¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 30 de enero de 2011

Una de esas desiciones estúpidas que se toman por motivos asficciantes:

''Deja de fumar. He encontrado el cenicero lleno de colillas y ya sabes lo que opino de ello.
PD: Me marcho a Barcelona. Cuando leas esta nota, ya estaré en el aeropuerto. No sabía como decírtelo, no pienses que estoy huyendo.''
Solté el post-it, aunque se me pegó al dedo en vez de caer, y tuve que despegarlo. Pensé que estaba de broma. O pensé que quería pensarlo.
Andé por toda la casa, estresada, esperando verle tirado en la cama o viendo la tele. Nada. Entré en su habitación y abrí el armario; estaba vacío. Abrí los cajones, tirándolos al suelo. Vacíos.
Me senté en la cama, anonadada, intentando explicármelo, intentando buscar algo en mi cabeza que tuviera forma de respuesta.
Y fijándome en la mesilla de noche, pude ver otro papel amarillo. Estaba pegado a la lámpara y había una sola línea escrita en él. ''Mira encima del armario.''.
Encima del armario había otra nota. El papel era más grande y la letra más torcida, más insegura. Ahí, ahí estaban mis respuestas.
''Vale, sí estoy huyendo.
Decidí irme a Barcelona hace dos meses, no quería decírtelo porque no estaba seguro de que quería irme. Tampoco quería que tuviéramos que despedirnos, porque odio verte llorar.
Y, llámame cobarde, pero escribiendo soy más valiente, y soy capaz de decírtelo todo. Te preguntarás, ¿qué quiere decirme este imbécil? ¿de qué huye? ¿por qué hace todo esto?
Me han encantado estos años de amistad. Han sido tanto como toda una vida para mí, no sé si para ti lo han sido. Hemos tenido nuestros más y nuestros menos, nuestras verdades y nuestras mentiras, nuestras confesiones y nuestras omisiones. Como cuando yo hacía como que no me importaba nada de lo que me decías, que no me sentía mal cuando me hablabas de tu mal de amores y yo te decía que siempre hay luz al final del túnel.
Hoy no es un día cualquiera, hoy es catorce de febrero, San Valentín, y por eso, aunque me marche, tengo que decírtelo. Aunque pueda que no nos volvamos a ver por mi cobardía y mis estupideces, por mis ganas de complicarlo todo. O de no sufrir teniéndote a mi lado sin poder tenerte al completo.
Eres una persona fascinante, ¿no te lo he dicho nunca? Siempre me ha gustado mirarte mientras cocinas o, simplemente, mientras no haces nada. Te reirás de mí por esto. Quiero que sepas que te amo y siempre lo he hecho, de lejos, de cerca, del revés y con lágrimas de por medio. De eso huyo: de todo lo que siento, para que las heridas no puedan calar más hondo y destrozarme más. Me marcho para intentar olvidar y sanar, para seguir mi vida...
Te voy a echar tanto, tantísimo de menos. Pero esta es mi desición, porque sé que no sientes lo mismo por mí, ¡y soy un idiota!
Perdóname.''
Las lágrimas me bajaban por las mejillas. ¿Pero qué mierda estaba haciendo ese idiota?
Otra vez... sola.

sábado, 29 de enero de 2011

Vale, está bien. Está es la última vez que pienso en ti de este modo, que escribo sobre ti. La última de muchas.
Lo siento, pero ya se hace duro, demasiado duro.
Y ya está. No eres nadie.

miércoles, 26 de enero de 2011

Dícese de un día ochenta y cuatro.

¿Sabes que cuando me miro los pies me acuerdo de ti? No sé por qué será, tal vez porque hemos hablado de zapatillas tanto como de otras cosas.
Y sólo puedo decir que es injusto, ¡tan injusto! Somos... éramos... almas gemelas. Pero nos separa un oceano. A veces me preguntas por qué nos colocaron así, y yo pienso que son estrategias del destino. Sin toda esta distancia, ¿crees que nos habríamos conocido y nos habríamos querido como nadie?
Pero las cosas cambian, las peronas también, y las relaciones se oxidan, ¿sabes? Así, lentamente, nos fuimos alejando, el hilo plateado se fue tensando, y ahora no sé si está roto del todo.
No soy de te quiero fácil pero... te quiero, duende púrpura.

martes, 25 de enero de 2011

Uno de esos días... de invierno.

