¿Qué significará el tiempo sin relojes?

sábado, 19 de enero de 2013

El poder de las palabras.




Aquellas palabras se convirtieron en espíritu y, aunque nacieron de la nada, vivieron siempre en la inconsciencia de personajes ajenos a la causa de su vida. Aquellas palabras no quisieron ser tema de conversación, solamente parte de la misma. Pero yo no tengo miedo ni paciencia y la noche es demasiado corta para detenerse a pensar. Y ocurrió: las palabras se volvieron líquidas y fluyeron por sus propias cañerías.
La frase más breve el mundo llevó consigo la peor decepción de todas.

viernes, 18 de enero de 2013

Cosas que...



Quiero tener el poder de bucear en las personas. Quiero poder entrar en la mente de cualquiera, rebuscar y encontrar ese mundo que todos llevamos dentro. Quiero pasearme por mentes que no conozco y conocer, saber, entender. Y no hablo de detalles escabrosos de cualquier vida mal vivida. Hablo de formas de ver el mundo, de entender y de entenderse, de historias con trasfondo y moraleja, de palabras que se quedan a medias, de maneras de pensar, de valentía que puede esconderse en lo más hondo del alma, de imágenes, de personas tal y como son, sin máscaras, sin fachada. Sólo pensamientos y nada más allá; bucear, conocer, arriesgar y no ser parte, no cambiar nada. Quiero ser capaz de descifrar los acertijos que la vida disfraza de personas. Quiero y no puedo, y aunque poder hacerlo sería bonito, ¿dónde quedaría la gracia de descubrir esas cosas poco a poco, siguiendo las pistas y dando tú las tuyas? ¿Dónde quedaría la gracia de vivir, de descubrir y buscar detalles que jamás tendrían sentidos por sí solos?
Así que, ahí voy, poquito a poco, aceptando las reglas y jugando limpio. Como debe ser, o eso dicen.


 

