tan frágiles. Cristales de sal. ¿Qué puedo decir? nuestro ''nosotros'' era indesición. Siempre de puntillas sobre la cuerda floja, gritando para poder prestarnos atención. Nos llamábamos luz y oscuridad. Creí que no, pero en realidad sí que éramos opuestos. Tú querías ver luz estando ciego, yo quería rozar la noche con la punta de los dedos. Y cada uno quería que el otro le llevara a ello. ¿Nos decepcionamos? Diría que no. Tanto da. ¿Nos hicimos daño? Diría que tal vez. Así somos. Frágiles.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Marcos y Julia




''-¿Sí?
-Te echo de menos. -la voz suena clara, rápida. Como si llevara tiempo planeando esas palabras. Obviamente la reconozco, y se me curva el alma.
-...¿Qué quieres?
Silencio. Oigo un suspiro por el teléfono y sé que Marcos se resigna al otro lado.
-Necesitaba oírte. Incluso si hubiera oído insultos, o amenazas por tu parte, mi llamada habría sido exitosa. Necesitaba oírte, joder. Pero ahora necesito recorrer la curva de tu cuello, acariciarte el pelo... Necesito quererte de cerca; no me basta con quererte a medias. -Temblaba, con el auricular del teléfono en una mano y mis lentes para leer en la otra, amenazando con caer al suelo. Si hubieran caído no me habría inmutado. En ese momento no. - Pero qué estoy haciendo... No. No me permito perderme de nuevo en tus ojos. No voy a caer.
-Marcos...
-Cállate. Cállate, no digas nada. Eres como una droga, joder. Como una puta droga.
-Marcos, escúchame; tenemos que dejar de hacer esto...
-¿A qué te refieres?
-Nos hacemos daño, ¿no lo ves? Pasan meses, y me llamas... Me llamas con la voz rota y me torturas así. Y yo vuelvo hacia atrás y pienso que soy la misma, que somos los mismos, que te quiero...
Suspiro y el silencio vuelve a hacer su aparición. Agradecido silencio. Podría darle a ese botoncito rojo y colgar, podría dejar de coger sus llamadas. Pero yo también necesitaba oírle. Sólo para saber que su voz rota seguía teniendo la misma intensidad, el mismo tono de domingos con tormenta. Egoista es lo que soy. Por interesarme por un corazón que yo he roto. Quién me iba a decir que cuando rompes un corazón, cargas el peso de éste a tu espalda...''

jueves, 11 de noviembre de 2010

-Quiero decir... no era inexplicable. Era extraño, eso sí, pero no cruzaba esa línea. No era más que frío intentando ser calor. Palabras, mis trazos intentando recrear la magia de sus facciones. Nada se detenía, aunque el cine, las canciones y los libros te hagan creerlo... Sus palabras, sólo eran palabras, nada más. Y sus saludos, saludos. No eran ninguna especie de escalera hacia la luna. Era algo más sencillo y menos extravagante. En un día normal, ¿cuántas personas pueden llegar a saludarte? Pongamos 25. Cuando 24 de esas personas te sonríen, o te saludan, sonríes con los labios. Cuando la persona restante -oséase, el quid de la cuestión- lo hace, es algo parecido a sonreír con todo, con el alma, los labios, y demás. Sólo eso. Nada surrealista. ¿Entiendes, Julia? No es inexplicable. Es tan sencillo como querer, y tan complicado como que todo te conduzca a ello.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Una historia de penumbra, de despedidas, de noches de insomnio...

Eras penumbra. Gris, discreto. Eras humo, papel.
Localicemos la locura. La sangre de tus venas. Decías que no servías para nada, te gustaba salir de noche, solo, a observar cómo la ciudad se bañaba con la luz de las farolas. Soledad era tu segundo nombre. Mirabas a la muerte a los ojos y te reías, érais iguales. Pequeño trozo de tortura, te llamaban.
''Te amo'', decías, con tu acento de dolor. No te respondía. Me limitaba a poner excusas y colgar el teléfono. ¿Cómo podías, siquiera, pensar en dedicarme esas palabras? Pensarlo es como si me dedicaras mil suspiros...
''Te quiero'', alcancé a decir una vez. Distinto grado, supuse. Cerré los ojos y me arrepentí de todo. Supongo que lo peor de caer siempre es el momento en el que tocas el suelo. El momento en el que el brillo de tus ojos me conduce a la más profunda irrealidad.
Y pensé que tal vez estaba bien que me dedicaras esas palabras. Pensé que sería capaz de olvidar todo lo que había pasado y quererte, así, sin más. De soportar la penumbra.
Entonces, creyendo que ya había caído, que ya había pasado lo peor, caí de veras, con dos palabras que no soy capaz de admitir que dije.
Y ahora, ¿no seremos más que recuerdos?

lunes, 25 de octubre de 2010

-¿Recuerdas? Nos queríamos.
-Antes.
-Antes, ¿de qué?
-Del efecto de congelación de mi corazón.

sábado, 23 de octubre de 2010

Tormenta.

Es tarde; la noche te obliga
Fúndete con la tormenta
Llegas tarde, llegamos tarde
¿Deberíamos volar, ser como cometas?
Cicatrices, ser maquinal
Y te vas, sin mediar palabra
Te retuerces entre cisnes,
Por tu amor virginal
Creces, vives, mueres; sigues siendo tú.
Armas cargadas de suspiros;
gritos de almizcle
Y si quemas margaritas,
¿puedes quemar las nubes?

martes, 19 de octubre de 2010

Nagligivaget


Sentimientos. Formas de mirar, de hablar, de reír. De querer.
Indiferencia. 101 maneras de sacudirme. Infinitas maneras de hacerme sonreír.
Lunares. En el labio inferior, ligeramente a la derecha.
Ojos. Color café. Color insobnio.
Decepciones. Posibilidad. Amor. Sonrisas. Palabras. Costumbres.


sábado, 16 de octubre de 2010

Marlene, la ladrona de corazones.

Tenía el cabello oscuro y magia en los ojos. Decían que en sus labios podías encontrar el Edén.
Arañaban asfalto por ella. Bebían del alcohol de sus palabras, y soñaban con el bajo de su falda. Era un pequeño trozo de infierno. Ella era de esas mujeres que no recomiendan. De esas que te muerden el corazón. Decían que era salvaje, obscena.
Creo que prácticamente nadie conocía su nombre. Se hacía llamar Marlene, pero siempre reía y hacía constar que ese no era su verdadero nombre.
Mientras me arañaba el alma me contó que había amado una vez. Él era escritor. Uno de esos hombres de los que nunca llegabas a conocer más de lo que él quería mostrarte. Almas gemelas, afirmaba Marlene. Decía que aún llegaba a estremecerse al recordarle. Bajó la mirada y me confesó que el escritor se había ido con una prostituta. ''Qué te voy a decir. Ella no era menos de lo que yo soy ahora. Me acuesto con hombres, con mujeres, me subo la falda y recorro las calles sonriendo a extraños.''
Ese día conocí el secreto de Marlene. La entendí, supongo. Entendí que nunca conseguiría ser para ella como ese escritor. La chica a la que todos señalaban no era más que una muchacha con el corazón roto.
El once de octubre, llamaron a mi puerta. Le habían robado la vida igual que ella robaba corazones...

lunes, 20 de septiembre de 2010

La vida avanza y yo siempre he corrido tras ella para alcanzarla.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Pedazos de cristal.

Se levantó del sofá, más cansado que cuando se fue a dormir. ¿Cuántas horas harían de ello? Tal vez cuatro.
Habían sido dos días horribles en los que dormir se había convertido en algo secundario. Habían sido los peores días, aunque ya hiciera un mes y medio de aquel día.
Caminó hasta el baño, esquivando los trozos de cristal que habían en el pasillo.
Se quitó el pijama y se metió en la ducha. Agua caliente. Por fin algo agradable.
Sintió las gotas de agua cayendo sobre él y deseó ser agua. Deseó ser agua y marcharse de esa casa de paredes con gotelé al ritmo al que cada gota entra en las tuberías.
Se secó con la misma toalla con la que se había secado el día en el que todo se torció (si torcerse es la definición adecuada) y sintió que no podía seguir así.
Fue hasta el salón, donde había puesto todo lo necesario para no tener que volver a entrar en su habitación en un largo periodo de tiempo. Cogió la primera ropa que encontró y se vistió apresuradamente.
Pero, ¿para qué?
Saldría, compraría el periódico y volvería a casa, esperando de nuevo que estuviera ahí. De nuevo, sin aceptarlo. Porque en el mismo momento en el que le interrogó la policía y desconectó, dejó de reaccionar. Parece que dejó de tener constancia de lo que había pasado, exceptuando el hecho de no querer entrar en su habitación.
En el primer momento había llorado, gritado, incluso había maldecido y roto botellas de cristal en el pasillo. Pero ahora, esperaba que al llegar a casa ella estuviera haciendo la cena o viendo la tele, esperándole. Esperaba meter la llave en la cerradura y pensar que había llegado a casa. Pero, ni de lejos podía pensar que aquel apartamento ahora sería su hogar. Sin ella, ese apartamento no era lo mismo. Nunca había sido un gran apartamento, claro. Pero al menos podían vivir tranquilos. Al menos podían intentar ser felices.
Sacó un papel del cajón donde guardaba las velas y desdobló un papel en el que habían dos palabras, y una letra escritos con tinta verde y letra temblorosa.
Se lo metió en el bolsillo y abrió la puerta.
Pero no salió. Se quedó mirando la escalera por la que había subido corriendo un mes y medio atrás. Por la que había subido de la mano de ella durante varios años.
Y sintió como las lágrimas le recorrían las mejillas.
Dio un portazo y fue con paso lento hasta su habitación.
Ahí estaba la cama todavía sin hacer, como la había dejado ella.
Se tumbó en la cama, que ya no olía a ella, y lloró todo lo que no había llorado ese mes y medio.
Cogió una bola de cristal que había en su antigua mesa de noche y la tiró contra la pared. Cerró los ojos, para no ver el espectáculo de cristales cayendo.
Volvió a tumbarse en la cama y contó mentalmente las razones por las que no tendría que hacer lo que ella hizo, ahora mismo. Consiguió dos razones para no hacerlo. Suficientes.
Sacó el papel de su bolsillo y volvió a mirarlo, esta vez con los ojos llenos de lágrimas.
''Te quiero, M.''

miércoles, 18 de agosto de 2010

Es el cuarto año, aunque pueda resumirlo en dos.

