¿Qué significará el tiempo sin relojes?

lunes, 28 de octubre de 2013




soy IRREMEDIABLEMENTE mía.

sábado, 26 de octubre de 2013

26

 ...y el sol en tu cara, y tu cara en mi vida, y mi vida en tus manos, y tus manos en mi pelo, y mi pelo en mi cabeza, y mi cabeza en cualquier parte...

Esta calle fría no me entiende. Qué va. La vieja que vende pulseras no me entiende, la niña tirada en el suelo no me entiende, el perro que mira la mosca no me entiende (y qué decir del bicho), el camarero de rojo no me entiende, el muñeco del semáforo no me entiende, las caras de los candidatos a futuros chorizos en los carteles de la campaña electoral ni siquiera saben qué es entender. Qué ajena soy hoy al mundo, y qué ajeno me parece éste con su eterno runrún y sus vueltas que nadie siente pero que están ahí. Como todo, como todas las verdades metafísicas que nos machacan la cabeza pero que no podemos ver, ni tocar, quizás ni siquiera sentir. Y joden un poco. Machacan. Pero no se captan, no se entienden. Y es que estamos solos, solísimos, porque nadie es capaz de bucear en un cerebro que cubren huesos y sacar, con la mano alzada, la verdadera esencia del ser. Y no hablo del ser en general, de la Idea platónica del Ser, hablo de cada ser, de cada pequeña, milimétrica reproducción de un ser original que no sé de dónde coño ha salido pero que no entiende a nadie. Porque ni en el iris, ni en las manchas blancas de las uñas, ni en los reflejos del cabello al sol, ni en la comisura de los labios, ni en los dedos de los pies veo ni un ínfimo atisbo de lo que la piel siente y no siente. No veo manchas cuando el alma sangra, no veo heridas cuando se rasgan las ideas, no veo estigmas cuando falta coherencia. Y entonces, ¿cómo podemos atrevernos a sentir sin que el cuerpo no los pida? ¿Cómo pensamos, cómo somos tan jodidamente valientes para empujarnos a mirar más allá de lo que el cuerpo nos impone? Cuando el cuerpo está ahí, cuando es la cárcel, cuando no podemos librarnos de él y si nos castiga también nos mata el ser. ¿Cómo podemos ser más que biología, si no somos capaces de entendernos porque en lo visible no se expone lo que de verdad importa? Ni la calle nos entiende ni entendemos lo que la compone, y somos culpables de considerar en el mismo orden una farola y un viandante. Y la farola no piensa, a la farola no se le queman las entrañas cuando tiene que huir para conservar la dignidad. La farola ni siquiera tiene dignidad, aunque no lo parezca cuando lloramos porque alguien le ha tatuado una frase de enciclopedia.
No nos entendemos porque somos cuerpos y cuesta mirar más allá de lo que somos.
Pero también somos alma, supongo, y quizás estamos un poquito ciegos y por eso no somos capaces de ver el espíritu, el alma, lo verdaderamente importante, lo que nos posibilite entendernos y termine con los millones de partículas de egoísmo que corren sobre la Tierra y nos muerden las uñas para que no nos quede ni siquiera ese consuelo.

Pero, ¡joder!, esta calle no me entiende...

jueves, 17 de octubre de 2013

piroescupitajos



querido inentendible:
me pregunté, hace tiempo, qué querías decir cuando callabas. qué significaban aquellas palabras que no se tornaban palabras y se asían al espacio y al tiempo como una hoja de ruta que yo debiera seguir al dedillo. no podía evitar convertir en peonzas aquellos silencios plomizos. y es que déjame decirte -¿puedo? me importa un pimiento- que no es tiempo para esos silencios. tictac, tictac, con t de 'ti' y sin s de 'silencio', con i de 'irrisorio' y a de 'ámbar'. ámbar, ambiguo como cuando aparece en un semáforo y el ser humano medio no sabe si acelerar como un condenado o frenar despacito para que quien espera, con los pies clavados en el suelo, al hombrecillo verde que camina y corre, corre y camina en un mundo de fondo oscuro, pueda tomar la inefable decisión de echarse a andar. 'amb', de ámbar y ambiguo, de silencios de semáforo que no tienen cabida ahora porque es irrisorio romper a gritar, a quemarse la garganta en piroescupitajos que se hilvanen. ¿cómo callarnos, cómo silenciar nuestras cuerdas vocales, cómo dejar de patalear cuando necesitamos que nos rodee precisamente un ruido que nos haga soñar? necesitamos la palabra como el aire, el habla como la respiración, la comunicación como fosas nasales. a mí, a veces, me gustaría no callarme nunca. y te reirás, porque me llamabas cotorra. ya me lo imagino. pero es la verdad, porque quiero incrementar el ruido que deje constancia de que estamos aquí, de que existimos, de que somos humanos, de que podemos tirar del hilo para descosernos la boca y no someternos a nada que tenga que ver con el verbo 'someter'. es tiempo de hablar, de gritar, de comunicarnos, de hacer ruido. pero, como todo, a veces hacer ruido es difícil, porque un ruido hueco, vacío, lleno de nada no es producente para quien lo crea. a veces revientan los oídos de oír demasiado y no escuchar. por esto necesitamos que las palabras tengan sentido más allá de la lengua, que no sean sólo vocablos conocidos sino también partículas con sentido, mensaje y contenido. palabras que despierten algo, que organicen, que piensen, que unan, que transmitan, que comuniquen. palabras que se pegan a los muros de cabecitas demasiado llenas o demasiado hinchadas y, calcinadas, se niegan a salir; pero, ¿sabes? la valentía sirve de espátula, ayuda a despegar lo que ya de habitual es casi parte de la cocina cerebral. necesitamos palabras, no meros sonidos vacuos, pero palabras que pesen y a la vez eleven y nos conviertan en algo más que trozos de carne, huesos, sangre y posesiones. palabras que frenen la cosificación de un ser humano dispuesto a coserse los labios para no tener que comunicarse de veras, sólo sonreír en una muestra de finura y protocolo que no rasga papeles ni rompe injusticias. y es que el mundo nos pide llenar los espacios que dejan los silencios y convertirlos en útiles, volverlos dúctiles y hacerlos nuestros para crear una conciencia colectiva mediante este ruido que nos haga entendernos y hacernos ser conscientes de que sí, existimos y no estamos solos. un ruido que, a la vez, frena la desaparición a la que pueden someternos por la bonita costumbre de decir sí -conozco gente con problemas de cuello de tanto asentir, que no sentir- y meternos las manos en los bolsillos. en la palabra de verdad está la salvación, la alarma, el camino. no es tiempo de silencios, no es tiempo de callar y asentir. hoy es el día del grito.
entonces, ¿qué te voy a decir de tus silencios? ¿qué puedo decir de los huecos vacíos en el ruido organizado que mueve las montañas? ¿qué puedo decirte si no es que te equivocas queriendo que tus silencios sean palabras y tus palabras silencios? los silenciadores son para los vehículos motorizados de dos ruedas. piensa, piensa y dilo, piensa y sé humano, y habla y susurra y grita porque no hay máquina de comunicación más perfecta que el ser humano dispuesto a ser entendido. y es que es una necesidad, básica y necesaria, mortal e imprescindible. no es tiempo de silencios. que no haya máscara dispuesta a hacer que sigas callando, porque créeme, hoy el silencio es un virus. y se te mete dentro.