¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 30 de septiembre de 2012

Sólo palabras.

Todos tenemos historias que contar... Cuéntame las tuyas con pasión, con dedicación, con euforia, sin que la melancolía se escape por los lados y te inunde. Cuéntame las tuyas y cuéntame hasta los detalles más estúpidos. Cuéntame tus ganas y tus sonrisas, relátame cómo has llegado a ser quién eres, escríbeme qué hay detrás de tu sonrisa. Haz que las palabras vuelen entre nosotros, que no podamos ver nada más allá de ellas... Creemos un mundo. Con tus locuras y las mías, tus sueños y los míos, tus recuerdos y los míos, tus palabras sin sentido y las mías, tus noches y las mías, tu futuro y el mío.
Deja que me pierda en ti.

sábado, 29 de septiembre de 2012

420

Podría dibujar cada uno de tus gestos en viñetas kilométricas.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

*

Y entonces sus días se convirtieron en noches oscuras como el carbón.
El problema es que sus noches no pasaron a ser días. Solamente eran eso, noches vacías, sin estrellas...

Tiempo de mierda.

El tiempo es tan caprichoso... Cuando necesitamos que se pare, corre. Cuando necesitamos que corra, se para. Cuando necesitamos quedarnos para siempre en cierto instante, nos aleja de él, nos lo quita. Cuando necesitamos dar un salto en él y avanzar muy deprisa, nos deja estáticos.



Propongo algo: cuando el tiempo nos dañe y nos obligue a correr detrás de él, a esperarle, a dejarle robarnos o a quedarnos muy quietos, hagámosle daño; vamos a romperlo. Rompamos las cadenas que nos unen a él y nos causan esa dependencia. Vivamos a nuestra manera, sin depender de un futuro y muchísimo menos de un pasado... a no ser que decidamos vivir para siempre en él.

sábado, 22 de septiembre de 2012

22/9/11.



Abril nos prometió ser nuestro. Prometió regalarnos sus flores, su olor, sus colores y toda la felicidad que pudiera darnos solamente con existir. Nos prometió ser siempre un símbolo de algo tan bonito como él, para recordar aquello cada vez que el calendario se atreviera a repetirlo. Nos lo prometió dos veces, la primera después de meditarlo mucho y la segunda totalmente de repente. Y tú me prometiste regalarme todos los abriles de tu vida para unirlos a los míos y así vivir siempre en el cálido murmullo de la primavera. Viví aquellas sensaciones con intensidad simplemente porque eran tuyas (todo lo que yo podía ser, sentir o vivir en ese momento era plenamente tuyo). Y no hablo de mayo, julio o septiembre. Hablo de abril, tanto aquel que imaginamos como el siguiente que vivimos de puntillas y con las pupilas dilatadas. Hablo de felicidad, de noches muy cortas, de inocencia, de mi cara sonrojada y tu sonrisa más tierna. Si abril hubiera sido eterno... No me habría importado vivir siempre en aquella historia mitad verdad, mitad mentira, vivir en tus ojos cuando salpicaban alegría.
Pero abril no duró para siempre. Nada lo hace porque no podríamos disfrutarlo con plenitud. Llegaron los demás meses y nos pusieron caras largas hasta dar la vuelta a nuestra sonrisa. Llegaron y nos llenaron de la más negra oscuridad que pueda haber jamás y me hicieron llegar a decirte que te odiaba. Te hicieron negármelo todo. Me hicieron chillar. Te hicieron hundirte en un vaso vacío. Me hicieron llorar. Te hicieron intentar salvarme de mí misma. Me hicieron decirte que me dejaras ir. Y al final, te hicieron odiarme. Nos placaron con fuerza y caímos al abismo de las historias sin final feliz, nos hundimos en él.
Y creí que todo tendría un final digno aquel día en el que quise romper el hilo plateado. Tiré la rosa seca a la basura y me deshice de aquella carta que te había escrito. Intenté tirar a la basura todo lo que tenía dentro (todo era tuyo, ¿recuerdas?) y ahí cometí mi gran error: no fui capaz. Seguí con los sentimientos fluyendo por mi cuerpo y dejando secuelas. Pero no quería quererte, no quería seguir sonriendo cuando me decías que me querías. Llegué a odiar abril por no cumplir su promesa, por esfumarse y regalarme un 22 de septiembre de sabor amargo. ¿Qué le había hecho yo, que lo viví con ganas y prometí recordarlo durante toda mi vida? ¿No es eso a lo que aspira un mes, a ser recordado, a contener felicidad? Pero todavía había esperanza. Eso era lo que yo creía, que seguíamos siendo el uno para el otro y que seguíamos teniendo permiso para querernos cuando llegó la verdadera tormenta (la que nos habría arrancado la cabeza si le hubiésemos dejado hacerlo): tres palabras. Tres palabras de mierda que se metieron dentro de ti y te obligaron a responderlas con cientos más. "Ojalá lo pareciera". Creo que nunca las voy a olvidar, que están grabadas en piedra dentro de mi cabeza y que siempre va a quedar ese arrepentimiento oscuro donde antes tenía guardados los colores de la primavera y el amor.
El calendario se ha atrevido a marcar de nuevo la fecha del principio del fin y yo... yo me quedo mirándolo como una tonta y pensando en lo que habría pasado si hubiera sabido quererte. Me gustaría volver y comprobarlo, pero ¿acaso no es esa la gracia de la vida?

