¿Qué significará el tiempo sin relojes?

miércoles, 25 de agosto de 2010

Pedazos de cristal.

Se levantó del sofá, más cansado que cuando se fue a dormir. ¿Cuántas horas harían de ello? Tal vez cuatro.
Habían sido dos días horribles en los que dormir se había convertido en algo secundario. Habían sido los peores días, aunque ya hiciera un mes y medio de aquel día.
Caminó hasta el baño, esquivando los trozos de cristal que habían en el pasillo.
Se quitó el pijama y se metió en la ducha. Agua caliente. Por fin algo agradable.
Sintió las gotas de agua cayendo sobre él y deseó ser agua. Deseó ser agua y marcharse de esa casa de paredes con gotelé al ritmo al que cada gota entra en las tuberías.
Se secó con la misma toalla con la que se había secado el día en el que todo se torció (si torcerse es la definición adecuada) y sintió que no podía seguir así.
Fue hasta el salón, donde había puesto todo lo necesario para no tener que volver a entrar en su habitación en un largo periodo de tiempo. Cogió la primera ropa que encontró y se vistió apresuradamente.
Pero, ¿para qué?
Saldría, compraría el periódico y volvería a casa, esperando de nuevo que estuviera ahí. De nuevo, sin aceptarlo. Porque en el mismo momento en el que le interrogó la policía y desconectó, dejó de reaccionar. Parece que dejó de tener constancia de lo que había pasado, exceptuando el hecho de no querer entrar en su habitación.
En el primer momento había llorado, gritado, incluso había maldecido y roto botellas de cristal en el pasillo. Pero ahora, esperaba que al llegar a casa ella estuviera haciendo la cena o viendo la tele, esperándole. Esperaba meter la llave en la cerradura y pensar que había llegado a casa. Pero, ni de lejos podía pensar que aquel apartamento ahora sería su hogar. Sin ella, ese apartamento no era lo mismo. Nunca había sido un gran apartamento, claro. Pero al menos podían vivir tranquilos. Al menos podían intentar ser felices.
Sacó un papel del cajón donde guardaba las velas y desdobló un papel en el que habían dos palabras, y una letra escritos con tinta verde y letra temblorosa.
Se lo metió en el bolsillo y abrió la puerta.
Pero no salió. Se quedó mirando la escalera por la que había subido corriendo un mes y medio atrás. Por la que había subido de la mano de ella durante varios años.
Y sintió como las lágrimas le recorrían las mejillas.
Dio un portazo y fue con paso lento hasta su habitación.
Ahí estaba la cama todavía sin hacer, como la había dejado ella.
Se tumbó en la cama, que ya no olía a ella, y lloró todo lo que no había llorado ese mes y medio.
Cogió una bola de cristal que había en su antigua mesa de noche y la tiró contra la pared. Cerró los ojos, para no ver el espectáculo de cristales cayendo.
Volvió a tumbarse en la cama y contó mentalmente las razones por las que no tendría que hacer lo que ella hizo, ahora mismo. Consiguió dos razones para no hacerlo. Suficientes.
Sacó el papel de su bolsillo y volvió a mirarlo, esta vez con los ojos llenos de lágrimas.
''Te quiero, M.''

miércoles, 18 de agosto de 2010

Es el cuarto año, aunque pueda resumirlo en dos.

Sabes perfectamente que si pudiera, te diría adiós definitivamente. Pero no haces otra cosa que aparecer y desaparecer. Que obligarme a decir verdades que nunca deberían haberlo sido.
Y sabes que no es sana esta línea entre el cariño y el odio más teatral.
Espero que esta vez sea la definitiva y no vuelvas a hacer que vibre. Ojalá pudieras irte para siempre y, sobretodo, ojalá puedas irte definitivamente de mi cabeza.
Porque ya tengo la impresión de que ni siquiera te conozco. De que, lentamente, te has llevado un pedazo de mí y me lo has devuelto poco a poco, y con ligeros cambios en su estructura. Has conseguido cambiar -eliminar- mis pensamientos hacia ti casi por completo
Si me quieres, porfavor, si me quieres, no vuelvas. Y sé que me quieres. Me lo demuestras cada vez que vas y vienes, que me mientes para ocultarlo. Creo -sé- que yo también te quiero, pero no de la forma que los dos creemos.

viernes, 13 de agosto de 2010

Lies...

