¿Qué significará el tiempo sin relojes?

viernes, 21 de abril de 2017

a ciegas, yo lo sé


Cualquiera que pasee por mí lo sabe: las ratas me acarician. Y hay un ritmo que crean los espejos y la presencia ilícita de globos terráqueos dentro de mí. Partidas de ajedrez en miniatura. Cualquiera que pasee por mí, flâneur (moderno flâneur, imposible flâneur, Baudelaire te cogería por las puntas de la ropa y te daría vueltas en el aire y te observaría con maldad, y te mandaría a casa, y te embutiría en una bata y te diría quédate aquí, no salgas más porque no mereces la ciudad y porque la ciudad no es tuya, y porque no lo entiendes, y porque no lo conoces, y porque, moderno flâneur, ¿cómo te atreves a ser un mapa o a ser un bosque o a ser un sombrero hueco, un sombrero sin cabeza, algo así, flâneur cruel?), comprende: las ratas me retienen. ¿Por dónde caminas, con qué cabeza das zancadas? ¿Entenderás, si yo quiero, los procesos? Cualquiera que pasee por mí debe creer en la estructura, promenaire, y ver en las antenas un lenguaje. Cosas escritas en mi piel. Si una cicatriz, si algo menos obvio como por ejemplo cómo muevo los dedos cuando hablo de moscas (cuando pienso en las moscas, cuando intento enmascarar mi aversión a las moscas, cuando cubro con historias y carisma el dolor que me puebla por culpa de las moscas. Moscas, moscas), como por ejemplo la rapidez con la que empleo las palabras y con la que construyo las palabras y todas esas casas de palabras, toda esa ciudad de palabras por la que te mueves, toda esa ciudad de palabras en la que quedas para el café y vas a solas a por el café y te encuentras con el polvo y te encuentras con las moscas y experimentas una revelación con la voz grave: si una estrella, si un golpe en los labios. Cualquier caminante. Cualquier caminante sabrá de la estructura y estará dispuesto a leer la estructura y estará dispuesto a pasear sin precio, a pasear sin respuesta, a pasear. Y a que duela y a que las obsesiones y a que las imágenes asolen por la noche a un cuerpo ajeno, y a que las imágenes y a que las obsesiones asolen por el día a un cuerpo imaginario. Y a que el cuerpo ajeno y el cuerpo imaginario sean la contraseña del paseo o la contraseña de la excusa o la contraseña del aislamiento voluntario. No salir de casa, no salir de casa porque la ciudad es casa y yo soy casa. Si me paseas yo soy casa. Si me paseas, flâneur, ¿qué voy a ser? No salir de casa para poder andar, para poder gastar las piernas en el reconocimiento y en el conocimiento de algo sucio y de algo lleno de ratas porque cualquiera que me pasee, cualquiera, lo sabe: las ratas saben hablar. Discurso de las ratas. Discurso paralítico de las ratas. Mi aversión a las moscas, mi obsesión por las moscas. ¿Explicarás a los que vengan, si yo quiero, los procesos?

Mentira, raquítico flâneur. Una vez cada cien años entra alguien. Una vez cada cien años se abre la puerta y sale una porción de aire y hay espacio para otros pies y para otras extremidades. Otras extremidades. Si se me rompiera un dedo y no pudiera ser nada, ¿qué sería? Si se me rompieran los ojos y no viera nada, ¿qué sería? Otras extremidades, otros centros de mesa colocados para que puedas leer y para que puedas contarme cómo es la ciudad. ¿Cómo es la ciudad? No hay, debes saberlo, una pregunta más importante para cualquiera que pasee por mí. Carteles. Campañas. Gritos. CÓMO ES LA CIUDAD. CÓMO_ES_LA_CIUDAD.

Ciudad a ciegas, flâneur. El secreto. La ciudad de noche y la ciudad sin luces y mi ciudad, mi eterna ciudad. Quería ir a otro sitio. Quería llegar a otra parte. Pero tengo un acertijo, tengo una pelea: cualquier contacto con los otros (si es profundo, si se salta la métrica y si se salta la muralla entre los ojos o la muralla entre las manos o los requerimientos de la sexualidad) es un intento, es un giro al rompecabezas. Sí, lo es. El cuerpo ajeno y el cuerpo imaginario. ¿Y dónde queda mi cuerpo, caminante, en qué resquicio me encuentro y por qué estoy cambiando y de qué manera me afectan las luces, de qué manera me ilumina la noche o con qué color me alumbra el día o, o, o? ¿Tú lo sabes? Ciudad a ciegas, pero las ratas. Voy a darte un consejo, y no se lo doy a cualquiera que pasee por mí: te morderán los pies. Solamente los pies. No se atreven a subir, saben que si ascienden habrá neones y que si ascienden terminará el castigo y todos los fusibles, todos los muertos fusibles de la ciudad volverán a funcionar. Si van más arriba todo volverá a funcionar. Es el miedo de la ciudad. Es el miedo de las ratas. Flâneur, comprenderás que lo sucio de la ciudad es lo que la convierte en algo. Comprenderás que no hay calles nuevas, que no debe haber calles nuevas. Si dejas que las ratas te trepen a las piernas (eres libre de hacerlo si, por cualquier cosa, una de ellas se atreve a ir más allá), tienes que asumirlo: se ordenarán los ladrillos, la fuerza correrá hacia los raíles y circularán coches, y circularán trenes, y serás el único que vea cómo este espacio, como esta estructura vuelve a no ser nada. Pero el mensaje. Te perderás el mensaje. Si las ratas no te muerden los pies, si las ratas no te acogen. Si no guardan silencio. Si sus gritos agudos llegan más lejos que la ausencia y si hay algún problema, si tu paseo consigue que haya algún problema dentro del pulcro protocolo de mi cuerpo de ciudad.