¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 7 de junio de 2015

utopía perdida



Pero qué voy a hacer yo ahora, dónde me mezco ahora, dónde reposo, dónde reviento, dónde me revuelco hasta que me cruja la vida y me cruja el alma y me cruja este matojo de huesos que soy, estos huesos anchos y altos y tan duros, carajo, tan duros. Qué hago, que alguien me diga qué puedo hacer hoy, en este momento, en este minuto tan de fuera, tan de cosas ácidas y picantes que matan la lengua y la garganta y rompen, rompen, siempre rompen, por qué rompen. Por qué. Para qué. He perdido las cartas, todas las cartas. Todo el montón de cartas que escupí a la utopía utópica de mis sueños, la quimera de cartón que andaba por la calle moviendo el culo, moviendo los tobillos, dando pisadas de golpe duro y sonoro. Como una canción. Como un tap tap tap de vida, de esperanza. Yo le escribía cartas pero nunca se las mandé, nunca salieron de mí, solo eran mías, papeluchos con ratos escritos y olas de mí, solo era yo haciéndome agüita encima de una hoja y escribiendo con la caligrafía más fea, más larga, más picuda de mi vida. Pero qué caos, qué desorden, dónde habré puesto el montón. Dónde estaré esperándome llegar, doblada en esquinitas y temblando porque estoy tan sola, porque no llego y poso el ojo y me releo y me reencuentro, me hallo de nuevo en palabras y vértices gélidos. Y no es solo eso. Qué voy a hacer. No sé de qué ha servido todo, escribirle cartas, escribírmelas, si después no voy a poder abrirlas y ver, ver, ver. Y resentir. Rerespirar. Tantas cosas que le dije tan bajo que ni siquiera las hablé. Tanto silencio roto con las letras salpicadas. Sacas lo peor de mí, decía en una, sacas lo peor de mí pero no me importa. Solo recuerdo fragmentos, y un color, y una inclinación de los dedos, un atranque de pulmones. Pero y las aristas. Y las esquinas. Tengo miedo, tengo miedo, me asusto y no sé qué voy a hacer yo ahora, no sé cómo seguir andando si he perdido todo lo que sentía, si he perdido todo lo que vivía, si los recuerdos son cada vez más imprecisos y se ha diluido la melodía del andar de la quimera. Y la calle no se acuerda. No conservo los pinchazos. No conservo el abrazo de rodillas en la cama, el mirar a la pared y verla blanca pero con un rostro. No hay más, no hay más, he perdido las cartas y me he perdido a mí. No sobrevivo al tiempo. Jamás voy a ser eterna. Pero el reloj, pero los años. Pero pronto voy a acordarme solo de una prenda de ropa, solo de un lugar. Y todo vacío. Y yo vacía. Me diluyo poco a poco, siempre lo siento, soy como un polo que se derrite, y las gotas desaparecen cuando resbalan y llegan al piso. Ya me voy. Ya me marcho. No estaré para recordar una nube de vapor tras la nariz. No estaré para acordarme de una pregunta sin réplica. Pero qué voy a hacer yo ahora. 

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