¿Qué significará el tiempo sin relojes?

lunes, 31 de diciembre de 2012

31



Chica del reloj de arena,
no me gusta terminar un año sin pararme a pensar qué lo ha hecho especial, cuáles han sido los momentos buenos y qué quiero conservar. Por eso, quiero darte las gracias -una vez más-. Porque tú, aunque no lo creas, me haces sentir especial. Me haces sentir bien cuando lo único que quiero es arañar la pared y arrancarme la cabeza; haces que quiera llegar lejos solamente porque alguien -tú- confía en que yo, un desastre andante, lo consiga. Haces que sonría -o que me ría a carcajadas- en los momentos más absurdos, más emocionalmente estúpidos. Y, por encima de todo, eres la única persona en la que me veo capaz de confiar en todos los sentidos.
Te lo he dicho muchas veces: eres especial. A simple vista ya pareces genial. Pero, ¿qué voy a decirte? Cuando se empieza a profundizar en ti, a quitar las capas y capas que tienes -¿una cebolla, tú?-, aparece la parte realmente especial, ésa que no quiero llegar a perder nunca. Cuando quito una capa, encuentro algo. Y así, si voy quitando tus capas -¿escudos?- y accedo a partes de ti que no conozco, me sorprendo cada vez más. Eres increíble. No voy a parar hasta que te lo creas, y me da igual. Hay miles de cosas por las que eres especial para mí, por las que eres mi mejor amiga y lo serás siempre. Tú; la única persona a la que ni siquiera tengo que ponerle nombre, porque es obvio que te escribo a ti y sé que lo sabes. Tú; la única persona que me entiende cuando le digo que no sé qué coño me pasa. Tú; la única persona de la Tierra con la que puedo entenderme solamente echando una mirada tonta.
En fin, tú, que quiero hacer muchas cosas contigo este año o el que sea, y cosas pendientes nos sobran. Hay muchos días en la vida y podemos hacer buenos un puñado de ellos o la inmensa mayoría, y si consigues soportarme un par de años más, haremos lo que nos dé la gana. Bristol anda cerca.
Gracias por hacerme un poquito más feliz.
Te quiere,

      la de las estrellas de papel.

two peas in a pod.



sábado, 29 de diciembre de 2012

95 wanna be your sunshine


Si me miras, me vuelvo transparente. Me vuelvo algo borroso y poco común, poquito a poco, cuando me disparas con los ojos. Me cruzo con tu mirada brillante y, dentro de mí, algo se enciende; mis manos van volviéndose negruzcas y la oscuridad me sube por los brazos como fuego líquido. El asfalto debajo de mí, que parece una mala imitación del espacio, se va volviendo visible a través de mis extremidades. Los rayos de sol que antes me abrazaban y me rodeaban van pasando a través de mí como si hubieran estado haciendo cola y yo, pequeña e impotente, me limito a mover los dedos. Me veo a mí misma fundiéndome con el escenario; te miro, desesperada. Apartas la mirada siguiendo un patrón: me miras un segundo, me liberas otro. Tus ojos se convierten en un metrónomo de dolor, de presión, de peligro. Giras la cabeza y me miras intensamente, volcando en mí todo lo que llevas dentro. Me tiras los neones de tus ojos, que son como lanzas que me atraviesan como la mismísima luz que me rodea. No soy más que una sombra bajo tu mirada asesina. No soy más que una silueta, algo que se desdibuja sobre los apagados colores de la ciudad en invierno; sólo soy un puñado de nada.
Corro. Me alejo de ti. Corro tan deprisa que, por un momento, creo que floto sobre la acera porque no siento mis pies tocar el suelo. Deprisa, me alejo del carbón de tu mirada; del miedo a perderme, a dejar de ser yo para tender a gris.

sábado, 22 de diciembre de 2012

42


Tienes dos opciones:
  1. Sobrevivir.
  2. Vivir, en el pleno sentido de la palabra: agarrando tu propia felicidad con los puños apretados, con el alma oscureciéndose por las esquinas, con los ojos brillantes, con el aire revolviéndote el pelo los días de viento, enamorándote poquito a poco de todo y de ti. Es como montarte en una montaña rusa; con subidas y bajadas. Pero, como es tu vida y eres tú quien la maneja, ¿por qué no disfrutar de la bajada, aunque te duela la garganta de tanto gritar?


viernes, 21 de diciembre de 2012

jueves, 20 de diciembre de 2012

*




Odio ese nudo en la garganta.









(Te quise)

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Historias de una noche sin estrellas.


Delante de mí, parece una sombra y parece escurrirse. Sólo veo su silueta, que se recorta imperfectamente sobre la ventana abierta. Le veo apoyado y el resto me lo imagino: mira la calle con cansancio y la luz de las farolas se refleja en sus ojos negros. Me acerco despacio, temiendo por un momento que sólo sea una sombra y nada más; él no se mueve, aunque sé que oye mis pasos sobre el parqué. Le pongo una mano en la espalda y el movimiento es casi imperceptible. Me quedo ahí, parada y tratando de no hacer ruido al respirar.
Se gira deprisa y, antes de darme cuenta, me cruzo con su mirada oscura, negra como la noche.
-Tengo que llevarte al campo -dice-. Me parece increíble que nunca hayas ido; eres el prototipo de chica de ciudad, ¿sabes? -sonríe-. Te llevaré al campo y nos sentaremos en el suelo cuando comience a hacerse de noche. Cuando veas las estrellas, Zhanna, se meterán dentro de ti y te enamorarás de ellas.
Le sonrío y me sonríe. Vuelvo a fijarme en sus ojos y me imagino estrellas dentro de ese cielo nocturno -tal y como yo lo conozco- que tiene en la mirada. ¿Qué pasaría si decidiera meterme dentro de ellos y nadar? Podría decidirlo ahora, mientras le miro de frente y me tiemblan las piernas. Podría entrar sin llamar y hacerme dueña de todas sus historias, de sus virtudes y defectos, de su mente. Escaparía de la penumbra de una habitación que me parece infinita y entraría en la oscuridad profunda, donde todo y nada se unen para crear una realidad nueva. 
En lugar de hacerme pequeña y entrar, cierro los ojos y me pierdo en el silencio bajo el enigma de su mirada. Al fin y al cabo, siempre me han gustado los acertijos.

martes, 18 de diciembre de 2012


Algún día.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Reconstruirse.


Con las manos frías como el hielo, cogió lo que quedaba y lo miró con curiosidad. No parecía ser suyo, ni siquiera parecía ser lo que fue tiempo atrás. Era, y sería durante mucho tiempo, como una mala imitación de lo que seguía dando vueltas en su cabeza; pero era lo único que tenía. Y era mejor que nada. Lo miró con los ojos entrecerrados (aquélla, aunque no te lo creas, era su mejor mirada y para ella era como soltar copos de nieve por las pupilas) y por costumbre intentó trazar un plan B, un plan C y, por si se terciaba, un plan D. Con sola una salida viable, falló y se dio cuenta. Vio una mota de color en uno de los extremos y dentro de ella, como por contagio, comenzó a crecer el color verde de la esperanza.
Comenzó con esa pieza. La colocó en su sitio y, cuando lo hizo, no sintió absolutamente nada. Naturalmente se decepcionó, pero sintiendo que no podía ser cierto y dejándose claro que dejarlo no era el plan A, agarró otra pieza y la colocó. Algo dentro de ella -algo pequeño, por el momento- se revolvió y se dio la vuelta. Cogió otra pieza, una redonda y la puso en su sitio. La misma sensación. Así hizo con más y más piezas, con más y más partes desgastadas. Pensó varias veces que alguna de las piezas no iba a encajar por el desgaste y, también, porque no reconocía ninguna como suya. Pero todas encajaban, todas le hacían sentir aquello y cada vez con más intensidad. Llegó a oír como encajaban, como se fundían con lo que eran por naturaleza y se volvían una; una que ya existía, pero que no estaba completa, que no era ni siquiera la mitad de lo que algún día fue. 
Reconstruyéndose desde los cimientos, algo se le escapó. Ella no lo vio, pero salió de su cuerpo como un cohete y se evaporó despacio.
Cuando terminó y sonreía por primera vez en mucho tiempo, se miró al espejo. Tenía los mismos ojos cansados, las mismas ojeras; su cabello seguía teniendo el mismo rubio oscuro que ella siempre calificaba de castaño; su nariz, con las mismas pecas, tenía la misma forma; tenía, aún, la cicatriz en medio del labio inferior, ayudándole siempre a recordar que ir en bicicleta sin manos era una estupidez; medía lo mismo; su ropa era exactamente la misma, naturalmente; sus manos seguían enrojecidas por el frío. Pero había algo. Estuvo un rato examinándose profundamente. En su rostro -que seguía igual de pálido que antes- había una luz nueva que no iluminaba nada, sólo brillaba por capricho. Pero, aunque no iluminaba, estaba ahí y constituía algo nuevo, distinto. Era lo que había estado buscando y nunca se había atrevido a encontrar. Era, por lo menos en aquel momento, lo más parecido a ella -esa versión pasada de ella misma, que era la adecuada- que veía desde hacía mucho tiempo. Y aunque no parecía del todo real y en vez de ser parte de ella el nuevo estado en el que se veía parecía coexistir con su falso yo, había triunfado. Aquélla era la semilla, el comienzo, el retroceso; era el final de la guerra consigo misma. Se había vuelto a hacer y esta vez se había hecho bien. Era como volver a nacer, sólo que con los errores ya cometidos, un futuro más brillante e, increíblemente, la conciencia totalmente limpia.



viernes, 14 de diciembre de 2012

Todo esconde algo.


