¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 31 de marzo de 2013



Es fácil:

no te delata no saber expresarlo en palabras,
te delata tener la necesidad de hacerlo. 

viernes, 29 de marzo de 2013

40




Ojos. Del color del café. Me moldean con los lásers de sus pupilas. Me cambian, pero por dentro. Así, dejo de ser la misma idiota de siempre para ser, cómo no, algo nuevo.


Pero idiota, al fin y al cabo. 

sábado, 23 de marzo de 2013

43






Todo mi miedo reside en esa palabra, en esa despedida que sé que algún día tendrá que llegar. Vive ahí, dentro de mí, esperando el momento de salir al exterior y romperme del todo. Como si me odiase más de lo que ya lo hago yo. Como si pudiera evitarlo.







1:

QUERERNOS POCO Y MAL 

viernes, 22 de marzo de 2013

-Mi voz sin ser la mía-


Me llega con el aire. Es la voz, aquélla que tengo clavada dentro, aquélla que ignoro pero escucho, que me vacía pero me llena, que detesto pero que siempre espero. Es la voz de las pequeñas cosas que, no sé por qué, traen grandes emociones. Es mi voz pero no es la mía; es la voz de todo lo que algún día me detuve a mirar y todo lo que, tal vez, se detuvo a mirarme. Es su voz y cuando la oigo, o cuando se oye en mí, se me llena el hueco del centro de todo. Es la voz, aquella voz inquebrantable, aquella voz irrompible, aquella voz que me persigue.
Me llega con el aire e invade mis oídos con la fuerza de una tormenta. Llega a mí sin más, sin preguntar y sin anunciarse. Entra en mí con la prisa que siempre ha tenido y tira de mis hilos. Tira de mí y lo hace hacia arriba, intentando que me eleve. Pero yo, que siempre he sido testaruda, sigo bajando. Y lo hago sin ganas. Lo hago con los ojos cerrados, los puños tensos, el corazón en el bolsillo y la voz en los oídos. La voz que llega a mí como una bala; la voz, la risa, el llanto y la vida. La conozco y sé qué quiere. Me conoce y sabe qué no quiero. Ambas sabemos lo mismo e intentamos que la otra se retire, que gire y se muerda la lengua.
La voz llega a mí deprisa y después me invade poco a poco. Se pega a cada uno de mis huesos, a mis venas, a mis órganos, se pega a mis córneas y me impide ver. Se funde con mi sangre pero no se vuelve roja. Se fusiona con mis dedos y mis rodillas, iniciando así el juego que nunca quiso parar.  Me hace y me deshace veintidós veces por segundo y yo, ¿qué hago? Me rindo. Me dejo. Me abandono. Permito que la voz entre en mí y me sature los oídos, porque es mi voz sin ser la mía. Intento no volverme suya pero no puedo. Ya no soy
"¿Qué fue lo que pasó?", me pregunta. Lo susurra a gritos dentro de mi cabeza hueca. Las palabras me llegan de la coronilla a los talones, consiguen fluir con mi sangre y me invaden un poquito más con cada latido. 'Pum', y luego soy voz. Le contesto con la voz gastada y áspera que jamás ha conseguido hacerle sombra, ésa que es mía y es mi voz. "Soy una chiquilla", le digo, y así intento excusarme y convencerme a mí misma de que es cierto. Intento convencerme a mí misma de que tengo excusa, aunque sea la más barata. "Soy una chiquilla", repito a conciencia, intentando llenar la habitación con esta voz que ya no uso. Y vuelve a preguntar. Lo hace con voz de noche, de lluvia, de blanco, de victoria, de humo. Me quedo sin palabras por primera vez en poco tiempo y entonces, sin motivo, la voz empieza a pellizcarme por dentro y empieza a doler. La siento como nunca antes, dentro del todo, arrancándome la esencia y llenándome de ella.
Es la voz. La única que consigue entrar en mí. La única que puede cambiarme con tijeras y cinta adhesiva. La única de verdad, que miente sin máscara, que es luz y nada más. La voz, su voz, mi voz, la que llega con el aire y no se va. La voz, ésa que es mi voz sin ser la mía. 
Soy una marioneta y unas manos pálidas me guían. 'Pum', y después me caigo. Veintidós veces por segundo.



lunes, 18 de marzo de 2013

De nada.



Aquel "Gracias por existir" se me quedó clavado en las yemas de los dedos y mis ojos, en el fondo, dejaron de concentrar luz más allá de la oscuridad de las pupilas. Así, se nos terminó el tiempo y dejamos de ser uno, eternos, inmutables, sólo tú y yo bajo nada. Nuestras manos fueron sólo manos, nuestras vidas sólo vidas y nosotros fuimos sólo tú y yo. Nunca juntos. Separados por aquella fina e inquebrantable línea que me rompía en zigzag. 

lunes, 4 de marzo de 2013

Las pupilas de Gerard y vivir dentro de ellas.



Hay algo mágico en las pupilas de Gerard. No sé decir con exactitud qué es, y eso hace que la magia de la que hablo crezca y me engulla de repente cada vez que las miro. Es algo que está dentro, en el fondo de todo, nadando con ira en la negrura de esas pupilas que tantas veces me han robado el sueño. Podría ser un remolino, espirales eternas que no terminan nunca y se unen y se separan, se funden y se alejan en una danza maldita y perfecta; pero no lo es. No se distingue del intenso negro de sus dos charcas de noche concentrada; está ahí, invisible, y de vez en cuando saca un tentáculo a la superficie y me agarra por el cuello para, así, convertirme en esclava de esa magia negra. 
Ahora mismo le miro, e intento evitar mirarle a los ojos. Tiene los labios fruncidos mientras mira el pobre contenido de su plato. Su frente muestra esas arrugas que tanto me atrajeron cuando le conocí. Le miro y no veo nada, no siento nada, mi interior es como un enorme cuenco vacío o, si lo prefieres, lleno de nada. Y por eso evito mirarle a los ojos. Sé que en cuanto lo haga no podré escapar. Me quedaré aquí, clavada a esta silla que podría tener cien años; me quedaré paralizada y fría, y todo lo que hay a mi alrededor se convertirá en simples siluetas sin contenido, como un mundo a contraluz. Un mundo oscuro que, si lo pienso bien, podría rozar la perfección. Pero un mundo solitario, al fin y al cabo; un mundo en el que no podría ver nada más que sus ojos. Sus pupilas se dilatarían hasta el infinito y yo me quedaría eternamente dentro de ellas, en su radio de acción.
Eternamente. Sopeso el significado de esa palabra cuando, sólo por un momento, mi mirada abandona los ríos de la frente de Gerard y se posa sin querer en sus ojos. Acepto mi derrota y digo adiós. No me queda otra.