¿Qué significará el tiempo sin relojes?

martes, 30 de diciembre de 2014

004



Estos muslos no son míos. Ya no me soy. Y yo miro al fondo del pozo y grito y siento vértigo y soy consciente, de tanto leer, de que el vértigo sólo significa que siento deseos de caer. Por qué lo de fuera se parece tan irremediablemente a lo que tengo dentro. Extraviar la postura, perder para siempre el cuerpo en uve. No vibra el teléfono encima de la caja. Lo dejé lejos, en otra habitación, pero puedo escucharlo. Baile de dedos, mensaje. Que dolía, que ahora ya no. Es sólo la cola de un golpe, mareo, como la laxitud después del orgasmo. El no negado. Y tengo derecho a pensarme indiferente, yo lo sé. En la cabeza puedo ser, ser, ser. Pero ahora coloco un dedo en esa pierna que no es mía, que encaja con el puzzle de mi esqueleto y se me pega como el arco romano, sin pegamento, sin cemento, sin calor. Respirar te va a matar, pienso, y qué. Me limpio el cuello. Con lija gris, sentada encima de la tapa cerrada del water. Refugio. Hogar en mí, no hay más casa, sólo un edificio en la garganta, una bomba víctima del tiempo escondida en el sótano. Y un teléfono apagado. Por qué no llama nadie. Por qué no saben que estoy aquí colgándome de los azulejos, contándome los dedos, limpiando los restos. Que ya no duele, pero sigo sentada y el tiempo, clac, me insulta. Yo ya no puedo mirarme al espejo. Sólo sabe mostrarme fotografías. No soy la niña que me mira y se mueve si lo pienso, y los muslos, yo no soy... Sólo el papel que barre la vergüenza, un arañazo rouge tras la blusa. Y tal vez al teléfono se asome. Tal vez al teléfono le nombren. Tal vez al teléfono le cuenten...
Nadie llama. Yo no lloro. Ahora sólo soy niña para los idiotas.


miércoles, 24 de diciembre de 2014

dos minutos




Tengo dos minutos para escribir. ¿Qué se escribe en dos minutos? Puedo mirar el techo y acariciar las paredes, y descender hacia la ventana, observarla, repensar. Puedo contar las teclas, calcular las letras, olvidar. Puedo golpear, dar tortazos, prenderme y prensar el aire en el fondo de los pulmones. Uf. Puedo tocar el piano del teclado y darle, darle, darle hasta tener algo, oro, la solución a mi vida o solamente la expresión de ella. Puedo escribir un poema o un ensayo. Una noticia o un diario. El mundo o yo. Sobre qué se escribe en dos minutos. Sobre una peli, sobre el vecino, sobre sexo. Cómo se escribe en dos minutos. Estilo, registro, tono. En dos minutos puedo salvar mi vida, o puedo no hacer nada. El tiempo es una estupidez. El tiempo, los relojes. Tic-tac. No hay más. Dos minutos. Qué son dos minutos. Qué significará el tiempo sin relojes. Qué sé sobre los minutos. Tengo dos minutos, sólo dos minutos. Tenía.

sol



vivir la soledad/sentarme sola/y pensar sola/mirarme sola/contemplarme/en futura soledad/la música suena mejor/cuando estás sola/y te miras los pies/y te sabes/vivir la soledad/que se rompe/con una llamada/y un café de repente/que sólo planea/la cafetera/nadie conoce/las formas del humo/lo que derramo/cuando me caigo/una llamada/y un paseo pero ya/y hablar/de soledades encontradas/tejer destejer tejer destejer/volver después/menguar la compañía/y volverme sola/andando a casa/tras los besos y un chispazo/en los antebrazos/que llueva o resbale/volverme sola otra vez/mutar/a solas/sentarme sola/y sentir tan sola/que me sube a los brazos/la compañía/reposar el beso/en la cima labial/y en la sima/descender a mordidas/al núcleo astral/de las caderas/y sentir a solas/resentir a solas/el paseo el café el beso/y llorar a solas/llorarme sola/porque sólo sola/comprendo que soy/cuando llaman/y me dicen sal, sal, sal/y salgo, salgo, salgo/para prenderme sólo a algo/nadie conoce/los caprichos que yo/guardo en los calcetines/en las medias/en la esquina/de mi pupila/vivir la soledad/entenderme a solas/sentir para sentir/llorar por nada/creer en nada/vivir

lunes, 22 de diciembre de 2014

99



y no podría yo/vivir dentro de ti/e inventar tus ecos/y contar tus rectos/entender los sueños/mirar a través/y no creyendo que/veo porque sé/y sé porque comprendo/no podría yo/mudarme como tú/colarme como tú/completar la serie/y encajar/y articular/y sincronizar/y beberme el agua/en la que nadas/la piscina/vaciarla/y pensar/que debajo/hay/olas...