jueves, 17 de enero de 2013

Consecuencias de tus paseos a media mañana



Cuando te vi caminando bajo mi ventana con las manos en los bolsillos, me volví incapaz de apartar los ojos. Andabas con aire serio, implacable; tal vez ni siquiera recordaras que estabas deambulando por mi calle, debajo del edificio en el que perdiste parte de tu vida aquellos días. Y mientras, yo, que me quedé el tiempo que perdiste y lo guardé para mí, te miraba pensativa. No esperaba que miraras hacia mí, hace tiempo que mi mirada dejó de ser un imán para la tuya. No lo hiciste, no miraste, y como siempre me tocó a mí asimilar que no vas a volver a mirar a mi ventana y que, tal vez, no lo hagas porque eres perfectamente consciente de que la fachada azul de mi casa podría clavarse en tus pupilas y hacerte preguntarte qué es de mí. Sin embargo, te detuviste, frío como el hielo, y te sentaste sin ganas en el banco. En mi banco. El que ya no es tuyo, el que ya no es nuestro; como dos padres que se divorcian y comienzan una desarmada guerra por la custodia de los niños, luchamos por ese territorio. Le grabaste aquella frase que tanto odio esperando que acercarme a él pudiera proporcionarme una tristeza asquerosa (simplemente por la satisfacción que pudiera darte que lo más cercano a mi puerta me trajera malos recuerdos) y yo, menos predecible que de costumbre, empecé a sentarme en el banco de la discordia la mayoría de las mañanas mientras tú pasabas por delante. Después, concediéndome la victoria, cambiaste de ruta y no te volví a ver en meses. Hasta el feroz momento en que te vi, hace horas, sentado en el puto banco, mirando el móvil. Me apoyé en el alféizar de la ventana, cansada de todo y de nuevo de ti, de mí y de la materia oscura que siempre me oprime el pecho cuando pienso en ti. De echarte de menos cuando no sé hacer otra cosa. De recordarte y recordarme, y de ponerme a revivir momentos que nunca me han llevado a ninguna parte.
Te observaba, ahí, sentado a unos metros de mi ventana. Sabía que no me estabas provocando. Parecías una persona nueva, totalmente distinta, a la que le hubieran vaciado la cabeza y, después, se hubieran olvidado de guardarme. Se llama amnesia selectiva y la sufren los que son como tú, pensé, regalándome a mí misma un poco de autocompasión. Pensar en que algún día nos quisimos y lloramos por perdernos, en que algún día separarnos era algo imposible y la idea de poder llegar a odiarnos podía hacerte daño, me parecía una locura. Son cosas que ocurrieron, hechos de mi vida que tengo bien guardados en el cajón de las cosas inútiles; son pasajes del libro de mi vida que alguien se ha encargado de emborronar. El tiempo, con sus garras ponzoñosas, se metió dentro de mí -y de ti, tal vez- y se dedicó a jugar con los hilos de mi cabeza, de mi corazón y de mi alma hasta dar con la combinación perfecta, aquella que pudiera hacernos caer en la indiferencia más maquinal y absoluta. O quizá, simplemente, no lo premeditara y somos producto del azar. Quizá no haya nada más allá e, igual que te miraba desde la ventana con ojos dubitativos, podría haber estado dándote una bofetada, contándote las pestañas o mirándote a los ojos. En cuanto lo comprendí, te miré de forma distinta. Te miré y te estudié, buscando algo en ti, algo tan pequeño como un grano de arena, a lo que agarrarme; algo estúpido, irracional, una locura pequeña pero significativa que pudiera mostrarme que el destino existe, que notabas mi presencia y que podía irme a dormir tranquila. Y, como esperaba, no encontré nada. Te pusiste en pie y comenzaste a andar de nuevo, llevándote mi esperanza debajo de las suelas de tus zapatos negros. Te llevaste mis delirios contigo, tanto aquella noche como esta mañana y me dejaste hueca, insuficiente. Me devolviste al devenir irracional de mi vida; a la velocidad que me lleva y me maneja; al mareo constante, por culpa del movimiento; a la tortura de sentirme como me sentía antes, dolorida; a la horrible sucesión de imágenes que son mis días cuando pienso en ti e intento recordar mis errores. Te llevaste muchas cosas, pero con tu presencia y con la palpitante demostración de tu olvido -de tu amnesia selectiva- me trajiste recuerdos, el dolor de una herida a la que le han echado sal. Sin saberlo, hiciste que volviera a preguntarme quién eres, quién soy, quiénes fuimos. Hiciste que volviera, después de mucho tiempo, a cuestionarme a mí misma y a compararme con esa versión pasada de mí -y totalmente ajena a la actual- a la que tantas veces he odiado. Y no quiero pensar en nada que tenga que ver con la oscuridad de tu mirada sobre mis manos de dedos largos. No quiero sentirme vulnerable. Y es que, cada vez que apareces de nuevo, consigues devolverme al pasado a mí y sólo a mí, convirtiéndome en un complemento vintage de mi vida, que no tiene lugar entre la novedad y el avance.

martes, 15 de enero de 2013






Ella lleva la vida a rastras, siempre dentro de la maleta.



Cuando se le olvida, nunca se pregunta dónde. Construye otra y la lanza al aire, dejando que se pierda. Se vuelve de hielo y observa cómo se aleja, despacito, y a la misma velocidad comienza a derretirse. Oculta sus enigmas y, sin pensar, busca a tientas un horizonte que le devuelva los fulgores a sus ojos. Lo ve, no se lo plantea y lo sigue, buscando algo que jamás encontrará, construyendo otra vida más y volviéndose de granito. Lleva el mundo en las líneas de su mano; lleva magia, alegría, velocidad.


¿Y?



Zhanna corre hacia Edgar; es sólo una mancha que se desdibuja a través del montón de paranoias disfrazadas de personas. Las puntas de su pelo van siempre detrás de ella, en una especie de carrera improvisada contra sí misma; sus brazos oscilan hacia delante y hacia atrás, buscando el momento de abrirse; sus piernas se mueven con rapidez y maestría, y los golpes de sus pies contra el asfalto son casi dolorosos. Sus ojos podrían estar contemplando cualquier cosa, pero intenta sonreír de esa forma. Corre con ganas, con fuerza. El olor a humo que proporciona al ambiente un toque agridulce le hace correr más, desear ser un pájaro y echar el vuelo. Llega a él. Sin detenerse cierra los ojos, abre los brazos y cae al vacío.

lunes, 14 de enero de 2013

raros con manías




Un avión pasaba encima de nosotros la primera vez que me miró de aquella forma. Ahí, en la sede del infierno, me di cuenta de que jamás podría volver a vivir sin esa mirada.

