¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 28 de junio de 2015

sin título aparente


Ya no sé ni escribirte. Me pongo a mirar a la calle y te juro que no, ya no me paro a reírme y a pensar que por ahí andas. Ahora soy una cosa más comedida. Sin fuego que hace volteretas detrás del hueco de la pupila. Sin esas cosas, sin nada de lo mío. A veces me aprieta la cabeza y ya no quiero volver a pensar nunca más. Quiero desconectarme. Como si tuviera unos cascos dentro, ¿no?, y pudiera hacer clic y decir adiós y solo mirar el cielo y que me moje el blanco-nube. Y tú eso no lo entiendes, ¿eh? No vas a entenderme en la vida, yo lo sé, y sin embargo eso no es lo que hace que no tenga ni idea de cómo escribirte cosas que no vas a leer. Que no vas a leer nunca. Y ojalá volvieras. Ojalá te hiciera volver. En vez de desconectarme, tú. Tú corriendo. Tus piernas tan largas y yo una cosa así como pequeña, así como una nada puesta a consumir aire y a vivir. Yo poca cosa, pero no. Tú no estás ya. Aunque vivas en el mismo sitio y de la misma forma y me sonrías tanto como antes. Aunque seas exactamente la misma persona. Yo poca cosa, pero ya no. Ahora soy mía, mía, ahora solo estoy yo y ya me da igual que me digas que no valgo para nada. No me importa. Pero era tan fácil, era tan fácil dejarlo todo al azar, regalártelo a ti y pretender que me dibujaras la vida. Era tan sencillo colgarme de la lámpara y esperar. La vida en espera, la vida como la musiquita que te ponen en las llamadas, la vida como los giros y giros del microondas. Era facilísimo, y era caliente. Calor insoportable. Calor que deseaba. Calor que deseo. Ojalá volvieras. 




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