LUZ/ -

jueves, 20 de septiembre de 2012

Palabras huecas y poco más.

Me llamo Amanda y veces la gente deja de escucharme. No hablo de que desconecten y no me hagan caso, simplemente dejan de oírme. Mi voz deja de sonar para ellos y mis labios dejan de moverse. Solamente yo sé lo que digo, pero no soy consciente de mis palabras. Salen a chorros de mi garganta y muchas veces agradezco que nadie pueda oírme. Puedo leerlas, el único sonido que emiten las palabras huecas es un pequeño chasquido cada vez que una sale de mis labios. Tienen todo tipo de tipografías, desde la más suave y cursiva hasta la más enérgica. Todo depende de lo que yo -esa versión mía ajena a mí- diga para mí.
Al principio era difícil, claro. La mayoría de las veces me pasaba en medio de una conversación y los demás me miraban como si estuviese loca. Leía de mi boca palabras incoherentes que no tenían ninguna clase de conexión entre sí. Cuando mi monólogo comenzaba a cobrar sentido y yo sabía que lo hacía, automáticamente las letras comenzaban a volverse rojas y cada vez más grandes; comenzaban a moverse. No era capaz de leerlas. No sé lo que me decían.
Pero eso era al principio. Ahora tengo un poco más de autocontrol: me ausento (porque no puedo describirlo con otra palabra) cuando no puedo más. Es como un vaso que se va llenando gota a gota; cuando llega la gota que colma el vaso, se acabó. Sé exactamente cuándo va a ocurrir porque mis palabras reales pierden intensidad y puedo verles la sombra. Porque las palabras tienen sombra, sólo hay que saber cómo buscarla y hacia dónde mirar. La sombra de nuestras palabras va creciendo y creciendo hasta cubrirte y cubrir a otros, entra dentro de ti y se aloja en una parte de nuestra cabeza para doblarse sobre sí misma y quedarse así. Vivimos de ellas, del hueco que nos dejan al entrar en nosotros y de los sentimientos que puedan provocarnos: las que son negras como el carbón nos causan ira, las grises tristeza y las blancas son las causantes de los buenos sentimientos. Nunca he encontrado una sombra de color blanco nuclear en mis palabras.
Creo que ése es el problema, que por eso puedo ver lo que yo misma quiero decirme y puedo ver exactamente cómo me hace sentir. Puedo ver las sombras entrar en mi cabeza sin esfuerzo y veo sus tonos grises, a veces más oscuros -la mayoría- y sólo a veces más claros. Cuando las veo acercarse a mí me siento que estoy borracha de pura oscuridad que me llena el alma y atraviesa su núcleo como un cuchillo. Y cuando mis palabras tienen picos y son negras también lo siento. Tal vez sea un efecto más, un método más para escucharme a mí misma, para demostrarme que todavía tengo muchas cosas que decirme.
Sólo sé que jamás tengo que tomar decisiones basándome en mis palabras huecas porque son dichas desde el centro y no desde arriba y no me harán ningún bien. Pero, si no tengo que arriesgarme, ¿por qué voy a tener miedo de escucharme a mí misma? ¿Acaso voy a decirme algo que no sepa?

martes, 18 de septiembre de 2012

Tiempo atrás...