Veo su mente a través del cuaderno. En la primera página, dibujadas con trazos tan finos que casi no puedo verlos, hay unas manos. Los dedos están estirados, relajados; son finos y largos, como dedos de pianista. En la segunda hay una taza de café humeante que me trae recuerdos. En la tercera, ojos verdes que miran de manera curiosa; uno de ellos está entrecerrado y me la imagino a ella, con la misma mirada inquieta y ese mismo verde intenso que se te mete dentro y nunca te abandona. En la siguiente, un árbol sin hojas parece saludarme y yo, tan simple, sólo veo invierno, sólo pienso en el frío y las luces de Navidad. En la quinta página, contra todo pronóstico, hallo palabras y algo dentro de mí se agita.

Nunca he encontrado un mundo entre el vacío de un folio en blanco. Nunca, te lo aseguro, voy a encontrarlo, porque allí donde nada existe y nada vive, yo no tengo cabida. No soy de esas personas que se frotan las manos y respiran hondo antes de agarrar fuerte el lápiz y apretarlo contra el papel y, en un abrir y cerrar de ojos, crean arte y crean armonía. Yo -y todo lo que tengo- soy un conjunto de esquemas que se repiten, flotan y abruman, y el conjunto no es ni grande ni pequeño. Sólo soy humana y tengo alma. Puedo cerrar los ojos y retraerme, nadar dentro de mí y encontrar algo, una cosa pequeña, que me haga sentir algo, algo grande. Cuando lo encuentro y lo agarro con fuerza, si no se me escapa puedo trazar líneas -siempre líneas con sentido, que coincidan y que parezcan desde el principio lo que van a llegar a ser, porque, como ya he dicho, no soy de esas que crean de la nada- y dibujarlo. Siento, siento de todo y los sentimientos se me escapan a borbotones por la punta de los dedos. Sangro dibujos. Supuro líneas, círculos, formas. Cuando miro mis trazos me veo a mí misma y nada más, y puedo ser tanto un gato como una silla. Me transformo, muto, cambio de forma y el lápiz es mi medio, mi máquina. Soy todo esto y soy una; soy hasta las hojas vacías. Soy humana, tengo alma y está aquí dentro, llena de borrones y trazos. Porque no encuentro un mundo entre el vacío de una hoja en blanco, pero puedo quedarme dentro.

Entonces, cuando volteo la página y me encuentro conmigo, con mi cara, tal y como ella me ve, se me escapa el alma por la boca.

martes, 11 de diciembre de 2012

43


Quiero que el suelo tiemble y, de repente, comenzar a caer en picado y sin remedio. Quiero caer y sentirme un Alicia sin vestido azul, precipitándome en un agujero que me parece infinito y pensar, como ella, que tal vez me dirija al mismísimo núcleo de la Tierra. Cuando esté cayendo, quiero cerrar los ojos y que el aire me corte los labios; quiero sentirme cada vez más cerca del final, más y más cerca, pero que éste tarde en llegar y, así, sentir que estoy volando. Quiero quedarme en silencio mientras caigo, no escuchar absolutamente nada y disfrutar de la ausencia de ruido; quiero aferrarme a la sensación y marearme, sentir como aquello me envuelve y dejarme llevar por el momento y por lo que llevo dentro. Quiero que el control se me escurra entre los dedos y no suspirar mientras caigo, mientras viajo hacia dentro; quiero que todo cambie entonces, entender lo que nunca me creí capaz de entender -entenderme- y convertirme en una versión distinta de mí misma, sin añadir nada, solamente eliminando. Y cuando esto ocurra y sienta que voy a terminar de caer, quiero despertarme, sonreír y acariciar el presente.

Caída libre



Me libero de todo y me vacío poquito a poco, me quedo sin recuerdos y empiezo de nuevo.



...y así es como vuelvo a ponerme a disposición de todos los errores que ya cometí.



Soy la noche y te envuelvo,
soy la mañana y te muerdo,
fluyo a destiempo

lunes, 10 de diciembre de 2012

255






En cualquier lugar,
en cualquier momento.










Las palabras vuelan a mi alrededor y, no sé por qué, hoy duelen.

Otras doce cosas.



  1. Dulce como la vainilla
  2. Verde azulado
  3. Sueños que terminan
  4. Nebulosas
  5. Áspero
  6. Rítmico
  7. Luz cegadora
  8. Rojo, muy rojo
  9. Gíralo
  10. Pártelo
  11. Volteretas
  12. Yo, rota y desordenada, que me arreglo y me vuelvo de hierro para la ocasión.

domingo, 9 de diciembre de 2012

La ciudad.



Una niña llora en un banco del parque sin saber por qué; un hombre compra el periódico y se pregunta, sin querer, si será el último que compre; un perro ladra bajo el balcón de Evelyn, que se atusa el pelo con gracia mientras intenta cantar algo por lo bajo; una mujer muerde una tostada quemada, mirando con recelo a su gato; un chico corre por la 55, como si le persiguiera el gigante con las piernas más largas del mundo; Margarite Evans se mira los zapatos, sentada en el muro de la azotea, sintiendo como se le escapa el humo de su último cigarrillo;  una chica de ojos azules como el lapislázuli ríe a carcajadas y se cae de la butaca; un chico escribe una carta al amor de su vida; otro, trata de aniquilar el hilo que cree que une a las personas que tienen un vínculo especial; tres amigos planean una escapada a Francia; Antonio cuelga el teléfono, furioso; un niño pelea con su hermana por el último helado, aún con solamente diez grados de temperatura y una madre enfurecida; un gato salta de un muro y cae de pie; una pareja se besa por primera vez en el parque; trece personas bailan la misma canción, bajo el mismo techo y sienten de igual manera como el vello de los brazos se les pone de punta; Amelia se golpea el dedo meñique del pie con la pata de la mesa; un chico mira el techo desde su cama, divagando; una mujer mira la tele; una niña se ata los cordones de los zapatos; un chico se muerde los nudillos; una anciana da de comer a sus periquitos; a una chica se le escapa todo el aire del cuerpo en un suspiro; a otra, el corazón le late deprisa cuando recoge el correo y ve un sobre azul; un hombre se ata el nudo de la corbata que ha elegido su mujer; un niño muerde una galleta; una paloma vuela sobre la ciudad; alguien sale del mar y se encuentra con la playa vacía; un jarrón se rompe y un chico se quema los dedos con la taza de café. La ciudad gris trata de avanzar, pero el instante se vuelve eterno. El tiempo se congela y, sin haber terminado, vuelve a comenzar. Sus 224.215 habitantes no saldrán jamás de lo que son. Así, la ciudad y el tiempo se vuelven dos cárceles que coexisten en la realidad de personas convencionales. No volverá a nevar, tampoco llegará la primavera. Sin cambios, sin destino, el mar grisáceo que es la ciudad parece cobrar vida y tragarse los sueños, la esperanza. Se vuelve un monstruo y, dando sacudidas, anuncia que ha llegado el fin.
Fin; una palabra corta, sin rostro ni color. Un instante pequeño, un error.




¿vas a poder vivir sin él,
cristal opaco y elástico
con armadura de papel
que dice ser de plástico?




viernes, 7 de diciembre de 2012

Mil maneras de imaginarlo


Grité con fuerza, hasta que pareció que se me iba a desgarrar la garganta. Grité preguntándole dónde estaba, si se había ido, por qué no podía encontrarle; grité pidiéndole que saliera de donde estuviera escondido, advirtiéndole que no tenía gracia, que me estaba enfadando; grité diciéndole que no me importaba, que estaba mejor sola, que no iba a echarle de menos. Y, finalmente, grité sin palabras, tratando de arañar lo que crecía dentro de mí. Me desplomé en el sofá, harta de verme de pie. Cuando apoyé la mano derecha sentí algo frío y regular: una foto. Había una maldita foto de un árbol en el sofá. El árbol tenía una enorme corona de hojas anaranjadas que parecían fuera de lugar sobre aquel cielo de un gris azulado totalmente neutro; a los pies del árbol había una chica sentada, mirándose los pies. Aquella chica era yo. Giré la foto esperando justo lo que encontré: caligrafía regular. Contra todo pronóstico, también había una mancha de café que rompía con la armonía de todo aquello, del color azul de las letras, de la firma bien hecha y de mí misma hecha trizas.
Antes de darme tiempo a meterme en la cabeza cualquiera de esas palabras, me puse en pie y tiré la foto a la basura. Y no grité. Guardé el silencio más absoluto, me puse el abrigo y, cuando cerré la puerta, di un portazo.

Paseo por tu línea de la vida.


Avanzo por las líneas de su mano y cada milímetro me cuenta una historia nueva. Camino por ellas, deseando perderme y quedarme para siempre a vivir en el laberinto de sus manos frías, sin saber cómo salir. Sería la vida más bonita del mundo, una versión  suave de mi propia vida, como una canción en acústico. Pero no me pierdo; conozco el camino y conocerlo se convierte ahora en una desgracia, en una decepción. Sé dónde estoy y sé cuál es la siguiente línea, sé cuándo me acerco a sus dedos y sé por dónde ir para no toparme con su lunar. Me paro un instante y, sin saber por qué, pienso en el cielo. Me imagino que esta mano sobre la que camino totalmente descalza de repente se alza y acaricia el cielo; me imagino a mí, todavía sobre ella, poniéndole de puntillas y uniéndome a esa deseada caricia. El viento me acariciaría las mejillas y la palma de su mano se volvería aún más fría. Lo dejo todo de lado en el momento en el que cierra el puño y, para mí, se vuelve de noche. Me regala, así, un momento de calor, de soledad; me regala oscuridad entre la que enredarme y soñar.
Vivir toda la vida caminando por las líneas de su mano, entrando en calor cada vez que la cierre.



miércoles, 5 de diciembre de 2012


Ahí va la gran pregunta: ¿quién soy?





















La chica color limón.

martes, 4 de diciembre de 2012

42




¿Cómo voy a describir tus ojos de gato? Cada vez que me miras siento que el suelo tiembla y me meto de repente en el caleidoscopio de mi cabeza, donde tus ojos se repiten una y otra vez, para torturarme.


Noches de verano



-¿Sabes? Las cosas a las que no puedes poner nombre, son las mejores.

domingo, 2 de diciembre de 2012

*




Soy la maldita Reina del Drama.

*


Ahora que te he perdido,
 me doy cuenta de lo que gané.

55



Le molestaba que él no fuera capaz de decirle quién era ella misma; que no fuera capaz, o que sólo lo fuera a medias, de romper la barrera de su mente para entrar y bucear y contarle todo lo que había visto en su eterno viaje a sus antípodas. Le molestaba y le dolía tanto que la rabia crecía dentro de ella. Quería destruir todo lo que les unía, llenar el agujero que aquello dejaría en su pequeño y oscuro corazón y seguir, caminar, correr y vivir.
Se volvió una guerra sin ganas de terminar y él, inacabado, hizo acto de presencia en su cabeza. Colocó explosivos y cuando empezaron a sucederse las explosiones, ella no gritó. Se quedó muy quieta, sin darse cuenta de que, a simple vista, él había solucionado todo lo que había puesto en peligro la falsa -pero dulce- estabilidad que habían conseguido. Pero, como estaban en guerra y ella no perdonaba ofensas ni vacilaciones, tampoco sonrió. Aquello se extendió hasta los límites de lo imposible, siempre sin llegar a comenzar, y su historia se volvió parte del vaivén, del devenir irracional que lo llenaba todo.
En el punto más alto, en el principio del -supuesto- fin, ella se dio cuenta: tampoco sabía quién era, no era capaz de traspasar su propia barrera. Pero, cómo no, era demasiado tarde.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Cambios de estación o algo así.



¿Qué es lo que pasa cuando se encuentran un gris y un verde?
Gris, que siempre se había sentido frío e inútil, siente como algo se va deslizando por las partes más cálidas e su alma. Se derrite.
Verde, que siempre se había sentido cálido y especial, siente como algo le va arañando las partes más frías de su alma. Se congela.
Y así todo se da la vuelta, se equilibra de nuevo. Gris se vuelve verde y se olvida de todo, dejan de gustarle las noches de lluvia y se enamora de la primavera; Verde, a la vez, se vuelve gris y lo amargo llega a él como un manguerazo. Cuando Verde -el nuevo- encuentre de nuevo a alguien gris volverá a lo mismo, y viceversa. Así, todo va rotando y las personas que estos encuentren no significarán sólo placer y diversión; les llenarán de su esencia muy deprisa y en un abrir y cerrar de ojos habrán cambiado de color y, con eso, de vida.

martes, 27 de noviembre de 2012

Recuerdos nulos



-Te reto a que me quieras -soltó él, regalándome una de sus sonrisas pícaras, en la estación de tren.
Seguramente le parecí una loca cuando empecé a reírme. Al fin y al cabo, en la vieja estación nadie se reía nunca; estaba pintada del gris más oscuro, y no me refiero a sus paredes, sino a su atmósfera. Era un lugar de tránsito, donde los viajes terminaban o comenzaban. Y parecía que la primera opción eclipsaba a la segunda y la euforia de viajar quedaba disminuida por la presión de verte rodeado de personas que fruncían el ceño y niños que lloraban por el ruido de los trenes que se acercaban o se marchaban. Yo misma me había visto presa de ese efecto (llamémoslo efecto empatía), parándome a pensar al ir a coger el tren en las horas que tendría que esperar para llegar a mi destino; en el aburrido traqueteo del tren sobre los raíles, que no iban a dejarme dormir y en que el cosquilleo de mi estómago no era de alegría, sino de nervios (mentira). Y ahí estaba, riéndome a carcajadas con un vagabundo a metro y medio de mí, dos señoras vestidas de azulón detrás, un tren que llegaba y él mirándome, enarcando una ceja.
-Te reto a que me dejes hacerlo -contesté, después de soltar toda mi controversia interna en aquella sucesión absurda de carcajadas.
Me miró desconcertado; no me entendía y aquélla no era la primera vez que sucedía, aunque, y a riesgo de parecer de nuevo una lunática, me gustaba esa mirada.
¿Cómo me retaba a que le quisiera, si cada vez que le veía para mí se apagaba el mundo y sólo quedaba la pequeña -y cálida- luz que él emitía? ¿Cómo me retaba a que le quisiera, si siempre fue mi as de corazones y yo siempre fui su invierno? ¿Cómo me retaba a que le quisiera, sonriéndome de aquella manera tan pura y cruel? ¿Cómo me retaba a que le quisiera si cada vez que intentaba hacérselo saber se cerraba, creaba una muralla a su alrededor y yo me derretía como un cubito de hielo en pleno agosto?
Nunca le expliqué aquella respuesta, me limité a apoyar mi cabeza en su hombro y sigo preguntándome cómo se lo tomó. Sólo sé -sabemos- que acababa de llegar nuestro tren y subimos por los pelos, "gracias" a las señoras de azul. El otro tren lo perdimos.

viernes, 23 de noviembre de 2012

307



Arráncame la nostalgia,
Derríteme el rencor,
Róbame el hastío,
Rómpeme los esquemas; que la noche pierde encanto sin estrellas que mirar y las estrellas pierden encanto sin nadie que quiera alcanzarlas.

Y con esto fin, principio y vuelvo a estar en medio.

¿Miedo? Daño.
¿Valiente? Te caes.
¿Nada? Todo.
¿Rompes? Creas.
¿Creas? Rompes.
¿Arriba? Abajo.
¿Bien? Vacío.

Momentos absurdos


Un remolino de folios y yo en medio. Mi propia letra, minuciosamente (des)ordenada, haciéndome correr. Alguien que corre y alza las manos, se agacha y, sin dejarme espacio, recoge los aburridos apuntes que surgieron de momentos más aburridos aún. Una bocanada de aire se me escapa, me abandona y vuela por ahí. Mis dedos tocan el suelo frío y me estremezco; suelo tener las manos calientes y el mínimo contacto con algo frío para mí es una tortura. Agarro un folio medio vacío, escrito con letra roja -así, como la sangre- y paso del rojo al verde cuando me encuentro con las esmeraldas de sus ojos. Sonrío por dentro y asiento por fuera, con los nervios a flor de piel. Despacio, me da las hojas que consiguió recuperar y me roza una mano; las tiene calientes como el café recién hecho. Suelto algo como "gracias" y sale disparado lejos de mí, como el aire que se escapa y el tiempo que se escurre. Y así es como el momento más absurdo se vuelve especial.

jueves, 22 de noviembre de 2012

12



Decías que te gustaba mi sonrisa. Tal vez por eso te la llevaste.

