¿Qué significará el tiempo sin relojes?

martes, 30 de junio de 2015

carta a julio



una simple carta.
a (jc),
por haber vivido
y a (aa),
por vivir


Qué silencio, Julito, qué tarde tan fría se levanta tras el cristal de la ventana. Me gustan los días nublados. Son como un cielo nuevo, un cielo que no es cielo sino un obstáculo para mirar, pero que en realidad da apariencia de calma y de verdad razonable. Cuándo es razonable la verdad, dime, cuándo. Si te soy sincera, si te soy obtusa y visceralmente sincera, todo este dolor, toda esta cicatriz grandota, de bordes desarmados, es culpa tuya. Y Rayuela sigue, de todos modos, parapetado encima de la mesa, vibrando en la superficie lisa de la cocina, mirándome en la mañana y tentándome a entremeter una uña en el papel y abrir por cualquier página. Para leer. Para leer en voz alta. Para recitarte, Julito, y sentir el cielo nublado a través de los ladrillos y la pintura y todo lo que es una pared, y para sentir la lluvia filtrada a través de los azulejos del cielo. Por ti, Julio, por ti me duelen los días huesudos. Por ti cierro ahora los ojos. Por ti respiro, Julito, y por ti me llena este silencio. Qué silencio. Qué frío.

Seré clara: respeto en lo profundo a aquellos que tratan con ternura un libro. Y sin embargo, ahí estás tú, que eres el libro, eres el dedo que agarrotó las páginas del papel que más he sentido en esta declaración vital. No sé, Julio, pero cada vez que contengo el aire, cada vez que me derrito en aceras calientes, cada vez que lloro y no es por nada, todo es por ti. Porque estás muerto. Porque has estado vivo. Porque comprendo tus ojos. Unos ojos profundos, argentinos, ojos separados y entornados siempre para mirar más allá de las cosas. Eso es lo que pasa. Que me enseñaste a ver todo lo que no está, un universo nuevo que no adiviné jamás detrás de los trozos de césped. Un mundo nuevo, nuevo y antiguo, un mundo que vive por encima y por debajo y se manifestaba solo en sueños, solo bajo la cáscara de unas sábanas blancas y diluidas. Pero ahora. Ahora, Julio, ahora lo veo todo. Y no sé si deliro, pero veo que vamos del tornillo al ojo, y de un ojo a una estrella, y en mi cabeza se detienen ritmos, estructuras, en mi cabeza vuelan palabras que crean belleza desde la misma belleza que solo nuestros ojos sucios, nuestros ojos con fondo, serían capaces de encontrar. Pero me duele. Me duele mucho, mucho, mucho. Y es tu culpa. Y es por ti. Y escribo todo esto, todas estas cosas chicas, para hacerme ver que no me estoy volviendo loca, que yo puedo crear como tú y encriptar como tú y también puedo relatar la locura de los que no están locos sino demasiado cuerdos, demasiado lúcidos, demasiado capaces de ver que nada es real, que nada tiene sentido, y que entonces todo puede ser, todo puede existir, todas las cosas de la vida pueden tener un aislado y ruidoso sentido de tornillo que es ojo y ojo que siempre será estrella.

Pero Julio, Julio, Julio, en realidad creo que la cicatriz brilla bajo la lámpara. Un bordillo de sangre suelta chispas. Hay fuego que arde mi pielpor debajo. Y eso lo veo, eso lo siento a través de la raja que has dejado en mí. Y Rayuela sigue en la mesa de la cocina. Y yo te sigo leyendo. Y cuando me siento en la cama, despatarrada, con un libro tuyo sobre las rodillas, y lo abro y lo hojeo y después lo aspiro y sé que huele a ti pero sin que seas tú, que huele solo a papel y a tinta y a polvo viejo, cuando te leo, Cortázar, soy escarabajo. Y soy piedra. Y soy una autopista del sur con un atasco brutal. Soy yo. Y me duele, duele tanto que arde, duele tanto que envuelve, me duele que nadie entienda, me duele que solo seamos algunos, me duele que exista la economía y existan las clases y existan los fríos datos sobre un papel que podría haber sido árbol que podría haber sido sombra. Pero a la vez sé que el tornillo es ojo, que el ojo es estrella. Qué silencio, Julito, qué fría se ha quedado la tarde…

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