Sabes perfectamente que si pudiera, te diría adiós definitivamente. Pero no haces otra cosa que aparecer y desaparecer. Que obligarme a decir verdades que nunca deberían haberlo sido.
Y sabes que no es sana esta línea entre el cariño y el odio más teatral.
Espero que esta vez sea la definitiva y no vuelvas a hacer que vibre. Ojalá pudieras irte para siempre y, sobretodo, ojalá puedas irte definitivamente de mi cabeza.
Porque ya tengo la impresión de que ni siquiera te conozco. De que, lentamente, te has llevado un pedazo de mí y me lo has devuelto poco a poco, y con ligeros cambios en su estructura. Has conseguido cambiar -eliminar- mis pensamientos hacia ti casi por completo
Si me quieres, porfavor, si me quieres, no vuelvas. Y sé que me quieres. Me lo demuestras cada vez que vas y vienes, que me mientes para ocultarlo. Creo -sé- que yo también te quiero, pero no de la forma que los dos creemos.

viernes, 13 de agosto de 2010

Lies...

Ahora mismo, estoy dentro de una oscuridad que parece irreal. Sólo alcanzo a ver la pantalla del portatil y mis propias manos tecleando. Y sólo oigo eso, mis manos tecleando. Y mis pensamientos. Suenan demasiado fuerte esta noche. Ojalá pudiera apagarlos y dormir, pero no concilio el sueño. Es la una y media, exactamente. No es demasiado tarde para estar despierta pero, siempre es demasiado tarde para la melancolía. Siempre es demasiado tarde para la peor melancolía: cuando echas de menos algo que nunca has tenido. Ni siquiera puedes perderte en tus recuerdos, porque no tienes.
Comienzo este diario por dos simples razones: Esa melancolía y porque necesito leerlo más tarde y pensar que no era tanto. Pensar que podría haber pensado cualquier otra cosa y dormirme. Que podría haber evitado comenzarlo y desvelarme aún más. Y, esa razón, puede resumirse en una palabra: Mentirme. Mentirme para que más adelante no recuerde lo débil que soy ahora mismo.
Porque eso es lo que soy: débil. No soy capaz de pasar página y olvidar. No soy capaz de prosperar y crecer. De madurar.
Hoy, he respondido a una pregunta que me llevo haciendo durante varios meses. ''¿Por qué tanto?''. Ya sabía la respuesta, pero nunca estuve dispuesta a admitir que la sabía. Es por la manera que tiene de convertir algo cotidiano en fascinante. Por las palabras alegres que parecen cargadas de tristeza. Por la electricidad. Porque necesitaba una chispa, y la chispa evolucionó a llama demasiado deprisa.
Pero aún quedan muchas preguntas por responder, y muchas respuestas encerradas en esa prisión en la que se ha convertido mi cabeza.
Juliette.

miércoles, 11 de agosto de 2010

J u l i e t t e

-¿Duele mucho?
-¿El qué?
-Que te rompan el corazón.
Abrí el libro que tenía en las manos y dejé que el viento pasara las páginas. Me invadió un olor a libro antiguo, y comencé a hablar, pensando bien mis palabras.
-A todo el mundo le rompen alguna vez el corazón, y en ocasiones las personas cambian por ello. -Vacilé un momento, intentando dar forma a mis ideas- Cuando te rompen el corazón, simplemente se queda así, roto. Con una única cicatriz. Lo demás son simples rasguños. Pero no porque el corazón solo pueda romperse una vez, claro. Sólo que, cuando tienes el corazón realmente roto, lo demás no hace tanto daño. Ya sufres, ¿qué importa un poco más de dolor? Y, contestando a tu pregunta, duele muchísimo. Sientes un vacío asficciante y el mundo se vuelve un completo desconocido. Los días empiezan a pasar lento, y tú no avanzas con ellos. Es como si hubieras estado a un escalón de pisar la luna, y de repente te quitaran el derecho a hacerlo.
-¿Tú tienes el corazón roto?
Cerré el libro, y los ojos.
No era capaz de contestar.

martes, 10 de agosto de 2010

Confesiones.

Confieso que odio los días calurosos. Que siempre hago las cosas en el mismo orden y de la misma forma. Que no me gusta dormir, me gusta soñar; me gusta soñar y sentir que, dentro de ese sueño, dentro de mi burbuja, puedo atar una estrella y meterla en una caja de madera. Confieso que me gusta esa electricidad que tiene. Que no soy capaz de mantener el equilibrio. Que me engaño a mí misma. Confieso que siempre doy un saltito al bajar de la acera, o al final de la escalera. Que al abrir los ojos por la mañana, lo primero que hago es repasar el día anterior. Que me gusta que sean las cinco de la tarde, o las cuatro y media. Que cuando anochece me abraza la melancolía. Confieso que no puedo sentarme sin pensar en una determinada canción. Que antes de irme a dormir, siempre oigo Somewhere Over the Rainbow. Que me fijo en los pequeños detalles, siempre. Que canto cuando nadie puede oírme, o cuando estoy relajada. Confieso que no me conozco a mí misma. Confieso que me encanta tener toda la vida por delante. Que no se me da bien hablar de mí misma. Que me pongo nerviosa en las situaciones más absurdas. Que me encanta el sabor a café y el olor a vainilla. Confieso que, por alguna razón que no entiendo, me llama la atención ver a una persona suspirar. Que siempre me quedo mirando los ojos de los demás. Que la estabilidad es muy importante para mí. Que no es verdad todo lo que digo.
Confieso que hoy me siento bien.

sábado, 7 de agosto de 2010

Azul.

Carrie se había pasado todo el día mirando el cielo. Como si deseara, por un momento, volar hacia allí. Como si admirara el azul que presentaba el cielo, ese azul que incluso aplasta al azul lapislazuli de sus ojos.
Por un momento me miró y, fijándome mucho, pude ver como sonreía. Esa sonrisa me proporcionó una sensación cálida. Yo también sonreí ante ese extraño gesto. Llevaba varios días, tal vez semanas, intentando que Carrie me sonriera así.
Porque Carrie llevaba todo ese tiempo sin sonreírme. Sin sonreír a nadie. A nada.
Ella veía pasar la vida como un espectador ve una película en el cine. O al menos, así quería verla. No quería participar en la vida de los demás, no quería que nadie participara en la suya. Y si pudiera, Carrie dejaría de participar en su propia vida.
Recuerdo cuando ella me decía que me quería y me sonreía de aquella forma que haría palidecer incluso al sol.
Y si no hubiera recordado esa sonrisa, no habría deseado que esos ojos del color del lapislazuli volvieran a mirar directamente a los míos.
-¿Podemos enamorarnos otra vez...?- susurré, como pregunta retórica.
Carrie me miró. No sonrió, sino que me miró con toda la tristeza del mundo concentrada en su rostro.
-Andrew... -suspiró, como si esto le doliera, y volvió a concentrarse solamente en respirar y en mirar al cielo.

jueves, 5 de agosto de 2010

Lo que me decías antes de destrozarme poco a poco.

Solías decir que lo único que puede llegar a hacernos felices es lo que está en el límite de lo inexplicable.
Pero también aclarabas, sutilmente, que lo inexplicable suele estar al borde de lo irracional.

miércoles, 4 de agosto de 2010

¿Nunca terminarás esa carta?

''Querida Alicia:
Las cosas no van bien.
Desde que recibí tu última carta he caído en un estado de inconformismo que me sorprende. Sabes que no soy así.
Me he dado cuenta de bastantes cosas en estas semanas. Por eso mismo no te he escrito. He estado tan encerrado en mí mismo que me daba miedo lo que pudiera decirte.
Y me sigue dando miedo, pero por ese mismo motivo te escribo.
Teníamos una promesa. Nos contaríamos todas las cosas importantes que nos pasaran. Y siempre contestaríamos a las preguntas del otro.
Esta carta está relacionada con las dos partes de esa promesa, Alicia.
Quiero que me cuentes, para empezar, de quién estás enamorada. No me había atrevido a preguntarlo. Ni siquiera a plantearme de quién se trataba. No quería caer en una espiral de melancolía, simplemente.
También tengo algo que contarte.
Creo, que siento demasiadas cosas a la vez. Y eso no me agrada. Si tuviera que describir mis sentimientos con un color (como solíamos hacer, ¿recuerdas?) sería el blanco.
Concretamente siento demasiadas cosas por una persona cercana a mí. Desde que vine a Dublín no consigo sacarme a esa persona de la cabeza. Sé que es una frase muy típica, pequeña, pero no puedo describirlo de otra manera. Cada vez que respiro, cada vez que me muevo, cada vez que pestañeo, ella está presente. Presente y con bastantes kilómetros de por medio.
No puedo dejar de recordar la última vez que la vi. Me es imposible no recordar el olor que había en el ambiente y su vestido azul cielo.
Creo, que algo crece con tanta fuerza dentro de mi corazón que me oprime el pecho. Lleva creciendo bastante tiempo, pero no me había dado cuenta hasta hace poco.
Alicia, me refiero a que no puedo sacarte de mi cabeza.
Si hubieras mencionado el beso en alguna de tus cartas, creo que habría tenido fuerzas para decirte lo que sentí.
Pequeña, creo que estoy''

Arrugué el papel y lo tiré al otro lado de la habitación. Me tumbé en la cama suspirando y cerré los ojos.
No tenía valor ni siquiera para escribir las palabras exactas y terminar la carta.

martes, 3 de agosto de 2010

Si con tus palabras consigues que el sueño se pose en mis pestañas, tendré cinco motivos para quererte aún más.

