¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 16 de enero de 2011

Estoy aquí, siempre he estado...

Otro día más.
María se levantó de la cama y, descalza, recorrió la habitación pareciendo buscar algo sin querer encontrar nada. Se sentó, por fin, delante de la ventana y apartó las cortinas. Echó la cabeza hacia atrás y pude ver esa marca de nacimiento en su cuello. El pelo rojizo le caía por la espalda como una cascada de óxido.
Bajó la cabeza y la apoyó en una de sus manos, triste, cansada. Tenía la mirada fija en algún punto de la calle, buscaba algo, pensé. Desde la cama distinguí como sus ojos se abrían con rapidez y su cuerpo parecía tensarse. Entonces, sin hacer ruido me levanté y me situé detrás de ella. Lo comprendí todo.
Él salía del edificio que quedaba en frente, ataviado con ropa con la que ni yo ni ella le reconocería; con aires de abogado.
Había pasado tanto tiempo... años, quizá, aunque el tiempo en esta habitación parecía pasar más deprisa. Durante todo ese tiempo, parecía que sólo existíamos María, yo y los pedazos de su corazón. Pero en realidad, siempre hubo un intruso: Paul, el hombre que momentos antes me había parecido una hormiguita trajeada, desde este sexto piso.
María no era totalmente ella. Era una sombra de lo que había sido. Porque ella era luz, era un pedazo de estrella, pero sólo cuando tenía a quien iluminar de veras. No quedan personas como María, no quedan personas capaces de irradiar ese tipo de alegría fundido con tristeza, capaces de guardar el cielo en una mirada. Ni siquiera la misma María era ya así. Porque era así por Paul, lo sé. Cuando él la abandonó, María cayó en un estado de apatía, y yo, sin éxito, intenté sacarla de ese hueco. Pero nunca he podido. Siempre me mantuve a su lado, pensando que algún día María volvería a ser la chica de la que me enamoré, la chica por la que respiré durante más de cinco años. Finalmente, nunca tuve a esa chica. Ella, cada mañana, pasaba el tiempo mirando por la ventana, y yo sin comprender, sonreía como un idiota. Hasta hoy. Pero no me importó, aunque pueda sonar estúpido.
Cuando él desapareció, subiéndose en un coche, María destensó su cuerpo y se percató de mi presencia detrás de ella, o en la habitación. Me miró con esa mirada vacía que parecía gritar su nombre y pareció pedirme que no me fuera nunca.
Supongo que para ella yo siempre seré lo que le queda de mi hermano Paul, y ella para mí siempre será lo que me queda de ella misma.

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