¿Qué significará el tiempo sin relojes?

martes, 26 de febrero de 2013

03


Siempre he odiado las promesas, y eso es, básicamente, porque odio las mentiras piadosas. Prometer es mentir a largo plazo; es hacer daño, porque cuando todo se rompe y tú también, recordar que te prometieron que nunca te dejarían es una puta mierda (y esto, dicho suavemente). Así que, como las palabras se las lleva el viento y odio que las líneas apunten al suelo, prometo no volver a hacerte promesas porque mentirte es algo de lo que jamás podría estar orgullosa. Porque sé que ese tipo de mentiras edulcoradas pueden llegar a cortar como cuchillas y, a la larga, en vez de convertirse en lo que se dice que llegará a ser, una promesa puede convertirse en una tortura, una ruptura con la que era tu realidad entonces, un dolor irremediable que tiene como cumbre la impotencia más maquinal y absoluta.
Y sí, conozco tu forma de hacer caso a lo que te pido. 

viernes, 22 de febrero de 2013

Y así, cerramos.


A terminó rompiéndose los huesos y B las ideas.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Tendiendo a gris





Te dejo buscarme sólo si me traes la vida a gritos,
si compartes conmigo un par de tragos de amagura
y me prometes que al  marcharte no dejarás palabras flotando en el aire.
Te dejo buscarme, pero haz el favor de encontrarme.
Y si no me encuentras grita,
que cuando se trata de tu voz el sonido conspira conmigo
y te trae siempre directo a mis oídos.

















Y vuelta a empezar.

00



Me enseñaste que la vida tiene dos caras y que yo tengo cien. Me enseñaste a soñar despierta, con las pestañas llenas de amargura y el dolor marcado en las ojeras; a reírme de la vida si no soy consciente de que me estoy cayendo; a vivir de pie, sin inventar mil maneras para no hacerlo; a seguir siendo yo y no dejar de serlo jamás, porque soy quien soy y ya dejé de preguntármelo. Me enseñaste a quererme aunque no pudiera y a quererte si podía. Me enseñaste que todo fluye y todo se marcha, y si nada importa es porque nada dura; que la vida entre momentos también existe; me enseñaste el mundo más allá de lo que yo sabía, porque podías. Me enseñaste, de muchas formas, que la vida no son círculos concéntricos. Lo hiciste sin darte cuenta, solamente regalándome tus suspiros y dejando que te arrancara la paz que encontré en lo más hondo de la noche de tus pupilas. La arañé y me quedé con ella, la guardé para mí y tú, sin ella, seguiste mirándome fijamente y no bajaste la guardia regalándole al mundo una de tus eternas caídas de pestañas (aquellas pestañas que eran mías y sólo mías, que enmarcaban aquellos ojos que quería guardarme y las estrellas que siempre quise ver en ellos). Me enseñaste todo sin esfuerzo y me obligaste a echar una mirada al desastre que llevo dentro, me hiciste ver lo que tengo y verme a mí. 
Tal vez pueda agradecértelo algún día, pero hasta entonces seguiré recordándome a mí misma que me robaste parte de lo que siempre fui, que si yo te robé la paz tú te quedaste con mi alegría y que los milagros son sólo cosa de la Biblia.

domingo, 17 de febrero de 2013

Hacer, destruir.


