¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 27 de agosto de 2017

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Mi destino es ser cada vez más complicada y no poder mostrártelo: si te vas, en algún momento habrá cambiado todo, todo habrá sido construido (diques, apuntalamiento; aquí estoy yo y aquí están los materiales, y aquí hay manos que colocan y colocan a la fuerza), todo apuntará a los cielos y parecerá que va a caerse. Se caerá. En algún momento se caerá. Si no estás, voy a caerme sobre las civilizaciones más queridas, voy a caerme sobre todo lo que es cada vez más complicado y se muestra a todos, a todas, como la naturaleza; voy a caerme, lo verás en las noticias, lo verás en boletines y en panfletos y no me reconocerás. No habrá cicatriz. Ni lunar. Ni sexo ni gemido ni movimiento de la lengua. No seré tu casa, y además me caeré y seré cada vez más complicada y cambiará todo. Si no te quedas conmigo, se recolocará el deseo. ¿Dónde? ¿Dónde? En la construcción, el cemento, el plano prometido. Aunque estés en los cimientos, seré cada vez más alta y no podré mostrártelo; aunque hayas plantado los cimientos (árboles coronados con ciudades, con hierro, con cables de cobre), esto ya no será tuyo. ¿De qué sirven los cimientos? ¿De qué sirve esto (tu espalda en la cama, tu pelo suave, mi corazón no me deja dormir) si ya no será tuyo? Temo construir para los otros. Temo que los otros me comprendan. Temo que tú salgas de la habitación y creas que soy, que yo, infame rascacielos, mujer centelleante, omnipresencia depresiva, soy la naturaleza. Árboles con cables de cobre. Árboles coronados con camiones de la basura. Beso de despedida: es para siempre, sé que es para siempre, has borrado mi número y ya no puedo mostrarte

la ciudad. 

sábado, 26 de agosto de 2017

994


Cruzas el puente como una abeja; zumbas, alcanzo tu zumbido antes de encerrarte. Alcanzo tu zumbido. Grabo tu zumbido, le bajo una octava, lo guardo entre los papeles para algún uso futuro: por ejemplo, masturbarme. Pienso en la soledad. Mientras cruzas el puente, lo pienso: habitaciones vacías, techos lisos, una lámpara colgando del espacio; mis manos rompiendo el yeso de la pared, sacando con las uñas ojos del yeso de la pared, llevándome a la cara el yeso de la pared; el zumbido, la gravitación en las orejas, haber querido ser astronauta, apicultora: hacer miel de tu zumbido, fabricar miel si le doy play a tu zumbido. Cruzas el puente. Al otro lado no hay nadie, solamente café y café y café y leche (no tolero la lactosa, pero viertes leche en mis paletas y apuntas: aún tienes estrías en los dientes), alimentos, colchones. Una vida cómoda. Y húmeda. Del techo cae la lluvia; del techo penden los recuerdos que te presto: mira cómo crezco, mira cómo dejo de vivir aquí. Cruzas el puente. No dices nada; bebes el zumo, la ansiedad, el chocolate, la sal del mundo; hallo la sal del mundo cuando me lamo los dedos para explorarte.  
Cruzas el puente como una abeja. Yo soy un animal. Clavo los dedos en la casa, la casa me lastima, la casa segrega aquello que me bebo. ¿Conoces, dime, los vértices de la sal del mundo? 
Cruzas como una abeja. Tras el zumbido (tras el registro minucioso del zumbido, tras la ingesta minuciosa del zumbido), el mundo. Y un pequeño aguijón. Una herida, solamente, que succiono en la cama. Y zumbo.