Invéntame una historia y haz que la noche se estremezca con tus palabras.
Cuéntame cómo cruzabas las nubes de norte a sur y cómo viajabas por sitios inexistentes.
Miénteme, miénteme tanto que no sepas dónde comienza la habitación sin inventártelo.
Cuéntame cómo te sentías al soñar que cruzabas el mar en un barril.
Y tendrás que embriagarme para que consiga dormir sin soñar con cristal.

jueves, 29 de julio de 2010

Demasiada fe en que había llegado el día. (M&H6)

Estaba embarazada.
Había comprado un predictor ayer en la farmacia, y decidí usarlo cuando Matt se fue.
Volví a mirar el predictor, esperando que antes lo hubiera visto mal. No. Sin duda era positivo.
Un par de lágrimas me recorrían las mejillas.
Noté como cada vez iba entrando menos aire en mis pulmones, y empecé a temblar. Ansiedad.
Cada vez me faltaba más aire, y comencé a sudar.
No podía estar embarazada. No iba a cargar con el peso de tener un hijo. No iba a abortar. No podía hacer nada. No podía matar al que sería mi futuro hijo y seguir viva. Me sentiría culpable, siempre.
Cerré los ojos y me tumbé boca abajo en el suelo, concentrándome en respirar. No conseguía pensar nada coherente.
En este momento, era como si todo el universo hubiera aumentado de tamaño. Todo, menos yo. Me sentía pequeña, demasiado pequeña.
Pensé en la muerte, de pronto. Era una idea atractiva. Siempre me lo pareció, claro. Esperaba algo que me hiciera reaccionar. Algo que me hiciera desearlo. Y ese algo, era estar embarazada. Podía no parecer un problema. Podía parecer maravilloso, para algunas personas. A otras no les parecería algo bueno, pero lo afrontarían. Saldrían adelante y lo afrontarían. Pero yo no iba a hacer eso. Las personas que lo hacían, que lo afrontaban, eran más fuertes que yo. Mucho más fuertes.
Levanté un poco la cabeza. Tenía nauseas y seguía sin aire.
Encima de la mesa, había un cuchillo.
Y yo tenía demasiadas ganas de morir.
Y demasiada fe en que había llegado el día.

...

Salía del trabajo, un poco más tarde de lo normal. Malditas horas extra. Estaba deseando llegar a casa y abrazar a Helena.
Empezó a sonar el móvil. Miré la pantalla y me sorprendí al ver que era Caroline, una de las mejores amigas de Helena.
-¡Hola, Caroline! Si llamas para localizar a Helena, ella no está conmigo.
-No te llamo para localizarla. Necesito que vengas.
La voz de Caroline sonaba tensa y ronca, como si hubiera llorado.
-¿A dónde quieres que vaya? ¿Pasa algo?
Silencio. Por lo menos medio minuto.
-Sí, pasa algo. Ven a tu casa. Te espero en el portal. Ven rápido e intenta no hablar con nadie.
Colgó el teléfono.
¿Qué habría pasado?
Decidí ir rápido y sin pensar. Seguro que si me lo preguntaba, pensaría en lo peor. Seguro que no era nada. Helena y Caroline se habrían peleado, sería eso. Caroline me llamaría para arreglarlo, sí.
Diez minutos más tarde estaba frente al portal y vi a Caroline apollada contra la pared. Me extrañó su cara. Tenía los ojos rojos y aguados, y miraba al suelo. También me percaté de que estaba temblando.
-¿Qué pasa, Caroline?
Me miró a los ojos. Abrió la boca, como para hablar, pero comenzó a llorar, poniéndose las manos en la cara.
-Caroline, ¿tan grave es?
-Sí ¡sí! ¿Crees que yo lloraría por algo sin importancia, Matthew? Matthew, hazme el favor entrar y sentarte en un escalón.
Eso hice.
-Cuéntame, por Dios.
Empezaba a temer que le hubiera pasado algo a Helena. Si no fuera así, Helena estaría ahí con Caroline. O estaríamos en mi casa.
-He decidido decírtelo antes de llamar a la policía. No hables. No me interrumpas. He decidido contártelo antes porque no quería que te enteraras por terceras personas, Matthew -suspiró-.
-¿Helena está bien?
-He dicho que no me interrumpas. Matthew, no está bien. -Rompió a llorar.
Le había pasado algo a Helena. A mi Helena.
-¿Qué le ha pasado? -Utilicé toda mi fuerza en decir esas palabras.
-Helena está muerta -susurró-. Yo... entré en el piso, con mi llave, con la llave que ella me dio... y la encontré... así. Se ha suicidado, Matthew. Se ha cortado las venas...
Al principio pensé que era una broma. Esperé que lo fuera. Pero cuando Caroline cerró los ojos y suspiró, supe que era verdad.
Todo se desvaneció. Fue como si toda mi vida acabara en ese preciso momento. Como si toda mi vida hubiera sido en vano.
Me levanté del escalón y subí corriendo las escaleras. No pensé, simplemente actué. Caroline me cogió de la camiseta, pero conseguí soltarme.
Helena no podía haber muerto. Helena, no. No podía haberse suicidado. No podía haberme dejado solo en este mundo de locos. No podía. Helena no me haría eso. Nunca. Helena me quería. Yo lo sabía.
Abrí la puerta. Caroline no la había cerrado con llave.
Y lo que vi fue como un balazo. Me tiré de rodillas y grité. Grité tan alto que me dolió.
Frente a mí estaba el cadáver de Helena, encima de un charco de de sangre. A su lado había un cuchillo lleno de ésta.
-Helena, ¡Helena! Helena, porfavor... -Me acerqué a ella y le puse la mano en la mejilla- Helena no. Vuelve. Te lo ruego. Helena, si vuelves te juro que no te volveré a dejar sola. Te lo juro. Llegaré antes a casa, y pasaremos todo el tiempo que quieras juntos... Despierta porfavor, Helena -mi voz se oía entrecortada por el llanto-. Helena, te quiero. Eres lo único que tengo -agaché la cabeza y puse ver como mis lágrimas caían una a una al suelo- de verdad. Sé que no es suficiente. Sé que no te gusta tu vida, cariño... pero haré que tu vida sea la más perfecta del mundo. ¡Vuelve, porfavor! No me dejes solo. No puedo vivir en un mundo en el que tú no estés, ¿me entiendes, Hel? Es imposible. El mundo sería para mí un desconocido. Nunca podré volver a ser yo. Te necesito. Necesito que vuelvas, ¡Helena, porfavor! -La cogí de la mano y me manché los dedos de sangre.- Helena, no voy a poder seguir viviendo sin tu electricidad. Sin tu sonrisa cansada. Sin que me despiertes por la mañana poniéndome la mano en el pecho. Sin esperar que me digas algo bonito, sin reprimirte. Sin tu obsesión con la vainilla. Sin oirte cantar mientras te duchas. Sin que me digas que soy lo único que hace tu vida soportable. Sin que uses mi ropa para dormir y te enfades si digo algo. Sin que me dejes notas por todas partes. Sin verte dormir. Sin que me cuentes lo que sueñas cada noche. Sin echarte de menos y saber que te veré al volver a casa. Sin tus planes de última hora. Sin ti...
Volví a gritar. No podía dejar de llorar. Helena estaba muerta. Estaba muerta frente a mí. Llena de sangre.
-¡¿Pero por qué me haces esto?! -No sé a quién se lo decía. Si a Helena, si a mí mismo, o si a Dios.
Al lado de Helena, vi un papel blanco perfectamente doblado y un objeto que no supe bien qué era. Me acerqué y cogí ambas cosas.
Era un predictor. Positivo. Helena estaba... embarazada. ¿Se había matado por ello? Suspiré.
Abrí el papel, y lo manché de sangre y de lágrimas.
''Te quiero, M.'' Estaba escrito con letra temblorosa y en color verde.
Terminé de romperme por dentro.
No habían explicaciones. Solamente tres palabras, y una letra.
Miré el cuerpo de Helena y me tumbé a su lado, manchándome de sangre.
-Ya lo sabía, Hel... Ya lo sabía...

miércoles, 28 de julio de 2010

Materia de los sueños.

Me gustaba ver como el sol se iba y dejaba paso a la luna. Varias veces me había hecho calificar a todas las personas importantes de mi vida como sol, o como luna. Y otras veces, menos, muchas menos, intentaba calificarme a mí misma. Supongo que si tuviera que elegir entre ser sol o luna -luz u oscuridad, pesimismo u optimismo- cogería un pedazo del sol y un pedazo de la luna, y los pegaría con celo para fabricarme a mí misma.
También la luna -no, la noche- me suele hacer reflexionar sobre sueños. Si los sueños estuvieran hechos de alguna clase de materia, tus sueños serían de color azul envolvente, y los míos de un azul verdoso -o de un verde azulado, tal vez-.
Creo que si el universo estuviera tejido de la supuesta materia de los sueños, existiría un astro intermedio, ni sol ni luna, para las personas como nosotros. Pero también me gusta pensar que eso es demasiado rebuscado, puede que demasiado obvio. Punto intermedio, ¿no es mejor imaginárselo?
Creo, que la materia de la que están hechos mis sueños está más lejos de lo adecuado.

domingo, 25 de julio de 2010

She's so high.