por qué será



Por qué será que te llevo dentro como la vesícula, con todo el peligro de que revientes y me envenenes, de que me mates desde el centro de mi cuerpo. Tan mía como ese trozo de mí, y tan ajena, tan de lo demás. Por qué será que sé que puedo llevar los dedos al fondo de la garganta y apretarlos y tirar. Que puedo zafarte de mí, de mí, de mí. Que no vas a agarrarte, no vas a pelear, no vas a arañarme para que me achique y te diga, bueno, sigue. Tú estás quieta y no importa dónde. No sabes que soy yo la fachada de esa pared que pellizcas. Que mi cara es el azulejo que puede resquebrajarse si al final el gas abierto explota. Soy la casa que habitas, pero tú no lo sabes. Por qué será. Y si respiras, me quedo sin oxígeno. Y si te dejas el grifo abierto, lloro. Y si te aburres, me muevo. Sólo porque me da miedo que estalles y me mates y aun muerta, aun cadáver y vacía y fría... Por qué será que me estoy despellejando la boca. ¿Lo recibes, si pienso? Me encontré contigo anoche. En el súper. Hablamos un rato. Estabas guapa. Creo que volvías de casa de alguien, algo así. No te entendí bien; en la sección de cosméticos nunca se puede dialogar con propiedad. Por qué será. Nos dimos un beso en el cachete y después cogiste la cesta y seguiste andando. Te vi marchar y me pregunté por qué no te dabas cuenta de que no estabas ahí fuera. De que no eras más que un holograma. Tengo tanto miedo de ti. Tanto miedo contigo.

 (ya no creo a los espejos)

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Ya no creo en los espejos. A todos los tomo por mentirosos. Me voy de ellos. Quién es capaz de decirme que ahí, donde sólo se ve mi cara, estoy yo. Si me miro veo un rostro. Sólo veo a alguien. Pero yo no sé si ese alguien está pensando, o si le duele el estómago o tiene inquietudes metafísicas. No lo sé. Y lo que a mí me distingue de los demás, lo que me hace saber que yo soy yo, es precisamente eso. Que me veo en lo que pienso. Y los espejos, qué cosa. Sólo una mujer.
Renuncio. Yo no soy lo que veo. 
Y ella tampoco merece que la obligue a ir por donde iría yo.

martes, 9 de diciembre de 2014

333


Suspiré. El aire se me escapó del cuerpo y coronó los agujeros de mi nariz. Me hinchó la cara. Corrió por la habitación y se puso a dar vueltas alrededor de los muebles, del gotelé de las paredes, de las pelusas. Salió por la ventana, que estaba abierta de par en par, y se subió a horcajadas sobre una corriente de aire más grande, más viva, más sucia. El aire de mi cuerpo se contaminó con los gases de la calle, y mi exhalación se convirtió en viento. Se mimetizó con el aire que había salido del tubo de escape de un camión de fruta, o de un aire acondicionado que hace tap, tap, tap, o de la nariz de otro. Mi aire dejó de ser mío en el preciso instante en que decidí que quería respirar, y suspirar, y limpiarme el alma en lo profundo. Yo suspiro, y una parte de mí vuela, y puede llegar a cualquier sitio, a cualquiera. Y mi aire, entonces, sólo es libre cuando sale de mí. Sólo yo, sólo partes de mí son libres cuando ya no están conmigo, cuando se escapan, cuando echan a volar porque yo, entretenida, les doy un pequeño empujón. Con los pulmones, o con los dedos, o con el habla. Soy de todos si respiro. Si respiro, puedo volar.

