¿Qué significará el tiempo sin relojes?

martes, 30 de junio de 2015



...estoy huyendo lejos,


























l  e  j  o  s

                                        de mí

carta a julio



una simple carta.
a (jc),
por haber vivido
y a (aa),
por vivir


Qué silencio, Julito, qué tarde tan fría se levanta tras el cristal de la ventana. Me gustan los días nublados. Son como un cielo nuevo, un cielo que no es cielo sino un obstáculo para mirar, pero que en realidad da apariencia de calma y de verdad razonable. Cuándo es razonable la verdad, dime, cuándo. Si te soy sincera, si te soy obtusa y visceralmente sincera, todo este dolor, toda esta cicatriz grandota, de bordes desarmados, es culpa tuya. Y Rayuela sigue, de todos modos, parapetado encima de la mesa, vibrando en la superficie lisa de la cocina, mirándome en la mañana y tentándome a entremeter una uña en el papel y abrir por cualquier página. Para leer. Para leer en voz alta. Para recitarte, Julito, y sentir el cielo nublado a través de los ladrillos y la pintura y todo lo que es una pared, y para sentir la lluvia filtrada a través de los azulejos del cielo. Por ti, Julio, por ti me duelen los días huesudos. Por ti cierro ahora los ojos. Por ti respiro, Julito, y por ti me llena este silencio. Qué silencio. Qué frío.

Seré clara: respeto en lo profundo a aquellos que tratan con ternura un libro. Y sin embargo, ahí estás tú, que eres el libro, eres el dedo que agarrotó las páginas del papel que más he sentido en esta declaración vital. No sé, Julio, pero cada vez que contengo el aire, cada vez que me derrito en aceras calientes, cada vez que lloro y no es por nada, todo es por ti. Porque estás muerto. Porque has estado vivo. Porque comprendo tus ojos. Unos ojos profundos, argentinos, ojos separados y entornados siempre para mirar más allá de las cosas. Eso es lo que pasa. Que me enseñaste a ver todo lo que no está, un universo nuevo que no adiviné jamás detrás de los trozos de césped. Un mundo nuevo, nuevo y antiguo, un mundo que vive por encima y por debajo y se manifestaba solo en sueños, solo bajo la cáscara de unas sábanas blancas y diluidas. Pero ahora. Ahora, Julio, ahora lo veo todo. Y no sé si deliro, pero veo que vamos del tornillo al ojo, y de un ojo a una estrella, y en mi cabeza se detienen ritmos, estructuras, en mi cabeza vuelan palabras que crean belleza desde la misma belleza que solo nuestros ojos sucios, nuestros ojos con fondo, serían capaces de encontrar. Pero me duele. Me duele mucho, mucho, mucho. Y es tu culpa. Y es por ti. Y escribo todo esto, todas estas cosas chicas, para hacerme ver que no me estoy volviendo loca, que yo puedo crear como tú y encriptar como tú y también puedo relatar la locura de los que no están locos sino demasiado cuerdos, demasiado lúcidos, demasiado capaces de ver que nada es real, que nada tiene sentido, y que entonces todo puede ser, todo puede existir, todas las cosas de la vida pueden tener un aislado y ruidoso sentido de tornillo que es ojo y ojo que siempre será estrella.

Pero Julio, Julio, Julio, en realidad creo que la cicatriz brilla bajo la lámpara. Un bordillo de sangre suelta chispas. Hay fuego que arde mi pielpor debajo. Y eso lo veo, eso lo siento a través de la raja que has dejado en mí. Y Rayuela sigue en la mesa de la cocina. Y yo te sigo leyendo. Y cuando me siento en la cama, despatarrada, con un libro tuyo sobre las rodillas, y lo abro y lo hojeo y después lo aspiro y sé que huele a ti pero sin que seas tú, que huele solo a papel y a tinta y a polvo viejo, cuando te leo, Cortázar, soy escarabajo. Y soy piedra. Y soy una autopista del sur con un atasco brutal. Soy yo. Y me duele, duele tanto que arde, duele tanto que envuelve, me duele que nadie entienda, me duele que solo seamos algunos, me duele que exista la economía y existan las clases y existan los fríos datos sobre un papel que podría haber sido árbol que podría haber sido sombra. Pero a la vez sé que el tornillo es ojo, que el ojo es estrella. Qué silencio, Julito, qué fría se ha quedado la tarde…