Lo peor no es romperse por dentro. Lo peor es no saber qué hacer cuando te sientes tan vacía que suenas a hueco.
Necesito que se vayan las mariposas...
Necesito gritar.
Necesito dejar de caer en tu apatía.
Necesito que SEPAS que el silencio aquí duele.

sábado, 24 de julio de 2010

V

De verde a rojo, vuelve a ser azul y regresa a rojo de nuevo.
As de corazones y cristales triangulares.
Metamorfosis, jardín, obligación, desastre, monotonía, recuerdos. Simples palabras, no tan simples acepciones.
Ventanas cerradas, puertas entreabiertas.
Canciones grises y nubes llenas de acordes.
Árboles de plástico y personas de madera.
Fresas azules y vainilla morada.
Carmín y humo.
Vidas del color del cielo.

El principio de todo. Diciembre de 2002.

Era invierno, en el 2002.
Yo esperaba a mi amiga Patricia en uno de los parques de mi cuidad.
Llevaba una carpeta gris, llena con mis dibujos (iba a regalarle algunos a Patt).
Hacía muchísimo frío. Habían restos de nieve a los lados de la carretera, aún. Yo llevaba un abrigo azul oscuro y el pelo recogido en una coleta. Tenía dieciséis años y ni la más remota idea de a quién conocería ese día, de la forma más extraña.
Empezó a soplar viento y mi amiga no llegaba. Llevaría esperando por lo menos veinte minutos. Busqué mi móvil en los bolsillos. Entonces, recordé que lo había metido dentro de una de las fundas de la carpeta. Cuando fui a sacar el teléfono, uno de los dibujos salió volando. Era uno de mis favoritos.
Salí corriendo tras la hoja, hasta que la perdí de vista.
-¡Mierda!
Volvía hacia el banco, con la cabeza gacha, cuando sentí una mano en mi hombro. Me giré rápido (no me gustaba el contacto físico con desconocidos).
-¿Esto es tuyo?
Era un chico un poco más alto que yo. Debía tener más o menos mi edad. Lo que me llamó la atención de él fueron sus grandes ojos negros. Tenía los ojos negros y la luna guardada en uno de ellos.
-Eh, sí. Gracias. Se me había ido volando y lo había perdido de vista.
-Es muy bonito. -Miró el dibujo detenidamente antes de dármelo. -Yo también dibujo, pero nunca he sabido dibujar flores, ¿sabes?
-Vaya. Gracias otra vez por recogerme el dibujo, tengo que irme.
-Eh, espera. ¿Estás esperando a alguien? Te he visto sentada en aquel banco, un poco nerviosa. ¿Una cita o algo así?
No entendía por qué este desconocido se preocupaba por mi vida personal.
-No, no. Estoy esperando a una amiga, pero parece que no llega. Tal vez no vaya a venir. Creo que me iré a casa, he esperado demasiado.
-Bueno, a mí no me han plantado, pero también voy solo. ¿Te acompaño a casa?
-¿Por qué tanto interés en mí? -No pude evitar preguntar, además, no me importaba demasiado ser maleducada.
-Porque me gusta conocer gente, supongo -rió-. Además, no todos los días conozco a una chica que dibuje así de bien. ¿Sabes que dicen que los trazos pueden llegar a mostrar el alma de una persona, de alguna forma? -Me miró a los ojos. -Creo que tienes un alma muy bonita.
¿Qué? Eso había sonado a loco. A muy loco. Pero me fié del chico del pelo alborotado y los ojos negros.
-Bueno, acompáñame, pues.
-¿Cómo te llamas?
-Helena, ¿y tú?
-Matthew.

...

Era invierno, en el 2002.
Caminaba por el parque, solo. Me había levantado con una sensación de grandeza abrumadora. Sentía que hoy pasaría algo.
Miré hacia mi derecha y me sorprendí. Ahí estaba ella. Llevaba unos días observándola.
Había venido el lunes, el martes y el miércoles a dibujar. Se sentaba en cualquier banco, sacaba un lápiz y un papel, y dibujaba. A veces pasaba disimuladamente y miraba de reojo que estaba dibujando.
Y hoy, viernes, también estaba quí, con la carpeta gris. Pero no estaba dibujando. Por su cara, estaba esperando a alguien que no llegaba.
Llevaba su bonito pelo rubio recogido en una coleta. Tenía la cara adornada con pecas y los ojos azules. Era muy bonita.
Empezó a rebuscar en la carpeta, cuando un dibujo salió volando. Salí corriendo tras el dibujo -no dudé en hacerlo, y me alegro de ello- hasta que lo alcancé.
Era un dibujo muy bonito. Una mano sosteniendo una flor. Puede parecer realmente simple, pero estaba tan bien hecho que se me pusieron los pelos de punta. Yo nunca supe dibujar flores.
Me giré para buscar a la chica rubia. Estaba regresando al banco, con la cabeza gacha. Seguramente perdiera el dibujo de vista y se resignara.
Me acerqué por detrás y le toqué el hombro.
-¿Esto es tuyo?
Se giró, como enfadada. Tardó unos segundos en contestar.
-Eh, sí, gracias. Se me había ido volando y lo había perdido de vista.
-Es muy bonito. Yo también dibujo, pero nunca he sabido dibujar flores, ¿sabes?
-Vaya. Gracias otra vez por recogerme el dibujo, tengo que irme.
¡No! Había logrado hablar con ella, ¿y se iba?
-Eh, espera. ¿Estás esperando a alguien? Te he visto sentada en ese banco, un poco nerviosa. ¿Una cita o algo así?
-No, no. Estoy esperando a una amiga, pero parece que no llega. Tal vez no vaya a venir. Creo que me iré a casa, he esperado demasiado.
Creo que le molestó un poco que me interesara por ella. A mí también me extrañaba, pero lo hacía.
-Bueno, a mí no me han plantado, pero voy solo. ¿Te acompaño a casa?
Enarcó una ceja.
-¿Por qué tanto interés en mí?
¿Qué le diría ahora? ¿Que llevaba días observándola y quería conocerla? Parecería un loco. Aunque, por mis actos, tal vez lo estuviera. O tal vez solo fuera un chico de diecisiete años que se fijaba demasiado en los demás.
-Porque me gusta conocer gente, supongo -reí-. Además, no todos los días conozco a una chica que dibuje así de bien. ¿Sabes que dicen que los trazos muestran el alma de las personas, de alguna forma? -Sí, me lo acababa de inventar- Creo que tienes un alma muy bonita.
Ahora sí que parecía un loco. Y por la cara que puso, lo pensaba.
-Bueno, acompáñame, pues.
-¿Cómo te llamas?
-Helena, ¿y tú?
-Matthew.

miércoles, 21 de julio de 2010

Última noche.

