¿Qué significará el tiempo sin relojes?

viernes, 24 de octubre de 2014

mi vida agua




Mi vida agua. Sin espacio, y miles de grietas alrededor. Que se expanda y haga fuerzas siempre para romper, para reventar el molde. Que se revuelva con el movimiento y pelee siempre por buscar su forma. Que se desparrame. Mi vida catarata. Fuerza, y ruido, y corrientes rápidas. Que nada más allá de la física pueda columpiarla. Mi vida lluvia. Que caiga, que moje, que llene. Sin normas. Mi vida ola. La subida, y después el golpe, golpe contra sí misma y contra todo. Mi vida mía.

merienda de dolores


Tu dolor es como mi dolor, y a veces nuestros dolores se encuentran y se miran al centro de las pupilas. Mi dolor se encoge un poco y se curva hacia dentro, y se vuelve anzuelo. Tu dolor respira por la boca, y un pequeño hilo de aire sale disparado y le da al mío en el centro de la frente. Nunca consiguen pescarse. Se miran, se miran los dolores, y tienden un puente de cemento que los une pero jamás los acerca. Eres un dolor muy bonito, exhala el mío. El tuyo suelta qué dolencia tan guapa, y una química de dolores surge de la parte más profunda de la garganta. A veces se encuentran, y el aire se vuelve un poco menos repulsivo, y el puente tiembla aunque sea del cemento más duro, y del más improbable. Toman café y comen galletas de limón, aunque a mí no me gusten. Pero mi dolor se las traga de golpe mientras con una mano tamborilea en la mesa y recrea La vereda de la puerta de atrás. El tuyo las desmigaja y las mira y habla muy bajo y sólo responde cuando cree que el puente puede temblar más que la fiebre. A veces nuestros dolores quedan para merendar y hablan del tiempo. Intentaron hablar de metafísica, pero no saben qué coño significa.

domingo, 12 de octubre de 2014

teleceguera



En un programa de la tele, un ordenador cuenta los golpes que sacuden a dos cuerpos. Están quietos, sentados en una habitación blanca. Se miran a los ojos. De vez en cuando a uno se le expanden las aletas de la nariz, y alza la mano y le pega al otro en la cara. Nadie hace nada más. Hasta que un golpe vuelve a surgir de las articulaciones. Es quizás azar, pero el ordenador pone número a cada tortazo. No cuenta más. Ni el tiempo ni la frecuencia cardiaca ni la cifra de espectadores que se indignan con una violencia tan fácil y cambian de canal. Sólo cuantifica los golpes. Uno, dos, tres. Cuatro. Y no numera la respiración, ni la mota de azufre que corre con la sangre, ni una determinada cadencia en la voz mental, ni un tenue rubor en las orejas, ni un estremecimiento de las articulaciones, ni la arruga de los párpados cuando un recuerdo dilata la pupila, ni nada. Sólo cuenta el golpe.