domingo, 28 de junio de 2015

sin título aparente


Ya no sé ni escribirte. Me pongo a mirar a la calle y te juro que no, ya no me paro a reírme y a pensar que por ahí andas. Ahora soy una cosa más comedida. Sin fuego que hace volteretas detrás del hueco de la pupila. Sin esas cosas, sin nada de lo mío. A veces me aprieta la cabeza y ya no quiero volver a pensar nunca más. Quiero desconectarme. Como si tuviera unos cascos dentro, ¿no?, y pudiera hacer clic y decir adiós y solo mirar el cielo y que me moje el blanco-nube. Y tú eso no lo entiendes, ¿eh? No vas a entenderme en la vida, yo lo sé, y sin embargo eso no es lo que hace que no tenga ni idea de cómo escribirte cosas que no vas a leer. Que no vas a leer nunca. Y ojalá volvieras. Ojalá te hiciera volver. En vez de desconectarme, tú. Tú corriendo. Tus piernas tan largas y yo una cosa así como pequeña, así como una nada puesta a consumir aire y a vivir. Yo poca cosa, pero no. Tú no estás ya. Aunque vivas en el mismo sitio y de la misma forma y me sonrías tanto como antes. Aunque seas exactamente la misma persona. Yo poca cosa, pero ya no. Ahora soy mía, mía, ahora solo estoy yo y ya me da igual que me digas que no valgo para nada. No me importa. Pero era tan fácil, era tan fácil dejarlo todo al azar, regalártelo a ti y pretender que me dibujaras la vida. Era tan sencillo colgarme de la lámpara y esperar. La vida en espera, la vida como la musiquita que te ponen en las llamadas, la vida como los giros y giros del microondas. Era facilísimo, y era caliente. Calor insoportable. Calor que deseaba. Calor que deseo. Ojalá volvieras. 




viernes, 26 de junio de 2015






















lo siento pero me rompí

la verdad




Pero dime qué eres, porque no abro puertas a nadie. A mí me importa un carajo que vengan a dar golpes con los nudillos. No me tiembla el pulso, no me tiembla la casa. Hace falta un terremoto, escucha, un terremoto entero para que se revuelvan estos cimientos y yo sienta algo moverse. Que yo puedo estar sentada en la cama, o almorzando, o haciendo el pino, y no me voy a enterar de que hay cuatro dedos aquí contorsionados y dándole que te pego a lo que tapa la entrada de la casa. ¿Lo entiendes?, lo que tapa la entrada. Lo que no te va a dejar pasar. Así que o me dices qué eres o me voy a soplarle a la pared. Pero qué, qué, qué. El nombre no. Eso me da lo mismo. Quiero saber qué tienes dentro. Y no te estoy hablando de nada de eso. Dentro. Dentro es otra cosa. Dentro es la verdad.