Era una noche de verano, de estas que ponen el vello de punta.
Era la última noche de Allan en París antes de irse a Dublín.
Me había escapado de casa para despedirme de él. Y no me arrepiento de haberlo hecho, aunque me cayeron un par de meses de castigo.
Nos pasamos la noche charlando y con los ojos llenos de lágrimas.
No podía creerme lo que pasaría la mañana siguiente. Allan cogería un avión y se iría. Después, nos olvidaríamos el uno del otro, y...
-Sabes que no te voy a olvidar, ¿verdad?
¿Me había leído la mente?
Le abracé. Ya debía de ser muy tarde. Deseaba que nuestro callejón desplegara su magia y estirara la noche...
-¿Seguirás viniendo al callejón?
-El único motivo por el que volvería sin ti sería por necesitar aclarar mis ideas. Por enamorarme. Sí, sólo pienso volver al callejón por dos motivos: Que vuelvas, o que me enamore.
-Alicia, es hora de irme... el avión sale a las ocho. Son las cuatro y mis padres estarán trinando.
Todo se detuvo. Sabía que este momento iba a llegar, obviamente... pero no esperaba que fuera tan pronto. Comencé a llorar, mojándole el hombro.
-¡No llores! Porfavor. No quiero llevarme ese recuerdo... no quiero verte llorar.
-¿Cómo no voy a llorar? -Levanté la cabeza de su hombro, y al parecer le afectó esa imagen.
-Alicia, te prometo que nunca me olvidaré de ti. Estaremos en contacto. Escríbeme cuando te veas en una situación extrema. Llámame si lo necesitas. Y recuérdame cuando puedas.
-Te quiero...
-Y yo a ti, pequeña, ya lo sabes.
Pasaron varios segundos hasta que yo pude contestar. Seguía llorando. Y él tenía los ojos aguados.
-Te prometo que cuando vuelvas tomaremos granizada de café y vendremos al callejón. Te abrazaré cuando tenga frío y tú me darás tu abrigo. Jugarás con mi pelo y yo me reiré de la cara de embelesado que pones cuando canto bajito. Meteré notas debajo de tu puerta. Iré a tu casa sin avisar y te gritaré desde la calle para que me abras la puerta. Te quitaré los cascos del iPod para que se oiga alto la música que estés oyendo. Te cogeré de la mano sin que te des cuenta. Veremos Alicia En El País de Las Maravillas. Tomaremos helado en la heladería de la esquina, esa que tiene un cuadro que siempre miras. Me agarraré de ti cuando bajemos unas escaleras, para no caerme. Nos tumbaremos en el césped de mi jardín e imaginaremos las formas de las nubes. Me acariciarás la espalda para que me den escalofríos. Es lo que hacemos todos los días. Y nunca me ha parecido tan especial
-Si pudiera quedarme te regalaría mis días para hacer esas cosas...
-¿Todos?
-Y cada uno.
-Que te vaya bien en Dublín...
Dije esas palabras con una resignación increíble. Me hicieron aceptar que se iba.
-Ali... me irá bien si tú me lo deseas.
No sé cómo ni por qué, cerré los ojos, suspiré, y terminamos a dos dedos de distancia. Y sentía como respiraba. Le besé, o me besó, no lo sé exactamente.
Pero ese beso me hizo sentir demasiadas emociones a la vez. Sentí -predije- que mi vida estaría realmente vacía sin Allan. Sentí que si viviera siempre en sus brazos, nunca tendría miedo. Sentí que estábamos hechos el uno para el otro, y que lo habíamos descubierto apenas cuatro horas antes de su marcha. Sentí que mi vida me había empujado a ese lugar. A ese momento.
El beso fue lento y me aceleró el pulso.
Esta escena era exáctamente lo que nunca imaginé. Allan y yo así. Allan apunto de marcharse. Y si eliminamos lo de que se iba, era la escena más bonita que podía haber imaginado.
Y en ese momento me di cuenta de demasiadas cosas. Cosas que ahora mismo no puedo recordar, ya que volverían a salir a la luz.
No sé cuánto duró ese beso, pero incluso si hubiera durado cien años, hubiera sido poco para los dos.
Después, nos quedamos mirándonos a los ojos, sin más, un rato. En sus ojos podía ver miedo endulzado con una pizca de... ¿amor?
-Me tengo que ir ya... -Susurró.
-Llévate esto. -Me quité el collar que llevaba puesto. Era una chapa de botella. Siempre llevaba ese collar, era algo así como mi amuleto.
-Ten tú esto. -Allan siempre llevaba un anillo de plata con una inscripción: ''Sueños rojos y de color café.'' Él solía decir que eso hacía referencia al amor. Cierta vez me dijo que se lo regalaría a alguien realmente especial en su vida. A alguien que quisiera de una forma distinta. Y al recordar esto, me sentí bien.
Me dio el anillo, me miró con los ojos aguados, se dio la vuelta y comenzó a andar. No me pareció mal que no dijera nada más. Con esa mirada me lo dijo todo.
-¡Allan, te quiero! -Grité cuando ya estaba a cuatro o cinco metros de mí. Se giró y pude ver que lloraba.
Ese instante me dolió tanto que se me quedó grabado en la memoria. No dije nada, él tampoco. Siguió andando con las manos en los bolsillos.
Me quedé ahí sentada, sola. Con los labios rojos aún. Con el anillo con la inscripción más extraña que había visto.

¡Buenas noches, mundo!

Últimamente me voy a dormir demasiado tarde. Tal vez me dé miedo encontrarme conmigo misma mientras doy vueltas en la cama. Tal vez, sólo tal vez, quiera estirar las horas y no lo consiga. O puede que simplemente haga demasiado calor.
Pero, de lo que estoy segura, es de que así mis sueños son más extraños (aún).
Soñé que te regalaba solamente diez segundos de mi vida y que las ventanas me saludaban.

Me voy a mi pequeña fábrica de sueños. A la que últimamente acudo tarde.
¡Buenas noches, mundo! Espero que sigas ahí cuando despierte. Y no me hagas soñar cosas que no estén cuando lo haga.

Miércoles 21. Tal vez sea un buen día.

J u l i e t t e.


Aceptó que se había equivocado.

Que sus ojos eran más tristes de lo que pensaba, y que nunca sería, ni siquiera, un error. Ni siquiera eso.

No pudo evitarlo. Una lágrima solitaria acudió a sus ojos.

No. No te dijeron que sería fácil.

Juliette, al menos ahora sabes que es peor intentar caer de pie.

Al menos ahora sabes qué es.

viernes, 16 de julio de 2010

Dublín-París. Allan-Alicia.

Allan, estoy desesperada. Siento que estoy al borde de un precipicio, y que podré caerme en cualquier momento.
Te dije que te escribiría en una situación extrema. Te lo prometí. Y aquí estoy, apretando fuerte en lápiz contra el papel y juntando fuerzas para no ponerme a temblar.
Necesito gritar. Con todas mis fuerzas y tan alto que me oigas allá en Dublín. Creo que haré eso después de escribir esta carta.
Allan, solías decir que la vida no es fácil. Que en cada esquina te esperaba una sorpresa, buena o mala. También solías decir que todo pasa por algo. Creo que eso es lo que más me he repetido desde tu marcha. E intento sacar fuerzas de tus palabras, ¿sabes?
No sabes cuánto te necesito ahora... necesito que me abraces y me digas que todo está bien. Volver a sentirme fuerte y útil entre tus brazos. Pero sé que, por mucho que desee eso, sigues en Irlanda.
Y después de todo, Allan, sigo teniendo sueños rojos y de color café. ¿Sabes a qué me refiero, verdad?
Siento que floto y caigo al vacío. Que las estrellas se han apagado y la luna se ha ido de vacaciones. Siento usar una frase hecha, sé que no te agradan, pero me siento como un pez fuera del agua. O tal vez en la pecera equivocada.
Hoy, he ido al callejón. ¿Lo recuerdas? Solíamos ir al callejón cuando teníamos que aclararnos las ideas. Estaba igual que siempre. Seguía ahí nuestra pintada -y promesa-. Por un momento pensé que podía oler la granizada de café. El callejón sigue teniendo ese efecto de verlo todo un poco más fácil. Pero al llegar, no pude evitar llorar. ¿Tienes idea de lo vacío que se ve sin ti sentado en el suelo? ¿Tienes idea de lo silencioso que se oye sin tu voz? Ojalá que no puedas imaginártelo.
Allan, ¿recuerdas que la última vez que fuimos al callejón, te dije cuál sería el único motivo por el que volvería sin ti? Si lo recuerdas, creo que no hace falta explicarte nada más. Pero por si tu memoria no llega a tanto, por si ese momento fue más especial para mí que para ti, te diré el motivo por el que te escribo.
Me he enamorado, Allan.
Me he enamorado y es una sensación tan desesperante que siento que me va a explotar el pecho.
PD: Te extraño.
Alicia Lemoine.


...


¡Alicia! Cuando vi que había recibido una carta tuya, me puse tan contento que tuve que saltar. Pero en cuanto leí el motivo, me preocupé muchísimo. Eso que me cuentas me ha descolocado. No el hecho de que te hayas enamorado, eso es perfectamente normal, y lo sabes. Lo que me descoloca es que te sientas así. Que tu maravillosa sonrisa se esté borrando. ¿Sabes lo que me gustaba esa sonrisa, querida Alicia? Ni te lo imaginas.
Gracias por recordar el escribirme en una situación extrema.
Pero, ¿qué te voy a decir que no te haya dicho antes, pequeña? Incluso el amor más doloroso -y veo que el tuyo te duele muchísimo- tiene su parte bonita. Solamente tendrás que buscarla, Ali. ¿Me prometes que lo harás, verdad? ¿Me prometes que no te derrumbarás, y seguirás con esa sonrisa en la cara?
Alicia, ¿sabes? en realidad me alegra que te hayas enamorado. No por tu sufrimiento, claro. Sino porque haya una persona tan maravillosa en este planeta como para merecerse tu amor.
Que sepas, pequeña, que sí que recuerdo lo que me dijiste del callejón. Recuerdo cosas sobre nosotros que seguramente tú no recuerdes. ¿Por qué? Porque lo especial permanece, con la misma intensidad que se vive. Recuerdo tantas tardes sentados en el suelo del callejón... en algunas tú llorabas. Y yo hacía lo que siempre solía hacer, abrazarte y decirte que todo iba a ir bien. Sí, Alicia, porque haré eso siempre que tú lo necesites. Decirte que todo irá bien. Porque sabes que irá bien, pero sólo necesitas que yo te lo recuerde.
No estés triste, ¿vale? Grita si lo necesitas.
Alicia, cierra los ojos e imagínate que estoy ahí... diciéndote que nada es fácil pero que todo se arreglará. Yo lo hago.
Y ve Alicia En El País de Las Maravillas. Eso te animaba. Solías imaginarte que eras tú la que vivía todas esas aventuras, ¿recuerdas? Y añadías un personaje, a ''un tal Allan'' (al que siempre invitabas a helado de yogur).
Pequeña, por muy difícil que lo veas todo, piensa que en tres o cuatro años, si puedo, estaré contigo allá en París. Es lo que más deseo.
Te quiero más que a nada. Recuérdalo siempre.
Allan Bonnett.

jueves, 15 de julio de 2010

She said goodbye too many times before.

-Lléname la maleta de despedidas y estrellas caídas y tal vez pueda irme sin sentir que me dejo algo.
-¿Y los sueños?
-¿No vienes tú conmigo?

