¿Qué significará el tiempo sin relojes?

miércoles, 28 de mayo de 2014

las cosas compartidas jamás serán de nadie



Y entonces rozó su boca con mi boca, y nos acariciamos en un beso lento, de fogueo, y suspiré despacio, y le besé y me besó y nos besamos... Aquel beso no era para él, no era suyo, pero tampoco era mío. Yo le tocaba, a ratos con furia, a ratos con ternura, y mientras lo hacía, mientras ahogaba el alma en la carne, iban desfilando por mi cabeza todos los cuerpos, todas las almas a las que yo regalaba aquel beso que escupía deprisa. Y de repente le mordía, y manaba de mis dientes un deseo hueco que nada tenía que ver conmigo, y el beso se tejía en el espacio y en el tiempo y se esparcía por el recuerdo de todas esas personas a las que pertenecía. Yo había querido, no importaba a quién ni cuándo, ni tampoco con qué fuerza o en qué frecuencia, pero lo había hecho, y ahora no podía abandonarme al simple placer de la carne. Cada vez que besaba, cada vez que mordía, cada vez que tocaba, cada vez que me abandonaba al cuerpo, me sentía imbécil. No lo toleraba, no podía, y con los labios se movía la vida, y supuraba todo lo que había llevado dentro y besaba a tantos a la vez, tantas bocas, y en mi lengua se juntaban tantas salivas distintas que ya no sabía qué sabor guardarme.
Las cosas compartidas jamás serán de nadie, y aquel roce labial en apariencia era nuestro, de los dos. Mordía, lamía, besaba... Las cosas compartidas jamás serán de nadie, y al compartir el instante no era suyo ni mío, no tenía dueño, y quizás por eso yo lo esparcía como si estuviese hecho de esporas y le besaba con más fuerza, con más ganas, y se me calentaba el interior de los huesos, porque no era él, no era él, eran todos.
Jamás serán de nadie... Cuando las compartimos, las cosas se deforman, y no tienen la esencia que tendrían si fuesen mías, sólo mías, si se hallasen solamente dentro de mi coco. Tampoco son como deberían ser dentro de las múltiples cabecitas que las reciben, porque las cosas compartidas se fusionan, se moldean a sí mismas, y crean algo nuevo que no habría existido si no lo hubiésemos creado a traspiés. Me di cuenta entonces, y pensarlo no atenuó nada.

martes, 20 de mayo de 2014

escenas para entendernos




"Los pies me cuelgan. Los coches oscilan debajo de mis plantas, como hormiguitas en combustión. Corren, derrapan, frenan. Yo estoy lejos, en la esquina más fea de la azotea, y con cuidado poso las puntas de los dedos de mis pies sobre los vehículos. Los muevo un poco, y cuando en mi córnea se solapan el cuerpo y el metal, me desdoblo. Y llevo las piernas deprisa en dirección al final de la calle, como si montara en monopatín... Siento que me muevo, y en ese momento soy feliz"


"Soñé que el mundo se quedaba preñado. Ya no era una esfera, sino que tenía forma de ocho acostado. Cuando me desperté, la sopa estaba fría y en la tele hablaban de Europa. Y pensé, joder, a la primera contracción nos fastidiaron el día... "


"Magdalena soñó que paría un bicho. Nunca me dijo cómo era, así que me lo imaginé un poco sin forma, como a Gregorio Samsa. Era un bicho, me dijo, un bicho malo, y ya está... Estaba de siete meses, y dicen que es lo normal, que son sueños de embarazada. Que cuando esperas que algo salga de ti, piensas que puede salir cualquier cosa. ¿Será lo mismo soñar con un bicho humanoide que con un bicho de sociedad?... "

"En el platillo, la camarera me dejó un euro de más. Lo tomé como una invitación del destino, como un regalo de cumpleaños un poco, sólo un poquito retrasado. Era un euro, cien céntimos, dos veces cincuenta, diez veces diez. Quise donarlo, comprar una de esas tarjetitas de ayuda del súper. Quise regalarlo, invertirlo, llegar con él al cambio. Pero entonces se coló en mi vida una máquina de chicles, y yo tenía la garganta tan, tan seca..."