tengo la rabia que me come los dedos por dentro, por el hueso, por todo el hueso que se sale y toca el mundo y ahora lo toca con rabia porque hay sangre corriendo corriendo corriendo como en una carrera y hay una cosa como dentro que como que quiere como ganar y yo le digo no, que no, que no, y me sacude y hay corrientes eléctricas y tengo la rabia que me come y escribo agarrotada y doblada y tengo este eje siempre torcido, siempre parece que me voy a romper por el eje, siempre parece que tengo una línea de puntos así cortada y es frágil y es justo por ahí por donde hay que romper y parece, parece que hay alguien que lo ha visto y que me ha levantado la ropa y allí se ha encontrado con la línea fina y la ha tocado y está en relieve y lo ha notado y yo lo sé, yo lo sé, yo lo sé pero me callo la boca y tengo una herida detrás del labio porque cada vez que me pongo nerviosa no me doy cuenta y me estoy mordiendo como una loca, como una loca de mierda que se esconde detrás de un libro para no ver que hay alguien espiándole el eje, la costura por la que simplemente puede, zas, coger y partirme por la mitad, la mismísima mitad de todo, el mismísimo centro, y el eje es la parte más más más frágil de mí pero detrás anida la parte más más más importante que es el centro y es lo que me hace ser pero qué pasa, qué pasa si lo que me hace ser es la parte que me pueden romper y es por donde se me puede joder la vida y qué pasa si tengo la rabia que me come todos los dedos y ya no veo qué hago y tengo los ojos cerrados también en una costura con hilos de pestañas que se van al infinito y no regresan, y qué pasa si tengo la punta de las pestañas en otra dimensión y veo cosas raras como por ejemplo un agujero negro albino y una playa que no tiene mar pero tampoco es desierto porque yo sé que es playa, yo sé yo sé yo sé que ahí alguna vez hubo olas y hubo agua y hubo un montón de gotas que me veían y se reían de mi eje casi roto, casi roto pero sin lesiones pero sí sí sí casi roto porque hay alguien que me mira y se sonríe porque me puede romper justo por el centro y me puede poner al aire todo lo que creo que soy y puede hacer que todos vean que en realidad soy una puta mierda por dentro porque todos somos iguales, de carne y cosas sucias, pero yo tengo una línea de corte por aquí y no hacen falta tijeras, y vamos, que lo sabe y me está mirando y no puedo pararlo porque tengo la rabia que me come los dedos y la rabia es un filo, un pincho, es algo que te va girando y clavando y más sangre y la sangre solo es un signo de que va a ser cierto, de que de verdad estoy hecha de vísceras y de verdad me van a romper porque soy r-o-m-p-i-b-l-e, una cosa como provocando un clac, clac que tiende al infinito como la otra dimensión de mis pestañas y ya estoy viendo cosas raras y ahora veo sangre sangre sangre más sangre, más sangre, un río rojo que sé que es mío porque no hay yo ni hay nada pero es mi sangre porque la puta puta puta pupila la ve mía y es mi puta sangre y no es rabia sino miedo pero hay alguien que me acaricia el eje y es solo para partirlo de golpe, para romperme, que yo sé que las caricias pueden ser el infierno, que yo lo sé, que yo sé que hay dedos que te arrancan a jirones y que parecen los más suaves, por qué por qué por qué por qué por qué por qué por qué


martes, 23 de junio de 2015

recuerdo de un día en que



Recuerdo que una vez te quise besar a ciegas.

Sin mirar.

Como si no hubiera cuerpo y solo fuésemos dos cosas sin contorno que se juntan y voltean el aire y son etéreas pero hay siempre algo verdadero. Como si no fuésemos pero a la vez sí, como si no hubiese normas para ti y para mí porque las normas vienen con las formas y ya está.

Recuerdo que una vez quise besarte.

Que te miré la boca y te la vi boca y hablabas y yo te miraba y no podía lanzar los ojos al espacio porque ya no había espacio. Solo tu boca callejera y una parada de guaguas vencida por la hora, vencida porque era de noche y ya no pasaba nada hasta después del grito del sol.

Que te vi los dientes detrás de la sonrisa y supe de pronto, con la certeza de todo lo que noes cierto, que los dientes son como hueso.

Y la boca es como un puente.

Era tarde, de noche.

Y una vez te quise besar en los labios como si no hubiera más tiempo ni más espacio ni nada.

Carajo.

Nada.

Se paró el tiempo. Como una foto. Se paró el aire. Se paró el agua.

Te reías y me mirabas con cariño volcánico pero ajeno.