Mañana de domingo. (M&H 4)

Me desperté. Era domingo, así que ni Hel ni yo teníamos que ir a trabajar. Todo el día para nosotros solos.
Ahí estaba Helena, dormida. Su pelo rubio estaba esparcido desordenadamente por la almohada. Así, dormida, parecía feliz, aunque no lo fuera. ¿Qué estaría soñando?
Otra vez mirándola como tonto. Me reí. A veces me perdía en ella. Era tan complica, tan melancólica... Y la cosa más bonita que nunca había visto. Sí, ese rostro lleno de pecas era precioso.
Me levanté de la cama, tratando de no despertarla.
Comencé a preparar mi leche con Cola-cao y su café cargado con azúcar de vainilla. Cogí las tazas, y un plato con galletas de canela, puse todo en una bandeja, y lo llevé con cuidado a nuestra habitación.
-Señorita, despierte... -Susurré, mientras le acariciaba el brazo.
Abrió los ojos con un gesto lento y cálido.
-He hecho el desayuno, mira. Esta vez he recordado echar azúcar de vainilla a tu café, como a ti te gusta.
Se sentó en la cama, también lentamente. Tenía el pelo revuelto y los ojos un poco cerrados, por el sueño. Preciosa, como siempre...
-No hacía falta... de veras. Pero gracias, cariño.
Le sonreí. ¿Cariño? creo que era la segunda o la tercera vez que oía a Helena decir eso.
-Sólo ha sido un poco de café y unas galletas. Por cierto, Hel, ¿qué quieres hacer hoy?
Dio un gran sorbo al café antes de contestar.
-Cualquier cosa.
-¿No quieres hacer nada en especial? Recuerdo que tenías ganas de que te enseñara a montar en bici. Y hace un día de esos bonitos.
-Sabes que me caeré, ¡idiota! -Se rió. Vaya, creo que la felicidad que mostraba al estar dormida no era falsa. Hoy tenía un buen día. Me iba a gusta este domingo.
-Cogeremos el coche y nos perderemos, ¿qué te parece? seguiré las direcciones que me pidas.
-Y al final, no sabremos cómo volver a casa.
-Pero será bonito no saberlo.
-Como todo contigo.
-¿Qué has dicho? -Ella no acostumbraba a decir esas cosas, me sorprendió su comentario. Me iba a gustar MUCHÍSIMO este domingo.
Se quedó pensativa antes de contestar. Con sus ojos azules mirando a mis ojos negros. Con su pelo rubio haciendo competencia a mi pelo castaño. Con sus pecas compitiendo con mi perilla. Y ahí estaban el pesimismo y el optimismo personificados, sentados en una cama de matrimonio. Con el pesimismo pensando qué contestar, y el optimismo conmoviéndose con la alegría que mostraba hoy el pesimismo.
-Que me beses.

martes, 13 de julio de 2010

Cajas y cajas de recuerdos y basura.

Cajas y cajas de recuerdos y basura. Y yo, tan simple y melancólica como siempre, buscando algo salvable. ''Vaya, ¿qué es eso?'' En una de las cajas, en la más pequeña, había algo rectangular y azul, con letras en la portada, que aparentaban no decir nada. ''Una libreta...''. Cogí la libreta azul, llena de polvo. Según recordé, la había usado hace... ¿dos años?. La abrí cuidadosamente (porque estaba un poco rota) por la última página.
Garabatos. Esos típicos garabatos que haces, sin pensar, mientras hablas con alguien y tienes un lápiz en la mano. Dibujos. Y un nombre, escrito con una letra que parecía aún más de niña. Vaya, pero cuántas veces se repetía. ''Qué ingenua que era antes'', dije, esbozando una sonrisa.
Una libreta con su nombre escrito... una tontería que me acababa de alegrar el día. Recuerdo la sensación de estar flotando. Y mi máscara de felicidad absurda, que a él le gustaba. Aunque, ahora no comprendía para nada todo eso. ¿Amor? No. No era posible con tanta agua en medio.


Irracional. Aéreo. Distancia. Profundidad.
Maquiavélico. Corazón. Largo. Tiempo.

Nunca llegarás a entender qué hay realmente en mis sueños, en mi alma, y en mi cabeza.

domingo, 11 de julio de 2010

Lo suficiente para haberte echado de menos. (M&H 3)

Estaba sentada en el bordillo del balcón. Una posición aparentemente suicida. Pero lo único que ella buscaba era sentir el aire en la cara. Sentirse viva. Cerró los ojos, y respiró fuerte. Se sentía realmente bien. Casi había desaparecido esa presión constante que sentía... y esa tristeza que a veces le ahogaba. Era una persona poco conformista. Tuviera lo que tuviera, siempre querría más... y eso le había hecho perder muchas cosas. Suspiró.
Comenzaba a entrar la noche. En unos minutos, llegaría él. Algo así como su marido, pensó riendo para si misma. No se habían casado porque ella no creía en la institución del matrimonio. Rompía las parejas. Y la unión que ellos dos tenían, no era una de las más fuertes...
¿Que si no se querían? Claro que sí. Ella le quería tanto que le llegaba a doler. Pero eran demasiado distintos
Él era tierno, ella fría. Él era optimista, muy optimista; ella lo veía todo gris. Él tenía esperanzas, ella no. Y así una lista de cosas en las que ella salía desfavorecida, pensó. ¿Era malo ver el mundo como realmente es...? Porque, eso era lo que ella hacía. Su novio no estaba de acuerdo con eso. Él creía que el mundo era perfecto. Que nadie podía hacerle daño. Era tan inocente... eso hacía que ella le quisiera cada día más.
Estaba en una situación realmente suicida, recordó. ¿Qué pasaría si se caía? ¿Y si se tiraba? ¿Cambiaría en algo las cosas el hecho de que fuera un suicidio? Sí, solía debatirse si debía morir ya o no. No porque fuera infeliz, claro. Porque creía que la vida no tenía sentido. Porque el frío de su persona ya la estaba congelando hasta el punto de buscar el calor donde fuera. Incluso en la mismísima muerte. ''¿Qué pasaría?'' se repitió. Sabía que solamente su pareja la echaría de menos. Tal vez alguna amiga. Pero no su familia: había huído a los dieciocho con el chico que quería entonces, y que quiere ahora. No sabía nada de ellos, pero le alegraba. Le gustaba poder moverse por el mundo con las mínimas cadenas posibles. Y poder plantearse morir con las mínimas cadenas posibles, también.
-¡Helena! ¿Qué haces ahí colgada?
Vaya, había llegado. Estaba tan enfrascada en sus pensamientos, que no había oído la puerta. Giró la cabeza, como pudo.
-Dime, ¿qué estás haciendo? ¿O qué pensabas hacer?
Se preocupaba tanto por ella... Le conmovía. Nunca tuvo esa sensación de que nadie le quería. Bueno, al menos no desde que le conoció. En su adolescencia se sentía sola. Demasiado sola para poder soportarlo. Pero, aunque Helena parezca una suicidida nata, nunca atentó contra su vida, ni siquiera en la adolescencia. Esperaba el momento, simplemente. Y siempre, había una cosa que se lo impedía. Él. Matthew. Matt. SU Matt.
-¡Helena, reacciona! -Le puso la palma de la mano en la mejilla.- Pero, ¡estás helada! ¿Cuánto tiempo llevas aquí, cariño?
-Lo suficiente.
-¿Para qué? -Barajó varias respuestas. ¿Le iba a decir que lo suficiente para haberse planteado, otra vez, terminar con su vida? ¿Que llevaba lo suficiente para percatarse, una vez más, de que él era muchísimo mejor persona que ella? ¿Lo suficiente para comenzar a tiritar de frío?
Le miró a los ojos. A sus perfectos ojos negros.
-Para haberte echado de menos. -Le dijo prácticamente en un susurro.
Matthew le abrazó. Sintió, una vez más, la calidez de sus brazos. De su ser. Y se dejó embriagar por su olor. Si de verdad pudiera elegir un momento para morir (porque ella sabía que moriría de forma natural, no por suicidio), sería cualquiera en sus brazos.

Y una vez más, Helena se aferró a la vida, y a los brazos de Matt...

Pedacitos de mí.

En mi mundo se puede oler paz, a la vez que tensión, con un toque de dulzura. Es un perfume curioso. Es un perfume que no huele.
Y, ¿qué puedes ver? Todo, a la vez que poco. A simple vista, puede que veas sólo letras que anuncian que estoy viva, y flechas con carteles que señalan los lugares más recónditos de mi alma. Pero si miras bien, o con un simple catalejo, puedes llegar a ver incluso cosas que creí perdidas desde hace tiempo. Estrellas, pegadas cuidadosamente a un papel azul. Libros en blanco. Hojas y hojas con letras de canciones. Trozos de espejo. Cajas de madera llenas de recuerdos materializados. Fresales cubiertos de cristal. Tazas vacías. Libros manchados de alegría. Miles, millones de nombres grabados perfectamente en el árbol más alto que jamás podrás ver. Flores azules. Y, todos esos pedazos de mí, convertidos en algo físico.
Y, ¿qué se oye? Música. Las canciones de mi vida. Y todas las conversaciones que, por un motivo u otro, mereció la pena recordar siempre.

miércoles, 7 de julio de 2010

Verano.

Verano. Ese olor a granizado de limón y a ventanas abiertas. Verano. La razón de algunos esfuerzos. El período de tiempo que esperamos durante todo el año. Que esperamos, pero -como casi todo lo que se hace esperar- al final te sabe a poco. Tal vez por esa irreflenable sensación de echar de menos las cosas de las que querías librarte. O tal vez por echar de menos algo mucho más importante: personas. Personas que hacen un poco más cortas tus horas. Quizás alguna que las hace largas. U otras que, simplemente, te colocan en un punto intermedio, en el que lo que duren tus horas es lo menos que importa.
Es tan paradójico desearlo; querer que llegue septiembre, cuando llega el verano y después anhelar que vuelvan junio, julio y agosto.

viernes, 2 de julio de 2010

Febrero 2009.

