¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 21 de noviembre de 2010

Bonnet.

Allan salió del aeropuerto con una sonrisa que parecía pintada en su cara. Ni siquiera se molestó en ponerse el abrigo, estaba demasiado ocupado como para tener frío. Por fin respiraba de nuevo el aire de su ciudad. Por fin vivía en el mismo marco en el que había nacido. Corrió arrastrando las dos maletas, que eran más de la mitad de altas que él. Subió al taxi y no dio la dirección de su casa. Estaba deseando llegar y abrazar a su madre por primera vez en cuatro años, pero había algo que deseaba aún más. Dar una sorpresa. Quería ver a alguien, quería comprobar que estos cuatro años de distancia y penumbra no había dejado rastro en su rostro. Que sus ojos seguían brillando con la misma intensidad.
Ni siquiera podía pestañear. Estaba en París, ¡en París! Su estancia en Dublín ahora no era más que un recuerdo. Las noches de nostalgia, las cartas y la sensación de vacío ahora no eran más que recuerdos no muy felices. Irlanda quedaba ya lejos.
Bajó del taxi y sintió que rozaba el cielo, ahí estaba la casa del color de éste. Subió los tres escalones hasta la puerta lentamente, como si quisiera estirar este momento. En realidad, se sentía nervioso. Tras cuatro años volvería a verle la cara... Se tocó la perilla y sonrió, ya frente la puerta. Bajó un poco y agarró el collar que, colgado de su cuello, destacaba sobre su camiseta oscura. Una chapa de botella.
Estiró la mano y tocó el timbre de Alicia. Por fin estaba en casa.

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