Noche vacía


Si hubiera cogido un pincel mágico y me hubiera dedicado a pintar la ciudad a mi antojo, la noche no sería tan mía como lo es ahora. Las calles están vacías, húmedas, oscuras. La única mota de color parecen mis manos sobre el marco de la ventana.
Hace un año andaste -o desandaste- el largo camino que tengo delante, con tu paraguas rojo y tu barba de tres días. Es curioso, también llovía. Me doy cuenta de repente y le doy la vuelta a todo; la noche deja de ser mía porque, si lo fuera, no estaría intentando recrear mentalmente tus pasos. Suelto todas sus horas y todas sus gotas de lluvia y vuelan a la deriva, alejándose de mí pero a la vez quedándose cerca para que no pueda huir. Y así me convierto en prisionera de la noche más perfecta del año. Comienzo a sentir como corre a mi lado y me empuja -tal vez al vacío, tal vez hacia dentro- con fuerza y violencia. Su velocidad me asusta y grito como una niña pequeña que cree que el coco vendrá a por ella. Y tal vez sea algo así, el miedo a la oscuridad, a los monstruos, a lo desconocido y, no sé por qué, a la soledad más profunda. Y a mí misma. Me he convertido en el coco. Nunca pensé que fuera a ocurrirme, pero me tengo miedo. Tengo miedo a hacerme daño equivocándome y a perderme. ¿No sería horrible no ser capaz de encontrarte a ti misma, no saber dónde estás ni a dónde vas, ni tener un plan? El descontrol es hermoso, pero significa estar expuesta, en peligro.
El frío comienza a entrar por la ventana, como si la noche volviera a cargar contra mí. Me veo a mí misma cerrándola y me veo ajena, como si no fuera yo. Pienso que me he perdido e intento gritar de nuevo, pero lo único que sale de mi garganta es un chirrido agudo y desesperado que tantas veces he oído y, aún teniendo que avergonzarme porque ni siquiera sé gritar, me relajo.
Aquí estoy de nuevo, con las ventanas cerradas y todas las luces encendidas, huyendo de la noche, de la lluvia, del camino y, si cabe, del coco.

martes, 20 de noviembre de 2012


Ya no sé qué hacer cuando tengo ganas de ti.

PD: Soy estúpida y no me cansaré de decirlo. Soy una egoísta. Y, después de todo, mientras yo pienso en ti tú piensas en ella y así todo se complica. Odio pensar que lo que algún día fue mío -tú- ya no lo es; no lo valoré y aunque no me arrepienta de nada, sigo siendo estúpida. No quiero mirar más al vacío y preguntarme qué sería de mí, qué sería de nosotros.
Voy pasando de odiarte a odiarme, cada día un poco más. ¿Sabes? me asusta lo que pasará al final, cuando llegue al límite y me pierda.
Sé feliz, vive con ganas, rompe los esquemas...

sábado, 17 de noviembre de 2012

Sólo yo.






No hay salida. No hay luz al final del túnel. No hay señales. No hay ovillo, ni siquiera hay Minotauro. Sólo yo y mi laberinto, mis piernas temblorosas y el miedo a la soledad.
No hay compasión. No hay unidad. No hay futuro. Y lo entiendo simplemente porque no tengo ganas ni tiempo de cuestionarlo. Sólo yo y rosas secas que conservan sus espinas. Hace tiempo que dejó de haber estrellas y se me encogió la esperanza.
No hay orgullo. No hay calor. No hay camino. No hay nada. Sólo yo, que ya he dejado de correr y me limito a existir sin nada que me sostenga y se convierta en el centro de mi Luna.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

*


Que echarte de menos es lo peor.

martes, 13 de noviembre de 2012

Ajá.


Ya me he resignado. No me entiendo. Por ahora, mi advertencia para mí misma es comenzar a hablar con un "¿sabes una cosa?" y ya después, a ver qué viene...

lunes, 12 de noviembre de 2012

9449


Y ahí estaba otra vez la indecisión de 9, su peor enemiga. Apareció cuando anochecía. Un par de gatos viejos empezaron a maullar debajo de su ventana y ella, sentada en la cama, no hacía nada. Y de verdad que no. Parecía una muñeca a la que se le había gastado la pila; había estado todo el día activa, corriendo de aquí para allá (huyendo del frío. Las mantas no funcionaban por ahí) y, de repente, se había quedado quieta. La energía se le escapó por los oídos. 9 se clavó las uñas en el muslo cuando, de repente, la indecisión entro en ella y sus pensamientos se volvieron negros como la noche. La sintió, áspera y pesada. 
Claro, 9 estaba acostumbrada a saber qué hacer, a seguir sus propias normas. Cuando -cada cierto tiempo- aquello ocurría, se sentía como una mierda. No quería rendirse sin luchar, pero era difícil cuando su enemigo era, precisamente, una parte de sí misma.
No quería seguir llevando la sonrisa triste a rastras. Aquello era cosa del pasado y, sin duda, así debía quedarse. Pero, ¿cómo renunciar a la mentira más dulce del mundo?
9 andó hacia la ventana y la noche le congeló el ánimo. Hacía tanto frío que se preguntó cómo los gatos podían estar ahí de pie. Un hombre paseaba un carro de la compra lleno de cartones sucios que ennegrecían. Tenía un chándal fluorescente y, por su expresión, estaba terriblemente contento. Tal vez sólo se pueda ser feliz estando como una cabra, pensó 9. Cuando creyó que había resuelto el misterio de la felicidad, se encontró con un enorme '4' rojo pintado en la fachada del edificio de en frente. Se le desencajó el alma.

sábado, 10 de noviembre de 2012

*



¿Qué quiero?
Fácil: descontrol.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Difícil


Sé que no tenías más razones para estar presente en mi vida que las que yo me inventaba; que, antes, hace mucho, creías que yo era una de esas chicas dulces que preparan magdalenas y siempre cogen el teléfono a la primera; que eres diferente que el resto del mundo y que éramos unos adictos a nosotros. Pero ni yo soy dulce ni tú eres un santo. Y nada me importaba hasta que, hace menos de cinco minutos, vi ese estúpido detalle que ni siquiera creíste que yo vería y me di cuenta que sigues siendo el mismo, que sólo te has cambiado la máscara. En cambio yo hace ya tiempo que reformé el interior, pero me dejé la máscara de siempre puesta, por seguridad.

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Un minuto más. Ése es el estúpido margen que me doy, como si esperar fuera a solucionar algo. Me sudan las manos, cómo no. Tal vez todo cambie a partir de aquí y no tenga que volver a dar pasos en falso, puede que mi vida se convierta en algo dulce y no en algo defectuoso y agrio. Aún sabiendo que es un buen cambio, el miedo me rasga la valentía por el centro. Cuando te acostumbras a algo, aunque sea lo peor y duela y no avances, ¿cómo no va a darte miedo cambiar, salir de lo que conoces y deshacerte de un momento de tu vida? La maldita costumbre marca mi vida. 
Cierro los ojos con fuerza e intento respirar. Voy a cruzar la línea. ¿Voy a cruzar la línea?
Mi vida pasa por mi mente, deprisa y con malas intenciones, como -según he oído siempre, y ahora no me veo capaz de cuestionar nada que no sea a mí misma y mi modo de vivir- ocurre cuando crees que vas a morir. No hago caso de nada de eso. No quiero recordar -otro de esos vicios, eh- porque es lo peor que podría hacer ahora. Por un momento creo que puedo caer y perderme porque le veo. Pero no es mi mente, no soy yo, es que he abierto los ojos y le sigo teniendo delante. Está encorvado sobre la mesa, escribiendo algo con un bolígrafo verde.
Decidida, con la energía fluyendo por todo mi cuerpo, abro la boca para hablar. Y rompo a llorar. Porque sé que no soy capaz de dar el paso, estar sola y averiguar qué sería de mi vida sin el veneno más dulce del mundo.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

79



Aquellas noches y el azul de su núcleo.
Aquellos días y el verde de sus ventanas.
Aquellas tardes y el negro de mi alma.



He llegado a preguntarme si merecieron la pena pero, ¿qué importa?

martes, 6 de noviembre de 2012

La más extraña de las medicinas.


El odio sólo existe más allá del amor, pero no hay amor más allá del odio. Es así: somos totalmente libres de dar el fatídico paso, pero es imposible retroceder. No es que esté prohibido y puedas saltarte la norma, ni es que hacerlo pueda implicar un dolor que te tumbe. Simplemente es imposible, como si algo te agarrara por el cuello y te impidiera andar hacia atrás. El odio es algo que te magnetiza y te hace depender de él, es algo pasional y maldito y sí, te hace avanzar y despegarte de lo que te llenaba de melancolía, pero si no ves tu avance, si no lo sientes, ¿de qué sirve estar cada vez más lejos de lo que un día amaste y te hizo daño si no puedes optar a sentirte mejor y, cómo no, a recuperarlo? No te voy a mentir, no es bonito. Pero, ¿sabes qué? Tal vez llegue un día, uno como otro cualquiera, en el que te pares a pensar y te des cuenta que esa llama viva que tenías en el pecho se ha apagado y que, con ella, se fue todo rastro de lo que podías haber llegado a sentir si no hubiera estado ahí. Y no será ni bueno ni malo, simplemente será mejor. 

jueves, 1 de noviembre de 2012

Quién sabe, ¿no? Sé que sólo lo sé yo.