para qué peleas



Te lo robo. Me lo quedo. Ahora es mío. Me hago con un segundo de tu vida y lo uso como a mí me da la gana, y para qué peleas. Para qué te mueves. Quédate quieta, cierra los ojos, relaja los pulmones. No pasa nada. No voy a hacerte daño. Mira, ahora solamente cojo el pincel con las yemas de los dedos. Lo estoy agarrando muy suavemente, y con un leve movimiento lo mojo en pintura. Es amarilla, ¿ves? A ti te gusta el amarillo. Es el color de los girasoles, tía. Que te gusta. Sólo voy a agarrar el pincel, nada más, sólo mis dedos y el mango de madera, y espera un momento, déjame ver lo que pasa si me acerco... No, no. Quieta. Que me toca. No te va a doler, sólo voy a deslizar los pelillos del pincel por tu mejilla y... Joder, ya está, te estoy diciendo que no te va a doler, que no pasa nada. Es algo que tarde o temprano va a pasar, ¿lo entiendes?, va a pasar por mucho que lo dilates en el tiempo. Así que para qué coño peleas. Venga, mira, poquito a poco, despacio deslizo el pincel por tu mejilla, ahora te dejo sólo un trazo, ¿vale?, un trazo amarillo, es muy fino, no lo va a ver nadie. Sólo tú y yo sabremos que tienes la cara un poco pintada, ¿sí? Sólo tú y yo. Un secreto. Es bueno tener secretos, aligera la carga de la vida y nos une a los demás. Si quieres, no sé, si quieres te enseño a pintar caras. Es algo súper básico en la vida, pero mucho, si no sabes pintar caras estás perdida. Coge este pincel, que es un poco más grueso y traza mejor. Toma. Ahora sujétalo con fuerza, con ímpetu, y mójalo en la pintura. En la azul. Sí. Yo dirijo tu mano. Ahí, al lado del ojo. Aprieta un poco. Dale. Sí, lo estás haciendo de puta madre, creo que si sigues así podrías pintar un cuadro. ¿Te imaginas?, la Mona Lisa en tu cara, la Trinidad en los pómulos, El Beso en la barbilla. ¿Te gustaría? No arrugues la frente. Tienes que tenerla bonita para poder... No, no, no. No te muevas. Me toca pintarte, ¿recuerdas? Joder, pero si hasta tú misma lo haces. Si tú te pintas. ¿Cómo vienes a decirme que no quieres más? ¿Eres tonta o qué? ¿No ves que no pasa nada? Para. Que sigo. Esta vez te toca verde, y además te voy a pintar toda la nariz, para que veas que no duele. Que no duele. Que no. Que te estés quieta. Que me toca pintarte. Que le voy a decir a todo el mundo que ese tajo azul te lo hiciste tú. Déjame, venga, sólo un momento, un trazo más y después te dejo en paz para siempre, en serio, no vuelvo a coger un pincel en mi vida, no vuelvo a acercarme a ti con un bote de pintura, te regalo cosméticos para que te limpies los colores y te hago la cama un mes. En serio. Sí, ¿me dejas?, venga, verde, verde. Esta vez cojo este pincel, que no lo hemos estrenado y es nuevo. Cómo me gusta pintarte. Algún día podrás pintarme tú, y todo será... ¿Cómo que no? ¿Cómo que no, joder? Pero para qué peleas. Que ya tienes tres colores. Para qué te mueves. Este segundo es mío, y te tengo aquí, a mi lado, y puedo hacer contigo lo que me salga de la punta de la polla. Puedo pintarte la cara y el vientre e incluso el culo, y tú no puedes hacer nada, porque si lo haces le voy a decir a todo el mundo que ese trazo azul... Joder, que no te muevas, que te estés quieta. Que cierres los ojos, puta. Que te calles ya. Mira, me importa una mierda. Coge este pincel. Ahora. Que lo cojas. Cógelo, joder, pedazo de puta. Que no vales para nada, hostia. No sabes ni pintar. Mójalo en rojo. Acércatelo. Ahora, justo ahora te vas a pintar la frente. Con el pincel y la pintura roja. Te vas a dibujar la frente y vas a escribir: puta. Y cuando salgas a la calle todos lo verán. Si hubieras estado quieta todo habría sido amarillo, y no habría rojo en tu conciencia. No te habrías jodido, imbécil. Porque este segundo de tu vida es mío. Para qué peleas. Para qué te mueves.


sábado, 4 de octubre de 2014

prisma



Entonces descubro que la niebla de la carretera sale de mi garganta. Que se me escapa cuando exhalo, y la construyo al inhalar. Es el vaho de mi respiración, una pequeña secuela de cada movimiento que hacen mis pulmones. Porque respiro fuerte, y me agarro al volante como si nada más en la vida mereciera la pena. Sólo el coche y yo, que corremos a una velocidad que no tiene nada que ver. Mi cabeza hacia detrás, y las ruedas siempre, siempre hacia delante. Y si no fuera por la física, si no fuera por el movimiento de este automóvil que arrastra mis huesos, yo podría reventar. Y a la mierda el cuerpo. A la mierda los huesos y los órganos y el tejido muscular. Pero no exploto, y no lo hago porque tengo que centrar mi atención y la fuerza de mis dedos en la conducción, en un monstruo metálico que me comió y que ahora camina hacia donde yo quiero, hacia donde yo debo querer. No puedo romperme porque estoy viajando. No soy un cuerpo. Y sin embargo, respiro. Y vomito aire. Y la niebla soy yo, son mis pulmones que se contraen y tiemblan y dejan pasar, dejan salir una nube. Vapor. No soy un cuerpo, pero soy humana y me deslizo, me traslado, y a cada paso que doy, a cada vuelta de la rueda, voy dejando mi humo y mi mierda y mi estela. Dejo mi huella y soy la niebla, y si me quejo de que no veo, si me quejo de que no puedo conducir porque en la carretera no hay nada, sólo puedo poner los faros largos y callarme la puta boca. Porque todo lo que pasa, todo lo que ocurre es culpa mía.
Yo soy el prisma con el que miro. Sólo eso. Ni humanidad ni coche ni pollas en vinagre. Sólo soy una lente. Y así vivo, y así creo, y así me muevo.