"Así es la vida (la mía): algún día te irás de mi lado y no podré evitarlo. Te darás cuenta de que no soy lo que tú creías que era y lo único que podré hacer entonces será echarte de menos. Es aquel bucle del que te hablé: tener y extrañar. Siempre es lo mismo.
Y cuando te vayas, ¿qué haré? ¿qué puedo hacer sin ti? Nada. Absolutamente nada. Dices que somos iguales, que somos imparables, pero no es así. Tú eres imparable y a mí sólo puede pararme tu marcha. Qué triste por mi parte, depender de ti cuando siempre pensé que eras tú quien lo hacía.
¿Qué voy a hacer cuando te des cuenta de que no valgo nada sin ti? ¿Qué voy a hacer cuando te marches y me dejes sola e indefensa contra el mundo? Sé que es inevitable."


(Ya tienes todas las respuestas
aunque te niegues a hacerles caso)

lunes, 17 de septiembre de 2012

¿O sí lo sé?

No lo sé, ése es el problema. No sé qué hacer ni cómo hacerlo. No sé si voy a tener las fuerzas suficientes, cómo vas a reaccionar y qué va a pasar después. No sé de qué color pintar mis noches si decido que no, no sé si gritar o morderme las uñas, no sé si tú lo sabes. No sé qué camino seguir. Mi camino se bifurca y tengo dos opciones: el camino negro y menos arriesgado y el camino verde y vivo que no sé a dónde va a llegar. No sé si voy a conseguirlo.
Pero lo peor de todo siempre ha sido que no sé quererte. Y no sé si eso va a cambiar ahora.

...


Algún día encontraremos lo que estamos buscando, esa senda que nos guíe durante el resto del viaje. Pero mientras tanto tenemos luz verde para salirnos del camino, tropezarnos y perdernos.
Soñar es gratis y me sobran ganas.

Bleh.

Recuerdo perfectamente aquellas noches. Te alojabas en mi cabeza mientras intentaba dormir, te hacías un pequeño hueco en mi mente y me llenabas de recuerdos no muy lejanos, alegría presente y planes de futuro. Me hacías pensar que eras un pequeño cúmulo de esas tres cosas: un pasado dulce, un presente efímero y un futuro alegre. Qué ironía, porque recuerdo que una vez me dijiste que yo era un cúmulo de las cosas malas que te habían pasado en la vida. Tú mi supuesta vida y yo lo malo de la tuya.
Ahora tengo la cabeza vacía en esos momentos. Muchas veces, en los momentos malos, deseé no pensar en nada y conseguir así evadirme del mundo, pero no es tan dulce como yo creía. No me gusta concentrarme solamente en que tengo los pies fríos. Me parece una estupidez y, además, no me gusta que hayan recuerdos allí donde antes hubo sentimientos. Tal vez por eso me guste eliminarlos.
Dime, ¿en qué voy a pensar ahora cuando me esté quedando dormida? No me quedan más finales felices que inventar.

(...tal vez sólo sirviéramos para eso,
¿no? Ojalá...)

sábado, 15 de septiembre de 2012

De estupideces.

"-¿Alguna vez piensas en el futuro, Jeff?
-El futuro... -mira al infinito durante un minuto. El silencio entre nosotros se vuelve agridulce- No. La verdad es que no.
-Ya.
-¿Y tú?
Sonrío.
-Claro, suelo pensarlo mucho. Me imagino viviendo en una casa con ventanas enormes y flores en el jardín. Con hijos y con alguien como tú.
Jeff me mira igual que miraba al infinito hace un momento. Me mira tan fijamente que siento que sus ojos se multiplican y me miran desde cien perspectivas distintas. Espero una sonrisa que no llega.
-Alguien como yo, tú lo has dicho. Alguien como yo."

(¿No esperabas otra cosa?
A veces las cosas son así. Repentinas.
Lo que debemos hacer es coger el momento, hacerlo bolitas de papel
y mandarlo directo al vacío
en vez de dejar que se una al tuyo.)

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Ellas suben y bajan y nos dejan más quietos de lo que parecemos.