Ahora mismo, estoy dentro de una oscuridad que parece irreal. Sólo alcanzo a ver la pantalla del portatil y mis propias manos tecleando. Y sólo oigo eso, mis manos tecleando. Y mis pensamientos. Suenan demasiado fuerte esta noche. Ojalá pudiera apagarlos y dormir, pero no concilio el sueño. Es la una y media, exactamente. No es demasiado tarde para estar despierta pero, siempre es demasiado tarde para la melancolía. Siempre es demasiado tarde para la peor melancolía: cuando echas de menos algo que nunca has tenido. Ni siquiera puedes perderte en tus recuerdos, porque no tienes.
Comienzo este diario por dos simples razones: Esa melancolía y porque necesito leerlo más tarde y pensar que no era tanto. Pensar que podría haber pensado cualquier otra cosa y dormirme. Que podría haber evitado comenzarlo y desvelarme aún más. Y, esa razón, puede resumirse en una palabra: Mentirme. Mentirme para que más adelante no recuerde lo débil que soy ahora mismo.
Porque eso es lo que soy: débil. No soy capaz de pasar página y olvidar. No soy capaz de prosperar y crecer. De madurar.
Hoy, he respondido a una pregunta que me llevo haciendo durante varios meses. ''¿Por qué tanto?''. Ya sabía la respuesta, pero nunca estuve dispuesta a admitir que la sabía. Es por la manera que tiene de convertir algo cotidiano en fascinante. Por las palabras alegres que parecen cargadas de tristeza. Por la electricidad. Porque necesitaba una chispa, y la chispa evolucionó a llama demasiado deprisa.
Pero aún quedan muchas preguntas por responder, y muchas respuestas encerradas en esa prisión en la que se ha convertido mi cabeza.
Juliette.

miércoles, 11 de agosto de 2010

J u l i e t t e

-¿Duele mucho?
-¿El qué?
-Que te rompan el corazón.
Abrí el libro que tenía en las manos y dejé que el viento pasara las páginas. Me invadió un olor a libro antiguo, y comencé a hablar, pensando bien mis palabras.
-A todo el mundo le rompen alguna vez el corazón, y en ocasiones las personas cambian por ello. -Vacilé un momento, intentando dar forma a mis ideas- Cuando te rompen el corazón, simplemente se queda así, roto. Con una única cicatriz. Lo demás son simples rasguños. Pero no porque el corazón solo pueda romperse una vez, claro. Sólo que, cuando tienes el corazón realmente roto, lo demás no hace tanto daño. Ya sufres, ¿qué importa un poco más de dolor? Y, contestando a tu pregunta, duele muchísimo. Sientes un vacío asficciante y el mundo se vuelve un completo desconocido. Los días empiezan a pasar lento, y tú no avanzas con ellos. Es como si hubieras estado a un escalón de pisar la luna, y de repente te quitaran el derecho a hacerlo.
-¿Tú tienes el corazón roto?
Cerré el libro, y los ojos.
No era capaz de contestar.

martes, 10 de agosto de 2010

Confesiones.

Confieso que odio los días calurosos. Que siempre hago las cosas en el mismo orden y de la misma forma. Que no me gusta dormir, me gusta soñar; me gusta soñar y sentir que, dentro de ese sueño, dentro de mi burbuja, puedo atar una estrella y meterla en una caja de madera. Confieso que me gusta esa electricidad que tiene. Que no soy capaz de mantener el equilibrio. Que me engaño a mí misma. Confieso que siempre doy un saltito al bajar de la acera, o al final de la escalera. Que al abrir los ojos por la mañana, lo primero que hago es repasar el día anterior. Que me gusta que sean las cinco de la tarde, o las cuatro y media. Que cuando anochece me abraza la melancolía. Confieso que no puedo sentarme sin pensar en una determinada canción. Que antes de irme a dormir, siempre oigo Somewhere Over the Rainbow. Que me fijo en los pequeños detalles, siempre. Que canto cuando nadie puede oírme, o cuando estoy relajada. Confieso que no me conozco a mí misma. Confieso que me encanta tener toda la vida por delante. Que no se me da bien hablar de mí misma. Que me pongo nerviosa en las situaciones más absurdas. Que me encanta el sabor a café y el olor a vainilla. Confieso que, por alguna razón que no entiendo, me llama la atención ver a una persona suspirar. Que siempre me quedo mirando los ojos de los demás. Que la estabilidad es muy importante para mí. Que no es verdad todo lo que digo.
Confieso que hoy me siento bien.

sábado, 7 de agosto de 2010

Azul.

