¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 28 de octubre de 2012

...


"-Seamos claros: no tenemos nada nuevo que decirnos y el pasado no es bonito. ¿Por qué callar o hacernos daño?"

*


Gritos que desgarran lo más profundo del alma y te convierten en un pequeño trozo de algo reversible, agridulce y defectuoso.

jueves, 25 de octubre de 2012

32


La vida es una carrera de obstáculos, un bloque de cemento, un grito aguado, un desvío, una decisión, es toda la mierda que puedas encontrar, es lo que grabas en un árbol, lo que cantas al cielo, lo que olvidas y se pierde, las palabras que te guardas en los bolsillos, un pequeño agujero, asfalto, cristal, plástico, madera, piedras, una pisada en la nieve virgen, un libro con pasajes subrayados, una mirada que dura menos de dos segundos.
Al final, la vida somos nosotros con las manos en alto y las pupilas dilatadas. Podemos vivirla o podemos sobrevivir. Podemos ser o podemos estar. Somos dueños de todo lo que somos. No hay nadie que mueva los hilos porque no somos simples títeres con los brazos mustios.
Todo tiende a cero y los días se acaban, todo va tendiendo a gris, pero a veces las flores crecen en las pequeñas grietas de la acera. Quiero ser esa flor y poder, solamente poder y hacerlo donde y como nadie creyó que lo haría. No importa nada más, porque la vida somos nosotros y podemos resquebrajar la acera y crecer.
Quiero ser pompas de jabón y cubitos de hielo.


44

¿No puedes más? Pues sonríe y que le den al mundo.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Del efecto de congelación de mi corazón.


Estaba ahí, frente a mí. Me miraba con esos grandes ojos pardos y yo no sabía si salir corriendo o meterme dentro de ellos y nadar hasta ahogarme. Decidí sostenerle la mirada y comenzamos una especie de lucha absurda, o tal vez es que no queríamos parar. Sin palabras, estábamos hablando: yo le decía que no quería esto y él me contestaba que no quería más noches frías; yo le ofrecía una sesión de puertas abiertas en mi cabeza y él se negaba a entrar porque, como siempre decía, le gustaban los acertijos.
Y entonces un chasquido. Otro. Otro más. Y más. Al principio no lo entendí, pero era yo. Se me encogió algo dentro del pecho y cerré los ojos, tratando de no gritar. Empecé a sentir algo duro y pesado justo ahí, donde supuestamente nacen los sentimientos, y una corriente de frío áspero que me encogía el pecho y me subía por la garganta. 
Cuando abrí los ojos, ya no era capaz de leer en los suyos.




(Yo sí quiero noches frías)

*


Hoy quiero vaciarme la cabeza. Así, cuando vuelva a llenarla, tal vez me olvide de guardarte. 



martes, 23 de octubre de 2012

Dos.