"El trapecista quería agarrar la estrella. Construyó un artefacto, un trapecio gigante, con cuerdas industriales, y se embutió en un traje ignífugo. Compró un montón de grúas y las amontonó. Cuando la altura fue adecuada y la tierra ya era redondita, colgó las cuerdas en el tope y desescaló la torre. Antes de agarrar el trapecio, lo lanzó como hacen los niños para darle la vuelta al columpio. Y las cuerdas se quemaron, se volatilizaron. El trapecista se sentó en el suelo, llorando como una breva, y no alzó la vista para descubrir que la punta de la última grúa, allí donde sus manos habían atado la cuerdecilla, rozaba la esquina de la estrella"


"Manolo, así se llamaba el tío que quiso pintar en la carretera una línea discontinua que llegara hasta el otro lado del mundo. Porque le daba la gana de pararse en cualquier punto. Se llamaba Manolo, y cuando Manolo, tras un arduo trabajo, se topó con el principio de otra línea discontinua, casi casi donde él recordaba haber comenzado, se cabreó y empezó a borrar las endemoniadas rayitas que un tío llamado Manolo, copiándole el trabajo, había empezado a pintar"


"La bota pisa el alma, y estruja, y se jacta. El alma convulsiona, se retuerce de dolor, chilla y supura y sangra. El pie por fin consigue vencer al zapato mortífero, y tira fuerte, y al final la bota se retira, con mucho esfuerzo, y el alma queda libre. Entonces abre un ojo, y después el otro, se limpia las babas y pregunta, desconcertada, por qué la bota siempre tiene que correrse primero"


"La vida imita al arte, dijo el modernillo mientras tomaba sopa en lata y fumaba maría en una pipa de viejo..." 



domingo, 11 de mayo de 2014

345





Le da la vuelta, y lo hace con la mano izquierda, la mano inútil, la mano idiota. No lo mira. Me clava las pupilas a mí, y el alma a mí, y se vierte por los ojos sobre mi cuerpo. Se desparrama en mis costillas. Y, sin embargo, permanece tan entera, tan íntegra, que aparenta que no se está derritiendo, que no se le vuelven agua las vísceras, que no se le escapan los sentidos por los poros, que no se suda a sí misma.
Gira el reloj de nuevo. La arena, que ni siquiera había empezado aún a caer, se afianza de nuevo en la que antes era su base. Esta vez sí lo mira, deja de mirarme y lo mira, y yo oteo cómo su espalda se vuelve hierática y los dedos se aprietan a sí mismos para después, pum, destensarse...
Yo intento acercarme, y tocarle la espalda, y ponerle un dedo encima y sentir que no es agua, que su cuerpo no se desliza en forma de gotas suicidas. Y no puedo, porque de pronto se gira, y me mira y la miro, y entonces sé que le ha dado la vuelta al reloj, y pienso en lo tristes que deben de sentirse los granos de arena, que siempre van de una casa a otra, como los niños maleta.
Puta. 
Tres minutos, suspiro con voz, tres minutos, el reloj dura tres minutos... La arena tarda tres minutos en caer, y durante tres minutos los granitos de desparraman contra el vidrio, y quizás sólo esos tres minutos de acción compongan la tranquilidad. Tres minutos. Pero tú, suspiro callada, tú no dejas que avance, no dejas que ande, tú no dejas que el reloj me chille que aún hay tiempo. Tiempo para no hacer nada, o para salvarme. Tiempo de mierda, que no sé cómo voy a utilizar, pero que me dará un momento, espero, para pensar. 
Sólo es un reloj de mierda, y es feo, y no me gusta. Y nunca lo utilizo, porque no entiendo de qué me va a servir cuantificar tres minutos que sólo dan para lavarse los dientes, o para dibujar un ojo, o para andar a casa. Y es sólo eso, tres minutos, un segmento de tiempo tan pequeño, tan, tan nimio que se vuelve estúpido. Qué más da, son tres minutos, tres minutos, tres...
¿Qué significará el tiempo sin relojes?, exhalo, ¿qué significará, sin relojes?... ¿Y si es una idea vaga, y si al final el mundo se desmorona, y si, al no haber tiempo, ya no hay imposición social? ¿Y si nadie me dicta el ritmo, y si no envejezco, y si da igual que me vuelva vieja y se me arruguen las manos y tenga experiencia, y si nunca soy demasiado joven, y si nunca debo crecer del todo, y si nunca tengo certeza de que soy yo, soy yo y nadie más? ¿Y si al final no es nada, y si el mundo se basa en el tiempo, y si la vida es más corta y los días más largos? 

