¿Qué significará el tiempo sin relojes?

jueves, 20 de septiembre de 2012

Palabras huecas y poco más.

Me llamo Amanda y veces la gente deja de escucharme. No hablo de que desconecten y no me hagan caso, simplemente dejan de oírme. Mi voz deja de sonar para ellos y mis labios dejan de moverse. Solamente yo sé lo que digo, pero no soy consciente de mis palabras. Salen a chorros de mi garganta y muchas veces agradezco que nadie pueda oírme. Puedo leerlas, el único sonido que emiten las palabras huecas es un pequeño chasquido cada vez que una sale de mis labios. Tienen todo tipo de tipografías, desde la más suave y cursiva hasta la más enérgica. Todo depende de lo que yo -esa versión mía ajena a mí- diga para mí.
Al principio era difícil, claro. La mayoría de las veces me pasaba en medio de una conversación y los demás me miraban como si estuviese loca. Leía de mi boca palabras incoherentes que no tenían ninguna clase de conexión entre sí. Cuando mi monólogo comenzaba a cobrar sentido y yo sabía que lo hacía, automáticamente las letras comenzaban a volverse rojas y cada vez más grandes; comenzaban a moverse. No era capaz de leerlas. No sé lo que me decían.
Pero eso era al principio. Ahora tengo un poco más de autocontrol: me ausento (porque no puedo describirlo con otra palabra) cuando no puedo más. Es como un vaso que se va llenando gota a gota; cuando llega la gota que colma el vaso, se acabó. Sé exactamente cuándo va a ocurrir porque mis palabras reales pierden intensidad y puedo verles la sombra. Porque las palabras tienen sombra, sólo hay que saber cómo buscarla y hacia dónde mirar. La sombra de nuestras palabras va creciendo y creciendo hasta cubrirte y cubrir a otros, entra dentro de ti y se aloja en una parte de nuestra cabeza para doblarse sobre sí misma y quedarse así. Vivimos de ellas, del hueco que nos dejan al entrar en nosotros y de los sentimientos que puedan provocarnos: las que son negras como el carbón nos causan ira, las grises tristeza y las blancas son las causantes de los buenos sentimientos. Nunca he encontrado una sombra de color blanco nuclear en mis palabras.
Creo que ése es el problema, que por eso puedo ver lo que yo misma quiero decirme y puedo ver exactamente cómo me hace sentir. Puedo ver las sombras entrar en mi cabeza sin esfuerzo y veo sus tonos grises, a veces más oscuros -la mayoría- y sólo a veces más claros. Cuando las veo acercarse a mí me siento que estoy borracha de pura oscuridad que me llena el alma y atraviesa su núcleo como un cuchillo. Y cuando mis palabras tienen picos y son negras también lo siento. Tal vez sea un efecto más, un método más para escucharme a mí misma, para demostrarme que todavía tengo muchas cosas que decirme.
Sólo sé que jamás tengo que tomar decisiones basándome en mis palabras huecas porque son dichas desde el centro y no desde arriba y no me harán ningún bien. Pero, si no tengo que arriesgarme, ¿por qué voy a tener miedo de escucharme a mí misma? ¿Acaso voy a decirme algo que no sepa?

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