5-12-11





–¿Conoce usted al señor Derek Hunt? –me dice el que, sin lugar a dudas, ha adquirido el rol de poli bueno.
Es un hombre de mirada vacía y voz llena de fingida ternura. Sus ojos verdes y hundidos oscilan por la habitación, deteniéndose en mí cada dos segundos. Tiene cara de lobo apunto de lanzarse a por su presa. En cambio, su compañero –el poli malo– tiene pinta de bonachón, con su barriga cervecera y sus mofletes rojos. No entiendo por qué no se han cambiado los roles. El poli malo no intimida, el poli bueno da miedo, y así la habitación entra en una sucesión de absurdos y a mí, como siga así, se me va a escapar la risa.
–Sí –contesto, mirándole fijamente–. Vivíamos en el mismo vecindario.
–¿Vivían? –pregunta el poli malo mientras tamborilea con los dedos.
–Cuando éramos niños.
–Entiendo –dice el poli bueno (el agente Stevenson, por lo que se lee en su placa de identificación)–. ¿Quiere agua o café? –hace amago de levantarse.
–No, muchas gracias.
"Lo que quiero es irme pronto", pienso y callo.
Tengo que recordar mi papel: soy una buena samaritana, no tengo nada que esconder y estoy dispuesta a ayudar cuando se me diga.
–Entonces, conoce a Derek Hunt. ¿Tienen algún tipo de relación en la actualidad? –mientras habla, el poli malo (el agente Rigby) se rasca la cabeza con fuerza, lo que le da aspecto de bulldog.
–No.
Silencio. El agente Rigby comienza a leer el tocho de documentos que tiene delante y el supuesto poli bueno bebe la taza de café que lleva revolviendo desde que llegué. Los dos hombres parecen sacados de un cómic (de uno malo) y yo debo parecer una idiota, con mis guantes rojos. Me los quito y apoyo los dedos en la mesa. Siento el tacto de la madera vieja, rugosa y dura. 
–Se le ha visto con él. El doce de noviembre en una cafetería del centro –comienza, por fin, Rigby–. No le conviene mentir, señorita Holloway. No le llevará a ninguna parte.
El otro enarca una ceja.
–Usted me ha preguntado si tengo relación con el señor Hunt. No me ha preguntado sobre encuentros casuales.
–¿Qué pasó el doce de noviembre? –pregunta el otro policía, el de los ojos hundidos.
El doce de noviembre. No ha pasado un mes entero y siento que una eternidad me separa de aquel día.
–Estaba esperando a alguien en la cafetería y Derek entró. Hablamos un rato, pero él tenía prisa, creo que nombró algo de una lavandería que estaba apunto de cerrar –los dos me miran pidiendo más. Hago una pausa y su expresión no cambia; es como si se hubieran quedado congelados para siempre así, uno con los brazos cruzados y el otro con las manos apoyadas en la mesa–. No hablamos de nada importante.
–Tal vez no sea importante para usted –susurra el poli bueno, como si me estuviera contando un secreto–, pero nos gustaría saber los detalles, Grace.
Me dan ganas de poner los ojos en blanco cuando dice mi nombre. "Recuerda, buena samaritana, nada que esconder, ayudar cuando se te diga".
–Derek se sentó y me preguntó por mi vida. Le pregunté por la suya y me dijo que le habían ofrecido un trabajo en Meg's, un garito de mala muerte en el centro de la ciudad.
–¿De qué era el trabajo?
–Querían dos funciones cada jueves por la noche. No sé exactamente la hora –me miran y, aunque se empeñen en llevar dos roles distintos que ni siquiera se diferencian, me miran con la misma expresión: duda–. Derek es ilusionista.
–Lo sabemos –suelta Rigby mirándome con desprecio–. ¿Algo más que declarar?
–No iba a aceptar el trabajo. Dijo que le parecía decadente.
El bueno asiente y apunta en la pequeña libreta que tiene en la mesa. Escribe demasiado despacio para una persona normal.
–¿Sabe usted que el señor Hunt está implicado en un robo y que está en busca y captura?
Pestañeo varias veces y tuerzo el gesto. Me rasco la mejilla y tardo un rato en contestar, como si estuviera dándole vueltas a las palabras hasta hacerlas puré.
–No lo sabía –digo, por fin.
Derek Hunt está ahora mismo en mi casa. Lo repito mentalmente cinco veces mirando a Rigby fijamente, regodeándome. Soy consciente de que le parezco una paleta, una niña buena. Sin quererlo, parezco una niña, repitiéndome a mí misma lo que sé, diciéndome que jamás podrán sacar nada de ahí dentro. He entrado en guerra con él.
–¿Puede repetir su nombre? –dice Stevenson con el bolígrafo aún sobre la libreta.
–Grace Lemon Holloway.





lunes, 22 de octubre de 2012

Uno.



¿Qué podía alguien como yo esperar de una noche como aquélla? Ni siquiera veía, caminaba prácticamente a ciegas por culpa de la bruma. La calle parecía sacada de una película de terror, parecía un bosque húmedo de árboles grises y gigantes. También hacía frío. Se me colaba por las mangas y el bajo del abrigo. Recuerdo eso como si mi cuerpo fuera capaz de revivirlo ahora: frío que me cortaba las mejillas y después un calor intenso e inhumano. Recuerdo también el momento exacto: yo con las manos en los bolsillos, un coche pasando a mi lado, una niña gritaba en la acera de en frente, una farola encima de mí y una mano helada que se calentó de repente al tocar un papel en un bolsillo. Casi como si me hubiera dado corriente, saqué la mano de mi bolsillo. Puse el papel cerca de mis ojos, sin abandonar la luz de la farola. Era del amarillo limón más perfecto del mundo, incluso entre la pesada y espesa neblina que me acorralaba.

"Y es que el grito siempre vuelve
y con nosotros morirá.
Frío y breve como un verso
escrito en lengua animal."

Más calor. Antes de leerlo lo agradecí, después lo detesté. En ese momento me hizo explicarme a mí misma que el calor estaba fluyendo con mi sangre y metiéndose en todo mi cuerpo. Me abrazaba, se paseaba por mis extremidades y se reía de mí, tanto a mis espaldas como en mi cara, porque estaba en todas partes.
Mis versos favoritos de mi canción favorita de mi grupo favorito. Lo releí cuatro veces y las cuatro pude sentir las palabras como un susurro cálido que me adormilaba los oídos.
Había algo de lo que estaba completamente segura: aquello no era un detalle, ni un símbolo, ni una indirecta. Tampoco era un simple gesto para sacarme una sonrisa espontánea. Pero, a sabiendas de que rompía las normas que yo misma acababa de establecerme, sonreí. No fue una sonrisa de gratitud, ni siquiera fue una buena sonrisa. Estaba llena de ironía e idiotez, por qué no decirlo.
Por encima de todas las cosas, aquello no era en absoluto una invitación. Pero cambié mi ritmo y mi rumbo y me dirigí, en la noche más fría (y cálida) del año, al número 42 de la calle Oz -¿puede existir un nombre más maravilloso para una calle?-. 


...

"¿Y tú crees que algo de esto es real? Sólo somos experimentos de nuestro yo futuro."

sábado, 20 de octubre de 2012

Y con esto, fin.

Querido Nathan:
¿Sabes eso de las personas venenosas? Personas que te miran con ojos tristes y te hacen querer acercarte a ellos. Te obligan a obligarte a formar parte de su historia. Y luego, cómo no, cuando empiezan a hacerte daño, así, poco a poco, no puedes dejarlas. Lo intentas, lo intentas y lo intentas, pero no puedes.
Una vez conocí a una persona así. En un aleteo de pestañas ya me había embaucado y se había vuelto parte de mí. Me contó historias que me creí, le conté las mías y, para colmo, siempre me consideré la que llevaba la situación.
Y empezó a envenenarme. Empezó a hacerme daño, a romperme el corazón. Y yo quería escapar de aquello, volver a pegar mis pedazos y olvidar.
Pero, ¿sabes qué es lo peor de las personas venenosas? Que cuando las tienes las odias, y cuando no las tienes, las quieres. Es un círculo vicioso que no te deja estar bien. O estás mal o estás peor, nunca puedes librarte del veneno, que se te mete dentro y no te deja vivir. Te agarra el corazón y te lo estruja. Te hace llegar a odiarte.
Lo peor de todo es que, aunque ha pasado mucho tiempo, sigo teniendo dentro parte de aquello. Sigo pensando en los buenos momentos, cuando el veneno todavía no había empezado con lo suyo (no es el veneno, es la dosis) y no sabía lo que podía pasar. Añoro esos días.
Eso es lo peor, Nathan, la nostalgia es la peor parte. La nostalgia te empuja a un pozo del que es casi imposible salir. 

viernes, 19 de octubre de 2012

Cabecita rota.



¿Podré yo -este ser irracional e impulsivo- llegar a ser alguna vez como quiero? Llegar a sentirme feliz por mi propio pie, llegar a tener siempre la maldita sonrisa contenida en la cara. Que llegue un punto en el que nada me afecte de verdad, no por mi coraza, no por fingirlo (me estoy convirtiendo en una actriz de primera con esto, por suerte o por desgracia), no por convencerme a mí misma de que todo va bien. ¿Podré yo -sin dejar de ser tan irracional e impulsiva- llegar a ser una de esas personas que crean su propia felicidad desde cero?
Esta vez no acepto un no lo sé. Me exijo un sí. Voy a machacarme y a luchar conmigo misma hasta conseguirlo, aunque, sin duda, no haya lucha más dura que la que se tiene con uno mismo.
¿Podré yo -agridulce y con el mismo desorden en la cabeza- llegar a sentirme plena, feliz y realizada?


(Sí)


Y el plan es: darle patadas al pasado y oportunidades al presente.
¿El futuro?
Importará en su momento.

miércoles, 17 de octubre de 2012

*




Te tengo en el aire pero no te respiro,
te tengo en los ojos pero no los abro,
te tengo en los labios pero no te beso,
te tengo en la mente pero no te pienso,

Te tengo muy dentro pero no te siento,
te tengo en el alma pero no en el centro,
te tengo en mil libros pero no los leo,
te tengo de recuerdo pero no me alegro.










(Odio ser tan malditamente imbécil)

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"¿Por qué puede resumirse todo con un "no lo sé" del tamaño de una catedral?"


Fácil. Porque en la duda hay esperanza. Un no lo sé es mejor que un no y, a veces, que un sí. No es neutral, pero tampoco es capaz de escoger bando. Ni duele ni agrada. Pero tiene consecuencias.




(Y nada más...  porque hoy no sé pensar)


sábado, 13 de octubre de 2012

...Y el puto  MIEDO que te roba las ganas.

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Maldita hipocresía.

jueves, 11 de octubre de 2012

012

Ahí le tengo otra vez: ojos color café, piel morena, el pelo que le cae sobre la frente haciendo pequeñas ondas, la cicatriz debajo del ojo derecho, el lunar encima del labio superior, los labios carnosos, sexys, la misma mirada triste que me eriza el vello de los brazos. Un completo desconocido que me mira y me llena de recuerdos que siempre me veo obligada a sacar de mi cabeza. Un desconocido. Me toca la mejilla con la punta de los dedos y parece que va a explotarme la cabeza. Imágenes sin sentido me nublan la vista: sus ojos castaños muy de cerca, barba de tres días, él corriendo hacia el mar mientras atardece, la luna llena, pompas de jabón que vuelan muy alto y se pierden en la inmensidad del cielo, mis manos intentando cogerle mientras corro. Me doy cuenta de que he cerrado los ojos y los abro. Me encuentro con su mirada, fría, neutral e inexplicable.
Las emociones se mezclan: sé que es el mismo pero no soy capaz de reconocerle. Está más delgado y es como si se le hubiera olvidado sonreír. Deja de tocarme y me trago los recuerdos. Bajan por mi garganta y la raspan.
Es triste, pero ya no le conozco. Antes sabía leer sus ojos y me sabía de memoria todos los mensajes que podían darme. Descifraba sus palabras sin esfuerzo y las guardaba dentro de mí. Ahora, deja de mirarme y la pérdida de contacto visual se siente en mi piel como un chorro de agua helada. Y no sé lo que significa. No sé por qué se está mordiendo el labio, no sé por qué tiene el labio inferior partido, no sé por qué suspira, no sé por qué no me mira otra vez. Yo no dejo de mirarle, pero le miro de forma diferente; expectante,  inquieta, nerviosa, plástica. Ahora mismo soy un trozo de plástico del malo, que está inmóvil y va a romperse, me estoy empezando a agrietar y la parte de mí que se dobla se va poniendo blanca y blanda. No me acuerdo de sus manos. No soy capaz de recordarlas, no sé si se le marcan las venas, si tiene lunares, pecas, cicatrices, si son suaves o ásperas. Me quedo blanca y él vuelve a mirarme. Esta vez su mirada es más vacía, menos enérgica. Tiene un tic en el ojo.
Y me doy cuenta. Me doy cuenta de que sí, él es un completo desconocido para mí ahora, el tiempo ha borrado esas cosas que tenía que me marcaron. Y sí, él es distinto y eso duele y ya no huele a hierba recién cortada sino a menta y a tabaco, pero yo también he cambiado. Siente lo mismo que yo. Somos dos extraños que comparten un trozo de su pasado. Nuestros caminos se cruzaron y ahora van en direcciones distintas, hacia delante, pero sin tocarse. 

lunes, 8 de octubre de 2012

2

Rómpeme los esquemas, no el corazón.

¿Déjate llevar?

Me enseñaste en su momento que odiar no es la salida, que lo único que hace es consumirte poco a poco, desde dentro. El odio es corrosivo. El odio es inútil.
Pero fuiste tú quien rompió su propia norma. Eso, en teoría, podría darme permiso para romperla yo, para romperlo todo en pedacitos tan pequeños que nadie sea capaz de unirlos jamás. Claro que podría.
Pero, ¿sabes qué? Yo tengo corazón. Y tú eres un lobo con piel de cordero. Eso mismo, exactamente eso, fue lo que terminaste enseñándome.

sábado, 6 de octubre de 2012

...

No todo significa algo. A veces, las mentiras sólo sirven para engañarnos a nosotros mismos.

martes, 2 de octubre de 2012

Corazones y corazas. Y nada más. Aunque busques, nada más.