Ajeno como el viento que es en realidad una confluencia de respiraciones de todos, de nadie, aire que sale de narices vacías y llena todo y corre hacia los motores de los aviones y de los coches y hacia otras narices que vuelven a respirar y vuelven a soltar y viven por ello, no para ello, pero sí por ello.

¿O no? Creo que no funciona así.

Pero una vez quise besarte.

Como si después no fueses a dejar de hablarme para siempre.

Como si no anulara ya tu boca de mi vida.

Como si no fuera explotar y después la nada.

La nada más pura y opaca. 


cucaracha y flor



I



Las flores de la abuela lloran y chillan cuando las mete en esos jarrones. Hay lloros y chillidos que corren por toda la casa y la llenan de un ruido caliente y como de metal roto. Así no puedo más. Le digo a mamá que me quiero ir a la otra casa. Pero que no, me dice, que aquí estamos bien y huele a rosas recién cortadas. A rosas con las venas recién cortadas, le quiero responder, pero tengo los pies de motor y me voy corriendo a esconderme en mi pieza y a dejar de escuchar. De escuchar a las flores que berrean en esos jarrones pintados con otras flores, jarrones autónomos que pueden ser sin que haya nada dentro. Pero nada. Que la casa se llena de jardines y jardines a escala mínima y es insoportable. 

Y encima me dice mamá que si les pones demasiada agua a las flores se ahogan. Ahora mamá se parece a la abuela en los ojos y en las arrugas. Yo le pido menos agua porque ya ellas se han regado de tristeza y de ahogo y creo que están un poco marchitas. Sé que ellas quieren que las reguemos solo para disimular, para que no veamos que se están deshaciendo en otros goterones que son salados, que son como de mar pero no han visto jamás una ola. El caso es que las flores se están muriendo. Y lloro yo. 

Les he puesto un reloj al lado para que se den cuenta de que todavía no tienen que morirse. Pero dice mi abuela que las flores tienen que estar cerca de la ventana y que no se puede poner relojes al lado de las flores, porque a las cucarachas les encanta el ruido de las agujas y entonces los relojes siempre tienen que estar impregnados de matabichos. Eso dice ella. Creo que voy a hacer guardia delante del reloj del salón.


II


Ahora una cucaracha se hace la dormida. Tiene las patitas estiradas y mira al frente. Me como tres almendras por cada vez que le digo que es bonita y que tiene el mundo mecido en los pies. Pies blandos y marrones como el mundo mismo. Le hablo bajito. Que hoy he comido macarrones, que Alberto quiere que vayamos mañana al parque a ver los lagartos. Y que le he dicho que no. Porque los lagartos, no sé, son así como un poquito raros. ¿Verdad, cucaracha? Pero no responde porque se le destrozaría el plan. Todo el plan. Todo lo de hacer como que duerme para que yo le siga diciendo cosas bonitas como si creyera que no las va a oír nunca. Eso lo escuché en algún disco, en algún libro, creo. No sabía que a las cucarachas les gustaran los cuentos. 

Ay no. Ya está. Las flores a berrear. Que esto no es así. Me levanto y con el dedo delante de la boca les hago como para que se callen. Que se le va a joder el plan a la cucaracha, les advierto con una mirada fría fría fría como el cristal del reloj. Silencian por fin su tristeza y me vuelvo, pero no hay cucaracha viva y sin embargo. Sin embargo.

Pero no. Jarrón asesino. Jarrón homicida. Jarrón que cae en trozos sobre el cuerpo marrón de mi amiga. Y es mi abuela y es mi madre y son las mismas arrugas ahora que alzan la porcelana o yo qué sé y dan golpes golpes golpes sobre el semanario. No quiero mirar, no quiero mirar, no quiero mirar. Las flores vuelven a gritar, desnudas ahora en la mesa céntrica, mesa de justa mitad, mesa de distancia. Me uno a ellas y berreo. Lloro y me riego. Lloro y me marchito. Lloro y el jarrón-muerte acaba de separar a la cucaracha de cabeza y antenas y boquita humilde.

