¿Qué significará el tiempo sin relojes?

martes, 30 de diciembre de 2014

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Estos muslos no son míos. Ya no me soy. Y yo miro al fondo del pozo y grito y siento vértigo y soy consciente, de tanto leer, de que el vértigo sólo significa que siento deseos de caer. Por qué lo de fuera se parece tan irremediablemente a lo que tengo dentro. Extraviar la postura, perder para siempre el cuerpo en uve. No vibra el teléfono encima de la caja. Lo dejé lejos, en otra habitación, pero puedo escucharlo. Baile de dedos, mensaje. Que dolía, que ahora ya no. Es sólo la cola de un golpe, mareo, como la laxitud después del orgasmo. El no negado. Y tengo derecho a pensarme indiferente, yo lo sé. En la cabeza puedo ser, ser, ser. Pero ahora coloco un dedo en esa pierna que no es mía, que encaja con el puzzle de mi esqueleto y se me pega como el arco romano, sin pegamento, sin cemento, sin calor. Respirar te va a matar, pienso, y qué. Me limpio el cuello. Con lija gris, sentada encima de la tapa cerrada del water. Refugio. Hogar en mí, no hay más casa, sólo un edificio en la garganta, una bomba víctima del tiempo escondida en el sótano. Y un teléfono apagado. Por qué no llama nadie. Por qué no saben que estoy aquí colgándome de los azulejos, contándome los dedos, limpiando los restos. Que ya no duele, pero sigo sentada y el tiempo, clac, me insulta. Yo ya no puedo mirarme al espejo. Sólo sabe mostrarme fotografías. No soy la niña que me mira y se mueve si lo pienso, y los muslos, yo no soy... Sólo el papel que barre la vergüenza, un arañazo rouge tras la blusa. Y tal vez al teléfono se asome. Tal vez al teléfono le nombren. Tal vez al teléfono le cuenten...
Nadie llama. Yo no lloro. Ahora sólo soy niña para los idiotas.


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