¿Qué significará el tiempo sin relojes?

martes, 9 de diciembre de 2014

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Suspiré. El aire se me escapó del cuerpo y coronó los agujeros de mi nariz. Me hinchó la cara. Corrió por la habitación y se puso a dar vueltas alrededor de los muebles, del gotelé de las paredes, de las pelusas. Salió por la ventana, que estaba abierta de par en par, y se subió a horcajadas sobre una corriente de aire más grande, más viva, más sucia. El aire de mi cuerpo se contaminó con los gases de la calle, y mi exhalación se convirtió en viento. Se mimetizó con el aire que había salido del tubo de escape de un camión de fruta, o de un aire acondicionado que hace tap, tap, tap, o de la nariz de otro. Mi aire dejó de ser mío en el preciso instante en que decidí que quería respirar, y suspirar, y limpiarme el alma en lo profundo. Yo suspiro, y una parte de mí vuela, y puede llegar a cualquier sitio, a cualquiera. Y mi aire, entonces, sólo es libre cuando sale de mí. Sólo yo, sólo partes de mí son libres cuando ya no están conmigo, cuando se escapan, cuando echan a volar porque yo, entretenida, les doy un pequeño empujón. Con los pulmones, o con los dedos, o con el habla. Soy de todos si respiro. Si respiro, puedo volar.

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