¿Qué significará el tiempo sin relojes?

martes, 25 de enero de 2011

Uno de esos días... de invierno.

Salía de casa sin prisa, sólo quería pasear, disfrutar del domingo, aunque sola. Porque quería estar sola, tenía la sensación de que si pasaba tiempo con ella misma conseguiría entenderse un poco. Además, Sofía opinaba que las cosas más bonitas se veían a solas.
Andaba despacio, prestando atención a todo: Al aire que corría, a la temperatura, al color de los árboles y de la acera, a los niños que jugaban en el parque y a los sonidos, sobretodo a los sonidos.
''Así no duele tanto recordar, pero sólo si me fijo bien en las personas que están tristes.''
Un mendigo tenía su campamento al lado del árbol grande del parque. Sofía le dio dos euros para que comiera algo; el mendigo le dio las gracias y se fue corriendo -cojeando-.
Una chica lloraba en uno de los bancos, con el móvil en la mano. Sofía no pudo hacer nada por ella, y aunque suene egoísta, se sintió mejor al descubrir que alguien compartía con ella la soledad, el hastío.
Siguió andando, de vez en cuando sacando las manos de los bolsillos para mirar si se habían puesto moradas por el frío.
Y... de pronto comenzó a llover. En seguida supo que esa lluvia no traería cosas buenas; no sería solamente una tormenta de rayos y truenos... sería una tormenta interior. Dentro de ella.
Entró en la primera cafetería que encontró, sin mirar ni siquiera cuál era, y se sentó en la mesa que estaba al lado del baño.
Pidió un café con leche y un vaso de agua. Y cuando se alejaba la camarera -que tenía un caminar bastante feo- salió un chico del baño. Sofía le miró y sólo vio su espalda. Llevaba una camiseta gris, de manga corta (¡con el frío que hacía!) y unos vaqueros. El pelo era castaño oscuro, casi del color del chocolate caliente que la camarera servía ahora a la mesa de al lado. Él se giró y Sofía se percató de que tenía los ojos marrones, la piel morena, el flequillo mal cortado y la mirada de un hombre mayor...
-¿Damien?
-Sofía. -ella preguntó; él no, él no era de las personas que usaba el tono de pregunta para estupideces. Damien no preguntaba, Damien creía, Damien observaba.- Sofía, estás empapada. Te vas a resfriar.
-Eso -dijo con acento duro, inflexible- no te importa.
-Oh, venga, no seas tan dura conmigo -se sentó-. Sof, ¿cómo estás?
Le miró. La miró. Estuvieron así durante casi un minuto, el mundo moviéndose y ellos en pause. En ese momento sintió el ambiente cálido, sintió que caía en un agujero y...
-¡No! Damien, no quiero hablar contigo...
-Sofía, sé que me has echado de menos.
''Joder. Joder. Joder.''
''Claro que te he echado de menos, Damien, claro que lo he hecho. Cuando pienso en ti me duele el pecho, ¿sabes? Me falta algo, me falta desde hace tiempo, y ya se lo que es. Eres tú. Aunque me cueste admitirlo. Ya no me importa que me odies. Yo no te odio. No te guardo ningún rencor, aunque quisieras alejarme de todo, de todos... Te quiero, Damien. Vuelve y no te vayas nunca, porfavor...''
-No. No te he echado de menos. Lo siento.
-¿Sabes? No te creo. También lo siento.
-Eres un idiota. Déjame tranquila. -en ese momento se dio cuenta de que ya había llegado el pedido.
-Venga ya, Sofía. ¿Sabes qué? Sabía que íbamos a encontrarnos hoy. Lo presentía.
-Ojalá me hubiera pasado lo mismo. Me habría quedado en casa.
-Vámonos.
-¿Eh?
-Vámonos del bar. Ha parado de llover. Demos una vuelta.
Se nubló todo. A ella le volvía a doler el pecho, porque teniéndolo ahí, delante, le echaba más de menos que antes... Porque le tenía delante y sabía que nunca podría tenerle realmente. Porque la vida es así, porque el destino está escrito, porque no era para ella ni ella para él.
Pagó y salieron. Era cierto que había dejado de llover fuerte, pero lloviznaba.
-Oye, Damien -se paró en seco. Desde que comenzó la breve conversación, pensaba en decírselo, pero Sofía no había tenido las fuerzas suficientes.-. Quiero que sepas una cosa. Creo que... Bueno, tú sabes que yo creo en el destino, y esas cosas.
-Lo sé. Eso te hace ser Sofía. Si no fueras tan paranoica, no serías ni dos letras de tu nombre.
-Bueno. Creo que este encuentro no ha sido totalmente casual. Porque...
-Porque crees que todo ha sido cosa del destino. Hoy me echabas más de menos que de costumbre, hoy pintabas mi nombre en las nubes y, cuando me viste, sentiste un parón, una nueva línea en tu vida, un nuevo comienzo. Sentiste que ésta era la oportunidad definitiva, que debías retenerme, aunque no quisieras por eso de tu corazón roto. Sentiste que, aunque las veces anteriores, a pesar de que nos amáramos, nos dejamos ir y nos anulamos, esta vez sería diferente porque tú lo eres, porque yo parecía serlo.
-¿Cómo...?
-Yo sentí lo mismo.

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