Amanece fuera. Fuera, porque en mi corazón no hay amanecer que valga. Mi corazón está tan vacío, tan insultantemente vacío, que si le dieras golpecitos sonaría a hueco. No duele. Pero no es acogedor. Si tuviera que comprar la sensación con algo, sólo me atrevería a compararla con impotencia. Porque también la siento. Me siento impotente por haberte perdido, de pronto. Por no saber como reaccionar en ese momento. Porque ahora estoy sola y no te retuve. Aún está grabada tu sonrisa en las yemas de mis dedos y te siento... te siento demasiado. Es todo demasiado reciente. Hace sólo un par de horas que pasé a ser un personaje secundario en la obra de tu vida. Me lo habías advertido. Y no te creí. Me dijiste que dolía, y yo pensé que algo tan hermoso nunca podría convertirse en dolor.
Se ha hecho de día, pero lo sigo viendo todo tan oscuro... y se me olvidó dónde está el interruptor de la luz.

martes, 29 de junio de 2010

Pequeños detalles. Vidas enormes.

Y pensar que antes no me fijaba. Nunca me paré a mirar los pequeños detalles que la vida nos brinda día a día. Podría hacer una lista con esas maravillas ahora mismo. Pero, eso sería demasiado rebuscado.
Son simples. No te das cuenta hasta que los estás viviendo, y te comienza a embriagar una sensación realmente acogedora. Te sientes bien. Y por un momento, lo notas, como si no existiera nada más en el mundo (o en tu mundo, como prefieras).

Dicen que la vida es soportable gracias a ellos. Dicen que merece la pena vivir por esa sensación. Pero, yo no creo eso. Gracias a ellos recordamos que la vida es soportable. Que esa sensación de vivir de puntillas se prolongará todo lo que tú desees.
¿Sabes cuáles son mis detalles favoritos? Escribir y que tenga un sentido distinto para mí que para los demás. Hablar en ese idioma desconocido que es el amor. Que un olor te transporte a un mundo que tenías olvidado.
Y sobre todo, la historia que puede contarte una fotografía si tienes un poco de imaginación.
Aquí tienes una pequeña historia para tu soñador libro vacío:


sábado, 26 de junio de 2010

Sus ojos soñadores y negros. (M&H 2)

Helena dio un portazo al salir por la puerta, llevándose mi vida con ella. No pude evitar llorar. Había intentado hacerme el duro, lo había intentado con todas mis fuerzas. Pero, por la forma en la que ella vaciló antes de echarse a andar, creo que había oído mis intranquilos sollozos. Helena. Hel. Recuerdo que nunca le gustó que la llamara así. Le recordaba a infierno, decía. ¿Infierno? Infierno el que viviré sin ella. Ya no solíamos hablar, no solíamos estar juntos. Pero lo más bonito del día seguía siendo llegar y ver su perfecto cabello rubio y sus pecas, sus ojos soñadores y negros, y sus labios y su nariz. Verla a ella. Ver su fallido intento por colocar ambientadores de vainilla por todas partes, y su cara de decepción al descubrir que ni de lejos olían a vainilla. La quería muchísimo... aunque no se lo demostrara. Seguía teniendo esa foto suya en la mesa de la oficina. Esa foto en la que salía sentada en medio de un campo de flores, sonriendo, dejando ver el pequeño espacio que había entre sus dientes.
-¿Qué coño hago aquí parado?
Abrí la puerta y salí corriendo. Hacía frío, pero no me importaba el hecho de no haber cogido el abrigo. Quería recuperar a Helena. No podía dejarla ir. Y ella tampoco quería irse. O al menos, no lo querría cuando pensara un poco en todo. Esto es un bache. Sí, uno de esos baches.
Corría como nunca antes. Me estaba empezando a asficciar. Soy asmático. Pero también me daba igual eso.
De pronto, vi una figura a lo lejos. Mi corazón empezó a latir más fuerte (creía que no era posible). Era Helena, estaba seguro. Comencé a correr MÁS RÁPIDO. Sentía que no podía más, pero lo hice. Ella caminaba despacio, eso me ayudó a alcanzarla antes. Cuando estuve cerca de ella, estiré el brazo y la cogí por el hombro.
-¡Helena! ¡Hel, no me dejes! Te prometo que compraremos la casa con las cristaleras más bonitas que puedas imaginarte. Nos pasaremos la vida juntos, como querías. Contaremos las estrellas cada noche. Sí, las contaremos desde el bosque. Te juro que nunca más te descuidaré, cariño. Nos querremos tanto como antes. O más. Los sábados por la noche, iremos a dar paseos por la ciudad. Sé que te gustan las luces de neón, Helena. Si quieres, ahora mismo iremos a dar un paseo. Es sábado. Helena, podemos tener esa vida que queríamos. De verdad que no he cambiado. Solamente me he descuidado, nos he descuidado. Te abrazaré como a ti te gusta cuando nos vayamos a dormir. Te volveré a regalar todos y cada uno de mis latidos. Haré cualquier cosa. No me dejes, no me dejes...
Me estuve guardando las lágrimas durante todo el tiempo que había pasado desde que la vi. Pero ahora, no pude contenerlo. Comencé a llorar.
Helena se me quedó mirando, pero era una mirada diferente. Era como si algo dentro de su ser hubiera cambiado. Bueno, no cambiado. Vuelto a ser como antes. Esa mirada era la misma que me dedicaba cuando nos tumbábamos en el jardín de la casa de mis padres, cuando éramos adolescentes.
Me abrazó, y noté la humedad de sus lágrimas en mi hombro.
-Oh, Matt. ¡Matt!
No pudo decir más. Pero yo sabía que no iba a irse. Me quería. Todo volvía a ser como antes. El bache se fue, para no volver.
Y nos quedamos así, abrazados, hasta que no pude calcular el tiempo, y la noche se hizo cerrada...

viernes, 25 de junio de 2010

Aquí no huele a vainilla. (M&H 1)

-Voy a huír, Matthew.
Matthew me miró, perplejo. Nunca creí que llegáramos a tener una conversación así. Matthew y yo nos habíamos querido como nadie se quiso jamás. Solíamos bromear con que teníamos el record del mundo en querernos. Jurábamos, también, que nuestra vida siempre sería perfecta. Viviríamos en una casa con cristaleras que dejaran ver el bosque. Nuestra casa estaría llena de fotos. Retratos de la vida que habíamos pasado juntos. Todo olería a esa fragancia a vainilla que me encanta. Y a felicidad. Sí, eso pensábamos. Creíamos que tendríamos toda la felicidad del mundo, sin buscarla, siquiera. Pero terminamos viviendo en un piso de paredes blancas y sucias. A lo único que olía ese piso, era a tortura. También solíamos creer que pasaríamos los días juntos, abrazados, bebiendo batidos de vainilla tan dulces como la vida que compartíamos. Pero, él y yo sólo nos veíamos antes y después de irnos a dormir. Los días que no trabajaba, me iba a dar un paseo, que se prolongaba todo el día. No quería ver más de lo debido como mi burbuja había explotado, y mis cristaleras se habían vuelto paredes blancas con gotelé.
-Creía que huír era de cobardes. -Matt se sentó, como agotado, en una de las sillas blancas de la cocina.
-¿Sabes lo que es de cobarde, Matthew? Mi vida. No aguanto más. Tengo 24 años y vivo como una mujer de 50 deprimida. No quiero vivir así. Esta no es la vida que pensé que tendríamos. ¿Sabes todo lo que arriesgué al fugarme contigo siendo apenas mayor de edad? Y, ¿para qué? ¿Para que la única conversación que tengamos en un día, sea sobre cómo quieres el bistec? Oh no, Matthew. Te has equivocado de mujer.
-Haz lo que quieras, Helena.
No. A mí no me iba a engañar. Le había roto por dentro desde el principio de esta breve conversación. Él solamente intentaba disimularlo, y eso me hacía querer huír aún más. El Matthew que yo conocía, mi Matthew, no me dejaría ir. Éste no es más que una imitación barata de ese chico que me prometía cada milímetro del universo. Una imitación que intenta quedar bien. Que cree que no seré capaz de marcharme. Es decepcionante. Acababa de dejar al amor de mi vida, y ni siquiera me replicaba. Ni siquiera me hablaba.
-Ya volveré a por mis cosas.
Me marché, dando un portazo. Pude oírle sollozar a través de la puerta. Pasar la noche con las luces de neón como única compañía, y con las cicatrices de mi corazón doliendo como si fueran recientes, me parecía mejor que quedarme con la imitación barata de Matt.
De pronto, un olor a vainilla llamó mi atención... Sí, me gustará mi nueva vida. Nueva... suena bien.

miércoles, 23 de junio de 2010

Tu olor a adivinanza.

Hay veces que, simplemente, me dan ganas de desaparecer. Así, sin más. Sin dejar ningún rastro. Sin despedirme. Sin esa sensación de dejar cosas atrás.
Pero entonces, apareces tú, con tu paraguas y tu olor a adivinanza.
Recordándome que me dejo la felicidad bajo la cama, disfrazada de polvo y botones para que me cueste encontrarla.

sábado, 19 de junio de 2010

Me contaría más cosas sobre mí de las que yo sé.