33

 
 
Tú tienes los ojos caídos y la boca cerrada y las comisuras colgantes y baja una lágrima y corre derrapa avanza deprisa por tu mejilla y tú tienes los dedos en la tierra y las uñas debajo y las piernas estiradas y las pestañas rizadas y el mundo en la lengua y me lo das y me lo envías y me lo pasas y rozas y tocas y miras y yo espero y digo y esto qué es y siento y consiento tu vida y rueda por mis dientes y atraca en mi garganta y yo tengo los ojos caídos y la boca cerrada y las comisuras colgantes...

lunes, 8 de diciembre de 2014

breve y profunda



soy breve 

un pulso

un soplo

tengo huecos

poros

rotos

me despego

en las costuras

que ya nunca

tienen hilos

sólo puntos

infinitamente hondos

que en lo ancho

son chiquitos

ínfimos

exactos

y en los que después

al soplar

se pierde el aire

yo soy breve

y profunda

soy un pozo

y una gota

caída

brevedad

distancia

yo

nada


(para ng
por reconocimiento de sus rotos
en la mujer breve y profunda
que también yo soy)





 

domingo, 7 de diciembre de 2014

yo rotonda


Están construyendo una rotonda en la entrada a mi pueblo. Cada semana, al volver a casa, veo la obra. Yo no la busco. Me olvido de que ahí se mueve algo, de que mientras yo ando o como o pregunto unos obreros arman una curva de mentira. Solo la recuerdo cuando regreso. La veo y es más grande y más perfecta y cada vez más redonda. Los trabajadores son rápidos. La rotonda es distinta todas las semanas. Y cuando la oteo, el mundo se achica y se reduce a ese segundo. Los regresos se me funden, son viscosos. Mi abuelo me sube en coche a veces. Pasamos rodando por el paritorio de cemento. Me dice, mira qué avanzada va la rotonda, y cavila sobre cómo será cuando la terminen, qué les falta para que la rotonda sea rotonda. Dentro de poco acaban, cierra siempre. Yo fijo la vista en los bloques medio desnudos y me callo. La obra me da miedo. Me asustan los ladrillos. Crece, y yo no sé cómo crecen las rotondas.
Intento no mirarla. Lo intento con ganas. Cuando voy por la gasolinera, lanzo la vista hacia el techo del coche o de la guagua y me concentro. Bizqueo. Pero se me vuelan las cuencas y la falsa curva me sacude desde dentro, esta vez ya vestida con cemento, con la altura perfecta. Y más lisa. La semana pasada se le veían maderas y trozos de bolsa, y el cemento era rugoso como la piel del techo de la guagua. Me asusto porque vivo fuera y las rotondas crecen y las flores brotan y cuándo pusieron las luces de navidad, cuándo las encendieron. Mi pueblo parece otra cosa, y todo empieza en el filo de una rotonda que aún no sirve para girar. La ansiedad me muerde, un gusano dentro, porque la guagua va despacio y allí en el muro hay un cartel de un concierto del que no me he enterado. Me da miedo no leerlo.
Construyen la rotonda al lado de la gasolinera. Justo delante de la entrada al pueblo. Como una bandera que baila y me grita que no soy, que no vivo, que no estoy. Que vengo para irme como un extrajero o el técnico de la Telefónica. Mi abuelo imagina cómo será la rotonda cuando esté acabada y yo sé que tengo miedo y me muerde el coco.
Me asusta, me asusta, me asusta. Un día llegaré y querré no mirar pero lo haré, y la falsa curva estará terminada y resplandeciente y algún concejal la habrá inaugurado, y en el periódico ondeará una foto de ésas de corbata y manos, besos. Y miraré y la veré. La rotonda estará hecha, lisa, alta. La guagua seguirá rodando, y eso es lo que me asusta. Me asusta entrar al pueblo, que será ya un pueblo con rotonda nueva, y ver que las casas son más grandes y no hay bancos en las plazas y hay agua corriendo por los carriles y los viejos ya no me saludan porque son otros y el sendero a la montaña no tiene esas piedras que te agarran los pies para que no resbales. Me asusta la rotonda y me escondo, me arrebujo en el asiento como un ovillo de persona. No voy a mirar, porque si aprieto bien los ojos ya no hay obra, desaparece, se va y vuela y solo permanece la entrada que me saludó cada tarde, la puerta que me guardó de lo que no era mi cosmos. Si retuerzo los párpados y no veo, ya no hay supermercado nuevo ni farolas altas ni obra parada, solo la nave que ya nadie derrumba, y la señora que se sienta en el escalón de mi calle me sonríe porque no he bebido caldo de pollo en su velatorio ni he observado las ventanas cerradas de su casa. Si no miro, la rotonda ya no está. Y todo sigue igual.