Salía de casa sin prisa, sólo quería pasear, disfrutar del domingo, aunque sola. Porque quería estar sola, tenía la sensación de que si pasaba tiempo con ella misma conseguiría entenderse un poco. Además, Sofía opinaba que las cosas más bonitas se veían a solas.
Andaba despacio, prestando atención a todo: Al aire que corría, a la temperatura, al color de los árboles y de la acera, a los niños que jugaban en el parque y a los sonidos, sobretodo a los sonidos.
''Así no duele tanto recordar, pero sólo si me fijo bien en las personas que están tristes.''
Un mendigo tenía su campamento al lado del árbol grande del parque. Sofía le dio dos euros para que comiera algo; el mendigo le dio las gracias y se fue corriendo -cojeando-.
Una chica lloraba en uno de los bancos, con el móvil en la mano. Sofía no pudo hacer nada por ella, y aunque suene egoísta, se sintió mejor al descubrir que alguien compartía con ella la soledad, el hastío.
Siguió andando, de vez en cuando sacando las manos de los bolsillos para mirar si se habían puesto moradas por el frío.
Y... de pronto comenzó a llover. En seguida supo que esa lluvia no traería cosas buenas; no sería solamente una tormenta de rayos y truenos... sería una tormenta interior. Dentro de ella.
Entró en la primera cafetería que encontró, sin mirar ni siquiera cuál era, y se sentó en la mesa que estaba al lado del baño.
Pidió un café con leche y un vaso de agua. Y cuando se alejaba la camarera -que tenía un caminar bastante feo- salió un chico del baño. Sofía le miró y sólo vio su espalda. Llevaba una camiseta gris, de manga corta (¡con el frío que hacía!) y unos vaqueros. El pelo era castaño oscuro, casi del color del chocolate caliente que la camarera servía ahora a la mesa de al lado. Él se giró y Sofía se percató de que tenía los ojos marrones, la piel morena, el flequillo mal cortado y la mirada de un hombre mayor...
-¿Damien?
-Sofía. -ella preguntó; él no, él no era de las personas que usaba el tono de pregunta para estupideces. Damien no preguntaba, Damien creía, Damien observaba.- Sofía, estás empapada. Te vas a resfriar.
-Eso -dijo con acento duro, inflexible- no te importa.
-Oh, venga, no seas tan dura conmigo -se sentó-. Sof, ¿cómo estás?
Le miró. La miró. Estuvieron así durante casi un minuto, el mundo moviéndose y ellos en pause. En ese momento sintió el ambiente cálido, sintió que caía en un agujero y...
-¡No! Damien, no quiero hablar contigo...
-Sofía, sé que me has echado de menos.
''Joder. Joder. Joder.''
''Claro que te he echado de menos, Damien, claro que lo he hecho. Cuando pienso en ti me duele el pecho, ¿sabes? Me falta algo, me falta desde hace tiempo, y ya se lo que es. Eres tú. Aunque me cueste admitirlo. Ya no me importa que me odies. Yo no te odio. No te guardo ningún rencor, aunque quisieras alejarme de todo, de todos... Te quiero, Damien. Vuelve y no te vayas nunca, porfavor...''
-No. No te he echado de menos. Lo siento.
-¿Sabes? No te creo. También lo siento.
-Eres un idiota. Déjame tranquila. -en ese momento se dio cuenta de que ya había llegado el pedido.
-Venga ya, Sofía. ¿Sabes qué? Sabía que íbamos a encontrarnos hoy. Lo presentía.
-Ojalá me hubiera pasado lo mismo. Me habría quedado en casa.
-Vámonos.
-¿Eh?
-Vámonos del bar. Ha parado de llover. Demos una vuelta.
Se nubló todo. A ella le volvía a doler el pecho, porque teniéndolo ahí, delante, le echaba más de menos que antes... Porque le tenía delante y sabía que nunca podría tenerle realmente. Porque la vida es así, porque el destino está escrito, porque no era para ella ni ella para él.
Pagó y salieron. Era cierto que había dejado de llover fuerte, pero lloviznaba.
-Oye, Damien -se paró en seco. Desde que comenzó la breve conversación, pensaba en decírselo, pero Sofía no había tenido las fuerzas suficientes.-. Quiero que sepas una cosa. Creo que... Bueno, tú sabes que yo creo en el destino, y esas cosas.
-Lo sé. Eso te hace ser Sofía. Si no fueras tan paranoica, no serías ni dos letras de tu nombre.
-Bueno. Creo que este encuentro no ha sido totalmente casual. Porque...
-Porque crees que todo ha sido cosa del destino. Hoy me echabas más de menos que de costumbre, hoy pintabas mi nombre en las nubes y, cuando me viste, sentiste un parón, una nueva línea en tu vida, un nuevo comienzo. Sentiste que ésta era la oportunidad definitiva, que debías retenerme, aunque no quisieras por eso de tu corazón roto. Sentiste que, aunque las veces anteriores, a pesar de que nos amáramos, nos dejamos ir y nos anulamos, esta vez sería diferente porque tú lo eres, porque yo parecía serlo.
-¿Cómo...?
-Yo sentí lo mismo.

jueves, 20 de enero de 2011

Ver como todo se desmorona y no poder hacer nada, por no tener la capacidad ni el permiso para hacerlo.

miércoles, 19 de enero de 2011

-Piénsalo. Todo en la vida es un puzzle, con seis mil millones de piezas en grupos de dos. Cada pieza... cada persona... tiene que encontrar la pieza que le complementa. Así, las conexiones que faltan en el universo se establecen, y los grupos de dos piezas conseguirán el premio: La felicidad.
Sacó la pulsera de cuero de su bolsillo.