Juliette se tumbó en la cama, agotada. Estaba con los dichosos exámenes finales. Estaba realmente estresada, sus días eran un no parar. Porque a los exámenes se le sumaba el hecho de que su madre estuviera de viaje, y ella tuviera que hacer todas las tareas de la casa, incluyendo cuidar de su hermano (que no comprendía por qué no se cuidaba él solito).
Cerró los ojos y se acomodó como pudo en esa cama en la que nunca consiguió conciliar rápidamente el sueño. Cuando los volvió a abrir, podía ver su estantería repleta de libros, que estaba perfectamente encajada en la pared contraria a la cama. También había una muñeca de porcelana en la estantería. Se la regaló su tía (su EXCÉNTRICA tía) por uno de sus cumpleaños, de niña. Cuando abrió el paquete, le dio bastante miedo. Parecía que la muñeca te seguía con sus desconcertantes ojos azules, realmente parecidos a los de Juliette. ''Vaya -pensó- esa muñeca lleva tanto tiempo ahí, que si hablara, me contaría más cosas sobre mí de las que yo sé.'' Se levantó de la cama y cogió la muñeca. Bastantes pensamientos la inundaron, de pronto. Pensó lo fácil que debía de ser la vida de una muñeca. Simplemente, ves lo que pasa. Siempre en la misma postura. Siempre con la misma expresión. Y siempre, desde el mismo lugar. Esa muñeca no tendría la sensación de marearse al sentir que la tierra gira. No tendría la sensación de ahogarse en un lugar lejano a casa.
Juliette se sorprendió deseando ser una muñeca. Sí, deseaba ver el mundo como lo veía ese pequeño cuerpo de porcelana, por esos ojos de un azul envolvente, como sus propios ojos. Una perspectiva distinta a toda su vida, pensó.
Se revolvió el pelo y volvió a recostarse en la cama, esta vez con la mano sobre los ojos. ''Ver el mundo como una muñeca -se rió por dentro- que tontería''.

miércoles, 16 de junio de 2010

La soberbia te acabará matando.

Verás como tus palabras te van a quemar. Serán como metal ardiendo. Te dejarán una marca en la piel. Así los demás podrán saber como eres antes de entablar una conversación contigo, chica. Imposible. Desesperante. Caprichosa. Y sobre todo, egocéntrica. MUY egocéntrica.

La soberbia te acabará matando, y no creo que nadie se escandalice por ello.

martes, 15 de junio de 2010

Alicia, ¿qué tal si me vuelves a sonreír? - James.

-¿Qué piensas mientras intentas dormir? -Ahí estaba una de sus preguntas curiosas que me embriagaban sin motivo alguno.
-No te agradaría saberlo. -Sonreí y miré hacia el horizonte, distraídamente. Creo que el hecho de dejar de mirarla causó el efecto que yo buscaba.
-Está bien. Si no me lo dices, me pongo a gritar aquí mismo.
-Dices las cosas tan seria, que terminaré creyéndolas. Bueno, suelo pensar en... el mundo, en los detalles... supongo.
-¿Por qué no me iba a agradar eso? -Una nota de decepción se leía en su pálido rostro.
-¿Qué definición tienes tú sobre el mundo?
-La misma que todos, ¿no? -Se mordió el labio. Por su expresión, estaba buscando las palabras adecuadas. -El mundo es donde vivimos, y eso. Nada más. Es el conjunto de cosas que forman nuestro entorno.
-Bien. ¿Y sobre los detalles?
-¿Los detalles? Bueno, las pequeñas cosas que acompañan al mundo. Pero claro, son tan pequeñas que no pueden hacerle sombra. Podemos vivir sin ellos, o eso creemos.
Silencio, de pronto. Pero no por silencio, fue incómodo. Realmente fue agradable. Ella me miraba, esperando una respuesta. Y yo, nada más lejos de estar pensativo, la miraba también. En sus ojos había una chispa de excitación, de curiosidad. De pronto, como si yo lo hubiera pedido, suspiró. Fue tan leve el suspiro que salió por sus rosados labios, que si no hubiera estado mirándola así, no me habría dado cuenta. Sus labios... hoy no me había fijado en ellos.
Era extraño, parecía que este instante de silencio era eterno, pero maravilloso. A nuestro lado, los árboles no se movían. De hecho, no había viento. La gente parecía haberse esfumado para dejarnos a solas. Decidí hablar, terminando con esta sensación que me ponía los pelos de punta.
-No creo que los detalles sean pequeñas cosas. Bueno, aparentan serlo. Para mí son cosas realmente importantes, y enormes. Encender la tele y ver siempre lo mismo, abrir el armarito de la cocina y ver la cafetera en su sitio, coger el teléfono y oír esa voz conocida, que tanto significa para ti. Sí, esos detalles me hacen recordar que el mundo sigue en su sitio. Que el desorden que poco a poco se aloja en mi cabeza, sólo está ahí. En mi cabeza. Y es una sensación muy agradable, ¿sabes? -Miré al cielo distraídamente. Las palabras salían de mí como si de una fuente se tratara. -Una de las más agradables.
Me miró y sonrió. Creo que mis palabras le agradaban, me escuchaba atentamente.
-Y el mundo... bueno, cada persona tiene una definición distinta para él. Cada persona tiene un mundo distinto. Tu mundo pueden ser detalles un poco más exagerados. Tu mundo puede ser un objetivo. O una persona. Pero, acertaste en algo. Los detalles nunca podrán hacer sombra al mundo de alguien. -Vacilé un momento, y seguí hablando, aunque ahora el leve tic que solía darme en la mano, salió de su escondite. -La sensación de que el mundo siga ahí, por muy embriagadora que sea, nunca podrá compararse con la sensación que tengo al ver que me buscas con la mirada, o que me sonríes. Porque tú, tú eres mi mundo. Eres esa persona que hace que todo esté en su sitio, o que se desordene, sin más.
-Piérdete en tu propio mundo, pues. -Susurró antes de besarme. Y antes de que las mariposas comenzaran a rebolotear como locas en mi estómago. Antes de poder tocar el cielo con la punta de los dedos.

domingo, 13 de junio de 2010

Locura.


Apareces y desapareces como te viene en gana. Me susurras al oído, terminando con la poca cordura que le queda a esta pequeña soñadora. Es tan desesperante, que ponerme a gritar es lo mínimo que me gustaría hacer ahora. Mi corazón no es un bar del que sales y entras. No hagas que lo parezca. No. No puedo soportarlo más. Voy a gritar. Voy a explotar.

¡Sí! Eso es lo que debo hacer. Explotar cerca de ti, para que experimentes el dolor en tu propio cuerpo. Me volveré de cristal y explotaré, para que te claves cada uno de mis pedacitos. Y te estremecerás de dolor. Gritarás que estaba loca y no me importará. Ya no seré más que cristales, sangre y recuerdos. Dejaré de llevarte a cuestas. De desear que te desvanezcas. Dejaré de soñar que te congelas y te quedas siempre así.
Y tú, tú dejarás de amargarme mi ya amarga existencia. Porque te vas a morir del dolor que te producirán mis cristales. Porque tampoco existiré yo.

Tal vez todo eso funcionaría si no fueras más que mis miedos supuestamente encerrados.

viernes, 11 de junio de 2010

Tienes una forma de mirar que, sinceramente, me pone la piel de gallina.

No se me ocurre un plan mejor que perderme en tu mirada.

jueves, 10 de junio de 2010

Ahí se marchaba mi corazón dentro de tu bolsillo.

Entonces, apareciste, cuando más lo necesitaba. Sin darte cuenta, sin más, comenzaste a juntar uno a uno los pedazos de mi corazón. Te convertiste en mi aliciente. En mi oxígeno. Hacías que mi corazón cambiara de ritmo cada vez que, sin pensarlo, paseabas una de tus manos por alguno de mis rizos. Y me cambiaste.

Te quise tanto que lo mantuve en secreto, sellado para siempre detrás del pequeño lunar de mi labio inferior.

Conseguiste convertirte en todo, de pronto. En una sola semana, me tenías a diez metros del suelo. Fue un poco duro, no me agradaba la situación.

Pero lo peor, sin duda alguna, fue la despedida. ''Prométeme que no dejarás que te pisoteen'', susurraste antes de aquel último abrazo. ''Lo prometo'' salió la frase atropelladamente por mis -en ese momento tristes- labios, pues estaba intentando no llorar. Aunque, si hubiera llorado, no me arrepentiría de ello. Tú llorabas, o estabas a punto de hacerlo. Cuando vi esa pequeña y brillante lágrima deslizarse por tu mejilla, me pregunté como se atrevía siquiera a salir de esos ojos que lucían el color marrón como si de diamante se tratara. Me besaste la mejilla, y te giraste lentamente sobre los talones.

Y ahí se quedó tu recuerdo. Tú andabas hacia el autobús, y yo estaba parada en la acera, incapaz de moverme. ¿Cómo era posible, que en tan poco tiempo, hubieras logrado desgarrarme un trozo del corazón con tu marcha?
Y cuando vi que te alejaste, las prometidas y reservadas lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. Ahí se marchaba mi corazón dentro de tu bolsillo.

miércoles, 2 de junio de 2010

¿Miedo?

Estoy contenta, porque presiento que se van a cumplir mis espectativas. Porque avanzo bien y con paso firme. Porque todos, absolutamente todos mis miedos se han ido para no volver. Ahora estoy segura de ello.

Y por si vuelve el miedo, tengo palos y piedras preparados para echarlo de aquí. El único miedo que ahora aceptaría, es ese que me persigue, de no poder dormir sin decir te quiero antes. Ah, y el miedo a mi pequeño corazoncito. Ese no se quita con palos y piedras.

El miedo estará atormentando a otra persona. Como mis mariposas, que atormentan otro estómago ahora.

Gracias. Creo que ahora puedo alcanzar el cielo con una de mis manos.

Dos palabras y una coma.


Dos palabras y una coma, que marcaron la diferencia. Dos palabras y una coma, con las que pasaste de mi admiración más absoluta a mi indiferencia más aplastante.
Y no me apetece escribir más en tu nombre, eso significaría que no te ahogas en mi olvido.