¿Qué significará el tiempo sin relojes?

lunes, 4 de marzo de 2013

Las pupilas de Gerard y vivir dentro de ellas.



Hay algo mágico en las pupilas de Gerard. No sé decir con exactitud qué es, y eso hace que la magia de la que hablo crezca y me engulla de repente cada vez que las miro. Es algo que está dentro, en el fondo de todo, nadando con ira en la negrura de esas pupilas que tantas veces me han robado el sueño. Podría ser un remolino, espirales eternas que no terminan nunca y se unen y se separan, se funden y se alejan en una danza maldita y perfecta; pero no lo es. No se distingue del intenso negro de sus dos charcas de noche concentrada; está ahí, invisible, y de vez en cuando saca un tentáculo a la superficie y me agarra por el cuello para, así, convertirme en esclava de esa magia negra. 
Ahora mismo le miro, e intento evitar mirarle a los ojos. Tiene los labios fruncidos mientras mira el pobre contenido de su plato. Su frente muestra esas arrugas que tanto me atrajeron cuando le conocí. Le miro y no veo nada, no siento nada, mi interior es como un enorme cuenco vacío o, si lo prefieres, lleno de nada. Y por eso evito mirarle a los ojos. Sé que en cuanto lo haga no podré escapar. Me quedaré aquí, clavada a esta silla que podría tener cien años; me quedaré paralizada y fría, y todo lo que hay a mi alrededor se convertirá en simples siluetas sin contenido, como un mundo a contraluz. Un mundo oscuro que, si lo pienso bien, podría rozar la perfección. Pero un mundo solitario, al fin y al cabo; un mundo en el que no podría ver nada más que sus ojos. Sus pupilas se dilatarían hasta el infinito y yo me quedaría eternamente dentro de ellas, en su radio de acción.
Eternamente. Sopeso el significado de esa palabra cuando, sólo por un momento, mi mirada abandona los ríos de la frente de Gerard y se posa sin querer en sus ojos. Acepto mi derrota y digo adiós. No me queda otra. 

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