¿Qué significará el tiempo sin relojes?

viernes, 9 de noviembre de 2012

60


Un minuto más. Ése es el estúpido margen que me doy, como si esperar fuera a solucionar algo. Me sudan las manos, cómo no. Tal vez todo cambie a partir de aquí y no tenga que volver a dar pasos en falso, puede que mi vida se convierta en algo dulce y no en algo defectuoso y agrio. Aún sabiendo que es un buen cambio, el miedo me rasga la valentía por el centro. Cuando te acostumbras a algo, aunque sea lo peor y duela y no avances, ¿cómo no va a darte miedo cambiar, salir de lo que conoces y deshacerte de un momento de tu vida? La maldita costumbre marca mi vida. 
Cierro los ojos con fuerza e intento respirar. Voy a cruzar la línea. ¿Voy a cruzar la línea?
Mi vida pasa por mi mente, deprisa y con malas intenciones, como -según he oído siempre, y ahora no me veo capaz de cuestionar nada que no sea a mí misma y mi modo de vivir- ocurre cuando crees que vas a morir. No hago caso de nada de eso. No quiero recordar -otro de esos vicios, eh- porque es lo peor que podría hacer ahora. Por un momento creo que puedo caer y perderme porque le veo. Pero no es mi mente, no soy yo, es que he abierto los ojos y le sigo teniendo delante. Está encorvado sobre la mesa, escribiendo algo con un bolígrafo verde.
Decidida, con la energía fluyendo por todo mi cuerpo, abro la boca para hablar. Y rompo a llorar. Porque sé que no soy capaz de dar el paso, estar sola y averiguar qué sería de mi vida sin el veneno más dulce del mundo.

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