Siempre va a ser tuya. Espero poder dártela algún día, aunque eso es tan improbable como que nos veamos.

Lo siento.

martes, 18 de enero de 2011

Estoy anclada a ti;
el ancla es mi alma,
las rocas tu electricidad.

domingo, 16 de enero de 2011

Estoy aquí, siempre he estado...

Otro día más.
María se levantó de la cama y, descalza, recorrió la habitación pareciendo buscar algo sin querer encontrar nada. Se sentó, por fin, delante de la ventana y apartó las cortinas. Echó la cabeza hacia atrás y pude ver esa marca de nacimiento en su cuello. El pelo rojizo le caía por la espalda como una cascada de óxido.
Bajó la cabeza y la apoyó en una de sus manos, triste, cansada. Tenía la mirada fija en algún punto de la calle, buscaba algo, pensé. Desde la cama distinguí como sus ojos se abrían con rapidez y su cuerpo parecía tensarse. Entonces, sin hacer ruido me levanté y me situé detrás de ella. Lo comprendí todo.
Él salía del edificio que quedaba en frente, ataviado con ropa con la que ni yo ni ella le reconocería; con aires de abogado.
Había pasado tanto tiempo... años, quizá, aunque el tiempo en esta habitación parecía pasar más deprisa. Durante todo ese tiempo, parecía que sólo existíamos María, yo y los pedazos de su corazón. Pero en realidad, siempre hubo un intruso: Paul, el hombre que momentos antes me había parecido una hormiguita trajeada, desde este sexto piso.
María no era totalmente ella. Era una sombra de lo que había sido. Porque ella era luz, era un pedazo de estrella, pero sólo cuando tenía a quien iluminar de veras. No quedan personas como María, no quedan personas capaces de irradiar ese tipo de alegría fundido con tristeza, capaces de guardar el cielo en una mirada. Ni siquiera la misma María era ya así. Porque era así por Paul, lo sé. Cuando él la abandonó, María cayó en un estado de apatía, y yo, sin éxito, intenté sacarla de ese hueco. Pero nunca he podido. Siempre me mantuve a su lado, pensando que algún día María volvería a ser la chica de la que me enamoré, la chica por la que respiré durante más de cinco años. Finalmente, nunca tuve a esa chica. Ella, cada mañana, pasaba el tiempo mirando por la ventana, y yo sin comprender, sonreía como un idiota. Hasta hoy. Pero no me importó, aunque pueda sonar estúpido.
Cuando él desapareció, subiéndose en un coche, María destensó su cuerpo y se percató de mi presencia detrás de ella, o en la habitación. Me miró con esa mirada vacía que parecía gritar su nombre y pareció pedirme que no me fuera nunca.
Supongo que para ella yo siempre seré lo que le queda de mi hermano Paul, y ella para mí siempre será lo que me queda de ella misma.

jueves, 13 de enero de 2011

J u l i e t t e

Sobre una fina línea entre el cielo y tus zapatos, estoy yo. Cuando la línea imaginaria se quiebre y tú te marches de donde nunca has estado, ¿dónde quedará mi sitio?

---------------------------------------------------------------------------------------------

Era nochevieja, habían pasado las doce y bajábamos en coche. Yo apoyaba la cabeza en la ventana y pensaba en mis propósitos para el año nuevo, cuando oí algo que me resultó familiar y levanté la vista. Ahí estabas, de pie en la acera... Como si el destino me odiara y quisiera que te viera entonces, para no comenzar el año sin hacerlo. Yo, tan idiota, sonrío, como si no se pudiera hacer nada, como si tuviera que evitar las ganas de llorar.
En tus zapatos negros y el cielo.
Juliette.

sábado, 8 de enero de 2011


Y...

Puedo imaginarte sin ni siquiera intentarlo.
(Porque) Invocar tu imagen es la mejor manera de pasar el rato.
(Tal vez) Debería dejar de hacerlo; no digo que sea incómodo desdoblar los recuerdos y pintar tu cuerpo estático.
(No) Te pienso buscar hasta debajo de las piedras, puedo preguntar a un erkling si ha engullido tu cuerpo caucásico.
(Ahora me toca decir mentiras hasta cansarme, para alcanzar el interruptor de la luz con la nariz) Necesito volver a verte así, de perfil, mirando al cielo como si lo quisieras para ti. Fijarme en la curva de tu nariz y sonreír, ¡sonreír porque sé lo que estás pensando! No me estremecía, podía apartar la vista. Quiero que vuelvas a alzar la mano y verla a contraluz. Quiero más recuerdos en los que aparezcas, para poder torturarme con ellos cuando llueva, porque a ti te gusta la lluvia. Creo. No me como el coco, y te quise sólo un poco. ¡Lluvia! De verdad, ¡no parece hecha para ti! Lluvia... no se ve en tus ojos.

(No quiero decir) Adiós.

(Sensación) Eléctrica.