Me pregunta qué es lo que más odio en el mundo y lo único que hago es sonreír; ni siquiera soy capaz de catalogar esa sonrisa. Tendría que estar entre la ironía y la antipatía, pero sin embargo creo que le he sonreído con dulzura.
Me pregunta qué es lo que más odio en el mundo y no soy capaz de pensar una respuesta adecuada. Tal vez no crea en el odio o tal vez no haya sido capaz de amar lo suficiente algo como para poder llegar a odiarlo. Tal vez, sólo tal vez, no me han hecho el suficiente daño. 
¿O me da miedo? ¿Me da miedo odiar, que me coma la rabia y me consuma poco a poco? No creo que nadie pueda llegar a querer dedicar pensamientos a esa persona que le ha hecho algo, llegar a sentir algo, por muy poco que sea, por esa persona.
-Creo -respondo, al fin- que lo que más odiaría en el mundo sería odiar.
Pero sería odiarle. Porque lo que siento por él es lo más cercano al odio que jamás he experimentado.
Recuerdo sus llamadas a las doce de la noche, sus suspiros malintencionados, su sonrisa -que por cierto, era capaz de llenar toda la habitación-, el sonido del latido de su corazón y sus ojos llenos de lágrimas. Sí, creo que he llegado a sentir auténtica rabia por él alguna vez.
Es duro aceptar cuando el amor pasa a ser ira. Pero es algo que siempre ocurre. Aunque creamos que no, es inevitable.
Cuando salgo de la cocina doy un portazo y le oigo resoplar.

martes, 11 de septiembre de 2012

Adiósadiósadiósx

Querido Robert:
Hace tantísimo tiempo que no te escribo... diría que meses. No te voy a pedir disculpas por eso, si es lo que estás esperando.
Han sido los meses más fáciles de mi vida. Puedo respirar, puedo moverme con tranquilidad, puedo ser yo sin un que me defina. Creí que no podría vivir sin tu supuesta electricidad y tu sonrisa triste, pero lo conseguí y ahora puedo decírtelo con total seguridad: soy feliz sin ti. Muchísimo más feliz de lo que fui cuando te tenía a mi lado. Joder, no te necesito. Cuando me di cuenta de ello sentí que podía estirar la mano y tocar el cielo, me dieron ganas de gritar que estaba bien. Yo misma me había estado haciendo la vida imposible, obligándome a mí misma a preguntarme qué sería de mi vida si tú no te hubieras ido de ella (y ahora lo que me pregunto es qué habría sido de mi vida si tú no hubieras llegado). Me obligaba a sentirme mal, por raro que parezca, porque sentía que era lo que debía pasarme, porque al fin y al cabo durante un tiempo fuiste algo muy importante para mí. Casi como mi oxígeno. Pero casi.
Y ahora, ahora ya puedo sentir cosas sin ti para que las acentúes. Cuando camino oigo mis pasos, cuando toco la corteza de un árbol la siento, cuando me caigo siento dolor. Y cuando pienso en ti, Rob... cuando pienso en ti no siento absolutamente nada. Ni siquiera vacío. Nada. Una nada enorme y palpable que me llena y me hace reírme a carcajadas.
Entonces, solamente me falta una cosa por decirte: Gracias. Gracias por el daño causado, que me hizo muchísimo más fuerte. Gracias por las experiencias, que me hicieron aprender que nunca debo confiar en alguien que no me ha demostrado nada.
Tu existencia... ya no me parece injusta.
Y recuerda, Robert, que mi vida la controlo yo, no tu recuerdo.
Adiós,
Isabella



(¿Un mosquito puede resucitar?
Ya sabes de lo que hablo.
Y sabes que te hablo a ti.)

sábado, 8 de septiembre de 2012

...


Cuando desperté las lágrimas corrían ya una carrera. Llevaba meses sin llorar, pero lo hacían: salían de mis ojos y se deslizaban por mi piel muy deprisa. En mi cabeza se sucedían imágenes con una rapidez aterradora: tú, yo, el agua que mojaba nuestros pies aquella tarde; tú, yo, el mundo bajo nosotros; tú, yo, nuestros pies colgando de una azotea con cientos de hormigas humanas haciendo de suelo; tu, yo, corríamos por la acera sin saber qué perseguíamos. Tú, yo, tú y yo, nosotros.


Las cosas bonitas son las que más duelen.


viernes, 7 de septiembre de 2012

...

Ocultaba dos rosas secas en aquel libro. Exactamente dos, con los pétalos intactos.