Cuando desperté las lágrimas corrían ya una carrera. Llevaba meses sin llorar, pero lo hacían: salían de mis ojos y se deslizaban por mi piel muy deprisa. En mi cabeza se sucedían imágenes con una rapidez aterradora: tú, yo, el agua que mojaba nuestros pies aquella tarde; tú, yo, el mundo bajo nosotros; tú, yo, nuestros pies colgando de una azotea con cientos de hormigas humanas haciendo de suelo; tu, yo, corríamos por la acera sin saber qué perseguíamos. Tú, yo, tú y yo, nosotros.
Las cosas bonitas son las que más duelen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario