¿Qué significará el tiempo sin relojes?

sábado, 4 de octubre de 2014

prisma



Entonces descubro que la niebla de la carretera sale de mi garganta. Que se me escapa cuando exhalo, y la construyo al inhalar. Es el vaho de mi respiración, una pequeña secuela de cada movimiento que hacen mis pulmones. Porque respiro fuerte, y me agarro al volante como si nada más en la vida mereciera la pena. Sólo el coche y yo, que corremos a una velocidad que no tiene nada que ver. Mi cabeza hacia detrás, y las ruedas siempre, siempre hacia delante. Y si no fuera por la física, si no fuera por el movimiento de este automóvil que arrastra mis huesos, yo podría reventar. Y a la mierda el cuerpo. A la mierda los huesos y los órganos y el tejido muscular. Pero no exploto, y no lo hago porque tengo que centrar mi atención y la fuerza de mis dedos en la conducción, en un monstruo metálico que me comió y que ahora camina hacia donde yo quiero, hacia donde yo debo querer. No puedo romperme porque estoy viajando. No soy un cuerpo. Y sin embargo, respiro. Y vomito aire. Y la niebla soy yo, son mis pulmones que se contraen y tiemblan y dejan pasar, dejan salir una nube. Vapor. No soy un cuerpo, pero soy humana y me deslizo, me traslado, y a cada paso que doy, a cada vuelta de la rueda, voy dejando mi humo y mi mierda y mi estela. Dejo mi huella y soy la niebla, y si me quejo de que no veo, si me quejo de que no puedo conducir porque en la carretera no hay nada, sólo puedo poner los faros largos y callarme la puta boca. Porque todo lo que pasa, todo lo que ocurre es culpa mía.
Yo soy el prisma con el que miro. Sólo eso. Ni humanidad ni coche ni pollas en vinagre. Sólo soy una lente. Y así vivo, y así creo, y así me muevo.

 

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