¿Qué significará el tiempo sin relojes?

martes, 26 de febrero de 2013

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Siempre he odiado las promesas, y eso es, básicamente, porque odio las mentiras piadosas. Prometer es mentir a largo plazo; es hacer daño, porque cuando todo se rompe y tú también, recordar que te prometieron que nunca te dejarían es una puta mierda (y esto, dicho suavemente). Así que, como las palabras se las lleva el viento y odio que las líneas apunten al suelo, prometo no volver a hacerte promesas porque mentirte es algo de lo que jamás podría estar orgullosa. Porque sé que ese tipo de mentiras edulcoradas pueden llegar a cortar como cuchillas y, a la larga, en vez de convertirse en lo que se dice que llegará a ser, una promesa puede convertirse en una tortura, una ruptura con la que era tu realidad entonces, un dolor irremediable que tiene como cumbre la impotencia más maquinal y absoluta.
Y sí, conozco tu forma de hacer caso a lo que te pido. 

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