Cuando la noche cae, caigo yo. Oscurece y me rompo en pedacitos muy pequeños, salen disparados y no hacen ruido. Y yo me encargo de recogerlos y pegarlos con celo, uno a uno, poco a poco, con paciencia y desgana, olvidándome de todo y olvidándome de mí. Así paso las horas, volviéndome a hacer, montando el peor puzzle de todos y dejando de pensar. Centrándome en mí, en lo que soy y en lo que quiero llegar a ser; centrándome en lo que podría llegar a ser si, cada noche, no me diera por romperme. Sé perfectamente que nunca podré arreglarme del todo y volver a ser lo que era al salir el Sol. Nunca podré ser la misma pero, a la vez, no podré ser diferente porque siempre sigo el mismo esquema, las mismas instrucciones nunca escritas; porque aunque no sea la misma, me parezco tantísimo que casi duele. Así, cada noche vuelvo a nacer y me recreo en un orden distinto, de distinta forma, pero siempre con las mismas piezas, siempre con la base que vuelve a romperse y a caer. Hacer, destruir. Y así una y otra vez, sin romper nunca el círculo vicioso, el ciclo imparable de noches frías y días llenos. Una y otra vez, dando vueltas como una ruleta, montada en la noria y recordando siempre aquella montaña rusa de la que decidí bajarme; recordando el vaivén, los cambios de velocidad; recordándome. Siempre cayendo a una velocidad de vértigo si aparece la Luna, mi alarma lejana.

jueves, 14 de febrero de 2013

La belleza de lo difícil



¿Entenderlo y entenderte? Nunca seré capaz.

miércoles, 13 de febrero de 2013

¿Qué me cuentas hoy?


Me encanta esa mirada tuya de "podría destrozarte ahora mismo con dos palabras, pero te escucho y no lo hago porque me divierten tus ojillos de cordero degollado y porque, qué demonios, nunca he sido tan mala persona. Creo. A veces lo dudo, pero es simplemente porque a veces creo que no me conozco lo suficiente, y sé que si algún día me diera por abrir la caja de Pandora esas dos palabras se multiplicarían y, entonces, llorarías de pura impotencia. Y, ¿qué haría yo? Reírme y luego arrepentirme, preguntarme de dónde brotaron las palabras e intentar tapar el agujero con un corcho. Seguir y luego reaccionar, y volver a guardarme, doblarme poquito a poco y meterme de nuevo dentro de mí misma para, así, volver a ser una perfecta desconocida para mí. O no. A veces lo dudo, pero en la duda hay esperanza y aquí sigo yo, mirándote con los ojos entrecerrados y la vida concentrada en las yemas de mis dedos".
Pero, claro, de lejos.

martes, 12 de febrero de 2013

38



Lo peor es la impotencia. Saber que algo va mal, que lo que tanto te esforzaste en guardar se te escurre e intenta echar el vuelo, y no ser capaz de hacer absolutamente nada. Y tener que ver cómo los lazos se destruyen y el hilo se tensa, sin hacerse esperar, sin esperarte. Impotencia al ver cómo ya no soy yo la que lleva esto, siempre de pie y estable. Ya no soy yo; no quería pasarte el testigo pero me lo arrancaste de las manos. No quiero volver a caer en lo de siempre y volverme otra vez frágil, cerrarme y sobrevivir. Quiero escaparme poquito a poco, como humo, en un grito fugaz que se quede colgado en el aire para siempre. Un grito invisible hecho de miradas mudas; un grito indeciso lleno de vacío. Y así, ser capaz de seguir. Destruir la impotencia sin destruirte. Quererme sin odiarte. Ser sin que seamos. Avanzar sin movernos. Existir sin tonos grises. 
¿Sabes una cosa? Odio encontrar en tus ojos lo que siempre hallé en los míos. 

miércoles, 6 de febrero de 2013

paso a paso



Sigo esperando el día en el que sobren las palabras entre tú y yo; el momento, la parte mínima de ese día infinito y deseado, en el que puedas decírmelo todo sin decir una palabra. Cuando ocurra, cuando el día llegue y yo -la eterna duda viviente- me de cuenta de que mi espera mereció la pena, podremos romper las normas y seguir, marcar el ritmo y dejar de vivir a medias. Podremos, porque siempre se puede, olvidar el pasado y construir un nuevo presente con las piezas de Lego más grandes del mundo. Construirnos, o reconstruirnos, y empezar a hacer camino al andar; andando en línea recta, no en círculos, aunque la costumbre siempre gane. Y poder para siempre decir que lo intentamos, que devoramos las palabras y dejaron de flotar, de mezclarse con el aire y meterse dentro de nosotros. 
Algún día. Suena cercano, pero no callamos nunca y todavía no me he cansado de escuchar tus palabras huecas.

lunes, 4 de febrero de 2013




En el mundo de los desvaríos, las constantes no quedan bien.