  1. ¿Existen los errores?
  2. Pedacitos de nada
  3. Dinámico
  4. Naranja
  5. Luces de neón
  6. Hojas de eucalipto
  7. Estático
  8. Hielo
  9. Copas vacías
  10. Te da y te quita
  11. Agua que cae y no hace ruido
  12. Trozos de algo inestable y frío.

Cuando cambia y es igual.


Y de repente, todo cambia, como si el mundo se diera la vuelta. Todo empieza a fundirse y después se separa y, aunque la apariencia sea la misma, sé que todo es diferente. Lo oscuro se vuelve claro y viceversa y, por un instante tan corto como una batida de pestañas, pienso que sólo ocurre la mitad y que gano yo. Pero -nunca sabré por qué- lo oscuro vale, aunque sea sólo la mitad. Así, mi vida en negativo va cobrando sentido y se asienta todo de nuevo, engañándome, zarandeándome y enganchándome de nuevo a lo que siempre tuve que ignorar. Y me quedo yo colgada, atrapada como siempre y nunca a la vez en los alambres de lo que me rompe las ideas en pedacitos, me vuelvo otra vez de papel cebolla y, deseando convertirme en hierro, espero. 

domingo, 28 de octubre de 2012

...


"-Seamos claros: no tenemos nada nuevo que decirnos y el pasado no es bonito. ¿Por qué callar o hacernos daño?"

*


Gritos que desgarran lo más profundo del alma y te convierten en un pequeño trozo de algo reversible, agridulce y defectuoso.

jueves, 25 de octubre de 2012

32


La vida es una carrera de obstáculos, un bloque de cemento, un grito aguado, un desvío, una decisión, es toda la mierda que puedas encontrar, es lo que grabas en un árbol, lo que cantas al cielo, lo que olvidas y se pierde, las palabras que te guardas en los bolsillos, un pequeño agujero, asfalto, cristal, plástico, madera, piedras, una pisada en la nieve virgen, un libro con pasajes subrayados, una mirada que dura menos de dos segundos.
Al final, la vida somos nosotros con las manos en alto y las pupilas dilatadas. Podemos vivirla o podemos sobrevivir. Podemos ser o podemos estar. Somos dueños de todo lo que somos. No hay nadie que mueva los hilos porque no somos simples títeres con los brazos mustios.
Todo tiende a cero y los días se acaban, todo va tendiendo a gris, pero a veces las flores crecen en las pequeñas grietas de la acera. Quiero ser esa flor y poder, solamente poder y hacerlo donde y como nadie creyó que lo haría. No importa nada más, porque la vida somos nosotros y podemos resquebrajar la acera y crecer.
Quiero ser pompas de jabón y cubitos de hielo.


44

¿No puedes más? Pues sonríe y que le den al mundo.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Del efecto de congelación de mi corazón.


Estaba ahí, frente a mí. Me miraba con esos grandes ojos pardos y yo no sabía si salir corriendo o meterme dentro de ellos y nadar hasta ahogarme. Decidí sostenerle la mirada y comenzamos una especie de lucha absurda, o tal vez es que no queríamos parar. Sin palabras, estábamos hablando: yo le decía que no quería esto y él me contestaba que no quería más noches frías; yo le ofrecía una sesión de puertas abiertas en mi cabeza y él se negaba a entrar porque, como siempre decía, le gustaban los acertijos.
Y entonces un chasquido. Otro. Otro más. Y más. Al principio no lo entendí, pero era yo. Se me encogió algo dentro del pecho y cerré los ojos, tratando de no gritar. Empecé a sentir algo duro y pesado justo ahí, donde supuestamente nacen los sentimientos, y una corriente de frío áspero que me encogía el pecho y me subía por la garganta. 
Cuando abrí los ojos, ya no era capaz de leer en los suyos.




(Yo sí quiero noches frías)

*


Hoy quiero vaciarme la cabeza. Así, cuando vuelva a llenarla, tal vez me olvide de guardarte. 



martes, 23 de octubre de 2012

Dos.



5-12-11





–¿Conoce usted al señor Derek Hunt? –me dice el que, sin lugar a dudas, ha adquirido el rol de poli bueno.
Es un hombre de mirada vacía y voz llena de fingida ternura. Sus ojos verdes y hundidos oscilan por la habitación, deteniéndose en mí cada dos segundos. Tiene cara de lobo apunto de lanzarse a por su presa. En cambio, su compañero –el poli malo– tiene pinta de bonachón, con su barriga cervecera y sus mofletes rojos. No entiendo por qué no se han cambiado los roles. El poli malo no intimida, el poli bueno da miedo, y así la habitación entra en una sucesión de absurdos y a mí, como siga así, se me va a escapar la risa.
–Sí –contesto, mirándole fijamente–. Vivíamos en el mismo vecindario.
–¿Vivían? –pregunta el poli malo mientras tamborilea con los dedos.
–Cuando éramos niños.
–Entiendo –dice el poli bueno (el agente Stevenson, por lo que se lee en su placa de identificación)–. ¿Quiere agua o café? –hace amago de levantarse.
–No, muchas gracias.
"Lo que quiero es irme pronto", pienso y callo.
Tengo que recordar mi papel: soy una buena samaritana, no tengo nada que esconder y estoy dispuesta a ayudar cuando se me diga.
–Entonces, conoce a Derek Hunt. ¿Tienen algún tipo de relación en la actualidad? –mientras habla, el poli malo (el agente Rigby) se rasca la cabeza con fuerza, lo que le da aspecto de bulldog.
–No.
Silencio. El agente Rigby comienza a leer el tocho de documentos que tiene delante y el supuesto poli bueno bebe la taza de café que lleva revolviendo desde que llegué. Los dos hombres parecen sacados de un cómic (de uno malo) y yo debo parecer una idiota, con mis guantes rojos. Me los quito y apoyo los dedos en la mesa. Siento el tacto de la madera vieja, rugosa y dura. 
–Se le ha visto con él. El doce de noviembre en una cafetería del centro –comienza, por fin, Rigby–. No le conviene mentir, señorita Holloway. No le llevará a ninguna parte.
El otro enarca una ceja.
–Usted me ha preguntado si tengo relación con el señor Hunt. No me ha preguntado sobre encuentros casuales.
–¿Qué pasó el doce de noviembre? –pregunta el otro policía, el de los ojos hundidos.
El doce de noviembre. No ha pasado un mes entero y siento que una eternidad me separa de aquel día.
–Estaba esperando a alguien en la cafetería y Derek entró. Hablamos un rato, pero él tenía prisa, creo que nombró algo de una lavandería que estaba apunto de cerrar –los dos me miran pidiendo más. Hago una pausa y su expresión no cambia; es como si se hubieran quedado congelados para siempre así, uno con los brazos cruzados y el otro con las manos apoyadas en la mesa–. No hablamos de nada importante.
–Tal vez no sea importante para usted –susurra el poli bueno, como si me estuviera contando un secreto–, pero nos gustaría saber los detalles, Grace.
Me dan ganas de poner los ojos en blanco cuando dice mi nombre. "Recuerda, buena samaritana, nada que esconder, ayudar cuando se te diga".
–Derek se sentó y me preguntó por mi vida. Le pregunté por la suya y me dijo que le habían ofrecido un trabajo en Meg's, un garito de mala muerte en el centro de la ciudad.
–¿De qué era el trabajo?
–Querían dos funciones cada jueves por la noche. No sé exactamente la hora –me miran y, aunque se empeñen en llevar dos roles distintos que ni siquiera se diferencian, me miran con la misma expresión: duda–. Derek es ilusionista.
–Lo sabemos –suelta Rigby mirándome con desprecio–. ¿Algo más que declarar?
–No iba a aceptar el trabajo. Dijo que le parecía decadente.
El bueno asiente y apunta en la pequeña libreta que tiene en la mesa. Escribe demasiado despacio para una persona normal.
–¿Sabe usted que el señor Hunt está implicado en un robo y que está en busca y captura?
Pestañeo varias veces y tuerzo el gesto. Me rasco la mejilla y tardo un rato en contestar, como si estuviera dándole vueltas a las palabras hasta hacerlas puré.
–No lo sabía –digo, por fin.
Derek Hunt está ahora mismo en mi casa. Lo repito mentalmente cinco veces mirando a Rigby fijamente, regodeándome. Soy consciente de que le parezco una paleta, una niña buena. Sin quererlo, parezco una niña, repitiéndome a mí misma lo que sé, diciéndome que jamás podrán sacar nada de ahí dentro. He entrado en guerra con él.
–¿Puede repetir su nombre? –dice Stevenson con el bolígrafo aún sobre la libreta.
–Grace Lemon Holloway.





lunes, 22 de octubre de 2012

Uno.