-Antes de que llegaras -digo despacio-, no sabía a dónde ir. Solía quedarme mirando la calle desde mi azotea, veía como la gente caminaba rápido, a un ritmo frenético, y sentía que estaba a años luz de todos ellos. No les sentía míos, no sentía que la calle que ellos cruzaban era la misma que cruzaba yo cada mañana para coger el bus. No pertenecíamos al mismo mundo, porque la persona en la que me fijaba siempre iba con paso solemne y andaba en línea recta. A veces eran hombres, a veces mujeres, a veces jóvenes, viejos... La persona en cuestión no importaba, porque, en el fondo, para mí todos ellos eran iguales: eran ajenos a mí, como si yo no perteneciera a la raza humana, o tal vez yo sí y ellos no. Podría haberme odiado a mí misma por no ser como ellos. Podría haberles odiado por no ser como yo. Pero la verdad es que no lo hacía. Lo único que sentía era una nube negra en mi interior que crecía y me pellizcaba el alma, así, como pellizcan los niños pequeños: pellizcaba y retorcía. Podría haberlo llamado vacío. Pero el vacío implica no sentir y, qué quieres que te diga, yo sentía aquella diferencia todos los días de mi vida. Sentía que andaba como un pato, que la calle no pertenecía a mi mundo, que no podía conectar con ninguna de esas personas porque estábamos en un distinto plano. Y entonces, en invierno, llegaste tú.
Le miro y me mira. Nuestras miradas se funden y bailan juntas, se vuelven una realidad física y casi puedo sentirlas moviéndose a nuestro alrededor en una danza mecánica y, a la vez, cálida.
-Y te hice ver que no eras la única persona que estaba en ese plano -me dice, sonriendo. Sus ojos brillan bajo la luz de los fluorescentes y me veo reflejada en su oscuridad.
-No. Me demostraste que no hay planos diferentes, que todas las personas somos iguales y a la vez somos diferentes. Me hiciste darme cuenta de que yo también era una persona cualquiera para alguien como yo, que yo también soy una de esas hormiguitas que caminan a un ritmo frenético y que parecen llenas y felices. Pero no lo soy -sonrío-, porque nadie lo es. Las personas nos forjamos una coraza casi sin darnos cuenta. Aparentamos ser felices, nos reímos, abrazamos a los demás, sonreímos, pero eso no tiene por qué ser real. Porque somo todos unos putos mentirosos. Llevo toda mi vida mintiéndome a mí misma, tratando de convencerme de que era feliz y tenía todo lo que necesitaba para serlo; aparentaba ser feliz, me reía, abrazaba a los demás y sonreía. Pero nada de aquello era real y nadie lo sabía, ni siquiera yo, que me convertí en una mentirosa tan perfecta que me terminé creyendo mis propias mentiras. Pero, maldita sea, seguía viendo felices a los viandantes y ellos me seguían viendo feliz a mí. El único lugar donde no fingía, era en la azotea.
Me tomo un momento para observarle. Su cara es totalmente inexpresiva, por lo que sé que me está escuchando.
-Llegaste -retomo mis palabras- y vi todo lo que eras, porque eras la única persona en la faz de MI Tierra que no se ponía la coraza antes de salir. Cuando estabas triste, se leía en tus ojos; cuando estabas enfadado, en tus labios; cuando estabas contento, se leía en todo tu ser. Y me hiciste plantearme por qué yo siempre parecía ser feliz. Me hiciste darme cuenta de que, como ya te he dicho, todos somos iguales. Excepto tú, que eres la única persona que es quien debe ser.

(Hubo palabras que no le dije. Y es que, al final, son esas las que recordamos: las que se quedaron dentro de nosotros y no encontraron consuelo en el frío del ambiente. 
Creo que esas palabras también se merecen estar dentro de ese recuerdo y no en uno aparte, creo que es justo incluirlas  ya que dejarlas de lado sería cruel y no haría justicia a lo que era mi cabeza en aquel instante feroz:
-Excepto tú, que eres la única persona en la que puedo bucear aunque lo tenga todo a simple vista, que eres la única persona a la que jamás podría sacar de mi cabecita desordenada. Excepto tú, que me haces ser mejor persona.

Y una vez me dijeron que las personas que merecen la pena
son exactamente esas, las que te hacen ser mejor.
Y que el hecho de que una persona sea buena,
no significa que sea la adecuada. Mídete a ti mismo, no midas al otro.
Si eres mejor, si te sientes mejor, sabrás que la perfección existe)