¿Qué significará el tiempo sin relojes?

martes, 30 de noviembre de 2010

Por qué, porqué. Por qué no.

Why do I love you?


Nunca me había parado a preguntarme por qué pasan las cosas. Porque nunca me di cuenta de las cosas que han pasado, nunca me paré a pensar que realmente soy afortunada; nunca me he dado cuenta de que he amado y me han amado y eso es lo más importante. Supongo que todo pasa porque tiene que pasar. Cada desición, cada conversación... todo da paso a algo. Soy de esas personas que creen en el destino... una de esas personas que piensan ''¡eh! no hay mal que por bien no venga''.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Varias docenas de veces.

Una calle llena de gente. Rebosante. Solía ser silenciosa hasta que llegaron las tiendas. Ahora ni siquiera las abejas guardan silencio. Se cuentan a puñados de gigante las señoras que desfilan por aquí con sus exagerados contoneos. Nadie se siente, pero todos se miran. De arriba a abajo, como si intentaran demostrar algo. ¿No lo entienden? Todos son iguales. Quiero decir, siguen el mismo patrón.
Mientras me perdía en mi torpe análisis de la calle, alguien se sentó a mi lado. Pude percibir un vago olor a perfume de mujer. Me giré descaradamente (aunque en ese momento no creí que fuera de esa manera) y vi a una chica de cabello ligeramente claro y largo y ojos marrones. Miró hacia mí y sonrió, tal vez por educación. No le devolví la sonrisa. Me quedé ahí, tan descarado y torpe como siempre, analizándola.
Descubrí que ya la había visto varias docenas de veces. La había visto llorar, reír, la había visto caer y volar. La había visto varias docenas de veces, varias docenas de noches, en sueños. Era la chica del vestido azul, la chica con la que soñaba en mis noches de selectiva soledad. La amiga de las ratas sentaba en un par de tablones llamados banco, a mi lado. Siempre a mi lado.
En lo que dura un pestañeo abrí los ojos y me tapé la cara con las sábanas. Me di cuenta, un rato después, de que tenía la cara mojada. Me pregunto por qué lloraba. ¿Lloraría por el dolor de cabeza? ¿Por la vida que se me iba entre humo e infelicidad? ¿O porque tal vez, sólo tal vez, me estaba enamorando de alguien que sólo existía en mi cabeza?

domingo, 21 de noviembre de 2010

Bonnet.

Allan salió del aeropuerto con una sonrisa que parecía pintada en su cara. Ni siquiera se molestó en ponerse el abrigo, estaba demasiado ocupado como para tener frío. Por fin respiraba de nuevo el aire de su ciudad. Por fin vivía en el mismo marco en el que había nacido. Corrió arrastrando las dos maletas, que eran más de la mitad de altas que él. Subió al taxi y no dio la dirección de su casa. Estaba deseando llegar y abrazar a su madre por primera vez en cuatro años, pero había algo que deseaba aún más. Dar una sorpresa. Quería ver a alguien, quería comprobar que estos cuatro años de distancia y penumbra no había dejado rastro en su rostro. Que sus ojos seguían brillando con la misma intensidad.
Ni siquiera podía pestañear. Estaba en París, ¡en París! Su estancia en Dublín ahora no era más que un recuerdo. Las noches de nostalgia, las cartas y la sensación de vacío ahora no eran más que recuerdos no muy felices. Irlanda quedaba ya lejos.
Bajó del taxi y sintió que rozaba el cielo, ahí estaba la casa del color de éste. Subió los tres escalones hasta la puerta lentamente, como si quisiera estirar este momento. En realidad, se sentía nervioso. Tras cuatro años volvería a verle la cara... Se tocó la perilla y sonrió, ya frente la puerta. Bajó un poco y agarró el collar que, colgado de su cuello, destacaba sobre su camiseta oscura. Una chapa de botella.
Estiró la mano y tocó el timbre de Alicia. Por fin estaba en casa.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Cristales de sal

Somos frágiles. No lo creía, ni lo creías, pero es cierto. Nuestro refugio, los suspiros del otro. Sus palabras; los días en los que ni tú ni yo nos poníamos de acuerdo y terminábamos mintiendo para que lo pareciera. Tan frágiles. Cristales de sal. ¿Qué puedo decir? nuestro ''nosotros'' era indesición. Siempre de puntillas sobre la cuerda floja, gritando para poder prestarnos atención. Nos llamábamos luz y oscuridad. Creí que no, pero en realidad sí que éramos opuestos. Tú querías ver luz estando ciego, yo quería rozar la noche con la punta de los dedos. Y cada uno quería que el otro le llevara a ello. ¿Nos decepcionamos? Diría que no. Tanto da. ¿Nos hicimos daño? Diría que tal vez. Así somos. Frágiles.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Marcos y Julia




''-¿Sí?
-Te echo de menos. -la voz suena clara, rápida. Como si llevara tiempo planeando esas palabras. Obviamente la reconozco, y se me curva el alma.
-...¿Qué quieres?
Silencio. Oigo un suspiro por el teléfono y sé que Marcos se resigna al otro lado.
-Necesitaba oírte. Incluso si hubiera oído insultos, o amenazas por tu parte, mi llamada habría sido exitosa. Necesitaba oírte, joder. Pero ahora necesito recorrer la curva de tu cuello, acariciarte el pelo... Necesito quererte de cerca; no me basta con quererte a medias. -Temblaba, con el auricular del teléfono en una mano y mis lentes para leer en la otra, amenazando con caer al suelo. Si hubieran caído no me habría inmutado. En ese momento no. - Pero qué estoy haciendo... No. No me permito perderme de nuevo en tus ojos. No voy a caer.
-Marcos...
-Cállate. Cállate, no digas nada. Eres como una droga, joder. Como una puta droga.
-Marcos, escúchame; tenemos que dejar de hacer esto...
-¿A qué te refieres?
-Nos hacemos daño, ¿no lo ves? Pasan meses, y me llamas... Me llamas con la voz rota y me torturas así. Y yo vuelvo hacia atrás y pienso que soy la misma, que somos los mismos, que te quiero...
Suspiro y el silencio vuelve a hacer su aparición. Agradecido silencio. Podría darle a ese botoncito rojo y colgar, podría dejar de coger sus llamadas. Pero yo también necesitaba oírle. Sólo para saber que su voz rota seguía teniendo la misma intensidad, el mismo tono de domingos con tormenta. Egoista es lo que soy. Por interesarme por un corazón que yo he roto. Quién me iba a decir que cuando rompes un corazón, cargas el peso de éste a tu espalda...''

jueves, 11 de noviembre de 2010

-Quiero decir... no era inexplicable. Era extraño, eso sí, pero no cruzaba esa línea. No era más que frío intentando ser calor. Palabras, mis trazos intentando recrear la magia de sus facciones. Nada se detenía, aunque el cine, las canciones y los libros te hagan creerlo... Sus palabras, sólo eran palabras, nada más. Y sus saludos, saludos. No eran ninguna especie de escalera hacia la luna. Era algo más sencillo y menos extravagante. En un día normal, ¿cuántas personas pueden llegar a saludarte? Pongamos 25. Cuando 24 de esas personas te sonríen, o te saludan, sonríes con los labios. Cuando la persona restante -oséase, el quid de la cuestión- lo hace, es algo parecido a sonreír con todo, con el alma, los labios, y demás. Sólo eso. Nada surrealista. ¿Entiendes, Julia? No es inexplicable. Es tan sencillo como querer, y tan complicado como que todo te conduzca a ello.