¿Qué podía alguien como yo esperar de una noche como aquélla? Ni siquiera veía, caminaba prácticamente a ciegas por culpa de la bruma. La calle parecía sacada de una película de terror, parecía un bosque húmedo de árboles grises y gigantes. También hacía frío. Se me colaba por las mangas y el bajo del abrigo. Recuerdo eso como si mi cuerpo fuera capaz de revivirlo ahora: frío que me cortaba las mejillas y después un calor intenso e inhumano. Recuerdo también el momento exacto: yo con las manos en los bolsillos, un coche pasando a mi lado, una niña gritaba en la acera de en frente, una farola encima de mí y una mano helada que se calentó de repente al tocar un papel en un bolsillo. Casi como si me hubiera dado corriente, saqué la mano de mi bolsillo. Puse el papel cerca de mis ojos, sin abandonar la luz de la farola. Era del amarillo limón más perfecto del mundo, incluso entre la pesada y espesa neblina que me acorralaba.

"Y es que el grito siempre vuelve
y con nosotros morirá.
Frío y breve como un verso
escrito en lengua animal."

Más calor. Antes de leerlo lo agradecí, después lo detesté. En ese momento me hizo explicarme a mí misma que el calor estaba fluyendo con mi sangre y metiéndose en todo mi cuerpo. Me abrazaba, se paseaba por mis extremidades y se reía de mí, tanto a mis espaldas como en mi cara, porque estaba en todas partes.
Mis versos favoritos de mi canción favorita de mi grupo favorito. Lo releí cuatro veces y las cuatro pude sentir las palabras como un susurro cálido que me adormilaba los oídos.
Había algo de lo que estaba completamente segura: aquello no era un detalle, ni un símbolo, ni una indirecta. Tampoco era un simple gesto para sacarme una sonrisa espontánea. Pero, a sabiendas de que rompía las normas que yo misma acababa de establecerme, sonreí. No fue una sonrisa de gratitud, ni siquiera fue una buena sonrisa. Estaba llena de ironía e idiotez, por qué no decirlo.
Por encima de todas las cosas, aquello no era en absoluto una invitación. Pero cambié mi ritmo y mi rumbo y me dirigí, en la noche más fría (y cálida) del año, al número 42 de la calle Oz -¿puede existir un nombre más maravilloso para una calle?-. 


...

"¿Y tú crees que algo de esto es real? Sólo somos experimentos de nuestro yo futuro."

sábado, 20 de octubre de 2012

Y con esto, fin.

Querido Nathan:
¿Sabes eso de las personas venenosas? Personas que te miran con ojos tristes y te hacen querer acercarte a ellos. Te obligan a obligarte a formar parte de su historia. Y luego, cómo no, cuando empiezan a hacerte daño, así, poco a poco, no puedes dejarlas. Lo intentas, lo intentas y lo intentas, pero no puedes.
Una vez conocí a una persona así. En un aleteo de pestañas ya me había embaucado y se había vuelto parte de mí. Me contó historias que me creí, le conté las mías y, para colmo, siempre me consideré la que llevaba la situación.
Y empezó a envenenarme. Empezó a hacerme daño, a romperme el corazón. Y yo quería escapar de aquello, volver a pegar mis pedazos y olvidar.
Pero, ¿sabes qué es lo peor de las personas venenosas? Que cuando las tienes las odias, y cuando no las tienes, las quieres. Es un círculo vicioso que no te deja estar bien. O estás mal o estás peor, nunca puedes librarte del veneno, que se te mete dentro y no te deja vivir. Te agarra el corazón y te lo estruja. Te hace llegar a odiarte.
Lo peor de todo es que, aunque ha pasado mucho tiempo, sigo teniendo dentro parte de aquello. Sigo pensando en los buenos momentos, cuando el veneno todavía no había empezado con lo suyo (no es el veneno, es la dosis) y no sabía lo que podía pasar. Añoro esos días.
Eso es lo peor, Nathan, la nostalgia es la peor parte. La nostalgia te empuja a un pozo del que es casi imposible salir. 

viernes, 19 de octubre de 2012

Cabecita rota.



¿Podré yo -este ser irracional e impulsivo- llegar a ser alguna vez como quiero? Llegar a sentirme feliz por mi propio pie, llegar a tener siempre la maldita sonrisa contenida en la cara. Que llegue un punto en el que nada me afecte de verdad, no por mi coraza, no por fingirlo (me estoy convirtiendo en una actriz de primera con esto, por suerte o por desgracia), no por convencerme a mí misma de que todo va bien. ¿Podré yo -sin dejar de ser tan irracional e impulsiva- llegar a ser una de esas personas que crean su propia felicidad desde cero?
Esta vez no acepto un no lo sé. Me exijo un sí. Voy a machacarme y a luchar conmigo misma hasta conseguirlo, aunque, sin duda, no haya lucha más dura que la que se tiene con uno mismo.
¿Podré yo -agridulce y con el mismo desorden en la cabeza- llegar a sentirme plena, feliz y realizada?


(Sí)


Y el plan es: darle patadas al pasado y oportunidades al presente.
¿El futuro?
Importará en su momento.

miércoles, 17 de octubre de 2012

*




Te tengo en el aire pero no te respiro,
te tengo en los ojos pero no los abro,
te tengo en los labios pero no te beso,
te tengo en la mente pero no te pienso,

Te tengo muy dentro pero no te siento,
te tengo en el alma pero no en el centro,
te tengo en mil libros pero no los leo,
te tengo de recuerdo pero no me alegro.










(Odio ser tan malditamente imbécil)

44



"¿Por qué puede resumirse todo con un "no lo sé" del tamaño de una catedral?"


Fácil. Porque en la duda hay esperanza. Un no lo sé es mejor que un no y, a veces, que un sí. No es neutral, pero tampoco es capaz de escoger bando. Ni duele ni agrada. Pero tiene consecuencias.




(Y nada más...  porque hoy no sé pensar)


sábado, 13 de octubre de 2012

...Y el puto  MIEDO que te roba las ganas.

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Maldita hipocresía.

jueves, 11 de octubre de 2012

012

Ahí le tengo otra vez: ojos color café, piel morena, el pelo que le cae sobre la frente haciendo pequeñas ondas, la cicatriz debajo del ojo derecho, el lunar encima del labio superior, los labios carnosos, sexys, la misma mirada triste que me eriza el vello de los brazos. Un completo desconocido que me mira y me llena de recuerdos que siempre me veo obligada a sacar de mi cabeza. Un desconocido. Me toca la mejilla con la punta de los dedos y parece que va a explotarme la cabeza. Imágenes sin sentido me nublan la vista: sus ojos castaños muy de cerca, barba de tres días, él corriendo hacia el mar mientras atardece, la luna llena, pompas de jabón que vuelan muy alto y se pierden en la inmensidad del cielo, mis manos intentando cogerle mientras corro. Me doy cuenta de que he cerrado los ojos y los abro. Me encuentro con su mirada, fría, neutral e inexplicable.
Las emociones se mezclan: sé que es el mismo pero no soy capaz de reconocerle. Está más delgado y es como si se le hubiera olvidado sonreír. Deja de tocarme y me trago los recuerdos. Bajan por mi garganta y la raspan.
Es triste, pero ya no le conozco. Antes sabía leer sus ojos y me sabía de memoria todos los mensajes que podían darme. Descifraba sus palabras sin esfuerzo y las guardaba dentro de mí. Ahora, deja de mirarme y la pérdida de contacto visual se siente en mi piel como un chorro de agua helada. Y no sé lo que significa. No sé por qué se está mordiendo el labio, no sé por qué tiene el labio inferior partido, no sé por qué suspira, no sé por qué no me mira otra vez. Yo no dejo de mirarle, pero le miro de forma diferente; expectante,  inquieta, nerviosa, plástica. Ahora mismo soy un trozo de plástico del malo, que está inmóvil y va a romperse, me estoy empezando a agrietar y la parte de mí que se dobla se va poniendo blanca y blanda. No me acuerdo de sus manos. No soy capaz de recordarlas, no sé si se le marcan las venas, si tiene lunares, pecas, cicatrices, si son suaves o ásperas. Me quedo blanca y él vuelve a mirarme. Esta vez su mirada es más vacía, menos enérgica. Tiene un tic en el ojo.
Y me doy cuenta. Me doy cuenta de que sí, él es un completo desconocido para mí ahora, el tiempo ha borrado esas cosas que tenía que me marcaron. Y sí, él es distinto y eso duele y ya no huele a hierba recién cortada sino a menta y a tabaco, pero yo también he cambiado. Siente lo mismo que yo. Somos dos extraños que comparten un trozo de su pasado. Nuestros caminos se cruzaron y ahora van en direcciones distintas, hacia delante, pero sin tocarse. 

lunes, 8 de octubre de 2012

2

Rómpeme los esquemas, no el corazón.