Mi bella durmiente.

Fui yo quien puso el reloj al lado para que supiera que ya le tocaba morirse.

Fui yo quien mandó a callar a las flores y las sacó con orgullo del jarrón-eclipse.

Soy yo quien pisa el cadáver húmedo.

Y huele a matabichos. 



sábado, 20 de junio de 2015



Y no sé. Esto no era yo. 

jueves, 11 de junio de 2015

entre líneas



Adiós

(palabra que se vuela)

Nunca más tú y yo

(cierta sentencia aseverante)

Un día bebí tus ecos

(modesta sentencia sin malas intenciones)

Lo siento

(cierto)

Te voy a echar de menos
porque sigo haciendo hoyuelos a la playa

(falsa extrapolación)

Te escribiré

(pues sí)

Me leerás

(nunca más)

Te quiero todavía

(miento)

¿Volverás?

(contra-afirmación)

Te quise y chillé

(silencio)


calor del tiempo



Cuánto dueles, calor. No eres capaz de hacer nada serio. Todo reposa en el cajón de lo que no tienes, lo que no debes, lo que solo quieres. Dime, ¿alguna vez piensas en ti? ¿Alguna vez te planteas qué va a ocurrir, dónde guarda la vida el futuro, en qué bolsillo debes rebuscar para hallar de verdad? Dime, ¿te han abierto alguna puerta? Pues creo que no. Creo que te las han cerrado todas en las narices, pero tú, desde luego, respiras hondo y sigues riéndote, riéndote del tiempo, de la necesidad, y eres joven eternamente, y tienes 19 eternamente, pero entiende. Entiende que llegará septiembre y tendrás 20 años cosidos al ojo. Entiende, solo intenta comprender que los septiembres nunca paran, son como un coche lanzado a la barrera lunar. Y ni siquiera, calor, ni siquiera, porque no te van a dar ni un segundo de tregua. Cuando llegue el día primero, día uno y roto en punta, otro año se habrá colmado. Hasta el borde. Hasta el tope. ¿Pretendes crecer sin crecer? Cuánto dueles. Pero te respiro. Si no, calor...

domingo, 7 de junio de 2015

utopía perdida



Pero qué voy a hacer yo ahora, dónde me mezco ahora, dónde reposo, dónde reviento, dónde me revuelco hasta que me cruja la vida y me cruja el alma y me cruja este matojo de huesos que soy, estos huesos anchos y altos y tan duros, carajo, tan duros. Qué hago, que alguien me diga qué puedo hacer hoy, en este momento, en este minuto tan de fuera, tan de cosas ácidas y picantes que matan la lengua y la garganta y rompen, rompen, siempre rompen, por qué rompen. Por qué. Para qué. He perdido las cartas, todas las cartas. Todo el montón de cartas que escupí a la utopía utópica de mis sueños, la quimera de cartón que andaba por la calle moviendo el culo, moviendo los tobillos, dando pisadas de golpe duro y sonoro. Como una canción. Como un tap tap tap de vida, de esperanza. Yo le escribía cartas pero nunca se las mandé, nunca salieron de mí, solo eran mías, papeluchos con ratos escritos y olas de mí, solo era yo haciéndome agüita encima de una hoja y escribiendo con la caligrafía más fea, más larga, más picuda de mi vida. Pero qué caos, qué desorden, dónde habré puesto el montón. Dónde estaré esperándome llegar, doblada en esquinitas y temblando porque estoy tan sola, porque no llego y poso el ojo y me releo y me reencuentro, me hallo de nuevo en palabras y vértices gélidos. Y no es solo eso. Qué voy a hacer. No sé de qué ha servido todo, escribirle cartas, escribírmelas, si después no voy a poder abrirlas y ver, ver, ver. Y resentir. Rerespirar. Tantas cosas que le dije tan bajo que ni siquiera las hablé. Tanto silencio roto con las letras salpicadas. Sacas lo peor de mí, decía en una, sacas lo peor de mí pero no me importa. Solo recuerdo fragmentos, y un color, y una inclinación de los dedos, un atranque de pulmones. Pero y las aristas. Y las esquinas. Tengo miedo, tengo miedo, me asusto y no sé qué voy a hacer yo ahora, no sé cómo seguir andando si he perdido todo lo que sentía, si he perdido todo lo que vivía, si los recuerdos son cada vez más imprecisos y se ha diluido la melodía del andar de la quimera. Y la calle no se acuerda. No conservo los pinchazos. No conservo el abrazo de rodillas en la cama, el mirar a la pared y verla blanca pero con un rostro. No hay más, no hay más, he perdido las cartas y me he perdido a mí. No sobrevivo al tiempo. Jamás voy a ser eterna. Pero el reloj, pero los años. Pero pronto voy a acordarme solo de una prenda de ropa, solo de un lugar. Y todo vacío. Y yo vacía. Me diluyo poco a poco, siempre lo siento, soy como un polo que se derrite, y las gotas desaparecen cuando resbalan y llegan al piso. Ya me voy. Ya me marcho. No estaré para recordar una nube de vapor tras la nariz. No estaré para acordarme de una pregunta sin réplica. Pero qué voy a hacer yo ahora. 

