¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 2 de diciembre de 2012

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Le molestaba que él no fuera capaz de decirle quién era ella misma; que no fuera capaz, o que sólo lo fuera a medias, de romper la barrera de su mente para entrar y bucear y contarle todo lo que había visto en su eterno viaje a sus antípodas. Le molestaba y le dolía tanto que la rabia crecía dentro de ella. Quería destruir todo lo que les unía, llenar el agujero que aquello dejaría en su pequeño y oscuro corazón y seguir, caminar, correr y vivir.
Se volvió una guerra sin ganas de terminar y él, inacabado, hizo acto de presencia en su cabeza. Colocó explosivos y cuando empezaron a sucederse las explosiones, ella no gritó. Se quedó muy quieta, sin darse cuenta de que, a simple vista, él había solucionado todo lo que había puesto en peligro la falsa -pero dulce- estabilidad que habían conseguido. Pero, como estaban en guerra y ella no perdonaba ofensas ni vacilaciones, tampoco sonrió. Aquello se extendió hasta los límites de lo imposible, siempre sin llegar a comenzar, y su historia se volvió parte del vaivén, del devenir irracional que lo llenaba todo.
En el punto más alto, en el principio del -supuesto- fin, ella se dio cuenta: tampoco sabía quién era, no era capaz de traspasar su propia barrera. Pero, cómo no, era demasiado tarde.

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