¿Déjate llevar?

Me enseñaste en su momento que odiar no es la salida, que lo único que hace es consumirte poco a poco, desde dentro. El odio es corrosivo. El odio es inútil.
Pero fuiste tú quien rompió su propia norma. Eso, en teoría, podría darme permiso para romperla yo, para romperlo todo en pedacitos tan pequeños que nadie sea capaz de unirlos jamás. Claro que podría.
Pero, ¿sabes qué? Yo tengo corazón. Y tú eres un lobo con piel de cordero. Eso mismo, exactamente eso, fue lo que terminaste enseñándome.

sábado, 6 de octubre de 2012

...

No todo significa algo. A veces, las mentiras sólo sirven para engañarnos a nosotros mismos.

martes, 2 de octubre de 2012

Corazones y corazas. Y nada más. Aunque busques, nada más.

-Antes de que llegaras -digo despacio-, no sabía a dónde ir. Solía quedarme mirando la calle desde mi azotea, veía como la gente caminaba rápido, a un ritmo frenético, y sentía que estaba a años luz de todos ellos. No les sentía míos, no sentía que la calle que ellos cruzaban era la misma que cruzaba yo cada mañana para coger el bus. No pertenecíamos al mismo mundo, porque la persona en la que me fijaba siempre iba con paso solemne y andaba en línea recta. A veces eran hombres, a veces mujeres, a veces jóvenes, viejos... La persona en cuestión no importaba, porque, en el fondo, para mí todos ellos eran iguales: eran ajenos a mí, como si yo no perteneciera a la raza humana, o tal vez yo sí y ellos no. Podría haberme odiado a mí misma por no ser como ellos. Podría haberles odiado por no ser como yo. Pero la verdad es que no lo hacía. Lo único que sentía era una nube negra en mi interior que crecía y me pellizcaba el alma, así, como pellizcan los niños pequeños: pellizcaba y retorcía. Podría haberlo llamado vacío. Pero el vacío implica no sentir y, qué quieres que te diga, yo sentía aquella diferencia todos los días de mi vida. Sentía que andaba como un pato, que la calle no pertenecía a mi mundo, que no podía conectar con ninguna de esas personas porque estábamos en un distinto plano. Y entonces, en invierno, llegaste tú.
Le miro y me mira. Nuestras miradas se funden y bailan juntas, se vuelven una realidad física y casi puedo sentirlas moviéndose a nuestro alrededor en una danza mecánica y, a la vez, cálida.
-Y te hice ver que no eras la única persona que estaba en ese plano -me dice, sonriendo. Sus ojos brillan bajo la luz de los fluorescentes y me veo reflejada en su oscuridad.
-No. Me demostraste que no hay planos diferentes, que todas las personas somos iguales y a la vez somos diferentes. Me hiciste darme cuenta de que yo también era una persona cualquiera para alguien como yo, que yo también soy una de esas hormiguitas que caminan a un ritmo frenético y que parecen llenas y felices. Pero no lo soy -sonrío-, porque nadie lo es. Las personas nos forjamos una coraza casi sin darnos cuenta. Aparentamos ser felices, nos reímos, abrazamos a los demás, sonreímos, pero eso no tiene por qué ser real. Porque somo todos unos putos mentirosos. Llevo toda mi vida mintiéndome a mí misma, tratando de convencerme de que era feliz y tenía todo lo que necesitaba para serlo; aparentaba ser feliz, me reía, abrazaba a los demás y sonreía. Pero nada de aquello era real y nadie lo sabía, ni siquiera yo, que me convertí en una mentirosa tan perfecta que me terminé creyendo mis propias mentiras. Pero, maldita sea, seguía viendo felices a los viandantes y ellos me seguían viendo feliz a mí. El único lugar donde no fingía, era en la azotea.
Me tomo un momento para observarle. Su cara es totalmente inexpresiva, por lo que sé que me está escuchando.
-Llegaste -retomo mis palabras- y vi todo lo que eras, porque eras la única persona en la faz de MI Tierra que no se ponía la coraza antes de salir. Cuando estabas triste, se leía en tus ojos; cuando estabas enfadado, en tus labios; cuando estabas contento, se leía en todo tu ser. Y me hiciste plantearme por qué yo siempre parecía ser feliz. Me hiciste darme cuenta de que, como ya te he dicho, todos somos iguales. Excepto tú, que eres la única persona que es quien debe ser.

(Hubo palabras que no le dije. Y es que, al final, son esas las que recordamos: las que se quedaron dentro de nosotros y no encontraron consuelo en el frío del ambiente. 
Creo que esas palabras también se merecen estar dentro de ese recuerdo y no en uno aparte, creo que es justo incluirlas  ya que dejarlas de lado sería cruel y no haría justicia a lo que era mi cabeza en aquel instante feroz:
-Excepto tú, que eres la única persona en la que puedo bucear aunque lo tenga todo a simple vista, que eres la única persona a la que jamás podría sacar de mi cabecita desordenada. Excepto tú, que me haces ser mejor persona.

Y una vez me dijeron que las personas que merecen la pena
son exactamente esas, las que te hacen ser mejor.
Y que el hecho de que una persona sea buena,
no significa que sea la adecuada. Mídete a ti mismo, no midas al otro.
Si eres mejor, si te sientes mejor, sabrás que la perfección existe)

domingo, 30 de septiembre de 2012

Sólo palabras.

Todos tenemos historias que contar... Cuéntame las tuyas con pasión, con dedicación, con euforia, sin que la melancolía se escape por los lados y te inunde. Cuéntame las tuyas y cuéntame hasta los detalles más estúpidos. Cuéntame tus ganas y tus sonrisas, relátame cómo has llegado a ser quién eres, escríbeme qué hay detrás de tu sonrisa. Haz que las palabras vuelen entre nosotros, que no podamos ver nada más allá de ellas... Creemos un mundo. Con tus locuras y las mías, tus sueños y los míos, tus recuerdos y los míos, tus palabras sin sentido y las mías, tus noches y las mías, tu futuro y el mío.
Deja que me pierda en ti.

sábado, 29 de septiembre de 2012

420

Podría dibujar cada uno de tus gestos en viñetas kilométricas.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

*

Y entonces sus días se convirtieron en noches oscuras como el carbón.
El problema es que sus noches no pasaron a ser días. Solamente eran eso, noches vacías, sin estrellas...

Tiempo de mierda.

El tiempo es tan caprichoso... Cuando necesitamos que se pare, corre. Cuando necesitamos que corra, se para. Cuando necesitamos quedarnos para siempre en cierto instante, nos aleja de él, nos lo quita. Cuando necesitamos dar un salto en él y avanzar muy deprisa, nos deja estáticos.



Propongo algo: cuando el tiempo nos dañe y nos obligue a correr detrás de él, a esperarle, a dejarle robarnos o a quedarnos muy quietos, hagámosle daño; vamos a romperlo. Rompamos las cadenas que nos unen a él y nos causan esa dependencia. Vivamos a nuestra manera, sin depender de un futuro y muchísimo menos de un pasado... a no ser que decidamos vivir para siempre en él.

sábado, 22 de septiembre de 2012

22/9/11.