sábado, 6 de junio de 2015

5


I

Hay amor bajo el puente de mi nariz. Está encerrado, compacto. Guardo todos los fuegos del mundo. No arden, no chispan, no rugen si respiro o me ahogo sola, solo sola. Están. Duermen. Hay amor, hay cresta. Busco a cada instante la cerilla del otro y entonces el viento abre y dispara al centro.

II

Golpea tecla. Sálvame. Cierra fuerte los ojos bajo el cerco de luna roja. Sin miedo. Y sin prisa. Yo no estoy, yo no estoy, pero puedo aparecer voladora en la línea entrepárpado, en la luz de la que escapas.

III

Bésame. Bésame, boca callejera. Redonda fauce de ciclo mortal. Bebe mi boca. Golpea la tecla, el puente de nariz, arde el fuego, arde, arde, arde. Tengo amor condenado. Tengo una pubertad robada, y no es mía, y mi beso es beso roto. Labio medio abierto. Hoy es noche de cuadro y ojo de buey. 

IV

Somos el mensaje eterno. Ese es el fuego. Es la bóveda. En soledad no me quemas, solo es recuerdo. Guardo silencio y escribo lo ciego. Tengo vanos ciegos porque yo no soy ventana. Porque yo no soy pieza de cielo. Porque tengo dentro el amor guardado, pero aprieto y estrujo y jamás pisa mi suelo.

V

Soy el nudo del mundo y nadie lo entiende.


carta de bombilla


Dice clac la bombilla en su carta. Nada más. Solo que clac, que requeteclac, que taponazo cortado y caligrafía horrorosa, muy redonda, pequeña y escupida. Dice clac. Está rota y cascada y breve. Ya no brilla más. Es contraseña epistolar. Solo clac, pero al tanto una historia, al tanto un cuento y un destino, un futuro ahuecado en el sobre cobrizo y el ser de bombilla. No hay senda. No hay vías. Solo queda un silencio sin luces, sin luces, porque se apagaron los brillos del portón denso. La calle se ha vuelto loca y ve figuras que la andan por encima y van descalzas, van con dedos blandos que la tocan como un piano. Ya no hay luces y no vemos. Y lo vemos todo. Porque clac. Porque requeteclac. Y ahora yo, que estoy sentada y tengo el folio en la rodilla, soy lava. Te he querido volcán. Sin giros ni carreras. Pero las luces ya no van a contarme la nariz de las ovejas, piedra mía, y me sostengo atada a ti para que la ola no me revuelque. Y no hay luz, sin embargo, y la humedad no está. Porque no la veo. Porque clac, bombilla, el sol de noche. Te he querido tiempo, y creí verme sorber relojes con una pajita amarilla. De esas de cine y butaca, de esas que me pido por reírme un poco y comprender bajito, muy por debajo, que en lo oscuro no hay amarillos ni azules ni rojos ni líneas verticales sin sentido. Yo ya no aspiro arena de minutero. Aunque te haya querido a hora marchita, a hora caducada, a hora para consumir preferentemente antes de hace años, tres, cuatro, no lo sé. Clac, clac dice la bombilla, clac escribe mientras la espero apagarse en beso oscuro. Ya la luz no brilla, ya no sé seguir con el camino, lo confieso, no tengo ni idea. Y te marcho. Te ando lejos. Te subo a aviones. Te viajo desde mi vértice de mesa, desde la espalda de una taza sin humo ni café, taza de garganta corrediza, de pimienta estornudada. Te adioseo. Te despido volcán. Dice clac la bombilla. Y muere. Quizá nos quedamos sin luz sin habernos navegado. En la noche de sol triste. En el abrazo último, el abrazo solo, el abrazo pre-aviones y pre-tiempo que ha pasado y ha mordido y por qué carajo me escriben las bombillas.

