¿Qué significará el tiempo sin relojes?

sábado, 26 de agosto de 2017

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Cruzas el puente como una abeja; zumbas, alcanzo tu zumbido antes de encerrarte. Alcanzo tu zumbido. Grabo tu zumbido, le bajo una octava, lo guardo entre los papeles para algún uso futuro: por ejemplo, masturbarme. Pienso en la soledad. Mientras cruzas el puente, lo pienso: habitaciones vacías, techos lisos, una lámpara colgando del espacio; mis manos rompiendo el yeso de la pared, sacando con las uñas ojos del yeso de la pared, llevándome a la cara el yeso de la pared; el zumbido, la gravitación en las orejas, haber querido ser astronauta, apicultora: hacer miel de tu zumbido, fabricar miel si le doy play a tu zumbido. Cruzas el puente. Al otro lado no hay nadie, solamente café y café y café y leche (no tolero la lactosa, pero viertes leche en mis paletas y apuntas: aún tienes estrías en los dientes), alimentos, colchones. Una vida cómoda. Y húmeda. Del techo cae la lluvia; del techo penden los recuerdos que te presto: mira cómo crezco, mira cómo dejo de vivir aquí. Cruzas el puente. No dices nada; bebes el zumo, la ansiedad, el chocolate, la sal del mundo; hallo la sal del mundo cuando me lamo los dedos para explorarte.  
Cruzas el puente como una abeja. Yo soy un animal. Clavo los dedos en la casa, la casa me lastima, la casa segrega aquello que me bebo. ¿Conoces, dime, los vértices de la sal del mundo? 
Cruzas como una abeja. Tras el zumbido (tras el registro minucioso del zumbido, tras la ingesta minuciosa del zumbido), el mundo. Y un pequeño aguijón. Una herida, solamente, que succiono en la cama. Y zumbo. 

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