Abril nos prometió ser nuestro. Prometió regalarnos sus flores, su olor, sus colores y toda la felicidad que pudiera darnos solamente con existir. Nos prometió ser siempre un símbolo de algo tan bonito como él, para recordar aquello cada vez que el calendario se atreviera a repetirlo. Nos lo prometió dos veces, la primera después de meditarlo mucho y la segunda totalmente de repente. Y tú me prometiste regalarme todos los abriles de tu vida para unirlos a los míos y así vivir siempre en el cálido murmullo de la primavera. Viví aquellas sensaciones con intensidad simplemente porque eran tuyas (todo lo que yo podía ser, sentir o vivir en ese momento era plenamente tuyo). Y no hablo de mayo, julio o septiembre. Hablo de abril, tanto aquel que imaginamos como el siguiente que vivimos de puntillas y con las pupilas dilatadas. Hablo de felicidad, de noches muy cortas, de inocencia, de mi cara sonrojada y tu sonrisa más tierna. Si abril hubiera sido eterno... No me habría importado vivir siempre en aquella historia mitad verdad, mitad mentira, vivir en tus ojos cuando salpicaban alegría.
Pero abril no duró para siempre. Nada lo hace porque no podríamos disfrutarlo con plenitud. Llegaron los demás meses y nos pusieron caras largas hasta dar la vuelta a nuestra sonrisa. Llegaron y nos llenaron de la más negra oscuridad que pueda haber jamás y me hicieron llegar a decirte que te odiaba. Te hicieron negármelo todo. Me hicieron chillar. Te hicieron hundirte en un vaso vacío. Me hicieron llorar. Te hicieron intentar salvarme de mí misma. Me hicieron decirte que me dejaras ir. Y al final, te hicieron odiarme. Nos placaron con fuerza y caímos al abismo de las historias sin final feliz, nos hundimos en él.
Y creí que todo tendría un final digno aquel día en el que quise romper el hilo plateado. Tiré la rosa seca a la basura y me deshice de aquella carta que te había escrito. Intenté tirar a la basura todo lo que tenía dentro (todo era tuyo, ¿recuerdas?) y ahí cometí mi gran error: no fui capaz. Seguí con los sentimientos fluyendo por mi cuerpo y dejando secuelas. Pero no quería quererte, no quería seguir sonriendo cuando me decías que me querías. Llegué a odiar abril por no cumplir su promesa, por esfumarse y regalarme un 22 de septiembre de sabor amargo. ¿Qué le había hecho yo, que lo viví con ganas y prometí recordarlo durante toda mi vida? ¿No es eso a lo que aspira un mes, a ser recordado, a contener felicidad? Pero todavía había esperanza. Eso era lo que yo creía, que seguíamos siendo el uno para el otro y que seguíamos teniendo permiso para querernos cuando llegó la verdadera tormenta (la que nos habría arrancado la cabeza si le hubiésemos dejado hacerlo): tres palabras. Tres palabras de mierda que se metieron dentro de ti y te obligaron a responderlas con cientos más. "Ojalá lo pareciera". Creo que nunca las voy a olvidar, que están grabadas en piedra dentro de mi cabeza y que siempre va a quedar ese arrepentimiento oscuro donde antes tenía guardados los colores de la primavera y el amor.
El calendario se ha atrevido a marcar de nuevo la fecha del principio del fin y yo... yo me quedo mirándolo como una tonta y pensando en lo que habría pasado si hubiera sabido quererte. Me gustaría volver y comprobarlo, pero ¿acaso no es esa la gracia de la vida?

LUZ/ -

jueves, 20 de septiembre de 2012

Palabras huecas y poco más.

Me llamo Amanda y veces la gente deja de escucharme. No hablo de que desconecten y no me hagan caso, simplemente dejan de oírme. Mi voz deja de sonar para ellos y mis labios dejan de moverse. Solamente yo sé lo que digo, pero no soy consciente de mis palabras. Salen a chorros de mi garganta y muchas veces agradezco que nadie pueda oírme. Puedo leerlas, el único sonido que emiten las palabras huecas es un pequeño chasquido cada vez que una sale de mis labios. Tienen todo tipo de tipografías, desde la más suave y cursiva hasta la más enérgica. Todo depende de lo que yo -esa versión mía ajena a mí- diga para mí.
Al principio era difícil, claro. La mayoría de las veces me pasaba en medio de una conversación y los demás me miraban como si estuviese loca. Leía de mi boca palabras incoherentes que no tenían ninguna clase de conexión entre sí. Cuando mi monólogo comenzaba a cobrar sentido y yo sabía que lo hacía, automáticamente las letras comenzaban a volverse rojas y cada vez más grandes; comenzaban a moverse. No era capaz de leerlas. No sé lo que me decían.
Pero eso era al principio. Ahora tengo un poco más de autocontrol: me ausento (porque no puedo describirlo con otra palabra) cuando no puedo más. Es como un vaso que se va llenando gota a gota; cuando llega la gota que colma el vaso, se acabó. Sé exactamente cuándo va a ocurrir porque mis palabras reales pierden intensidad y puedo verles la sombra. Porque las palabras tienen sombra, sólo hay que saber cómo buscarla y hacia dónde mirar. La sombra de nuestras palabras va creciendo y creciendo hasta cubrirte y cubrir a otros, entra dentro de ti y se aloja en una parte de nuestra cabeza para doblarse sobre sí misma y quedarse así. Vivimos de ellas, del hueco que nos dejan al entrar en nosotros y de los sentimientos que puedan provocarnos: las que son negras como el carbón nos causan ira, las grises tristeza y las blancas son las causantes de los buenos sentimientos. Nunca he encontrado una sombra de color blanco nuclear en mis palabras.
Creo que ése es el problema, que por eso puedo ver lo que yo misma quiero decirme y puedo ver exactamente cómo me hace sentir. Puedo ver las sombras entrar en mi cabeza sin esfuerzo y veo sus tonos grises, a veces más oscuros -la mayoría- y sólo a veces más claros. Cuando las veo acercarse a mí me siento que estoy borracha de pura oscuridad que me llena el alma y atraviesa su núcleo como un cuchillo. Y cuando mis palabras tienen picos y son negras también lo siento. Tal vez sea un efecto más, un método más para escucharme a mí misma, para demostrarme que todavía tengo muchas cosas que decirme.
Sólo sé que jamás tengo que tomar decisiones basándome en mis palabras huecas porque son dichas desde el centro y no desde arriba y no me harán ningún bien. Pero, si no tengo que arriesgarme, ¿por qué voy a tener miedo de escucharme a mí misma? ¿Acaso voy a decirme algo que no sepa?

martes, 18 de septiembre de 2012

Tiempo atrás...

"Así es la vida (la mía): algún día te irás de mi lado y no podré evitarlo. Te darás cuenta de que no soy lo que tú creías que era y lo único que podré hacer entonces será echarte de menos. Es aquel bucle del que te hablé: tener y extrañar. Siempre es lo mismo.
Y cuando te vayas, ¿qué haré? ¿qué puedo hacer sin ti? Nada. Absolutamente nada. Dices que somos iguales, que somos imparables, pero no es así. Tú eres imparable y a mí sólo puede pararme tu marcha. Qué triste por mi parte, depender de ti cuando siempre pensé que eras tú quien lo hacía.
¿Qué voy a hacer cuando te des cuenta de que no valgo nada sin ti? ¿Qué voy a hacer cuando te marches y me dejes sola e indefensa contra el mundo? Sé que es inevitable."


(Ya tienes todas las respuestas
aunque te niegues a hacerles caso)

lunes, 17 de septiembre de 2012

¿O sí lo sé?

No lo sé, ése es el problema. No sé qué hacer ni cómo hacerlo. No sé si voy a tener las fuerzas suficientes, cómo vas a reaccionar y qué va a pasar después. No sé de qué color pintar mis noches si decido que no, no sé si gritar o morderme las uñas, no sé si tú lo sabes. No sé qué camino seguir. Mi camino se bifurca y tengo dos opciones: el camino negro y menos arriesgado y el camino verde y vivo que no sé a dónde va a llegar. No sé si voy a conseguirlo.
Pero lo peor de todo siempre ha sido que no sé quererte. Y no sé si eso va a cambiar ahora.

...


Algún día encontraremos lo que estamos buscando, esa senda que nos guíe durante el resto del viaje. Pero mientras tanto tenemos luz verde para salirnos del camino, tropezarnos y perdernos.
Soñar es gratis y me sobran ganas.

Bleh.

Recuerdo perfectamente aquellas noches. Te alojabas en mi cabeza mientras intentaba dormir, te hacías un pequeño hueco en mi mente y me llenabas de recuerdos no muy lejanos, alegría presente y planes de futuro. Me hacías pensar que eras un pequeño cúmulo de esas tres cosas: un pasado dulce, un presente efímero y un futuro alegre. Qué ironía, porque recuerdo que una vez me dijiste que yo era un cúmulo de las cosas malas que te habían pasado en la vida. Tú mi supuesta vida y yo lo malo de la tuya.
Ahora tengo la cabeza vacía en esos momentos. Muchas veces, en los momentos malos, deseé no pensar en nada y conseguir así evadirme del mundo, pero no es tan dulce como yo creía. No me gusta concentrarme solamente en que tengo los pies fríos. Me parece una estupidez y, además, no me gusta que hayan recuerdos allí donde antes hubo sentimientos. Tal vez por eso me guste eliminarlos.
Dime, ¿en qué voy a pensar ahora cuando me esté quedando dormida? No me quedan más finales felices que inventar.

(...tal vez sólo sirviéramos para eso,
¿no? Ojalá...)

sábado, 15 de septiembre de 2012

De estupideces.

"-¿Alguna vez piensas en el futuro, Jeff?
-El futuro... -mira al infinito durante un minuto. El silencio entre nosotros se vuelve agridulce- No. La verdad es que no.
-Ya.
-¿Y tú?
Sonrío.
-Claro, suelo pensarlo mucho. Me imagino viviendo en una casa con ventanas enormes y flores en el jardín. Con hijos y con alguien como tú.
Jeff me mira igual que miraba al infinito hace un momento. Me mira tan fijamente que siento que sus ojos se multiplican y me miran desde cien perspectivas distintas. Espero una sonrisa que no llega.
-Alguien como yo, tú lo has dicho. Alguien como yo."

(¿No esperabas otra cosa?
A veces las cosas son así. Repentinas.
Lo que debemos hacer es coger el momento, hacerlo bolitas de papel
y mandarlo directo al vacío
en vez de dejar que se una al tuyo.)