jueves, 4 de junio de 2015

filo filoso



Tenemos un filo filoso en los ojos. Esquina perdida. Siempre sube a la azotea y nos arrastra, nos corre con piernas nuestras por escaleras-vórtice. En lo alto de todos los edificios hay una escalinata blanca, blanca y neutral, que no dice nada. Nunca solloza. Nunca rebosa en holas. Y el filo filoso nos despunta con un brazo al bajo del primer escalón. Dice suban. Dice suban. Dice arrastro con palabras sus cuerpos de huecos. El ojo esboza una sonrisa boba. Sonrisa de loco. Como una media luna curvada en la piel rostriza. Tenemos una esquina podrida. Y miramos con el filoso filo a lo alto del subidero. A lo alto, lo lunar. El cielo raso.
Investigamos como detectives de lo punzante. Libros, libros y hojas llenan los vértices de mi mesa escalonada. Subimos y bajamos, bajamos y subimos. Arrastradas. Pero quietas. Y salimos a la calle. Calle mordida. Hay luces que ciegan y coches veloces y personas que enseñan dientes de pincho, dientes de caminos hacia estómagos de colchón y piezas. Saludamos y miramos. Y partículas condenan el filo filoso del ojo: no entra igual, no sabe igual, la mirada hace siempre esquina y el redondo señor que vende redondas sandías con su redonda risa de redondez circular parece un cuadro, un Mondrian, un azulejo. Tenemos filo filoso en ojos y cuadros cuadrados y boca dice no entender y siempre la azotea, siempre escalinata, siempre el cielo que no tiene forma, cielo que corre más allá de la esquina perdida.
De lo alto de un árbol bajan los dedos. Hacen pasitos. No hay misterio. Yo no me retiro del cielo raso. Siento piernas en suelo-azotea. Espero plurales. Decido que no, que no. La luna es cuadrada. Pero redonda. La luna es un cuadro. Pero sin marco. Porque tenemos en los ojos un filo filoso. Pero llegas. Pero te sientas. Pero me hablas. Pero el túnel pupilar te atraviesa por el fondo. Y te veo. Tú siempre eres redonda.  

(para Andrea Abreu
entiendo la forma del ojo
por el que miras y ves)

 

silencio



Silencio, Caótica. ¿Puede algo frío ser picante? Silencio. No sueltes palabras. No maquetes el aire. Solo respira. Cada pulso es un cuento, y cada cuento es un pulso, la leve constancia de vivir y contar y contar y vivir, que es lo mismo. Pero cállate. Eres mala. Siempre serás mala. Te hicieron mala y ahora no escapas. Por eso te pido silencio, Caótica, y solamente una respiración vital, pequeñita. Aire que va y viene y viene y va. No cuentas con números. Ni con los dedos. No cuentas, Caos, solo respiras.