Carrie se había pasado todo el día mirando el cielo. Como si deseara, por un momento, volar hacia allí. Como si admirara el azul que presentaba el cielo, ese azul que incluso aplasta al azul lapislazuli de sus ojos.
Por un momento me miró y, fijándome mucho, pude ver como sonreía. Esa sonrisa me proporcionó una sensación cálida. Yo también sonreí ante ese extraño gesto. Llevaba varios días, tal vez semanas, intentando que Carrie me sonriera así.
Porque Carrie llevaba todo ese tiempo sin sonreírme. Sin sonreír a nadie. A nada.
Ella veía pasar la vida como un espectador ve una película en el cine. O al menos, así quería verla. No quería participar en la vida de los demás, no quería que nadie participara en la suya. Y si pudiera, Carrie dejaría de participar en su propia vida.
Recuerdo cuando ella me decía que me quería y me sonreía de aquella forma que haría palidecer incluso al sol.
Y si no hubiera recordado esa sonrisa, no habría deseado que esos ojos del color del lapislazuli volvieran a mirar directamente a los míos.
-¿Podemos enamorarnos otra vez...?- susurré, como pregunta retórica.
Carrie me miró. No sonrió, sino que me miró con toda la tristeza del mundo concentrada en su rostro.
-Andrew... -suspiró, como si esto le doliera, y volvió a concentrarse solamente en respirar y en mirar al cielo.

jueves, 5 de agosto de 2010

Lo que me decías antes de destrozarme poco a poco.

Solías decir que lo único que puede llegar a hacernos felices es lo que está en el límite de lo inexplicable.
Pero también aclarabas, sutilmente, que lo inexplicable suele estar al borde de lo irracional.

miércoles, 4 de agosto de 2010

¿Nunca terminarás esa carta?

''Querida Alicia:
Las cosas no van bien.
Desde que recibí tu última carta he caído en un estado de inconformismo que me sorprende. Sabes que no soy así.
Me he dado cuenta de bastantes cosas en estas semanas. Por eso mismo no te he escrito. He estado tan encerrado en mí mismo que me daba miedo lo que pudiera decirte.
Y me sigue dando miedo, pero por ese mismo motivo te escribo.
Teníamos una promesa. Nos contaríamos todas las cosas importantes que nos pasaran. Y siempre contestaríamos a las preguntas del otro.
Esta carta está relacionada con las dos partes de esa promesa, Alicia.
Quiero que me cuentes, para empezar, de quién estás enamorada. No me había atrevido a preguntarlo. Ni siquiera a plantearme de quién se trataba. No quería caer en una espiral de melancolía, simplemente.
También tengo algo que contarte.
Creo, que siento demasiadas cosas a la vez. Y eso no me agrada. Si tuviera que describir mis sentimientos con un color (como solíamos hacer, ¿recuerdas?) sería el blanco.
Concretamente siento demasiadas cosas por una persona cercana a mí. Desde que vine a Dublín no consigo sacarme a esa persona de la cabeza. Sé que es una frase muy típica, pequeña, pero no puedo describirlo de otra manera. Cada vez que respiro, cada vez que me muevo, cada vez que pestañeo, ella está presente. Presente y con bastantes kilómetros de por medio.
No puedo dejar de recordar la última vez que la vi. Me es imposible no recordar el olor que había en el ambiente y su vestido azul cielo.
Creo, que algo crece con tanta fuerza dentro de mi corazón que me oprime el pecho. Lleva creciendo bastante tiempo, pero no me había dado cuenta hasta hace poco.
Alicia, me refiero a que no puedo sacarte de mi cabeza.
Si hubieras mencionado el beso en alguna de tus cartas, creo que habría tenido fuerzas para decirte lo que sentí.
Pequeña, creo que estoy''

Arrugué el papel y lo tiré al otro lado de la habitación. Me tumbé en la cama suspirando y cerré los ojos.
No tenía valor ni siquiera para escribir las palabras exactas y terminar la carta.

martes, 3 de agosto de 2010

Si con tus palabras consigues que el sueño se pose en mis pestañas, tendré cinco motivos para quererte aún más.

Invéntame una historia y haz que la noche se estremezca con tus palabras.
Cuéntame cómo cruzabas las nubes de norte a sur y cómo viajabas por sitios inexistentes.
Miénteme, miénteme tanto que no sepas dónde comienza la habitación sin inventártelo.
Cuéntame cómo te sentías al soñar que cruzabas el mar en un barril.
Y tendrás que embriagarme para que consiga dormir sin soñar con cristal.