De destino inexistente y vacío incurable


Así, veo como todo se agota, y lo que yo creía una fuente inagotable de sueños se convierte en algo que debo cuidar. Me convierto, de repente y sin querer, en cuidadora de mí misma y dejo de ser libre porque llevo un lastre que me frena. Ya no creo armonía, no creo esperanza, ya no creo nada y tampoco creo en nada; soy como un cigarro que alguien terminó de fumar, como una botella vacía y una hoja llena hasta los topes. Hay algo, una de esas muchas cosas, que me pellizca desde dentro del alma y me hace fruncir el ceño. Es algo transparente, casi invisible; cuando creo que se ha ido vuelve, y cuando creo que lo llevo dentro, no lo encuentro. ¿Qué soy yo, si no puedo vivir con ello pero tampoco me conformo con que no esté? ¿Qué soy yo, o quién soy, si prefiero sentir pellizcos a no sentir nada, a gastarme del todo, a sentir que puedo evaporarme y ser como el humo de una vela? No hay nada más allá de lo que me obligo a creer, y la vida va girando como una peonza. ¿Y si me mareo? La cosa es girar. Seguir el ritmo del mundo para que, en apariencia, éste te siga a ti; ir siempre al mismo ritmo o un paso por delante, sin dejarte nunca pisarle los talones a la vida. Si tienes la valentía suficiente para nadar contracorriente, entonces inténtalo.
Pero si me vacío, si me gasto, si termino del todo con lo que llevo dentro y el aire se me escapa por los poros o, quizá, en un suspiro interminable, si la vida me adelanta y me quedo rezagada, siendo siempre la última, no pienso pensármelo. La vida va cambiando de color, y del rojo ardiente al azul oscuro no hay ni medio paso; del verde al gris, ¿qué puede haber? Si todo tiende a gris y las líneas apuntan al suelo, ¿qué puede haber? Estás tú, siempre ahí, marcando la diferencia, marcando el punto de partida y corriendo con fuerza, dejándote las suelas de los zapatos porque, si la vida se te escapa, tienes que ir tras ella. Si la vida avanza demasiado deprisa, vas a tener que ganar velocidad. Si te paras, no te va a esperar; si te paras, te vacías. No hay segundas oportunidades. Sólo hay una, y está ahí, puedes verla. Avanza, corre aunque te duelan las piernas y te quedes sin aire; corre aunque no veas nada, aunque te parezca que el suelo vaya a abrirse y a comerte. La única forma de caerte, es detenerte. La única forma de quedarte sin ganas, es quedarte atrás. La única forma de quedarte sin esperanza, es dejarla ir. La única forma de vivir es correr, girar, seguir. Siempre adelante, aunque lo que lleves dentro de lo impida, aunque quieran obligarte a parar.
Corre, avanza, no te pares nunca. Algún día llegarás a tu destino. 

Y tú, ¿buscas o esperas?


¿Qué hay debajo del miedo, de la ira y del dolor? ¿Qué hay en el fondo, justo en el núcleo, donde todo surge y todo termina? ¿De qué color son los malos sentimientos? ¿Cuál es el límite? ¿Existen los motivos, o solamente somos marionetas del momento, de nuestro propio instinto? ¿No es cierto que somos como el niño temperamental, la madre clemente, el abuelo que fuma en su pipa observando el infinito, como los que se ven vacíos y apretados, cada vez más, por unas cadenas que ellos mismos crearon tiempo atrás? ¿Y con qué materia? ¿Existe algo que podamos crear dentro de nosotros mismos, algo que persista, la base de todo, algo a lo que llamar nosotros, o somos, sin más, producto del azar? ¿Qué es el azar? ¿Existe? ¿Las casualidades están ahí o simplemente se empeñan en jodernos o alegrarnos la vida deliberadamente? ¿Quién soy? ¿Quién eres? ¿Quiénes somos? ¿Tenemos que conformarnos con lo que tenemos, con lo que somos, o podemos mirar más allá, perseguir un horizonte que podemos imponer nosotros mismos, ahora, aquí, de esta forma? ¿Podremos caminar hacia él, siempre con paso firme y la mirada puesta en la meta, o tendremos que quedarnos estancados, observando siempre ese horizonte infinito que jamás podremos alcanzar? ¿Se moverá a medida que avancemos, alejándose de nosotros poquito a poco, oponiendo resistencia y haciéndonos sudar? ¿O será benevolente y nos dejará llegar si tenemos ganas, si utilizamos ese intento de herramienta llamado "esfuerzo" que nos empeñamos en dejar a un lado? ¿Sentiremos algo cuando lleguemos o habremos dejado atrás los sentimientos -miedo, ira, dolor-, existiendo en un plano distinto, buscando una nueva víctima, como asesinos en serie? ¿Es eso la vida, decidir si buscas o esperas? 
Y tú, ¿buscas o esperas? ¿Buscas u observas? ¿Ves pasar la vida o intentas que ella te vea pasar a ti, difuminado por la velocidad? ¿Vas rápido o despacio? ¿Cambias, permaneces o estás siempre en el limbo, con el cambio buscándote y contigo evitándolo, huyendo de él por culpa de tus queridos amigos los opresores, Miedo, Ira y Dolor? ¿Buscas el cambio y la vida te pega al suelo, siempre sin dejar que te muevas, temiendo que huyas de ella y no vuelvas jamás? ¿Vas contra el mundo o giras con él, siempre respetando la armonía, sin romper las normas, sin romperte? Y tus esquemas, ¿están rotos? ¿Vives al margen de ti mismo? ¿Sigues tus normas o las que el trío fatídico te impone con mano de hierro y arte infame? ¿Quieres o no? ¿Esperas a que la puerta se abra o la abres de una patada? ¿Haces las cosas claras o llevas máscara, en un eterno carnaval urbano que funciona como invitación al purgatorio? ¿Te conoces, te conocen o te conocías? ¿Preguntas o respondes? ¿Eres un acertijo viviente o descifras otros? ¿Vida o supervivencia? ¿Amor propio o propiedad? ¿Suerte o consecuencia?



viernes, 1 de febrero de 2013

Los sentimientos, si los multiplicas por tres, dan cero.




Nadie preguntó por mis ojeras,
esas que llevaban tu nombre escrito a fuego
y una noche oscura guardada
para siempre en el filo de su curva,
torturándome por la mañana,
recordándome lo que la vida me prohibía,
que me faltabas y que sin ti
también faltaba yo a medias.
Nadie preguntó, doy las gracias en silencio
porque no sé mentir ni decir la verdad.
A medias, también te llevo,
y te llevo en los bolsillos
porque no sé dónde guardarte.
Puedo cegarme
si no me dejas ver la luz.

Hueco, vacío, infinito.




Sé que pierdo el tiempo pensando en nada,
omitiendo el mundo y olvidando olvidar,
olvidando que existe algo más allá,
que la vida sigue aunque pare de andar.

Pero si pierdo el tiempo ya lo encontraré,
y si la vida se me escapa, la dejo marchar,
que ya no colecciono momentos buenos
porque los desgasto antes de terminar.

Y algún día lograré entenderme
sin intentar explicarme.
Algún día lograré ser algo
que no se apague,
lograré algo dulce y amargo,
y que la llama se propague.