38

"Podríamos ser antenas, compartir ondas y, así, lanzar un pensamiento y enviarlo, mandarlo lejos y, también, compartirlo. Podríamos ver avanzar la noche, poco a poco, ver como la vida va entrando en penumbra. ¿Conoces ese sentimiento, verdad? Todo va cambiando de apariencia y la noche comienza a envolver el mundo, regalándote ese efecto magnífico; todo muta, y tal vez no en apariencia, sino en trasfondo; ocurre todos los días y te hace darte cuenta de que, pese a todo, existe un equilibrio, algo que va más allá y que siempre está ahí, aunque tú y todo lo que tienes se esté rompiendo en pedazos. El orden invariable del mundo se convierte, a veces, en una señal que parece decirnos que seguimos vivos, que esto sigue en marcha. Podríamos compartir esa señal, ese sentimiento, esa certeza. Magnificar el efecto magnífico. Así, si tienes el privilegio de reordenarte con cualquiera de estos detalles, podrías agarrarte con todas tus fuerzas al equilibrio -aunque déjame decirte que él se agarra a ti por sí solo- y empezar a trabajar. Podrías detenerlo todo por un momento, llenarlo todo de paz, podrías ser, por ti mismo, el mensaje más bonito del mundo y trascender, quedarte para siempre dentro del equilibrio del mundo.
Podríamos ser antenas, compartirnos."

domingo, 13 de enero de 2013


Quiero ir hacia atrás, volver a conocerte y vivirlo todo exactamente como pasó.












Mentira. 
Quiero deshacer mis errores y tenerte para siempre, que me digas que no hay sin mí y poder creérmelo, poder compartir mis sonrisas contigo y que nunca quieras que





(Hay cosas que están mejor sin terminar)

miércoles, 9 de enero de 2013





estoy aquí,
robando días al hastío
sin olvidar los (d)años
que nunca fueron míos;


estás ahí,
dolor en la mirada,
cicatrices sin coser,
parches en el núcleo
de tu alma de papel.










domingo, 6 de enero de 2013


Tú, con la mirada vacía y el corazón roto. Yo, con la mirada rota y el corazón vacío. Llegamos, con olor a adivinanza y los nervios a flor de piel. Me transformas en una versión de mí que nunca he entendido, me invitas a leerte la mente un rato y después, de la nada, cierras las puertas. Y me dejas así, electrificada, con algo dentro de mí que me golpea para poder salir. Me frenas en seco y lo único que hago es mirarte, así, rota. Y soy yo la difícil. Soy yo quien es imposible de leer, quien tiene mil caras y te hace daño. 
Por desgracia, ninguna historia tiene cara B.

Puedo romperme
si me miras con ojitos tristes,
si esperas más de mí,
si no puedo llegar,
si me arrancas el dolor tirando de él,
si me buscas
y si no,
si me olvidas,
si me esperas,
si me atas,
si me sonríes,
si recuerdo,
si olvido,
si retrocedo,
si avanzo,
si escapo,
si me quedo,
si me vacío,
si me lleno,
si me derrito,
si me congelo,
si me irrito,
si me enamoro,
si me dueles,
si me dejas,
si te quedas,
si me cuentas,
si me susurras,
si respiras,
si te rompes,
si te ahogas,
si soy o no,
si eres tú,,
si lo veo,
si lo oigo,
si hay distancia,
si estás cerca,
si lo sé,
si no lo sé,
si me amargo,
si soy dulce,
si soy mala,
si soy buena,
si soy lo que soy,
o lo que pretendo ser.

Puedo romperme
porque ya no sé quién soy y me duele la cabeza de tanto preguntármelo.
Puedo romperme porque soy frágil y tú eres de hielo,
y ya no me funcionan las excusas porque sabes leerme los ojos.
Puedo romperme porque ya me faltan partes.