Tu dolor es como mi dolor, y a veces nuestros dolores se encuentran y se miran al centro de las pupilas. Mi dolor se encoge un poco y se curva hacia dentro, y se vuelve anzuelo. Tu dolor respira por la boca, y un pequeño hilo de aire sale disparado y le da al mío en el centro de la frente. Nunca consiguen pescarse. Se miran, se miran los dolores, y tienden un puente de cemento que los une pero jamás los acerca. Eres un dolor muy bonito, exhala el mío. El tuyo suelta qué dolencia tan guapa, y una química de dolores surge de la parte más profunda de la garganta. A veces se encuentran, y el aire se vuelve un poco menos repulsivo, y el puente tiembla aunque sea del cemento más duro, y del más improbable. Toman café y comen galletas de limón, aunque a mí no me gusten. Pero mi dolor se las traga de golpe mientras con una mano tamborilea en la mesa y recrea La vereda de la puerta de atrás. El tuyo las desmigaja y las mira y habla muy bajo y sólo responde cuando cree que el puente puede temblar más que la fiebre. A veces nuestros dolores quedan para merendar y hablan del tiempo. Intentaron hablar de metafísica, pero no saben qué coño significa.
Las mejores historias son las que hablan de lo que no cuentan, ésas que tienen otras letras impresas en los márgenes y entre los huecos de los renglones. Las mejores historias son las que dejan rendijas, grietas pequeñas por las que descubrir qué es lo que se mueve dentro de todo.
¿Qué significará el tiempo sin relojes?
viernes, 24 de octubre de 2014
merienda de dolores
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