¿Qué significará el tiempo sin relojes?

domingo, 17 de febrero de 2013

Hacer, destruir.


Cuando la noche cae, caigo yo. Oscurece y me rompo en pedacitos muy pequeños, salen disparados y no hacen ruido. Y yo me encargo de recogerlos y pegarlos con celo, uno a uno, poco a poco, con paciencia y desgana, olvidándome de todo y olvidándome de mí. Así paso las horas, volviéndome a hacer, montando el peor puzzle de todos y dejando de pensar. Centrándome en mí, en lo que soy y en lo que quiero llegar a ser; centrándome en lo que podría llegar a ser si, cada noche, no me diera por romperme. Sé perfectamente que nunca podré arreglarme del todo y volver a ser lo que era al salir el Sol. Nunca podré ser la misma pero, a la vez, no podré ser diferente porque siempre sigo el mismo esquema, las mismas instrucciones nunca escritas; porque aunque no sea la misma, me parezco tantísimo que casi duele. Así, cada noche vuelvo a nacer y me recreo en un orden distinto, de distinta forma, pero siempre con las mismas piezas, siempre con la base que vuelve a romperse y a caer. Hacer, destruir. Y así una y otra vez, sin romper nunca el círculo vicioso, el ciclo imparable de noches frías y días llenos. Una y otra vez, dando vueltas como una ruleta, montada en la noria y recordando siempre aquella montaña rusa de la que decidí bajarme; recordando el vaivén, los cambios de velocidad; recordándome. Siempre cayendo a una velocidad de vértigo si aparece la Luna, mi alarma lejana.

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