...y el sol en tu cara, y tu cara en mi vida, y mi vida en tus manos,
y tus manos en mi pelo, y mi pelo en mi cabeza, y mi cabeza en
cualquier parte...
Esta calle fría no me
entiende. Qué va. La vieja que vende pulseras no me entiende, la
niña tirada en el suelo no me entiende, el perro que mira la mosca
no me entiende (y qué decir del bicho), el camarero de rojo no me
entiende, el muñeco del semáforo no me entiende, las caras de los
candidatos a futuros chorizos en los carteles de la campaña
electoral ni siquiera saben qué es entender. Qué ajena soy hoy al
mundo, y qué ajeno me parece éste con su eterno runrún y sus
vueltas que nadie siente pero que están ahí. Como todo, como todas
las verdades metafísicas que nos machacan la cabeza pero que no
podemos ver, ni tocar, quizás ni siquiera sentir. Y joden un poco.
Machacan. Pero no se captan, no se entienden. Y es que estamos solos,
solísimos, porque nadie es capaz de bucear en un cerebro que cubren
huesos y sacar, con la mano alzada, la verdadera esencia del ser. Y
no hablo del ser en general, de la Idea platónica del Ser, hablo de
cada ser, de cada pequeña, milimétrica reproducción de un ser
original que no sé de dónde coño ha salido pero que no entiende a
nadie. Porque ni en el iris, ni en las manchas blancas de las uñas, ni
en los reflejos del cabello al sol, ni en la comisura de los labios,
ni en los dedos de los pies veo ni un ínfimo atisbo de lo que la
piel siente y no siente. No veo manchas cuando el alma sangra, no veo
heridas cuando se rasgan las ideas, no veo estigmas cuando falta
coherencia. Y entonces, ¿cómo podemos atrevernos a sentir sin que
el cuerpo no los pida? ¿Cómo pensamos, cómo somos tan jodidamente
valientes para empujarnos a mirar más allá de lo que el cuerpo nos
impone? Cuando el cuerpo está ahí, cuando es la cárcel, cuando no
podemos librarnos de él y si nos castiga también nos mata el ser.
¿Cómo podemos ser más que biología, si no somos capaces de
entendernos porque en lo visible no se expone lo que de verdad
importa? Ni la calle nos entiende ni entendemos lo que la compone, y
somos culpables de considerar en el mismo orden una farola y un
viandante. Y la farola no piensa, a la farola no se le queman las
entrañas cuando tiene que huir para conservar la dignidad. La farola
ni siquiera tiene dignidad, aunque no lo parezca cuando lloramos
porque alguien le ha tatuado una frase de enciclopedia.
No nos entendemos porque
somos cuerpos y cuesta mirar más allá de lo que somos.
Pero también somos alma,
supongo, y quizás estamos un poquito ciegos y por eso no somos
capaces de ver el espíritu, el alma, lo verdaderamente importante,
lo que nos posibilite entendernos y termine con los millones de
partículas de egoísmo que corren sobre la Tierra y nos muerden las
uñas para que no nos quede ni siquiera ese consuelo.
Pero, ¡joder!, esta
calle no me entiende...
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