jueves, 1 de mayo de 2014

42




Es que yo estoy un poco torcida, y a veces por la mañana ni siquiera intento peinarme para tratar de remediar el desastre que crea la propia naturaleza de mi cabellera, y dejo que me crezcan las uñas y sólo me las limo cuando ya están irremediablemente feas, y tengo la nariz grande, y el pelo rizado y de varios colores, y a veces pienso demasiado, y escribo de tal forma que al final me acaban doliendo los dedos porque es la única forma de flagelarme un poco, y me importa una puta mierda no tener edad para beber tanta cerveza y para decir tantas palabras feas, y me gusta ver a los demás fumar pero soy incapaz de hacerlo porque cada vez que me llevo el cigarro a los labios siento un tirón en la garganta, y tengo los pies grandes y las orejas pequeñas y trazo todas las mañanas una gruesa línea negra alrededor de las curvas cerradas de mis ojos, y los ojos los tengo gastados ya de leer cada vez que se me abre un oasis en el reloj, y duermo mucho, y madrugo poco, y siempre llego tarde a clase, y tengo una teta más grande que la otra, y tengo un ojo vago, y a veces hablo gritando, y tengo la voz un poco rota, así, como si me saliera de algún punto que se encarama en lo hondo de mi garganta y raspa el habla, y hablo un poco raro, y no sé pronunciar la 'ch', y tengo los dedos gruesos pero largos, y no me sé, y no me conozco, y no me veo, y a veces en vez de intentar decidir espero a que la idea venga sola, a que nazca sola, a que aparezca de repente en el foro de mi puto coco, y soy leal hasta los huesos, y no me lo soy a mí misma, y tengo embutido dentro del cráneo un inefable complejo de culpa que se regenera como la cola de un lagarto, y tengo la barbilla redonda, y los labios finos, y entre mis dientes se abren profundos huecos que llegan hasta donde acaba la garganta, y la línea que define el rostro me la cubre un lunar, y tengo las pestañas en una eterna curva cerrada, y a veces soy una zorra, y otras me paso de buena, y siento a veces que el airecillo de la calle no me entiende, y entonces no me entiende nadie, y ya está, a la mierda, nadie comprende nada, y me siento sola a veces, y de vez en cuando encuentro una baldosa, así, en el suelo, que me refleja desde dentro, que me refleja las tripas y la sangre y las vísceras y un alma en la que siempre me cuesta penar, y en la baldosa también se encarama la figura de alguien más, como si surgiera de su núcleo, y entonces hallo un doble, y llega alguien que también se tuerce un poco, alguien a quien también se le rompe el fondo de la voz en algún punto de la garganta, alguien que sueña despierto y se araña los brazos para cerciorarse de que no tiene por qué mierda estar durmiendo, alguien que también se desliza por el tiempo y no cambia nunca y tiene sueños y siente sin filtros y duerme con dificultad y no sigue cánones y escribe a martillazos y lee a latigazos y se cose a las pestañas las horas que quedan para que el futuro llegue y se lo cargue todo, todo y a todos y explote, alguien que se engancha a la vida, alguien que llora de repente, alguien que ríe de rebote, alguien que jode sin querer, alguien que disfruta de sus propias heridas, alguien que sabe dónde está pero no para qué, alguien como yo, así, que se peine poco el alma, y, no sé, la vida es un poco menos puta...