¿Qué significará el tiempo sin relojes?

viernes, 22 de marzo de 2013

-Mi voz sin ser la mía-


Me llega con el aire. Es la voz, aquélla que tengo clavada dentro, aquélla que ignoro pero escucho, que me vacía pero me llena, que detesto pero que siempre espero. Es la voz de las pequeñas cosas que, no sé por qué, traen grandes emociones. Es mi voz pero no es la mía; es la voz de todo lo que algún día me detuve a mirar y todo lo que, tal vez, se detuvo a mirarme. Es su voz y cuando la oigo, o cuando se oye en mí, se me llena el hueco del centro de todo. Es la voz, aquella voz inquebrantable, aquella voz irrompible, aquella voz que me persigue.
Me llega con el aire e invade mis oídos con la fuerza de una tormenta. Llega a mí sin más, sin preguntar y sin anunciarse. Entra en mí con la prisa que siempre ha tenido y tira de mis hilos. Tira de mí y lo hace hacia arriba, intentando que me eleve. Pero yo, que siempre he sido testaruda, sigo bajando. Y lo hago sin ganas. Lo hago con los ojos cerrados, los puños tensos, el corazón en el bolsillo y la voz en los oídos. La voz que llega a mí como una bala; la voz, la risa, el llanto y la vida. La conozco y sé qué quiere. Me conoce y sabe qué no quiero. Ambas sabemos lo mismo e intentamos que la otra se retire, que gire y se muerda la lengua.
La voz llega a mí deprisa y después me invade poco a poco. Se pega a cada uno de mis huesos, a mis venas, a mis órganos, se pega a mis córneas y me impide ver. Se funde con mi sangre pero no se vuelve roja. Se fusiona con mis dedos y mis rodillas, iniciando así el juego que nunca quiso parar.  Me hace y me deshace veintidós veces por segundo y yo, ¿qué hago? Me rindo. Me dejo. Me abandono. Permito que la voz entre en mí y me sature los oídos, porque es mi voz sin ser la mía. Intento no volverme suya pero no puedo. Ya no soy
"¿Qué fue lo que pasó?", me pregunta. Lo susurra a gritos dentro de mi cabeza hueca. Las palabras me llegan de la coronilla a los talones, consiguen fluir con mi sangre y me invaden un poquito más con cada latido. 'Pum', y luego soy voz. Le contesto con la voz gastada y áspera que jamás ha conseguido hacerle sombra, ésa que es mía y es mi voz. "Soy una chiquilla", le digo, y así intento excusarme y convencerme a mí misma de que es cierto. Intento convencerme a mí misma de que tengo excusa, aunque sea la más barata. "Soy una chiquilla", repito a conciencia, intentando llenar la habitación con esta voz que ya no uso. Y vuelve a preguntar. Lo hace con voz de noche, de lluvia, de blanco, de victoria, de humo. Me quedo sin palabras por primera vez en poco tiempo y entonces, sin motivo, la voz empieza a pellizcarme por dentro y empieza a doler. La siento como nunca antes, dentro del todo, arrancándome la esencia y llenándome de ella.
Es la voz. La única que consigue entrar en mí. La única que puede cambiarme con tijeras y cinta adhesiva. La única de verdad, que miente sin máscara, que es luz y nada más. La voz, su voz, mi voz, la que llega con el aire y no se va. La voz, ésa que es mi voz sin ser la mía. 
Soy una marioneta y unas manos pálidas me guían. 'Pum', y después me caigo. Veintidós veces por segundo.



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